Ibarreta Anguiano, Domingo. Pedroso (La Rioja), 13.VIII.1710 – Madrid, 20.X.1785. Monje benedictino (OSB) y paleógrafo.
Domingo Feliciano de Ibarreta Anguiano procedía de una familia de “hijosdalgo” de origen riojano, salvo el abuelo paterno, que era natural de Azpeitia (Guipúzcoa). El 18 de noviembre de 1725 ingresó en el monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos (Burgos), donde hizo su profesión el 30 de noviembre del año siguiente. Siguiendo la costumbre de la congregación de Valladolid, a la que Silos pertenecía, estudió en los diferentes colegios de la Orden y fue sucesivamente pasante en San Pedro de Eslonza (León), San Andrés de Espinareda (León) y San Esteban de Rivas de Sil (Orense). De 1741 a 1745 fue profesor de Artes en este último colegio, y de 1745 a 1749 profesor de Teología en Irache (Navarra). De allí pasó en calidad de regente de estudios al monasterio de San Vicente de Salamanca, pero en 1753 fue nombrado, por el Capítulo General, abad de su monasterio de profesión.
En Silos se encontró el padre Ibarreta con las obras de la nueva iglesia recién comenzadas. Con un proyecto del arquitecto Ventura Rodríguez, el padre Baltasar Díaz, su antecesor en el cargo abacial, se había propuesto levantar un nuevo templo que sustituyera al ruinoso edificio románico. Los trabajos habían comenzado a buen ritmo en 1751, pero muy pronto la comunidad se dio cuenta de que su modesta economía no podría soportar la ejecución íntegra de un plan excesivamente ambicioso. Así pues, el abad Ibarreta decidió, por su cuenta, sin consultar con el arquitecto, rebajar en casi dos metros la altura del templo, quitando una cornisa, y suprimir la soberbia cúpula de 52 metros de altura que debía coronar todo el edificio. Incluso pensó, a fin de abaratar costes, mantener la parte mejor conservada de la iglesia románica e incorporarla a lo nuevamente edificado, pero en este punto se encontró con la total oposición de Ventura Rodríguez, cuyo criterio prevaleció al fin.
Al terminar en 1757 su cuatrienio abacial, el padre Ibarreta fue nombrado secretario de la Congregación, cargo que le obligaba a residir en el monasterio de San Martín de Madrid. Comenzó esta labor el 15 de marzo de 1757 y en ella perseveró hasta 1761, en que fue nombrado abad del monasterio madrileño. A los cuatro años pasó de nuevo a la Universidad de Irache; en 1769 fue nombrado maestro general de la Orden, residiendo de nuevo a partir de entonces y hasta su muerte en San Martín de Madrid.
El padre Ibarreta tuvo siempre una gran afición por la paleografía y la historia. Conocía perfectamente la extraordinaria colección de manuscritos visigóticos de su monasterio de Silos y dejó sobre los mismos, listo para la imprenta, un Breve apuntamiento de códices góthicos singulares o por sus asumptos o tratados insertos, o notas y glosas interlineales o marginales, hasta ahora inéditos, que no llegó a ver la luz. Muy probablemente fuera el autor de la carta del padre José Balboa, general de la congregación, que en 1757 recomendaba vivamente a todos sus monjes la práctica del estudio a ejemplo de los monjes franceses de la congregación de San Mauro. Sin embargo, el proyecto de una diplomática española (inspirada en la de los maurinos) no surgió en el seno de la congregación, sino que fue idea de Pedro Rodríguez Campomanes, quien la propone en 1769 al general de San Benito, padre Miguel Ruete. Éste pidió al padre Ibarreta su opinión sobre un proyecto que había de resultarle muy atrayente; en efecto, Ibarreta escribió al general el 16 de mayo de 1770, ofreciéndose para cuanto fuera necesario y dando los nombres de cuantos monjes sabía que eran capaces para colaborar en la obra. Dejaba la dirección en manos del padre Martín Sarmiento, pero la avanzada edad de este erudito obligaba a pensar en alguien más capaz para llevar el peso de la empresa. Tanto el general como la Real Academia de la Historia aceptaron las indicaciones del padre Ibarreta, que fue elegido académico de número de la docta institución el 17 de agosto de 1770. Inmediatamente puso manos a la obra, y en 1771 publicó un pequeño método que mereció la aprobación de la Academia. Al mismo tiempo recogió cuantos materiales pudo con vistas a esta empresa, realizando facsímiles de códices, copias de inscripciones, listas de manuscritos, en fin, todo cuanto creía útil para llevar la obra a buen puerto. Visitó archivos y bibliotecas en Madrid y en otras ciudades; en el archivo catedralicio de León encontró dos inéditos que comunicó a los padres Flórez y Risco: las actas del Concilio de Córdoba del año 839, publicadas por Flórez en el volumen XV de su España Sagrada, y una vida de san Froilán, publicada por Risco en el volumen XXIV. Inadvertidamente o no, Flórez olvidó mencionar al autor del descubrimiento, lo que no dejó de sentir el padre Ibarreta. Fue también el primero en averiguar la fecha exacta del testamento de san Genadio, tal y como recoge Flórez en el volumen XVI de su magna obra, esta vez citando al sabio benedictino.
