Teodoro Trivulzio, Gian Giacomo. Conde de Melzo (IV), en Italia. Milán (Italia), 1597 – Paola, Cosenza (Italia), 3.VIII.1656. Virrey y gobernador del Milanesado.
Era el mayor de los cuatro hijos de Carlo Emmanuele Teodoro Trivulzio, III conde de Melzo, y de su esposa Catalina Gonzaga. Al igual que hiciera su padre, sirvió en la Corona española haciendo gala de un compromiso inquebrantable, llegando incluso a españolizar su nombre como reconocimiento de ese compromiso y a ser conocido como Juan Jacobo Teodoro Trivulzio.
Es probable que desde edad temprana pretendiera dedicarse a la vida religiosa, pero que los fallecimientos de sus dos hermanos menores, Girolamo y Alfonso, siendo aún niños, le hicieran renunciar a colmar su ambición (o más exactamente a posponerla) hasta haber asegurado su propia línea de sucesión con el nacimiento de un hijo, Ercole Teodoro, en 1620.
En realidad, cuando tomó los votos al comienzo de la década de 1620 se vio obligado a renunciar a un estatus social ciertamente elevado, dado que en ese momento ya era no sólo IV conde de Melzo sino también príncipe del Sacro Imperio Romano. Compensó esta pérdida convirtiéndose en príncipe de la Iglesia y haciéndose con un puesto de cardenal en 1629, y quizá también manteniendo decididamente el estilo de vida espléndido y algo libertino propio de los nobles italianos.
Los Trivulzio eran una familia de la nobleza cuyos orígenes se remontaban al siglo vii. A finales del siglo xvi eran considerados patricios de Milán y poseían tierras en Tortona, Lodi, Cremona, y en Mesocco y el valle de Mesolcina. Como el profesor Signorotto ha señalado, sus tierras eran “indispensables” para la defensa de los milaneses y, por lo tanto, era inevitable que se vieran envueltos en los conflictos del norte de Italia entre los Valois franceses y los Habsburgo españoles.
Se comprometieron de manera meticulosa con el bando vencedor. A finales del siglo xv, aliados los Trivulzio por aquel entonces con el Rey de Francia, su antepasado Juan Jacobo (1441-1518) estuvo al mando de los ejércitos franceses que invadieron Italia en 1499, mientras que Teodoro (1454-1531) luchó junto a Francisco I en Pavía y después condujo de vuelta a casa al ejército francés derrotado en 1526 tras la captura del Rey. Sin embargo, el triunfo de Carlos V en Milán en la etapa de 1535-1540 —y especialmente la investidura del ducado milanés a su hijo, el futuro Felipe II— forzó a la familia Trivulzio a transferir su lealtad: durante el período Habsburgo restante, los Trivulzio se comprometieron con el servicio a la Corona española y, por extensión, con el linaje de los Austrias.
El conde Carlo Emmanuele Teodoro Trivulzio sirvió a Felipe II y Felipe III con distinción en la guerra en Flandes, llegando a ser coronel de Infantería en la Armada de Flandes. Murió el 16 de octubre de 1605 por las heridas que recibió en la batalla de Mülheim: como reconocimiento a su eminencia fue agasajado en su lecho de muerte con una visita de Ambrosio Spínola —un ejemplo temprano de la cortesía que distinguió al gran general—. A la edad de sólo siete u ocho años, por lo tanto, Juan Jacobo heredó el condado de Melzo y los señoríos de la familia en Italia.
La Corona española reconoció la importancia de los Trivulzio y estableció un vínculo con la familia cuando, en 1606, se les consideró merecedores de ingresar en la Orden Militar española de Santiago. Fue entonces cuando Gian Giacomo adoptó la versión española de su nombre (Juan Jacobo) como símbolo de su lealtad a España. Más adelante, el rey Felipe III consolidó la alianza mediante la aprobación de un matrimonio doble para los Trivulzio con la casa Grimaldi de Mónaco: el 10 de octubre de 1615, Juan Jacobo se casó en Milán con Giovanna Maria Grimaldi, la mayor de los hijos de Ercole I de Mónaco; y, el 13 de marzo de 1616, su hermana Ippolita (1600-1638) se casó con Onorato II Grimaldi, el primer príncipe de Mónaco. Giovanna Maria dio a su esposo dos hijos: Ottavia (1618) y Ercole Teodoro (1620). Por desgracia, el nacimiento de este hijo le costó la vida a Giovanna; murió durante el parto, o inmediatamente después de que éste se produjera, en diciembre de 1620. Al quedarse viudo a los veintitrés años, Juan Jacobo decidió no volver a casarse nunca.
