Romero de Terreros, Pedro. Conde de Santa María de Regla (I). Cortegana (Huelva), 10.VI.1710 – Pachuca (México), 29.XI.1781. Rico y destacado empresario minero, hacendado, comerciante y filántropo (fundador del Monte de Piedad de México), caballero de la Orden de Calatrava.
Era hijo de José Romero Felipe Vázquez y de Ana de Terreros Ochoa y Castilla, ambos pertenecientes a dos familias andaluzas de medianos propietarios.
El padre intervino en la Guerra de Sucesión Española durante diez años, en la Caballería Real, patrullando la frontera portuguesa a unos 40 kilómetros de Cortegana. Los ascendientes maternos, cuyo linaje se fundó en Zalla cercano a la villa de Valmaseda en las Encartaciones vizcainas, se extendieron inicialmente por los alrededores del primer solar llegando algunos de sus vástagos hacia mediados del siglo XV a Andalucía.
De entre sus antecesores, cabe señalar a Pedro de Terreros, acompañante de Colón en sus cuatro viajes al Nuevo Mundo y al religioso apostólico de la Santa Cruz de Querétaro, fray Alonso Giraldo de Terreros, expedicionario y mártir en la entrada misional (1757) a orillas del río San Sabá (Texas).
Parece que, en un principio, sus progenitores fueron partidarios de que Pedro se dedicara a la carrera eclesiástica; sin embargo, a instancias de su tío materno Juan Vázquez de Terreros —comerciante afincado en Santiago de Querétaro (México)—, optaron porque pasara a Indias (hacia 1729) para asistirle en su establecimiento comercial y probase fortuna, lo mismo que lo hicieron anteriormente otro de sus hijos, Francisco, y su sobrino Alonso. El primer servicio de Pedro a su tío consistió en tramitar el envío de una valiosa colección de objetos de plata labrada para la liturgia y dinero en efectivo que aquél tenía destinados a la ermita y parroquia de El Salvador de Cortegana.
Pronto demostró Pedro Romero de Terreros su talento para los negocios ayudando a su pariente a restablecer su economía en un momento de crisis, por lo que recibió en compensación importantes sumas de dinero, con lo que fue disponiendo de un patrimonio que le serviría después para ayudarle a encauzar sus variados y ambiciosos proyectos. A la muerte de su tío Juan en 1735, fue su principal albacea y gestor de la tienda de Querétaro, actividad que le permitió multiplicar sus bienes al verse favorecida durante la confrontación angloespañola (1739) en que se sustituyó el habitual sistema de flotas de la Carrera de Indias por navíos de registro, cuyo cargamento se internaba libremente en México y su reparto solía estar a cargo de medianos o pequeños comerciantes. Esta coyuntura le permitió, además, diversificar su economía.
En 1741, cuando ya había alcanzado un gran prestigio en el mercado agrícola de Querétaro, comenzó la formación de su gran empresa minera aportando capital al ya iniciado proyecto de José Alejandro de Bustamante —experimentado minero— de desaguar y habilitar la Veta Vizcaína y otras contiguas situadas en el Real del Monte (Pachuca). Más tarde, se convirtió formalmente en su socio en este plan de reactivar la minería de dicho distrito con la firma de un contrato en 1743 estipulándose entre las cláusulas que la quinta parte de las ganancias que se obtuvieran (fueron 300.000 pesos) se destinara a la fundación de un Monte de Piedad y dos obras de Beneficencia.
Por esta época, afirmó su posición en Querétaro ocupando cargos en el Ayuntamiento (alcalde ordinario, alférez real y alguacil mayor); puso de manifiesto su espíritu benefactor subvencionando a diversos conventos y colegios de esa ciudad, Pachuca y México, especialmente de la Orden Franciscana y dotando a un buen número de novicias pobres.
El contrato con Bustamante se revocó al fallecer éste en 1750 después de nueve años de duros trabajos, gran inversión de capital y pocas ganancias en la excavación del primer desagüe general planeado en la sierra de Pachuca y de otro que se proyectó después.
Las minas y cuanto había en ellas le fueron adjudicadas a Romero de Terreros con los mismos derechos y privilegios que se le habían concedido a aquél, incluida la recluta de mano de obra forzada. También heredó de su socio y compadre dos casas, una de ellas en Pachuca en donde se instaló para vigilar más cerca desde aquí y el Real del Monte los arduos y costosos trabajos que emprendería para drenar la Veta Vizcaína mediante un nuevo pozo. Los negocios de Querétaro los dejó a cargo de un familiar de su tierra natal y adquirió una vivienda en la capital mexicana, en donde se fue relacionando con la burguesía mercantil.
