Isla, José Francisco de. El padre Isla. Vidanes (León), 25.IV.1703 – Bolonia (Italia), 2.XI.1781. Jesuita (SI) expulso, novelista y polígrafo.
Sus padres fueron José de Isla Pis de la Torre, empleado en los dominios del conde de Altamira, y Ambrosia Rojo, fallecida en 1724, año en el que su padre estaba ocupando el cargo de juez de hijosdalgo en Ortigueira, villa al norte de La Coruña. El jesuita Isla fue hijo único por parte de madre. José de Isla, padre, como administrador del señorío de Rivesla, residía en Vidanes al nacer su primogénito. Transcurrido no mucho tiempo, tomó la residencia en Valderas (León), lugar donde pasó su infancia el novelista; en septiembre de 1716 fue trasladado a Astorga con los cargos de corregidor de la ciudad y juez de los lugares de tal jurisdicción y, finalmente, dos o tres años después, a Galicia. En 1726, José, padre, ya se había establecido en Santiago de Compostela, donde se casó en segundas nupcias con María Rosa Losada, pariente del jesuita padre Luis de Losada (Quiroga, Lugo, 1681-Salamanca, 1748), y de ella tuvo nueve hijos más, de los que merecen ser recordados María Francisca, con la que el novelista mantuvo constante correspondencia, y Ramón (Santiago, 1730-Burgos, 1765), que ingresó en la Compañía en 1747.
Siguiendo los domicilios sucesivos de la familia, el padre Isla cursó la enseñanza secundaria (latinidad) en Valderas (León) con los carmelitas (en cuya Orden pensó entrar, según afirmó él mismo), y con los jesuitas en Monforte y, después, en Santiago. Sus primeros biógrafos dan la noticia, poco creíble, de que a los once años el inteligente y precoz José Francisco recibió el grado de bachiller en Leyes.
Recién cumplidos los dieciséis años, ingresó en la Compañía de Jesús el 29 de abril de 1719 en el colegio de Santiago, de donde pasó a Villagarcía de Campos (Valladolid) a hacer los dos años de noviciado.
De esta época, dice el padre Tolrá, es su primera traducción francesa, una Novena de san Francisco Javier, hasta ahora extraviada. En el trienio de 1721-1724 completó los estudios de Filosofía en Santiago de Compostela, bajo el magisterio de Bartolomé Florencio Torres de Navarra (se conserva en Salamanca el texto de lógica y física copiado por Isla). Después fue trasladado al Real Colegio del Espíritu Santo de Salamanca para realizar sus estudios mayores de Teología (1724-1728), interrumpidos por algunos períodos vacacionales en Villagarcía para descansar y reponerse de su intensa y persistente cefalalgia (Isla siempre fue de poco dormir).
En Salamanca recibió el influjo del escolástico padre Luis de Losada, pariente suyo, profesor de Teología y consumado polemista satírico, con quien colaboró en más de uno de sus sabrosos escritos polémicos y satíricos de la Juventud triunfante (Salamanca, 1927), con motivo de las fiestas de canonización de Luis Gonzaga (Mantua, 1568-Roma, 1591) y Estanislao de Kostka (1550-1568). Desde entonces Isla se dio a conocer entre la juventud universitaria por su habilidad para la poesía satírica, fama que le acompañó toda la vida.
A este período pertenecen, entre otros opúsculos, las veinticuatro Décimas en verso, la Carta en prosa a uno que no entiende de versos y la Carta del tío Francisco para el hermano Mathías (Real Biblioteca), etc., opúsculos todos de fuerte vena satírica y festiva.
Concluidos sus estudios, el 18 de octubre de 1727, fue ordenado de misa en el oratorio privado del palacio episcopal de Salamanca, por el obispo de Salamanca Silvestre García Escalona (Almonacid, Toledo, 1647-Salamanca, 1729).
El primer destino de Isla, ya sacerdote, fue Medina del Campo (Valladolid). Llegó en septiembre de 1728 y estuvo allí durante el curso 1728-1729, dedicado a la enseñanza, como profesor de Gramática y Retórica.