Aunque Juan Jacobo Teodoro Trivulzio sólo tenía un hijo que perpetuara su estirpe, antes de que transcurrieran cinco años de la muerte de su mujer ya había tomado la determinación de dedicarse a la vida religiosa. La decisión fue tanto más sorprendente cuanto que en 1622 lo habían ascendido a la dignidad de príncipe del Sacro Imperio Romano, con lo que pasó a ostentar la titularidad de Musocco, una ciudad próxima a Milán. En ese momento, se duplicó su compromiso y el de su familia con la casa de Habsburgo, y Juan Jacobo transfirió sus responsabilidades familiares —incluido el principado imperial— a su hijo. Trivulzio fue ordenado sacerdote en una fecha que se desconoce, a principios de la década de 1620, para después ser nombrado obispo en 1625. Un año después, en 1626, alcanzó el rango de protonotario apostólico participantium y luchó con ahínco por el ascenso a cardenal. También en esto estaba siguiendo la tradición familiar, pues tres miembros de su familia habían sido cardenales: Scaramuccia y Agostino, en 1517, y Antonio, en 1557. En un primer momento, el papa Urbano VIII se mostró reticente, pero en el consistorio del 19 de noviembre de 1629 ascendió a Juan Jacobo al cargo de cardenal y el 17 de diciembre le otorgó el diaconato de San Cesareo in Palatio. A lo largo de los siguientes años, Trivulzio se fue trasladando sucesivamente a una serie de diaconatos más prósperos: San Nicola in Carcere y, más adelante, San Angelo in Pescheria (1644), San Eustachio (1652), Santa Maria in Via Lata (1653) y Santa Maria del Popolo (1655).
Puede que la reticencia de Urbano VIII a elevar a Juan Jacobo al rango de cardenal fuese debida a la preocupación del Papa sobre el compromiso inquebrantable de Trivulzio con la Corona de España (así como sobre la práctica de un estilo de vida particularmente secular, todo sea dicho). En efecto, en agosto de 1632 Trivulzio aseguró a Felipe IV que tanto él como su familia eran “sus muy humildes seruidores y fidelíssimos vasallos” (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 20 de agosto de 1632). Tres meses después, el duque de Feria, gobernador de Milán, escribió al Rey con gran admiración acerca de “los muchos y buenos officios que el Cardenal interpone en seruicio de Vuestra Majestad en todas las occasiones que se offrecen en este estado” (duque de Feria a Felipe IV, Milán, 9 de noviembre de 1632).
Una vez quedó reafirmada la lealtad de Trivulzio hacia el Rey, Felipe IV estableció unos lazos más estrechos con el cardenal dotando a su hijo, Ercole Teodoro, con una de las dignidades más preciadas que le podía ofrecer: el Toisón de Oro (1634).
No fue casualidad que Felipe IV se asegurara la lealtad de los Trivulzio en el preciso instante en el que Francia se disponía a declararle la guerra a España, pues así quedaba completamente garantizada la seguridad de Milán de cara a la gran guerra que estaba a punto de comenzar. El cardenal Trivulzio, según lo previsto, dirigió en Italia, entre 1634 y 1637, campañas militares que pasaron a la historia por su extrema crudeza. En enero de 1637, el papa Urbano VIII inició un proceso contra Juan Jacobo por haber introducido a las tropas en las tierras de la Iglesia, y la Curia llegó incluso a debatir si se podía destituir de su cargo a un cardenal por usar las armas para defender a un príncipe que no fuera el propio Papa.
Sin embargo, Urbano VIII no se atrevió a ir más allá en su ataque al representante del Rey de España.