Su ascenso social y económico lo alcanzó entre 1752 y 1770 obteniendo en primer lugar merced de hábito de la Orden de Calatrava, una vez conseguida la dispensa de hidalguía. El caudal y el linaje se fundirían al contraer matrimonio en 1756 con María Antonia de Trebuesto y Dávalos, hija menor de una influyente familia mexicana, con graves problemas financieros, formada por Antonio Trebuesto Alvarado y la III condesa de Miravalle. De esa unión nacieron ocho hijos, tres de los cuales fueron varones. Ese mismo año comenzó a prestar importantes servicios a la Corona y a la defensa del virreinato comprometiéndose, a petición de su primo fray Alonso Giraldo, a proporcionar los auxilios necesarios a las misiones que el virrey marqués de las Amarillas intentaba establecer junto al río San Sabá, área amenazada por los comanches y sus aliados, así como financiar por tres años el mantenimiento de los religiosos. Costeó todos los gastos de la ceremonia de la jura y exaltación al Trono de Carlos III en 1759 celebrada con gran esplendor en Pachuca.
Consiguió que los trabajos en la Veta Vizcaína fueran alcanzando unos niveles de profundización nunca logrados hasta entonces, lo que favoreció el control de las aguas subterráneas indeseables, la apertura de otras vetas y la extracción del mineral argentífero. Estableció haciendas de refinar metales sobresaliendo la llamada Nuestra Señora de Regla, alias El Salto reputada en su tiempo por el coronel y director de ingenieros Manuel de Santi Esteban y otros expertos, como la más magnífica que había en Nueva España. Por todas estas obras, que fueron inspeccionadas por las autoridades oficiales de Pachuca a solicitud del dueño y que permitieron ir unificando los filones localizados a lo largo de la veta principal, recibió la felicitación del entonces virrey marqués de Cruillas. Después de un largo proceso administrativo, Carlos III le confirmó en 1764 la posesión legal de la explotación y el beneficio de los nuevos yacimientos y demás labores realizadas. Su estancia en la capital mexicana era cada vez más asidua, residiendo ahora en “la casa de la plata”, un antiguo convento que había adquirido y transformado en una espléndida mansión.
Las relaciones laborales entre Romero de Terreros y sus trabajadores del Real del Monte fueron con frecuencia tensas y sus actitudes difíciles de conciliar dando lugar a que estos últimos presentaran sus reclamaciones ante las autoridades al considerar agraviados sus derechos. La pretensión del empresario de incrementar las ganancias y abaratar los costos de producción reduciendo el salario de los peones e ir modificando paulatinamente a los obreros especializados su cuota de participación en el mineral denominada “partido”, originaron paros laborales que acabarían en una sangrienta rebelión el 15 de agosto de 1766 al sospechar los operarios que de lo que el dueño trataba era de abolir un porcentaje que gozaban de tiempo inmemorial para sustituirlo por sólo un salario, lo cual no les convenía.
En el transcurso del motín, los trabajadores intentaron acabar con la vida del patrón, lapidaron a su administrador, al alcalde mayor de Pachuca, Miguel Ramón de Coca Artiaga, abrieron las cárceles soltando a los presos y ejecutaron otros desórdenes, amenazando con destruir el Real del Monte. Este incidente, aunque no fue el único que se produjo en los reales de minas de Nueva España, fue el de más repercusión porque puso de manifiesto la realidad de la minería de esos territorios y la necesidad de reformar su legislación.
Para mediar e investigar el conflicto el virrey Cruillas, en sus últimos días de gobierno, designó al jurista y experto en asuntos mineros Francisco Xavier de Gamboa —más tarde se comisionaría el alcalde de Tulancingo, Pedro de Leoz— autor de los Comentarios a las Ordenanzas de Minas (1762), quien publicó un indulto consiguiendo con él y la presencia de tropas en el Real, que las minas volvieran a poblarse, también era partidario de que los cabecillas del conflicto fueran castigados. Redactó un reglamento en el que el sistema del “partido” quedaba vigente y fue puesto en vigor por el nuevo virrey, marqués de Croix, el cual mandó una patrulla de soldados a ese distrito en prevención de nuevas violencias, pero no impuso ningún correctivo grave.
Romero de Terreros logró escapar de la ira de los tumultuarios gracias al auxilio del párroco de Pachuca, José Rodríguez Díaz. Desilusionado por la poca contundencia con que, a su modo de ver, las autoridades resolvieron el conflicto y afligido por el reciente fallecimiento de su esposa al dar a luz, cerró su casa de México retirándose con sus hijos —todos menores— a su hacienda de San Miguel, dejando las minas, en las que se extraían más de la mitad de la plata producida en ese distrito, a merced de sus operarios, desoyendo el llamamiento de las autoridades que le animaron a retomar las riendas de la empresa.