El curso siguiente lo pasó en el colegio de San Ignacio de Valladolid, cumpliendo el último año de su formación religiosa, la llamada tercera probación jesuítica, año que ocupó en ejercicios de devoción y predicación, y en escribir. Allí compuso la Crisis de los Predicadores, de evidente relación con el Fray Gerundio, tradujo un buen número de los sermones del padre Claude de la Colombière (1641-1682), y, al parecer, dio los últimos retoques a la traducción libre (tiempo hacía concluida) de la Histoire du Grand Théodose de Esprit Fléchier (1632-1701). El 15 de agosto concluyó su año de recogimiento, y en septiembre sus superiores le destinaron al colegio-seminario jesuita de San Felipe y Santiago de Segovia, a enseñar Filosofía en el curso de 1731-1732. Estancia fructuosa para Isla, porque en ella inició una serie de importantes relaciones con personajes de la Corte (La Granja de San Ildefonso), que se iban a ampliar, sobre todo, en su segunda estancia en la ciudad, 1739-1743: el académico Agustín Montiano y Luyando, Leopoldo Jerónimo Puig, cofundador del Diario de los Literatos, Zenón Somodevilla, futuro marqués de la Ensenada, etc. En esta ciudad escribió una furibunda sátira contra el médico José de Carmona y Martínez, quien había tenido la mala fortuna de haber tratado, en el invierno de 1731, a una hija del regidor perpetuo de Segovia, de unos sabañones, los que se enconaron; motivo que les sirvió a algunos descontentos para difamar la profesionalidad de Carmona, quien, en defensa propia, escribió un Método racional y gobierno quirúrgico [...] (Madrid, 1732). Isla, que había intervenido como pacificador en las disputas habidas por tal razón entre Carmona y otros médicos segovianos, al conocer tal defensa un tanto ya extemporánea, zarandeó sin piedad al dicho cirujano titular de la ciudad con unas furibundas Cartas de Juan de la Encina, que muestran ya en todo su alcance el genio satírico y cáustico del escritor leonés.
Durante los años 1732 a 1739, residió en Santiago de Compostela como profesor de Filosofía y, al mismo tiempo, como predicador de oficio; así se comprende los muchos sermones que hay de esta época en la colección de los mismos publicada. Parece que fueron, acaso, los años más tranquilos de Isla como escritor, pues, exceptuando los sermones, no se sabe que estuviera dedicado a escribir obra alguna. En el Fray Gerundio dice su autor que, en algún tiempo, tuvo ocasión de viajar por Portugal. Sin duda, se refiere a alguna determinada escapada que hiciera por estos años al país vecino. El 8 de octubre de 1736 Isla hizo su profesión solemne en la religión, en el colegio de Santiago de Compostela.
En su segunda estancia en Segovia (1739-1743), Isla siguió compaginando también su labor docente, como profesor de Filosofía y Teología, con la de predicador misionero. Por estos años tuvo el primer serio percance con la Inquisición, al haber sido acusado, en marzo de 1741 por cierta segoviana, de incitación ilícita en el confesionario y fuera de él. La acusación parece que se encubrió hasta muchos años más tarde, en que volvió a examinarse en el Tribunal del Santo Oficio de Valladolid. A finales de 1743, el provincial desplazó a Isla al colegio-seminario de La Anunciata de Pamplona, básicamente para enseñar Teología, aunque allí éste no dejó de ocuparse también de la predicación. En Pamplona redactó algunas curiosas censuras de sermones, trabajó el Compendio de la Historia de España, traducción libre del Abrégé de l’Histoire d’Espagne (París, 1741) de Jean Baptiste Duchesne, traducción que apareció en 1750; y, por último, el Día grande de Navarra. Triunfo del amor y de la lealtad, opúsculo descriptivo de las fiestas de la coronación de Fernando VI de Castilla (II de Navarra), que fue interpretado como una burla del espíritu provinciano, una juguetona bufa a las autoridades del reino de Navarra, emboscada bajo la forma de empalagoso elogio de cada una de dichas autoridades.
La treta motivó que los superiores lo trasladasen, prudentemente, a San Sebastián (de julio de 1747 a marzo de 1750), donde se ocupó de confesar y predicar.
Isla abandonaba definitivamente la docencia de la Filosofía y la Teología. Es probable que durante esos casi tres años, Isla colaborase con el célebre padre Manuel de Larramendi en alguna obrilla satírica contra quienes se oponían a los intereses de la familia Larramendi en la polémica relativa a las herrerías, adquiriendo nuevas amistades burguesas y afición al estudio de la lengua vasca.
