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Manuel Lacunza y Díaz

Biografía

Lacunza y Díaz, Manuel. Santiago de Chile (Chile), 19.VI.1731 – Ímola (Italia), 17.VII.1801. Jesuita (SI) milenarista.

La familia, por parte de padre, era originaria de Navarra, y por el lado de la madre, castellana y montañesa.

Gozaba de una holgada situación económica, producto de la actividad comercial de la rama Díaz Durán, que se especializó en los intercambios con Lima y en el arrendamiento de las alcabalas y almojarifazgos.

Carlos, el padre de Manuel, era viudo, escribano de un navío y sin bienes, por lo que nada aportó al matrimonio con Josefa Díaz, que sí contribuyó con una dote de 3.000 pesos. Al año siguiente del matrimonio, el abuelo incorporó a su yerno en los negocios, constituyendo una sociedad en la que este tendría una participación de un tercio en las ganancias y pérdidas, aunque su aporte se limitaba solo a 800 pesos.

La familia vivió siempre en la casa de los abuelos, cuyo frente daba a la plazuela de la Compañía, donde se encontraba el Colegio Máximo de San Miguel, en pleno centro de la ciudad. El padre de Manuel falleció cuando éste acababa de cumplir los diez años, pero dejó la hacienda familiar en buen estado, ya que la viuda calculó que de la liquidación de la sociedad debían quedarle a su favor 8.000 pesos.

El niño Manuel, después de aprender las primeras letras y sintaxis latina, ya de diez años (1741), fue enviado interno al convictorio de San Francisco Javier, que quedaba contiguo a su casa. Allí estudió Filosofía y obtuvo el título de maestro que correspondía al grado mayor que otorgaba en esa disciplina la Universidad de la Orden; continuó con los estudios de la Teología, pero los suspendió para ingresar en los jesuitas (1747), a los dieciséis años de edad. Realizó el noviciado, que duraba dos años, en la casa San Francisco de Borja, al cabo del cual hizo los primeros votos. Después pasó por las diferentes etapas de formación que contemplaba la Orden; así, estuvo un tiempo en el seminario y retomó los estudios de Teología, para hacer con posterioridad la tercera probación, que corresponde a un segundo noviciado propio de las órdenes regulares y que en la Compañía de Jesús se realizaba una vez que se había ordenado sacerdote; sin embargo, en el caso de Lacunza la hizo con anterioridad, por no tener la edad suficiente para la ordenación, que se le confirió a los veinticuatro años (1755).

A partir de ese momento cumplió diversas funciones en los colegios y casas de la Compañía. Durante un tiempo desempeñó el puesto de maestro de Gramática en el Colegio Máximo. Luego efectuó labores propias del ministerio sacerdotal en el noviciado de Bucalemu, para volver a continuación al Colegio Máximo como prefecto de la Escuela de Cristo, que correspondía a unos encuentros de espiritualidad abiertos a todos los fieles y que se realizaban tres días a la semana. También dio misiones en las zonas rurales aledañas a Santiago y con frecuencia predicaba en la capital, actividad en la que adquirió bastante renombre, al extremo de que sus pláticas fueron muy valoradas por el obispo Alday. En los ratos libres se interesó por el estudio de las Matemáticas, la Geometría y la Astronomía, aunque las carencias bibliográficas y de instrumentos limitaron su aprendizaje. A esas alturas había llegado el momento de su compromiso solemne y definitivo con la Compañía de Jesús, lo que efectivamente aconteció (1766) al hacer la profesión de cuatro votos.

A Chile llegó la orden de extrañamiento de los jesuitas (7 de agosto de 1767) desde Buenos Aires en absoluto secreto y, sin que se filtrara la noticia, se ejecutó el arresto de los miembros la madrugada del 25 de agosto. En el Colegio Máximo fueron reuniéndolos a todos, incluidos los de otras casas. Se instalaron soldados guardando la entrada y se cerró la iglesia al culto público, mientras se esperaba disponer de los barcos necesarios para trasladarlos a Europa. Estos acontecimientos se desarrollaban frente a la casa de la familia de Manuel Lacunza, quien, además, tenía un primo en la Compañía que en ese momento se encontraba en la residencia de Aconcagua. A finales de octubre salieron hacia Valparaíso en un viaje que duró ocho días.

Allí, algunos fueron embarcados en un navío que realizó un viaje directo a España por el cabo de Hornos, y otros, entre los que se encontraba Lacunza, junto a setenta y ocho compañeros, fueron llevados a Callao, adonde llegaron después de quince días de navegación (9 de marzo de 1768). Dos meses después, cuarenta y ocho de ellos, Lacunza y su primo incluidos, salieron con destino a El Puerto de Santa María en un viaje que duró cuatro meses. Ése era el punto de reunión establecido por el Monarca y allí permanecieron algún tiempo a la espera de transporte para la última etapa del viaje, que en lo que respecta a Lacunza se concretó (19 de febrero de 1769) en un barco sueco que, en veinticuatro días, llevó a doscientos cuarenta jesuitas hasta Italia.

Después de pasar por varias ciudades, el grupo de chilenos y españoles fue instalado en Ímola, en diversas casas, donde pudo subsistir con una pensión real y mantener una vida comunitaria hasta la supresión de la Compañía (1773). A partir de ese momento la existencia se les complicó todavía más, pues se les obligó a dejar el hábito jesuita y a vestir como clérigos, se les prohibió vivir en comunidad y en las casas en las que se alojaban no podían juntarse más de tres expulsos.

