Bonfill, Sebastián. ?, s. m. s. xvi – p. m. s. xvii. Monje cisterciense (OCist.) y abad de Rueda, principal propulsor de la Congregación Cisterciense de la Corona de Aragón.
Aunque no se ha logrado averiguar todos los datos que se hubiese deseado para tejer la semblanza completa de este monje, es digno de figurar entre los personajes más ilustres del Císter español, aunque sólo sea por el mero hecho de haber sido el instrumento principal que lanzó la idea de crear una congregación cisterciense en los reinos de Aragón, Cataluña y Valencia, siguiendo con ello la tónica de las comunidades que ya lo habían puesto en marcha y donde estaba produciendo los mejores frutos: uno de ellos el haber elevado el nivel cultural de sus monjes. Aquella vinculación y unidad total de las casas de la orden, propugnada por la Carta de Caridad en el siglo xii, que afirmaba que en todas ellas “debía reinar una misma caridad, una regla e idénticas costumbres”, había pasado a la historia o se había debilitado con el paso de los años, y más aún por haberse extendido la orden hasta países remotos. Los capítulos generales se sentían impotentes para controlar la situación de las casas de los distintos estados. Las congregaciones que fueron surgiendo, por lo general estaban sometidas a la casa madre de Císter. Estas congregaciones no sólo elevaron el nivel cultural de los religiosos, sino que también solucionaron otros problemas difíciles de resolver desde la casa madre.
La primera noticia que consta sobre fray Sebastián Bonfill, a primera vista le honra bien poco, considerándole algo así como un “alborotador” de sus hermanos los monjes. Según Finestres, historiador de Poblet, el 27 de abril de 1612 dieron comisión a Fernando de Gurrea, abad de Santa Fe (Zaragoza), para informar sobre fray Sebastián Bonfill, hijo del monasterio de Rueda y prior a la sazón de Escarpe, por nombramiento de Felipe III. Se decía de él que era uno de los “principales alborotadores” de la orden, por cuanto, habiendo logrado seducir a algunos monjes de Poblet, “hacían más espinoso el gobierno del abad”. Se trataba nada menos que de procesar al padre Bonfill, sin dar explicaciones. Consecuencia de ello fue la reunión de los abades de Aragón y Cataluña en febrero de 1613, junto con el arzobispo de Zaragoza, Pedro Manrique, para estudiar el caso a fondo y ver las medidas que se debían tomar contra dicho prior de Escarpe. Parece que fue llamado también a la reunión, para que explicara la finalidad de aquellos “alborotos” de los que se le acusaba.
Se lee entre líneas que era el principal propulsor de esos alborotos, que no eran otra cosa que tratar de poner en marcha la Congregación Cisterciense de los reinos de Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca, por ser el signo de los tiempos y una de las pocas regiones donde no existía ninguna congregación. Esto exasperaba a los monjes puritanos y excesivamente amantes de la tradición, quienes veían en ello una innovación peligrosa para el porvenir de la orden. Pronto vieron de lejos los comisionados que las aspiraciones de Bonfill no tenían nada de capricho novedoso, sino que respondían a una necesidad que se imponía. El resultado fue que en vez de castigarle, como esperaban los acusadores, reconocieron que era una urgente necesidad que se imponía; por eso, comisionaron al propio Bonfill para que viajara a Francia y tratara el asunto con el abad general de Císter.
Los historiadores señalan tres nombres decisivos en el establecimiento de la congregación aragonesa: Felipe III, el abad de Poblet, fray Simón Trilla y el abad de Císter, fray Nicolás Boucherat. Hay que tener en cuenta que el Rey deseaba a toda costa sacudirse el yugo de la dependencia extranjera; por eso hizo que nombraran a fray Sebastián Bonfill, a quien conocía muy bien, no sólo por haberle nombrado prior de Escarpe —que era monasterio de provisión real—, sino también porque habían tratado ambos el asunto para que hiciera las gestiones pertinentes ante las altas esferas de la orden. El éxito obtenido por fray Sebastián Bonfill en Císter no pudo ser más halagüeño, pues no sólo el general fray Boucherat y demás padres accedieron a cuanto pedía, sino que también establecieron las bases por las cuales debía regirse la nueva congregación aragonesa. En el encabezamiento del documento capitular se leen estas frases llenas de encomio para el monje de Rueda, llamándole “venerabili fratri Sebastiano Bonfill, priori et administrador de Scarpa”. Una vez obtenidas estas autorizaciones indispensables, y concretados los puntos básicos a que debía ajustarse la nueva congregación, faltaba dar el último paso, sin el cual no podían lanzarse a ponerla en marcha.
Hijos sumisos de la Iglesia, necesitaban la autorización de la Santa Sede para que todo estuviera en regla. Para implantar esta reforma, los abades de la Corona de Aragón acordaron que Sebastián Bonfill, que había sido nombrado abad de Rueda, fuera con los necesarios poderes de todos ellos a Roma, donde consiguió el despacho y el breve pontificio para la creación de la congregación, otorgándose el documento con fecha 19 de abril de 1616. También se entendió en Roma con el procurador general de la orden, fray Joli Bartolomé, acerca de la contribución que todos los monasterios de la corona debían pagar al generalísimo de Císter, según lo dispuesto en el Breve.
Llama la atención el hecho de que en la primera reunión que tuvieron los abades para nombrar el gobierno de la futura congregación no aparece el nombre de Bonfill. Se ignoran los motivos pero nadie le puede quitar la gloria de haber sido el pionero de la nueva congregación. Al poco tiempo de ponerse en marcha ya se le ve figurar como primer abad al frente de su propio monasterio. Se sabe por las definiciones de la congregación que el rey Felipe III, queriendo premiar los servicios de fray Sebastián Bonfill en la puesta en marcha de la congregación aragonesa, deseaba otorgarle una abadía perpetua in partibus infidelium, pero como dicho nombramiento iba en contra de las normas establecidas en la misma, los padres determinaron “que dicho padre renunciase todo el derecho que tiene o podía tener en orden de semejante abadía perpetua y cualquiera otra dignidad de ese tipo”. Se dice que fray Sebastián Bonfill accedió de buen grado a dar de lado toda honra humana contraria a las normas monásticas.
No obstante, los padres reconocieron los muchos trabajos soportados hasta conseguir su objetivo, incluso pagando los gastos ocasionados de su bolsillo y por eso determinaron compensarle de alguna manera.
Por fin le concedieron algunas preeminencias dentro de la orden, que no se sabe si le hicieron mucha gracia. Sólo se sabe que en 1624 fue reelegido abad de Rueda hasta 1628, en que cesó del cargo, y se cree que no debió de vivir ya mucho tiempo.
Bibl.: J. Finestres y de Monsalvo, Historia del Real Monasterio de Poblet, t. IV, Cervera (Lérida), Manuel Ibarra, 1753- 1756 (Barcelona, 1949, pág. 216 y ss.); J. M.ª López Landa, El Monasterio de nuestra Señora de Rueda, Calatayud, 1922, págs. 43-44 y 96; J. M.ª Canivez, Statuta capitulorum generalium Ordinis cisterciensis, t. VII, Louvain, 1939; P. Blanco Trías, El Real Monasterio de Santa María de Veruela, Palma de Mallorca, Imprenta Mossén Alcocer, 1949, pág.191; A. Masoliver, Origen y primeros años (1616-1634) de la Congregación Cisterciense de la Corona de Aragón, Poblet, Abadía, 1973; D. Yáñez Neira, El Císter ordenes religiosas zaragozanas, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1987, págs. 289-292.
Damián Yáñez Neira, OCSO