El 1 de abril de 1750 se encontraba el jesuita leonés en el colegio de Valladolid, como prefecto de la Congregación de la Buena Muerte, encargado de los ministerios pastorales apropiados. Tal vez comenzara aquí la traducción de los Exercices de Piété pour tous les jours de l’année (Lyon, 1712-1720) del padre Jean Croiset, obra importante conocida con el título de Año cristiano, a la que Isla iba a dedicar muchos años, aunque con largas interrupciones. En Valladolid firmó también su censura formal al sermón de La Mujer Prudente (Valladolid, 1750) del padre Antonio Guerra (1711-1767).
En abril de 1751 fue destinado a Salamanca, como prefecto de la Congregación de los Caballeros, pero con el propósito fundamental de traducir la obra de Croiset y, en efecto, concluyó los dos primeros tomos de dicha obra. Pero interrumpió bruscamente la traducción emprendida y, el 8 de octubre de 1753, se trasladó al colegio-noviciado de Villagarcía de Campos para dedicarse por entero a la redacción del Fray Gerundio, aunque de vez en cuando tuviera que salir a predicar a distintos lugares, como se ve por sus cartas.
Para su obra más personal necesitaba mayor tranquilidad y aislamiento. Se trataba de combatir, con la sátira y el ridículo, la degeneración en que había caído la predicación. El rector de Villagarcía, Francisco X. de Idiáquez, le apoyó con decisión. A través de la correspondencia de Isla en estos años, se pueden seguir en detalle las dificultades que hubo de superar y las gestiones que realizó en Madrid para obtener las aprobaciones y protecciones de una obra que podía preverse muy conflictiva. Por fin, apareció (1758) la Historia de Fray Gerundio, con el nombre del párroco de Villagarcía, hermano de un jesuita. El éxito superó toda previsión. Si el aplauso fue general, la reacción de los “gerundianos”, que se sintieron ridiculizados, fue violenta: en los siguientes seis meses se hicieron cinco denuncias a la Inquisición. Se decretó la suspensión de la impresión del segundo tomo y la recogida de ejemplares del primero. En consecuencia, durante los dos años posteriores (1759-1761) a la aparición de la famosa novela, gran parte de la actividad del escritor jesuita estuvo orientada a rebatir los papeles relativos al Fray Gerundio, como los de José Maymó y Ribes y fray Matías Marquina, entre otros. Es probable que sean de este período también las Reflexiones cristianas sobre las grandes verdades de la fe, pues consta que Isla se la había prestado a su hermana a principios de 1759 (publicadas por Joaquín Ibarra en 1785). También se ocupó de traducir tres de los seis tomos de la Historia del Paraguay del padre François Charlevoix (1682-1761), pero que interrumpió por los reparos políticos derivados del ambiente antijesuítico que reinaba en los gobernantes madrileños.
Acosado como consecuencia de la aparición del Fray Gerundio, individuos hostiles a Isla recrudecieron, a finales de 1759 en el Tribunal del Santo Oficio de Valladolid, viejos problemas personales del jesuita con la Inquisición, relativos a cuatro casos de moral, que tuvieron lugar en diversas ciudades por los años 1732 y 1740. Vista la causa, el 31 de mayo de 1760, el Tribunal de la Inquisición le condenaba, por delito de solicitud sacramental, a que fuese preso en cárceles secretas. Se desconoce si llegó a publicarse el decreto pertinente y si Isla llegó a cumplir con tal condena. Con gran probabilidad ésta quedó sin efecto, quizá por haber intervenido en favor del jesuita leonés importantes amistades suyas y los superiores de la Compañía. Como es comprensible, en la correspondencia conservada de Isla no hay alusión alguna al problema. Pudiera ser que el retiro del escritor leonés a Pontevedra en marzo de 1761 hubiera sido resultado de un compromiso de la Compañía con la Inquisición para dar solución menos drástica al escándalo. Isla era consciente de que su conducta y sus escritos satíricos le habían acarreado problemas a la Compañía; por eso Hervás cuenta que, a1 intimársele el destierro, el novelista hizo públicas todas las cartas de sus superiores en que le daban algunos avisos y reprensiones.
Con la excusa de estar cerca de su anciano padre (fallecido en 1762), desde Villagarcía pasó al colegio de la villa de Pontevedra, en Galicia, donde vivió hasta 1767, dedicado a finalizar la traducción —muy libre, según su hábito, y con adiciones y anotaciones propias— de los últimos tomos a los que llegó de la antedicha obra del padre Croiset (Año Cristiano); el tomo XII, ya concluido, se extravió. Aquí le llegó el decreto (3 de abril de 1767) de expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios hispánicos, lo que forzó a Isla a desplazarse, con el resto de sus hermanos de religión, a los Estados Pontificios, a pesar de sufrir varios ataques de perlesía.