Finalmente, el proyecto de diplomática española no pasó adelante, en parte por la desmesurada extensión que pretendía abarcar y en no menor medida por la imposibilidad de coordinar los criterios de todos los monjes que debían colaborar en la empresa. En 1777 el padre Plácido Gravenvós presentó al Capítulo General un nuevo diseño de la diplomática, pero desde entonces apenas se hizo nada al respecto. A partir de 1780 la salud del padre Ibarreta comenzó a deteriorarse, lo que obligó al general de San Benito en 1782 a encomendar la dirección a fray Segismundo Beltrán, quien se hizo cargo de todos los papeles del docto benedictino silense. A partir de ese momento, Ibarreta se desentendió del asunto y, retirado en su celda de San Martín de Madrid, sólo se preocupó en prepararse para la muerte, que le sobrevino el 20 de octubre de 1785.
El archivo de Silos conserva aún hoy una parte importante del material recogido por Ibarreta, que da idea de su capacidad y buen hacer paleográfico. Aunque el proyecto al que tanto empeño dedicó no llegara a buen puerto, muchos monjes publicaron separadamente el resultado de sus investigaciones, por lo que puede decirse que no terminó en un fracaso total.
Obras de ~: Méthodo del aparato y prontuario universal para la historia eclesiástica, civil, diplomática, geográfica, genealógica, paleográfica, numismática, etc., dispuesto por el Maestro Ibarreta, Madrid, 1771; Breve apuntamiento de códices góthicos singulares o por sus asumptos o tratados insertos, o notas y glosas interlineales o marginales, hasta ahora inéditos, s. f. (inéd.).
Bibl.: M. Férotin, Histoire de l’Abbaye de Silos, Paris, E. Leroux, 1897, págs. 248-249; A. Andrés, “Proyecto de una diplomática española en el siglo xviii”, en Cuadernos de trabajos de la Escuela Española de Arqueología de Roma, 5 (1924), págs. 67-129; J. Pérez de Urbel, Varones insignes de la Congregación de Valladolid, Pontevedra, Museo Provincial, 1967, pág. 316; E. Zaragoza, Los generales de la Congregación de San Benito de Valladolid (1701-1801), Silos, Stvdia Silensia X, 1984, págs. 204-207; J. A. Fernández Flórez, “La Congregación benedictina de Valladolid en el siglo xviii”, en F. M. Gimeno Blay (ed.), Erudición y discurso histórico: las instituciones europeas (s. xviii-xix), Valencia, Universitat, 1993, págs. 101-127; E. Zaragoza, “Ibarreta, Domingo”, en A. Baudrillart et al., Dictionnaire d’Histoire et de Géographie Ecclésiastiques, vol. XXV, Paris, Letouzey et Ané, 1995, cols. 1585-1587; C. J. Palacios Palomar, Patrimonio artístico y actividad arquitectónica del monasterio de Santo Domingo de Silos, Silos, Stvdia Silensia series maior IV, 2001, págs. 201-212.
Miguel C. Vivancos Gómez, OSB