Calatayud, Pedro Antonio de. Tafalla (Navarra), 1.VIII.1689 – Bolonia (Italia), 27.II.1773. Jesuita (SI) expulso, profesor, misionero y escritor.
Nació en Tafalla en 1689. Tras estudiar Latinidad y Retórica en su localidad natal pasó a Pamplona, donde oyó la Filosofía al jesuita Fernando Luzuriaga (se conserva manuscrita su Lógica en la biblioteca de la Universidad de Salamanca), “maestro de tierna y perpetua memoria para el discípulo Calatayud, que aún en su vejez la conservaba con elogios de la virtud de su maestro” (Hervás).
Estudió, después, la Jurisprudencia en la Universidad de Alcalá y, habiendo significado a su padre su particular inclinación a las ciencias sagradas, volvió a Pamplona, donde empezó a estudiar la Teología y, el 31 de octubre 1710, fue recibido entre los jesuitas de la provincia de Castilla, en Pamplona. Hecho el noviciado en Villagarcía, cursó la Filosofía en Palencia, la Teología en Salamanca, donde enseñó Filosofía (1718-1721). Habiendo recibido el orden sacerdotal en Ciudad Rodrigo (Salamanca), en febrero de 1718, pidió a los superiores ser empleado en las misiones de Indias, mas ellos le negaban esta gracia que ansiosamente deseaba, porque juzgaron que su salud no podría resistir a tan trabajosas misiones.
Ante esta negativa, tuvo que dedicarse a la enseñanza, primero en Medina del Campo como profesor de Retórica y, luego, de Filosofía hasta su destino al Colegio San Ambrosio de Valladolid en enero de 1726, aunque satisfacía su instinto misionero empleando “en los ministerios apostólicos todo el tiempo que le dejaba libre su ocupación”, en la enseñanza de la Filosofía y Teología. Hizo la tercera probación en Valladolid, el 2 de febrero de 1727, circunstancia que aprovechó para suplicar a los superiores ser destinado al ejercicio de la predicación evangélica en misiones populares dentro de España, actividad a la que se entregó en cuerpo y alma durante los siguientes cuarenta años, es decir, desde que en 1728 fue asignado a las mismas hasta la expulsión de la Compañía (1767).
Empezó su ministerio apostólico en el reino de León y después recorrió todas las provincias de España con el orden siguiente, según Hervás. Desde León pasó sucesivamente a evangelizar en Castilla la Vieja, Galicia, Navarra, Vizcaya y sus señorío (aquí tuvo un serio enfrentamiento con la burguesía del puerto de Bilbao por criticar el cobro de intereses y la usura), Murcia, Granada, Valencia, Asturias, Castilla la Vieja, Galicia, Portugal, Castilla la Vieja, Portugal, Aragón, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y Andalucía, desde donde, en 1762, volvió a hacer misiones en Asturias y en Castilla la Vieja. Hervás resalta que Calatayud era llamado, en la mayor parte de las misiones, por los prelados eclesiásticos, incluidos los miembros de las casas reales borbónicas, como el infante cardenal Luis, hermano de Carlos III, para el arzobispado de Toledo, o el arzobispo de Braga y hermano de Juan V, rey de Portugal, o el influyente arzobispo de Sevilla, el cardenal Francisco Solís Folch de Cardona (Salamanca, c. 1705-Roma, 21 de marzo de 1776), baluarte de la postura regalista de los borbones españoles en los sucesivos cónclaves celebrados desde 1756.
El decreto de expulsión de 1767 lo sorprendió, a los setenta y ocho años de edad, siendo uno de los veinticinco sacerdotes del Colegio de San Ignacio de Valladolid, desde donde salió desterrado de España. Pasó a Santander (según E. Gil) o Ferrol (Hervás) para embarcarse hacia el exilio. Tras una estancia de un año en Calvi (Córcega), fue a los Estados Pontificios al pasar Córcega a dominio francés en 1768. Hervás resume los cuatro últimos años de su vida: “Se embarcó en el Ferrol y desembarcó en la infeliz población de Calvi, en Córcega, y de donde, al año, salió y en septiembre del 1768 llegó a los Estados Pontificios. Se estableció en Panzano, aldea entre Modena y Bolonia, y después en esta ciudad, de donde pasó a los eternos reposos, el día 27 de febrero 1773, en opinión de santidad”. Según Andrés Navarrete, empleó los últimos años de su vida en Italia dedicado a “escribir otras muchas obras al fin de su vida, dignas de la luz pública [...] escribiendo hasta el fin de su vida disertaciones sobre la Sagrada Escritura, sobre los libros prohibidos, sobre la autoridad pontificia, y sobre otras materias de religión”.