El 14 de mayo, medio convaleciente, salió del puerto de La Coruña en el San Juan Nepomuceno, en el que viajó en camarote de preferencia, invitado por su capitán José Beanes. Tras pasar ciertas dificultades y penalidades durante el primer año de destierro, menos que sus compañeros, pues siempre gozó de ciertos privilegios, estuvo alojado en Calvi (Córcega) durante catorce meses en casa del párroco (julio de 1767-septiembre de 1768). En septiembre de este año, con los demás jesuitas españoles, salió embarcándose para Génova, de donde pasó a los Estados Eclesiásticos y se estableció, el 15 de noviembre, en Crespelano (aldea entre Módena y Bolonia), alojándose con muchos jesuitas en un palacio campestre que pertenecía al conde Grassi, senador de Bolonia. Informado este señor del mérito de Isla, le cedió para su habitación el hermoso apartamento que para su propia persona tenía reservado en el palacio.
En el intervalo de las estancias de Córcega y Bolonia, muchos de los jesuitas españoles estuvieron encerrados en el Lazareto de Génova durante casi un mes (octubre de 1768), momento en el que Hervás conoció a Isla y donde éste tuvo conocimiento de la edición, desautorizada, de la segunda parte del Fray Gerundio, y le confesó al jesuita manchego cómo debería continuar y concluir la célebre novela.
De Crespelano, Isla pasó a Bolonia el 14 de mayo de 1771, ciudad en la que, obviamente, se encontraba a satisfacción, por ser importante foco de cultura, de muy intensa vida intelectual, de muchas relaciones sociales y con alrededores llenos de belleza natural. Por orden del arzobispo de Bolonia, el antijesuítico cardenal Vicente Malvezzi, fue preso la noche del 8 de julio de 1773 y conducido por una numerosa escuadra de alguaciles a la cárcel pública del arzobispo, en la que estuvo diecinueve días, y después fue desterrado de Bolonia y confinado en Budrio, aldea distante dos leguas.
El motivo de esta prisión fue un comentario de Isla, dicho en pública conversación, contrario a la figura del obispo antijesuita, el venerable Juan de Palafox (Fitero, 1600- Burgo de Osma, 1659), cuya canonización defendían tan ardorosamente los regalistas y filojansenistas, protegidos por el gobierno de Madrid, como se oponían a ella los jesuitas. El poco rencoroso Isla pagó al delator, consiguiendo que su protectora la marquesa Tanari le donase gran parte de la dote para una hija suya.
A principios de 1775, se le ve acomodado ya nuevamente en Bolonia, en el palacio de los condes Tedesqui, y en él transcurrieron sus últimos años de vida, que fueron muy achacosos. Isla falleció el 2 de noviembre de 1781 y fue enterrado en la iglesia de Santa María delle Muratelle, de Bolonia.
La actividad del jesuita leonés en Italia, como escritor, no fue tampoco escasa. Tan pronto llegó a Calvi, escribió, por mandato de sus superiores, el Memorial [...] a S. M. el Rey D. Carlos III; poco después escribió la Anatomía del informe de Campomanes, informe que delinea la respuesta que oficialmente se debía dar al Breve de Clemente XIII, que recogía la protesta formal contra el decreto real de expulsión de la Compañía; y, con mayor detenimiento, redactó la más extensa Anatomía de la Carta Pastoral de Joseph Xavier Rodríguez de Arellano, obra inédita en tres volúmenes, redactada en Bolonia en 1773, en la que se rebaten las ideas, noticias y puntos fundamentales de esta Carta Pastoral aviesa y hostil a la causa de la Compañía. Y, en cuanto a las traducciones islianas más destacables hechas en Italia, han de mencionarse las Aventuras de Gil Blas de Santillana; El Cicerón, poema italiano de Giancarlo Passeroni, y algún opúsculo más.
Sin duda, resultado de la dedicación del escritor leonés a la docencia son las traducciones que hizo de los diálogos de Cicerón, De Senectute y De Amicitia, editadas en Villagarcía de Campos (1760), y que habrá que suponer trabajadas en algún tiempo entre 1754 y 1759; al parecer, Isla las hizo para los alumnos del colegio jesuita de la dicha villa. Asimismo, entre los papeles que se encontraron en la habitación de Isla al salir al destierro, consta que éste conservaba manuscritos un Cursus philosophicus en tres tomos en 4.º y un Tractatus theologicus en dos tomos también en 4.º, obras que hasta el presente siguen extraviadas.
