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Isabel Roser

Biografía

Roser, Isabel. Barcelona, p. s. XVI – ?, 1554 post. Bienhechora de Ignacio de Loyola y la Compañía de Jesús, religiosa, primera jesuitesa (SI).

Su auténtico nombre era el de Isabel Ferrer, aunque adoptó el apellido de su esposo, Roser. Conoció a Íñigo de Loyola muchos años antes de que se fundase la Compañía de Jesús. Fue durante la primera estancia de este vasco en Barcelona, en el año 1523, cuando se encontraba dispuesto a realizar una peregrinación hasta Tierra Santa, a la ciudad de Jerusalén.

Allí encontró a las que fueron las primeras “discípulas espirituales” de Íñigo de Loyola, las que eran conocidas por los catalanes como les Yñigues. Fueron los días de Isabel Roser, pero también de Inés Pascual y Estefanía de Requesens, hija de los condes de Palamós.

Durante la estancia de Ignacio en París, los Roser le mandaban dinero. Así, no resulta extraño que el futuro fundador de la Compañía de Jesús, en una carta que les dirigió con palabras plagadas de intimidad, les indicase: “Os debo más que a cuantas personas en esta vida conozco”. Isabel enviudó en 1542 y fue entonces, cuando, ya aprobada la Compañía de Jesús desde 1540 por el papa Pablo III, decidió ponerse bajo la obediencia, no de aquel peregrino y estudiante, sino del prepósito general de una nueva Orden Religiosa. La acompañaron en aquel viaje su criada, Francisca Cruills, y la dama noble barcelonesa Isabel de Josa. Las tres manifestaban su deseo de convertirse en miembros de la Compañía de Jesús. Sin duda, Ignacio de Loyola mostraba gran aprecio por Isabel Roser y por lo que le había ayudado en tiempos de incertidumbre, pero no se encontraba dispuesto a aceptar los proyectos de estas tres mujeres. Al comprobar la actitud de Ignacio, Isabel de Josa se apeó del proyecto, pero no ocurrió de esa forma con Isabel Roser, que se dirigió directamente al papa Farnesio, Pablo III. El Pontífice se mostró receptivo. Ella renunció a sus bienes en el que iba a convertirse en jesuita al año siguiente, Miguel de Torres. Isabel Roser hizo la profesión solemne en la noche de Navidad de 1545, acompañada de la citada criada y de la italiana Lucrecia de Biadene. Obedeciendo al Papa, Ignacio de Loyola tuvo que aceptar este proyecto de vida religiosa y destinó a Isabel Roser a la casa de Santa Marta, donde se atendía uno de los ministerios prioritarios en los que había trabajado el fundador de la Compañía en Roma: la atención y “reinserción” —diríase hoy— de mujeres prostitutas. Para ayudarles en todo ello, fue asociado el hermano jesuita Esteban de Eguía. De aquella experiencia podía haber nacido la rama femenina de la Compañía de Jesús.

Pero pronto surgieron los problemas. Su sobrino barcelonés Francisco Ferrer le hizo creer, y así lo confirmó, que la Compañía de Jesús estaba aprovechándose de sus bienes. Las cuentas, al ser repasadas, resultaron todavía negativas para los jesuitas. Leonor de Osorio, esposa del embajador español en Roma Juan de Vega y protectora también de la Compañía, intentó servir de mediadora para solucionar todos estos conflictos, reuniendo a todas las partes. Ignacio de Loyola contaba ya con la licencia de Pablo III para poder liberar a estas mujeres de sus votos, pronunciados apenas diez meses antes. Era ya octubre de 1546.

De todo ello dio cuenta Ignacio a quien había recibido la renuncia de los bienes de Isabel Roser, el citado Miguel de Torres. Fue el final de un proyecto que apenas había comenzado, aunque el siguiente episodio no fue el mutismo entre Isabel Roser e Ignacio de Loyola.

Aquélla escribió al prepósito general, en diciembre de 1547, para solicitar su perdón por todos los problemas que hubiese podido causar. Apenas dos años después entraba en el Convento franciscano de Santa María de Jerusalén, volviendo a mantener el contacto con el fundador de los jesuitas, según confirma el corpus documental y epistolar de san Ignacio. No se conoce el momento de su muerte, aunque se sabe que en abril de 1554 —en virtud de las citadas cartas— todavía vivía. Aquel año (1547), en carta al papa Pablo III, Ignacio le había solicitado firmemente “no cargarnos en mujeres en obediencia, de las presentes, ni de las otras por venir”, petición que fue concedida a través de la bula Licet debitum. Admitir mujeres en la Compañía hubiese supuesto para su fundador prescindir de muchas de sus intenciones. Por tanto, siguiendo la hipótesis de Rogelio García Mateo, Ignacio de Loyola no admitió mujeres en la Compañía, ni creó una rama femenina de la misma, ni tampoco aceptó que los jesuitas se convirtiesen en directores espirituales permanentes de comunidades de monjas en aras de mantener la disponibilidad en el cumplimiento de los fines de la naciente Compañía, descartando cualquier discriminación sexista. Aún así, Ignacio conocía bien las disputas que se ocasionaban cuando existían ramas femeninas dentro de una Orden.

 

Bibl.: “Carta de Isabel Roser a Ignacio de Loyola” (Barcelona, 1 de octubre de 1542), en Monumenta Histórica Societatis Iesu (MHSI). Epistolae Mixtae (1537-1548), vol. I, Madrid, 1898, págs. 109-114, 116 y ss., 449 y ss.; “Carta de Isabel Roser a Ignacio de Loyola” (Barcelona, 5 de febrero de 1550), en MHSI. Monumenta Ignaciana, vol. XII, Madrid, 1911, págs. 398-399; F. Mateos, “Personajes femeninos en la historia de san Ignacio”, en Razón y Fe, 154 (1956), págs. 395-418; H. Rahner, Ignace de Loyola et les femmes de son temps, Paris, Desclée de Brouwer, 1964; “Vita Ignatii Loyolae, autoctore Petro de Ribadeneyra”, en C. de Dalmases (ed.), MHSI. Fontes Narrativi de S. Ignacio de Loyola et de Societatis Iesu initiis, Roma, 1965, págs. 437-441; “Causae Elisabethae Roser (1545-1547)”, en Fontes Documentales de S. Ignacio de Loyola. MHSI, vol. 115, Roma, 1977, págs. 696-711; R. de Maio, “Ignacio di Loyola e la donna”, en Q. Aldea (ed.), Ignacio de Loyola en la gran crisis del siglo XVI. Congreso Internacional de Historia, Bilbao, Mensajero, 1992, págs. 283-286; J. Burrieza Sánchez, “La percepción jesuítica de la mujer (siglos XVI-XVIII)”, en Investigaciones Históricas, 25 (2005).

 

Javier Burrieza Sánchez