Después de esta huelga, se produjeron otros altercados más o menos violentos que se prolongaron durante varios años, los cuales no fueron contra el patrón, sino contra el despotismo con que eran tratados los trabajadores de sus minas y refinerías por parte de los capataces o administradores. Sin embargo, estos tumultos fueron estimados por las autoridades —a la hora del castigo— como una continuación de aquel trágico 15 de agosto de 1766 en que quedaron amenazadas la vida y propiedades de Romero de Terreros.
Durante su exilio voluntario, engrandeció el minero aún más su patrimonio y su posición social al adquirir y explotar cinco de los mejores latifundios que se le habían confiscado a los jesuitas tras su controvertida expulsión de Nueva España el 25 de junio de 1767. A la vez, continuó sirviendo a las urgencias de la Corona ingresando en las Cajas Reales, a petición del virrey Croix, 400.000 pesos por vía de empréstito sin interés alguno. Consiguió que se le distinguiera con un título de nobleza (1768) eligiendo el de conde de Regla y planteó, sin éxito, la primera oferta al Consejo de Indias (1770) de donar 300.000 pesos para la fundación de un Monte de Piedad —“para remedio de los pobres de la Nueva España”— pidiendo a cambio tres mercedes de hábito de las Órdenes Militares para sus tres hijos varones y otros tres títulos de Castilla. Hacia 1771 era, según su coetáneo Antonio de Ulloa, el poseedor de la mayor fortuna del mundo; sin embargo, no hacía ostentación de sus riquezas y su estilo de vida fue modesto. Se mostró desprendido a la hora de practicar la caridad y perdonó numerosas deudas a personas pobres que habían solicitado su ayuda.
Con la llegada al virreinato del visitador general José de Gálvez, las pretensiones de Romero de Terreros en asuntos de minería se vieron favorecidas al dictar una Instrucción particular en 1771 —basada en los informes de Leoz y en los dictámenes del oidor José Antonio de Areche— para el gobierno de las minas de Real del Monte y Pachuca en el que quedaba derogado el sistema del “partido”, como medida más eficaz para evitar los robos, vicios y rebeliones que se atribuían a los operarios. No obstante, el nuevo virrey, Bucareli, convenció a la Corona de la necesidad de que este antiguo sistema subsistiera y de que se formaran unas nuevas Ordenanzas que regulasen todo lo relacionado con la minería. Expuso al Monarca la conveniencia de que Romero de Terrero continuara explotando las minas del Real del Monte, porque sería imposible encontrar otra persona con capital que quisiera asumir ese riesgo, y mucho menos si, con el tiempo, dividiese la fortuna entre sus numerosos hijos.
Bucarelli exhortó al minero a volver a sus yacimientos, ya que la Veta Vizcaína estaba en peligro de inundarse, no obstante, éste siguió sintiéndose una víctima de sus operarios y del gobierno y continuó reclamando el castigo para los agentes del conflicto y sus inductores, exigiendo que antes de retomar el control de las minas se facilitara su pueble y laboreo y se asegurara la paz en ese distrito. El virrey mandó publicar un bando con una relación de los nombres de los que de alguna forma habían intervenido en los alborotos para su exilio y se estacionaron tropas en el Real del Monte, quedando confirmado el trabajo indio forzado en la Veta Vizcaína. Romero de Terreros retomó la dirección de sus minas hacia 1775, en las cuales estaba vigente el “partido”, sistema propugnado por sus operarios en aquella dramática huelga de agosto de 1766. Los niveles de producción de sus explotaciones ya no alcanzarían cotas tan altas como anteriormente.
Siguió ofreciendo su ayuda a la administración virreinal prestando a Bucareli 800.000 pesos para solventar algunos imprevistos de la Real Hacienda y otros 150.000 para reforzar la renta del tabaco. Después de un segundo intento y de la intercesión del virrey, Carlos III le autorizó la fundación del Monte de Piedad en 1774. Por todos estos servicios y el de la fundación, obtuvo para sus dos hijos mayores los títulos de marqués de San Cristóbal y de San Francisco (1777). Contribuyó a la modernización de la Armada Real donando un buque de guerra de caoba de tres puentes y ochenta cañones construido en los arsenales de La Habana al que denominaría Nuestra Señora de Regla, alias El Terreros y, ante la carestía de víveres en la expedición de Panzacola (1780), durante la declaración de guerra de España a Inglaterra, cedió al virrey Martín de Mayorga 3000 cargas de trigo.
Murió en su hacienda de San Miguel, dejando una inmensa fortuna a sus herederos repartida en tres mayorazgos, correspondiendo al primero de ellos el condado de Regla, las minas de la Veta Vizcaína, refinerías y las mejores haciendas expropiadas a los jesuitas.
Legó a la Iglesia más de 250.000 pesos. Fue enterrado con hábito franciscano en el altar mayor del Convento de San Francisco de Pachuca. Había ingresado en 1773 en la Real Sociedad Bascongada de México en calidad de socio benemérito.
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Ascensión Baeza Martín