La figura de Calatayud fue muy respetada por sus compañeros, como demuestra el hecho de que el padre Francisco Javier Idiáquez, líder de los jesuitas castellanos, “ilustrísimo por su muy esclarecido nacimiento ducal y por su ciencia, y más por sus virtudes” (Hervás), escribiese “largamente en Bolonia la vida de Calatayud”, y de ella se sirvió el padre Juan Andrés Navarrete, fuente, a su vez, del artículo de Hervás, quienes terminan la biografía de Calatayud con su inscripción sepulcral, compuesta por el excelente humanista padre José Petisco. En 1793 el padre Luengo lo define como “famosísimo y celosísimo misionero apostólico, conocido en todas las provincias y ciudades de España, muerto en esta ciudad de Bolonia y enterrado con alguna distinción en la iglesia de San Ignacio, que fue noviciado de los jesuitas de esta provincia de Venecia” (Diario, t. XXVII, año 1793, págs. 454-463).
Ante todo, fue un extraordinario misionero popular, pues ya “desde el noviciado el Señor distinguió con particular y abundante gracia al joven Calatayud, que en él [noviciado] emprendió una vida de singular penitencia y meditación” (Hervás). Un predicador favorable a la campaña del padre Isla contra el “gerundismo” y, por lo tanto, bastante diferente a la figura, un poco posterior, de uno de los mayores predicadores de la época, el beato capuchino Diego de Cádiz.
Según Hervás, sus aventuras apostólicas fueron recogidas por el jesuita Juan Carbajosa, compañero de Calatayud en sus misiones, en unas “largas Memorias de las virtudes y trabajos apostólicos de este varón apostólico, y de los prodigios con que el Señor se dignó de autorizar su misión; mas estas Memorias quedaron en España entre otros innumerables manuscritos de los jesuitas”.
Calatayud siguió, en líneas generales, el método iniciado por Jerónimo López (1589-1658) en el siglo XVII, pero lo desarrolló de manera original. El centro de la misión lo formaban los sermones sobre las verdades básicas y las instrucciones catequéticas, dirigidas a lograr una confesión general, como inicio de la reforma de vida individual. Varias ceremonias, que describe en su obra Misiones y Sermones, mantenían durante la misión un clima de fuerte tensión emocional: procesiones de penitencia, reparación por las blasfemias, perdón de las ofensas y “asalto general” o acto de contrición. Con todo esto, lograba éxitos resonantes.
Paralela a la acción misionera, fue su actividad de retiros espirituales al clero para hacer duradero el fruto de las misiones y la creación de Cofradías del Sagrado Corazón. Contrastaba el entusiasmo popular con la oposición que encontró entre el clero ilustrado y las autoridades cívicas, explicable, en parte, por las ideas jansenistas y regalistas de éstos y, en parte también, por las limitaciones de Calatayud. Sensible a la decadencia general, buscaba el remedio en la reforma individual, pero una visión pesimista del hombre le llevaba a reducir prácticamente la vida espiritual a una estrategia contra las continuas asechanzas del mal. Acertó en ver las causas de la decadencia cristiana en el abandono e ignorancia del pueblo, y arbitró medios para erradicarla. Pero dominaba de tal modo, en su imagen de la vida y destinos cristianos, el fin último del hombre, que le impedía concebir una visión dinámica de la vida individual y de la sociedad, tal como se diseñaba en el pensamiento de los ilustrados.
Temperamento exaltado, creía fácilmente en lo maravilloso y se dejaba arrastrar a la polémica.
Guiado y exhortado por Bernardo Francisco de Hoyos y Agustín de Cardaveraz, de quien fue director espiritual durante más de cuarenta años, promovió la devoción al Corazón de Jesús. En la correspondencia que se cruzan se palpa una intensa vida interior, que a veces se expresa en un lenguaje cercano a la sensiblería.