Es más, tal era la confianza que Felipe IV tenía depositada en Trivulzio que, cuando el marqués de Leganés tuvo que abandonar su puesto de virrey y capitán general de Milán en 1639, el Rey le concedió a Juan Jacobo la responsabilidad del gobierno de la ciudad temporalmente (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 1 de mayo de 1639). A principios de 1640, el Consejo de Estado de España llegó incluso a plantearse seriamente la posibilidad de enviar a Trivulzio a los Países Bajos para servir bajo el mando del cardenalinfante Fernando, pero finalmente no lo hizo porque decidió que Juan Jacobo era más necesario en Italia (y quizá también porque se pensó que Fernando y él no iban a ser capaces de trabajar juntos en Bruselas) (consultas del Consejo de Estado, 2 de marzo de 1640 y 7 de abril de 1640).
Cuando el conde de Siruela accedió al virreinato de Milán en 1640, Trivulzio quedó a cargo de las fuerzas armadas estatales; de hecho, en 1641 lo honraron de manera oficial con el título de “gobernador de armas” y le encargaron la defensa de Alejandría. Juan Jacobo era plenamente consciente del honor que le había sido concedido por Felipe IV (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 7 y 23 de febrero de 1641). Sin embargo, la dureza con la que Trivulzio llevaba a cabo sus obligaciones irritó de tal manera a la ciudad de Milán que terminaron por escribir a Felipe IV el 31 de julio de 1642 para pedirle su retirada. El cardenal recibió pleno apoyo por parte del Consejo de Estado, que insistió en que no se podía destituir a un ministro del Rey de España a petición de una simple ciudad, y recomendó al Rey “que no es necesario responder a esta carta” (consulta del Consejo de Estado, Zaragoza, 23 de octubre de 1642). No obstante, Felipe IV no podía arriesgarse a perder el favor de una ciudad tan importante como Milán, de modo que optó por aplicar la medida diplomática de enviar a Trivulzio de vuelta a España como asesor.
Felipe IV reafirmó entonces su más absoluta confianza en el cardenal Trivulzio al concederle el honor, nunca antes otorgado a un extranjero, de ostentar el virreinato de la Corona de Aragón y prometerle la concesión del tratamiento de “grandeza”. Sin embargo, quedó demostrado de nuevo que Trivulzio estaba hecho más para las exigencias de la guerra que para las del gobierno; tan violento era el modo en que gobernaba en Aragón que, en septiembre de 1643, la Corona de Aragón pidió a Felipe IV que lo destituyera del cargo [Cartas Jesuitas, Madrid, 29 de septiembre de 1643, en Memorial Histórico Español (MHE), t. xvii : 263]. Una vez más, Felipe IV, muy a su pesar, se vio obligado a ceder: en pleno comienzo de los levantamientos en Portugal y Cataluña, no podía arriesgarse a tener el Reino de Aragón en su contra.
En consecuencia, Trivulzio volvió a la Corte una vez más: besó las manos del Rey y la Reina el 23 de diciembre de 1643. Causó muy buena impresión en la Corte; un observador del Reino lo describió como una “persona de linda presencia, vivo y de grande ingenio, y se echa de ver en su persona que es hombre de valor” (Cartas Jesuitas, Madrid, 29 de diciembre de 1643, en MHE, t. xvi: 406). No quedó duda del reconocimiento de su estatus cuando fue elegido para un Consejo de Estado, al tiempo que su hijo recibía el tratamiento de “grandeza”, tal y como se le había prometido (Cartas Jesuitas, Madrid, 1 de marzo de 1644, en MHE, t. xvi: 466).
Trivulzio fue miembro del Consejo de Estado de manera regular entre el 22 de febrero y el 15 de abril de 1644, pero en esa fecha fue enviado precipitadamente de vuelta a Italia con motivo de la preparación de un nuevo cónclave papal, con tanta urgencia que ni siquiera tuvo tiempo para solicitar un carruaje. Urbano VIII murió el 29 de julio de 1644, y Trivulzio fue uno de los cincuenta y tres cardenales que, el 15 de septiembre, elegirían al cardenal Giovanni Battista Pamphili como el papa Inocencio X. La elección de Pamphili supuso una victoria para Trivulzio y los partidarios españoles, puesto que adelantaron el consistorio de manera tan rápida que a los franceses no les dio tiempo de presentar su veto a Pamphili, del que temían que fuera pro español.