Como subraya José Jurado, especial atención merecen dos géneros fundamentales en el escritor leonés: sus sermones y sus cartas. La nutrida colección de sus Sermones Morales (Madrid, J. Ibarra, 1792, ts. I-II) seguidos de los Sermones Panegíricos (Madrid, J. Ibarra, 1792-1793, ts. III-VI), fueron compuestos —de acuerdo a las ocasiones— con obligada periodicidad.
Los primeros sermones (pues la colección permite seguirlos cronológicamente) muestran a un Isla ciertamente no inficionado enteramente, ni mucho menos, por el vicio de época, pero sí un tanto apegado al modo habitual de presentar y desarrollar el sermón, particularmente en lo que se refiere a cierta libertad en la expresión de agudezas de ingenio y de comparaciones menos decorosas; esto excluido, la pieza oratoria isliana presenta siempre una fuerte unidad temática, proporcionalmente distribuida en dos o tres puntos, con un lenguaje claro, directo e inteligible a todo tipo de auditorio, sin apenas aporte de citas de erudición o de autoridad, como no sean las de la Sagrada Escritura, y toda ella siempre abocada estructural y orgánicamente a resaltar la ejemplaridad del santo o de la virtud o del misterio cristiano o del punto singular que se pone a la consideración pasiva del auditorio. Los sermones islianos presentan, además, en muchas ocasiones, la evidencia de la constante preocupación del jesuita leonés por el estado deplorable de la oratoria sagrada española y por la necesidad de su reforma.
El extenso epistolario conservado de Isla, sólo es una parte muy reducida de su primorosa labor diaria de la correspondencia con sus relaciones sociales y familiares. La publicación del epistolario la inició María Francisca de Isla con el título de Cartas familiares (Madrid, 1785-1786, 4 tomos; aumentada en la 2.ª ed., 1789-1790, con dos tomos más de cartas a varios sujetos) y la continuaron Pedro F. Monlau (Madrid, 1850), Luis Fernández (Madrid, 1957) y Conrado Pérez Picón (Madrid, 1964-1965). Este epistolario isliano retrata mejor que ningún otro escrito la personalidad literaria del autor, con sus cartas espontáneas y deleitosas piececillas, llenas de primor, donosura y gracejo, y exquisitas por su elocución simple y natural, ingeniosa y chispeante, elegante e íntima a la vez, y siempre proporcionadas, armoniosas y sin desaliño. Sin ninguna duda, debemos contar al expulso leonés entre los maestros indiscutibles del género epistolar hispánico. Isla mantuvo siempre vivas sus relaciones sociales por medio de la correspondencia; fue muy aficionado al género y, como escritor, con ninguna otra estructura literaria se sentía mejor que con la de la carta. Ello explica bien el porqué de que una gran parte de la obra satírica o polémica del jesuita leonés venga presentada en la forma de Carta.
La primera caracterización sicológica de Isla, fuente de otras posteriores, está en su epitafio, que había sido redactado por el padre José Petisco, gran latinista y traductor de la Biblia. Petisco y Hervás no se quedaron cortos en los elogios de su amigo Isla. Según Hervás, “su fantasía era sobresaliente, y si de ella se hubiera dejado arrastrar hubiera inundado la república literaria de romances, poesías y de otras obras de placer y amenidad”. Destaca la contradicción que Isla siempre vivió entre su doble condición de hombre y literato, dado a la ironía, y su sometimiento a las reglas estrictas del jesuitismo apostólico y docente.
Isla fue un buen profesor de Filosofía y de Teología, y un erudito que dominaba varias lenguas cultas. Menudo de cuerpo y de lenguaje gracioso, propio de su archiconocido genio satírico, fue descrito por el comisario español, Fernando Coronel, como “espíritu bullicioso” y apasionado, el cual “se deja llevar demasiado de su natural elocuencia y es bastante libre en la expresión”. Hervás destaca la faceta de predicador sobre la de profesor y piensa que, predicando, Isla obtuvo un doble beneficio: moderó su carácter (las “vivezas y trasportes de la juvenil fantasía”) y puso en práctica la reforma de la oratoria sagrada que defenderá en el Fray Gerundio.