Pese a su intensa actividad pastoral, Calatayud dejó una extensísima obra escrita, casi toda relacionada con su actividad misionera, como se desprende de sus amplios y descriptivos títulos. Hervás (que cita a Calatayud dieciséis veces a lo largo de la Biblioteca jesuítico-española) reseña diecisiete obras impresas entre 1731 y 1764, consciente de no incluirlas todas, pues concluye: “Estas obras impresas he citado según las escasas noticias que, de ellas, se pueden tener en Italia. Es probable que yo no haya citado todas las obras que el apostólico varón Calatayud publicó. Él, no obstante de haber empleado toda su vida en predicar, confesar y asistir espiritualmente a los prójimos, escribió tanto como pueden escribir los literatos de primer orden”.
En efecto, faltan muchos discursos impresos, que predicó en sus constantes viajes apostólicos. Por ejemplo, la Oración fúnebre en las exequias que la S. I. C. de Lugo consagró el día 23 de Abril de 1748 a la V. memoria de su exemplar y digníssimo Prelado el Ilmo. Sr. D. Juan Baptista, Ferrer y Castro. Además, algunas se perdieron o fueron confiscadas en el otoño de 1768 al pasar por Parma, por orden del primer ministro Bernardo Tanucci, en su viaje desde Génova a Bolonia.
Dentro de la monotonía temática del adoctrinamiento (la palabra “doctrina” aparece en muchos títulos) cabe distinguir algunos matices. Por ejemplo, Calatayud tradujo del italiano una obra, que a su vez fue traducida al portugués por orden del serenísimo arzobispo de Braga (Compendio de doctrina cristiana del jesuita Juan Pedro Pinamonti, traducido de italiano en español y añadido). Sus obras fueron reimpresas numerosas veces (por ejemplo, el Catecismo práctico y muy útil o Incendios de amor sagrado, de la que, por lo menos, hay ocho ediciones en el espacio de treinta años [1734-1764]), y en ellas hay pasajes con bastante interés sobre las costumbres de la época, como sobre la clerecía, en la “plática segunda” del libro Juicio de los sacerdotes, que lleva el expresivo título de “Desorden con que regularmente se vive en el Estado Sacerdotal”.
No desdeñaba tocar temas cotidianos, como en la obra Sobre conferir los beneficios eclesiásticos, o en los Tratados y doctrinas prácticas, sobre ventas y compras de las lanas merinas y otros géneros; y sobre el juego de naypes, y dados, con un suplemento de veinte y seis contratos. Hoy, quizá, su obra más interesante desde el punto de vista ideológico sea Magisterio de la fe y de la razón (1761).
Resumiendo, Pedro de Calatayud fue el misionero interior por excelencia del siglo XVIII, elogiado por intelectuales de la talla de José Petisco y Benito Jerónimo Feijoo. A partir de 1733, recorrió gran parte de España en misiones, difundiendo la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. A pesar de su constante labor pastoral, fue un escritor muy prolífico, con 39 obras publicadas y cientos de manuscritos (cerca de 300, según algunos estudiosos), muchos de ellos para sus sermones, donde reproduce frecuentemente textos ajenos. Con sus misiones populares, uno de los acontecimientos espirituales más importantes de la religiosidad del Antiguo Régimen, aspiraba a conseguir un cambio de vida y costumbres de todos aquellos que eran considerados miembros de la Iglesia. Fueron los jesuitas y los capuchinos (fray Diego José de Cádiz, 1743-1801) las órdenes religiosas más frecuentes en estas prácticas. Calatayud introdujo novedades y perfeccionó el método de las misiones interiores, otorgando un considerable poder a la palabra predicada desde el púlpito.
