Monsalve, Miguel de. Sevilla, 1553 – Perú, p. t. s. XVII. Fraile dominico (OP), metalúrgico, arbitrista.
Dominico sevillano y gran experto en metalurgia y minería. Hombre inquieto, grafómano y arbitrista.
Pasó muy joven a Perú, en 1566. Miguel de Monsalve ya estaba en Panamá en 1604. El 1 de julio de ese año pidió una merced de 1000 ducados, pero se resolvió que fueran sólo 600. Debió de volver a España, ya que el 7 de agosto de 1607 se emitió una Cédula Real dándole licencia para explotar un secreto para beneficiar los metales impuros, o “negrillos”, en Potosí, por tiempo de veinte años. Pasó a Perú, de donde vino el 9 de enero de 1608, desde el convento de San Pablo, no sin que antes su superior, Juan Marín, aprobase su marcha.
A principios de 1617 se habló mucho en Huancavelica de un nuevo sistema de hornos de reverberación, cuyo invento se atribuía Miguel de Monsalve.
Por más que el religioso se adjudicara la exclusiva de su descubrimiento, según se desprende de unos toscos dibujos a pluma que se conservan y de las descripciones de la fábrica del horno, éste pertenecía a la misma familia que los utilizados en Almadén y que ya anteriormente se habían intentado infructuosamente acomodar en Huancavelica. Monsalve decía que el azogue era la quintaesencia, el “humo del azufre”, del cual procedía éste.
Su Discurso sobre que el azogue procede del azufre y que es su quinta esencia va dirigido al doctor Juan de Solórzano, del Consejo de Su Majestad, oidor en la Real Audiencia y gobernador de Huancavelica. En él sostiene el autor que el azogue se genera a partir del azufre, por el fuego, y es como el humo del azufre. Dice que el sol engendra el azufre y los demás planetas engendran, a partir del azufre, otros metales menos puros. Por la fuerza del sol y del calor interior de la tierra, se quema el azufre, y, no teniendo respiración, el humo se congela en los poros de la tierra y piedras. Este azogue que se forma del azufre lleva muchas impurezas, entre otras, el antimonio. El azogue se vuelve a convertir en azufre teniéndolo para que no entre aire.
Monsalve reprodujo fielmente el modelo almadenense: las orzas se colocaban en una cámara o arca, donde se condensaba el mercurio volatilizado, evacuándose los residuos de la combustión por un conducto independiente. De acuerdo con su explicación, las tinajas, una vez llenas de mineral, se cubrían con una capa de hormigo más delgada de la usada hasta entonces. En lugar de usarse caperuzas cerradas herméticamente como el sistema de las jabecas, las ollas se tapaban con unas coberteras provistas de un orificio pequeño. Por ahí manaría el mercurio en gruesas gotas. La estrechez de las coberturas eran para que no dejaran escapar vaharadas de vapor, que calentarían el ambiente de la bóveda, en cuyas paredes se coagulaba el mercurio discurriendo luego por canalillos trazados a propósito. Las bóvedas alcanzaban una altura superior a los dos metros.
Monsalve enumeró una larga serie de ventajas en su sistema: economía de combustible, ya que el calor no se perdía por irradiación, ahorro de ollas y caperuzas, ya que era indiferente que las segundas se resquebrajaran, pues los vapores mercuriales quedaban retenidos en el arca central. Solórzano solicitó al alarife Manuel Díez de Pineda un informe sobre la verosimilitud de las propuestas del dominico. Su dictamen se fundó en las ideas de Aristóteles, Terencio, san Pablo y Biringuccio, criticando severamente las propuestas de Monsalve.
Obras de ~: Reducción universal de todo el Piru, y demas Indias, con otros muchos Avisos en el aumento de las Reales Rentas, s. l., s. f.; Discurso sobre que el azogue procede del azufre y que es su quinta esencia, Biblioteca Nacional, ms. 3.041, s. f.
Bibl.: G. Lohmann Villena, Las minas de huancavélica en los siglos XVI y XVII, Sevilla, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1949; M. Bargalló, La minería y la metalurgia en la América española durante la época colonial, México, Fondo de Cultura Económica, 1955.
Miguel López Pérez