Isla ha quedado en la historia de la literatura española como traductor, epistológrafo y novelista satírico y costumbrista. En el Fray Gerundio, una de las obras del siglo xviii que más bibliografía suscita, la intención de reformar la predicación por la sátira se impuso excesivamente sobre el cuadro de costumbres populares. Por otra parte, fustigó los vicios de la predicación, pero no propuso modelos positivos; y en sus gustos literarios dio muestras, ya desde su juventud, de un eclecticismo poco riguroso. Se le ha definido como “hombre de dos caras”, que, sin ser plenamente reaccionario, no llegó a ser un innovador.
Obras de ~: con L. de Losada, La juventud triunfante [...], Salamanca, Eugenio García de Honorato y San Miguel, 1727; El Héroe Español. Historia del Emperador Theodosio [...], Madrid, Alonso Balvás, 1731, 2 vols.; Cartas de Juan de la Encina contra un libro que escribió Josef de Carmona, cirujano de la ciudad de Segovia, intitulado: “Método racional de curar sabañones”, Madrid, Pantaleón Aznar, 1732; Triunfo del amor y de la lealtad. Día grande de Navarra [...], Pamplona, Viuda de Martínez, 1746; Compendio de la Historia de España. Escrito en francés por el R. P. Dúchense [...], Lyon, Frères de Cramer, 1750, 2 vols.; Año Christiano [...], Salamanca, Eugenio García de Honorato y San Miguel, 1753-1773, 12 vols.; Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, Madrid, Imprenta de D. Gabriel Ramírez, 1758 (t. II, Campazas [=¿Bayona?], 1770); Anatomía de la Carta pastoral que (obedeciendo al Rey) escribió el Ilmo. y Rmo. Sr. D. Joseph Xavier Rodríguez de Arellano, Arzobispo de Burgos, del Consejo de S. M., 1772, 4 ts. (inéd.); Vida de San Fermín [...], Pamplona, Joseph Longas, 1781; Arte de encomendarse a Dios [...], Madrid, Joaquín Ibarra, 1783; Reflexiones cristianas sobre las grandes verdades de la Fe [...], Madrid, Joachín Ibarra, 1785; Sueño escrito por el P. ~ en la exaltación del Señor D. Carlos III [...], Madrid, Pantaleón Aznar, 1785; Cartas familiares del P. ~, escritas a su hermana Doña María Francisca de Isla y Losada y a su cuñado D. Nicolás de Ayala, Madrid, Imprenta del Consejo de Indias, 1785-1794, 6 vols. (León, 1903); Colección de papeles crítico-apologéticos [...], contra el Dr. D. Pedro de Aquenza y el bachiller D. Diego de Torres, en defensa del R. P. ~ y del Dr. Martín Martínez, Madrid, Pantaleón Aznar; Aventuras de Gil Blas de Santillana [...], Madrid, Manuel González, 1787- 1788, 4 vols.; Sermones morales, Madrid, Joaquín Ibarra, 1792-1793, 6 vols.; Obras escogidas, Madrid, Rivadeneira, Biblioteca de Autores Españoles, 1850; Cartas inéditas, ed. de L. Fernández, Madrid, 1957; El Cicerón, ed. de G. di Genaro, Madrid, Real Academia Española, 1965; Anatomía del Informe de Campomanes, ed. de C. Pérez Picón, León, 1979; Apología por la Historia de Fray Gerundio, ed. de J. Jurado, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1989 (Clásicos Olvidados, 13); Crisis de los predicadores y de los sermones y otros escritos (1725-1729), ed. de J. Martínez de la Escalera, Madrid, Universidad Pontificia de Comillas, 1994; Historia de la expulsión de los jesuitas (Memorial de las cuatro provincias de España de la Compañía de Jesús desterradas del Reino a S. M. el rey Don Carlos III), ed. de E. Giménez López, Alicante, 1999; Nueve cartas críticas copiadas de las jocosas, morales, científicas y eruditas al gusto del siglo presente por el conde Agustín Santi Pupieni, o sea por el abogado Josef Antonio Constantino. Traducíalas del italiano al español un Español desocupado, Biblioteca Nacional de España, ms. 17496 (ms. Gayangos, n.º 884), s. f.; Traducciones del francés al castellano de los célebres sermones del P. Claudio La Colombière, Real Biblioteca (Palacio Real de Madrid), ms. II/1744, s. f.
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Antonio Astorgano Abajo