A Trivulzio se le volvió a poner al mando del Ejército en la Armada de Lombardía. Sin embargo, a lo largo de 1647 el poder de la Corona española en el Reino de Sicilia sufrió una grave crisis y, en diciembre de ese año, Juan Jacobo fue enviado allí para remediar la situación. Pedro Fajardo, marqués de Los Vélez y virrey de Sicilia, había demostrado no estar a la altura en la tarea que le había sido encomendada y no supo mantener el orden cuando, en julio de 1647, Guiseppe Alessio guió la sublevación de la ciudad de Palermo en protesta por los precios de los cereales; de hecho, el marqués de Los Vélez huyó de la capital y, aunque llegó a recuperar su rango, murió el 3 de noviembre de ese año. El gobierno de un reino que constituía una pieza clave para la Monarquía española estaba sumido en el caos y, con una flota francesa anclada en Nápoles y en disposición de intervenir, Felipe IV volvió a acudir a Trivulzio, al que envió a Sicilia como lugarteniente y capitán general y en calidad de virrey provisional para reestablecer el orden real en la agitada isla.
La misión le venía como anillo al dedo al cardenal Trivulzio y la cumplió con una economía de esfuerzos admirable. La ciudad de Palermo insistió repetidas veces en que se reconociera al marqués de Montealegre, al que Los Vélez había nombrado sucesor provisional, pero Trivulzio se apresuró a imponer su propia autoridad poniendo al descubierto la revuelta en Palermo y torturando y ejecutando a los líderes responsables a pocas horas de que fueran arrestados. El cardenal organizó a sus hombres con gran prontitud, introdujo a las tropas dentro de la ciudad y forzó la rendición de los puestos fortificados ocupados por los rebeldes.
Haciendo caso omiso de los requerimientos de sus “plebeyos” oponentes, no se preocupó lo más mínimo por su propio estatus. En el transcurso de un año había conseguido exterminar la revuelta popular, recaudar las deudas fiscales que acumulaban los magnates e instaurar nuevos impuestos. Trivulzio, en su mejor acto de servicio a la Corona de España, aseguró el Reino de Sicilia y propició una situación que hizo posible que el hermanastro ilegítimo del Rey, Juan José de Austria, le sucediera como virrey de Sicilia y acabara concediendo clemencia a algunos rebeldes. El virreinato de Cerdeña, al que Trivulzio fue trasladado, supuso una exigua recompensa, pero el cardenal permaneció allí durante casi dos años (de 1649 a 1651).
En 1653 a Trivulzio se le ofreció un puesto mucho más acorde a su talento y experiencia, como embajador en Roma. Probablemente, volvieron a enviarle a Roma anticipándose al inminente fallecimiento del Pontífice. No obstante, Juan Jacobo tuvo tiempo suficiente para pelearse con Inocencio X; se comentaba sobre él que “está en Roma con poca estimación y sin amigos, y el Papa poco satisfecho de su proceder’ (Biblioteca Nacional de España, 2384). De hecho, se sabe que Inocencio X había declarado que prefería satisfacer “al Turco” antes que al Rey de España.
Después de la muerte del papa Inocencio X (el 7 de enero de 1655), Trivulzio desempeñó un papel esencial en el largo cónclave (del 18 de enero al 7 de abril) que acabó eligiendo al cardenal Favio Chigi como el papa Alejandro VII. Incluso sus propios enemigos quedaron asombrados por su gestión: el cardenal Du Retz observó que Trivulzio era “le plus capable sujet de sa faction et peut-être de tout le sacré college” (“el súbdito más capaz de su facción y, quizá, de todo el colegio sagrado”) (Paul de Gondi, 1956: 828).
Probablemente, como agradecimiento a los servicios prestados por Juan Jacobo Teodoro Trivulzio, Felipe IV convirtió el condado de Melzo en un marquesado en marzo de 1655. En diciembre de ese mismo año, Felipe IV volvió a nombrar a Trivulzio gobernador provisional de Milán, un trato de favor que el cardenal reconoció como “[una] singular honrra”.
Trivulzio prometió servir el cargo “con mi sangre” (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 16 de febrero de 1656).
Juan Jacobo se entregó de nuevo a la tarea con la vehemencia con la que acostumbraba.