Obras de ~: Compendio doctrinal muy útil para explicar y saber la Doctrina Christiana. Escrito por el P. Pedro de Pinamonti, Pamplona, 1731; Consultas y Correspondencia, 1732-1758 [Biblioteca Nacional de España (BNE), ms. 5809]; Incendios de amor sagrado. Respiración ardorosa de las almas devotas con el Corazón de Jesús, su enamorado, y méthodo de fundar las congregaciones del mismo Sagrado Corazón, Murcia, 1734; Sentencias varias, sacadas de los Prophetas y de los Libros de la Sagrada Escritura para entrar predicando por las calles con Crucifixo en mano, en los pueblos adonde se va a Missión, y para la noche en que se ha de hacer el acto de Contrición por las Calles. Las quales irán los Predicadores derramando con oportunidad, y las que mejor les armen o tengan por más convenientes. Pueden también servir para la procesión de penitencia, las que inclinaren a lo más tierno y afectuoso. Dispónense por el Abecedario, en quatro partes, y a cada una se añaden varias Saetillas y Comminaciones, con un Acto de Contrición, para cuando se recogiere el auditorio y concurso en alguna plaza o Templo, o para quando se acavase, Murcia, 1734; Práctica de la vida dulce y racional del Christiano, Valencia, 1734; Corona de doce Estrellas, Sevilla, 1734; Juicio de los sacerdotes. Doctrina práctica y anatomía de sus conciencias. Dispuesta en seis pláticas que suele hacer al gremio ecclesiástico en sus Missiones y una instrucción que da a un Ilustrísimo Señor Obispo, Valencia, 1736; Gemidos del corazón contrito y humillado, Salamanca, 1736; Doctrinas prácticas, Valencia, 1737- 1739, 2 vols.; Opúsculos y doctrinas prácticas, Logroño, 1744; Meditaciones breves y prácticas de los Novísimos y misterios del Salvador, Pamplona, 1746; Cathecismo práctico y mui útil para la instrucción y enseñanza fácil de los fieles y para el uso y alivio de los Señores Párrochos y Sacerdotes, Valladolid, 1747; Exercicios espirituales para los eclesiásticos y ordenandos, dispuestos con diez doctrinas practicas y con ocho pláticas para mañana y tarde. Añádese al fin una Doctrina práctica de el modo fácil para que los Confessores puedan con expedición recibir las confessiones generales de los penitentes, Valladolid, 1748; Oración fúnebre en las exequias que la S. I. C. de Lugo consagró el día 23 de Abril de 1748 a la V. memoria de su exemplar, y digníssimo Prelado el Illmo. Sr. D. Juan Baptista Ferrer y Castro, Valladolid, 1748; Méthodo práctico y doctrinal [...] para la instrucción de las religiosas, Valladolid, 1749; Meditaciones sobre los Novísimos del hombre y los misterios de N. S. Jesucristo y de la Virgen María, Zaragoza, 1752; Missiones y Sermones, Madrid, 1754, 2 vols.; Resumen de la Vida y costumbres del Excmo. Sr. Duque de Granada de Ega (Excmo Señor D. Antonio Idiáquez), Pamplona, 1756; Moral anathomía del hombre, Sevilla, 1758; Modo práctico y fácil de hacer una Confessión General, ora sea de consejo, ora de obligación, nuevamente aumentado por el Padre ~, Maestro de Escriptura y Misionero Apostólico de la Compañía de Jesús. Assí para alivio de los confessores en expedir las confessiones generales, como de los penitentes en examinarse y hacerla, Villagarcía, 1760; El Magisterio de la Fe y de la Razón, a que debe reducirse el hombre, con la dócil y humilde sumissión de su juicio y voluntad a las máximas de la Fe divina y humana, y a los preceptos y consejos de la Ley de Christo, con que se confunde y convence de torcida y propietaria la Crítica de los Incrédulos y Novadores, y la libertad de opinar en materia de Fe e indiferentes. Obra útil para aquietarse el entendimiento en las verdades y mysterios que son sobre la razón natural, y complacerse la voluntad en seguimiento y observancia de la Ley pura e inmaculada, Sevilla, 1761 (BNE, ms. 5797); Tratados y doctrinas prácticas sobre ventas y compras de las lanas merinas y otros géneros; y sobre el juego de naypes, y dados, con un suplemento de veinte y seis contratos, Toledo, 1761; Tratado sobre la Provincia jesuítica del Paraguay y Tratados y Disertaciones polémicas, s. f. [Archivo Histórico de Loyola (AHL)]; Practica Dissertatio de sacro regimine Dioecesum, s. f. (BNE, mss. 4480, 6005, 6039); Noticia de mis misiones desde el año 1718 hasta el de 1730 (BNE, ms. 5838); Apuntamientos doctrinales y sermones, s. f. (BNE, mss. 4503, 5587, 5844, 6313); Memoria sobre colegios de jesuitas en Nueva España, s. f. (BNE, ms. 6323).
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Antonio Astorgano Abajo