En ese ambiente depresivo, afectado por el extrañamiento, lejos de los suyos y de su entorno, con estrecheces económicas, en un país y ciudad en la que siempre fue considerado un extranjero, vigilado por los representantes españoles, y la Compañía perseguida con éxito por sus enemigos, Lacunza comenzó (1775) a escribir La Venida del Mesías en gloria y majestad, que le llevó quince años. Primero elaboró una versión resumida, que llegó a circular incluso en América, donde tuvo bastante repercusión, generando intensa polémica en Buenos Aires. Durante varios años circularon por Italia y España numerosas copias manuscritas de la obra, que no dejaban a ningún lector indiferente. Había quienes la rechazaban de manera categórica y consideraban a Lacunza un “iluso, visionario y hereje”, mientras otros lo veían como un excelente teólogo y gran filósofo y elogiaban la obra.

Mucho tiempo dedicó Lacunza a contestar las objeciones y críticas que le llegaban, al punto de que fue la ocupación principal que tuvo los últimos años de su vida. Ya muy mayor, con bastantes problemas de salud, sin recursos, había finalmente abandonado toda esperanza de regreso a Chile. Mientras realizaba uno de sus acostumbrados paseos diarios, nocturnos en la época del buen tiempo, lo sorprendió repentinamente la muerte a orillas de un pequeño río en las afueras de Ímola (17 de junio de 1801).

La primera edición del libro fue efectuada en la Isla de León (1811) y la segunda, una reimpresión de la anterior, se hizo, al parecer, en Valencia (1812). Luego se sucedieron: una de Londres (1816), en castellano; una siguiente en México (1825); una en París, en ese mismo año y otra en Londres (1826). La Inquisición española (15 de enero de 1819) expidió un edicto mandándola recoger y pocos años después (1824) la Sagrada Congregación del Santo Oficio de Roma la incluyó en el Índice de libros prohibidos. La interpretación literal de las Escrituras que llevó a Lacunza a sostener que Cristo reinará en la tierra por mil años antes de la resurrección general; que existirá una doble resurrección, una parcial con la venida del Mesías y una general al fin del mundo, y el defender otra serie de puntos de las Sagradas Escrituras de forma diversa “del que les da el unánime consentimiento de los padres y doctores católicos”, fueron algunas de las objeciones que se consideraron para prohibir la obra del jesuita chileno.

 

Obras de ~: La Venida del Mesías en gloria y majestad, London, R. Ackermann, Strand, 1826 (selecc., prefacio y notas de M. Góngora, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, s. f.; ed. de A. Nordenflicht, Tercera parte de la venida del Mesías en gloria y majestad, Madrid, Editora Nacional, 1978).

 

Bibl.: J. I. V. Eyzaguirre, Historia eclesiástica, política y literaria de Chile, Valparaíso, Imprenta del Comercio, 1850; F. Henrich, Historia de la Compañía de Jesús en Chile, Barcelona, Francisco Rosal, 1891; M. R. Urzúa, “El R. P. Manuel Lacunza (1731-1801)”, en Revista Chilena de Historia y Geografía (RCHG), t. XI-XII (1914), págs. 273-306 y 129- 151; Las doctrinas del P. Manuel Lacunza contenidas en su obra La venida del Mesías en gloria y majestad, Santiago de Chile, Universo, 1917; E. Vaïsse, “El Lacunzismo: sus antecedentes históricos y su evolución”, en Revista Chilena, IV (1917), págs. 398-414; F. Mateos (SI), “El padre Manuel Lacunza y el milenarismo”, en RCHG, 115 (1950), págs. 134-161; R. Donoso, “La prohibición del libro del Padre Lacunza”, en RCHG, 135 (1967), págs. 110-147; A. F. Vaucher, Une célébrité oubliée. Le P. Manuel de Lacunza y Diaz (1731- 1801), Collonges-sous-Salève (Francia), Imprimerie FIDES, 1968; M. Góngora, “Aspectos de la Ilustración Católica en el pensamiento y la vida eclesiástica chilena (1770-1814)”, y W. Hanish Espíndola, “El padre Manuel Lacunza (1731- 1801). Su hogar, su vida y la censura española”, en Historia (Pontificia Universidad Católica de Chile), 8 (1969), págs. 43- 73 y págs. 157-234, respect.; W. Hanish Espíndola, “Manuel Lacunza y el milenarismo”, en Archivum Historicum Societatis Iesu, XI (1971), págs. 496-511; J. Arteaga, “Temas apocalípticos y lacunzismo: 1880-1918”, en Anales de la Facultad de Teología (AFT) (Pontificia Universidad Católica de Chile), XXXIX (1988), págs. 209-224; F. Parra, “El reino que ha de venir: Historia y esperanza en la obra de Manuel Lacunza”, en AFT, XLIV (1991); Ch. E. O ’Neill y J. M.ª Domínguez (dirs.), Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús. Biográfico- Temático, Roma-Madrid, Institutum Historicum Societatis Iesu-Universidad Ponficia Comillas, 2001; A. de Zaballa, “La venida del Mesías de Manuel Lacunza. Primeras ediciones y críticas”, R. Millar, “La recepción de Lacunza en Chile”, y J. I. Saranyana, “El milenarismo lacunciano y la teología de la liberación”, en Anuario de Historia de la Iglesia (Universidad de Navarra), XI (2002), págs. 115-127, págs. 129-140 y págs. 141-149, respect.; F. Parra, “Historia y escatología en Manuel Lacunza. La temporalidad a través del milenarismo lacunziano”, en Teología y Vida, XLIV (2003), págs. 167-183.

 

René Millar Carvacho

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