La disciplina dentro de la Armada de Lombardía estaba desapareciendo. Trivulzio promocionó a sus propios hombres descaradamente y los colocó en determinados puestos de la Armada con el objetivo de garantizar la lealtad de la estructura de mando. Una vez más, puso en riesgo su propia honra. En Madrid, el Consejo de Estado comenzó a alarmarse: “Que no ha obseruado, ni guardado la costumbre y estilos antiguos” al nombrar a extranjeros; pero cuando la ciudad de Milán protestó ante el Rey, el Consejo previno de nuevo a Felipe IV: debía apoyar a Trivulzio y no dignarse, si quiera, a responder a las críticas que se le hacían (consulta del Consejo de Estado, 9 de agosto de 1656).
Cuando llegó Fuensaldaña, encontró a Trivulzió agotado por los rigores de la campaña para liberar el sitio de Valencia. El cardenal murió en Paola (Cosenza) el 3 de agosto de 1656 (Ercole Teodoro Trivulzio a Felipe IV, Cappuzines de Pavia, 5 de agosto de 1656). Cuando la noticia de su muerte llegó a Madrid, un observador escribió que Trivulzio había sido un “ministro que estimaba mucho el Rey” y, a todas luces, parece una opinión bastante acertada (Barrionuevo de Peralta, 1968-1969: 310). Fue enterrado en la capilla de la familia en San Stefano, en Milán.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Estado, 2158, fol. 1 (consulta del Consejo de Estado, 2 de marzo de 1640); fol. 130 (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 7 de febrero de 1641); fol. 174 (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 23 de febrero de 1641); Estado 3373, fol. 17 (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 16 de febrero de 1656); fol. 94 (consulta del Consejo de Estado, 9 de agosto de 1656); fol. 144 (Hercule Teodoro Trivulzio a Felipe IV, Cappuzines de Pavia, 5 de agosto de 1656); Estado 3675, fol. 103 (consulta del Consejo de Estado, 23 de octubre de 1642); Estado, 3831, fol. 252 (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 20 de agosto de 1632); fol. 250 (duque de Feria a Felipe IV, Milán, 9 de noviembre de 1632); Estado 3843, fol. 259 (Trivulzio a Felipe IV, Milán, 1 de mayo de 1639); Estado 3860 (consulta del Consejo de Estado, 7 de abril de 1640); Biblioteca Nacional de España, Sección de Manuscritos, 2348, fol. 220 (Memoria de los Cardenales que hoy viven, cuyas creaturas son, de qué nación y lugar, su nacimiento, su edad, sus parientes... y a qué corona o príncipe se inclinan, en Roma 7 de mayo de 1654); 2348, fol. 392 (Relación de la rota, qve el Eminentísimo señor Cardenal Trivulzio, Gouernador del Estado de Milan por su Magestad, ha dado con sus Reales Armas, à las del Rey de Francia, y Duque de Modena en Fontana Santa en 7 de Iunio deste año 1656...).
G. Brusoni, Dell’istoria d’Italia [...] Dall’anno 1625 sino al 1660’, Torino, B. Zappata, 1680; Cartas de algunos padres de la Compañía de Jesus, en Memorial histórico español: colección de documentos, opúsculos y antigüedades que publica la Real Academia de ha Historia, ts. xvi -xvi , Madrid, Imprenta Nacional, 1863-1864; J. F. Paul de Gondi, cardenal de Retz, Memoires. La Conjuration du Comte Jean-Louis de Fiesque, Paris, Librairie Gallimard, 1956; J. de Barrionuevo de Peralta, Avisos de Don Jerónimo de Barrionuevo, 1654-1658, ed. y est. prelim. de A. Paz y Meliá, Madrid, Atlas, 1968- 1969 (col. Biblioteca de autores españoles), págs. 221-222; H. G. Koenigsberger, “The Revolt of Palermo in 1647”, en Estates and Revolutions. Essays in Early Modern European History, Ithaca-London, Cornell University Press, 1971, págs. 253-277; G. Signorotto, Milán español, guerra, instituciones y gobernantes durante el reinado de Felipe IV, Madrid, La Esfera de los Libros, 2006; S. Miranda, The Cardinals of the Holy Roman Church, en
http://www.fiu.ed/~mirandas/cardinals.htm.
Patrick Williams