Cueva y Toledo, Bartolomé de la. Cuéllar (Segovia), 23-24.IV.1499 – Roma (Italia), 29-30.VI.1562. Jesuita (SI), inquisidor, jurista, catedrático y cardenal.
Fue hijo del II duque de Alburquerque, Francisco Fernández de la Cueva. “Siendo mozo, y antes de haber recibido las órdenes, tuvo un hijo natural, que se llamó don Enrique de la Cueva y fue doctor en ambos derechos, catedrático de Salamanca y testamentario de su padre”. Profesó en la Compañía de Jesús.
Con el nombre de padre Enrique de la Cueva figura en el testamento de su padre de 8 de enero de 1562.
Bartolomé de la Cueva fue canónigo de Toledo.
Quizá estuviera ya ordenado en 1520. El 19 de diciembre su padre recordaba en carta al Emperador la promesa formulada, junto con los grandes servicios que había hecho y estaba haciendo su casa a la causa imperial. Le recordaba además que había oficios vacantes en las diócesis de Jaén y Coria.
Pocas noticias se tienen de Bartolomé de la Cueva hasta su elevación al cardenalato. Únicamente se ha visto que iba en el séquito del Emperador en 1529, cuando éste embarcó en Barcelona.
En el consistorio secreto de 19 de diciembre de 1544 fue promovido a la dignidad cardenalicia junto con otros dos prelados españoles, Francisco de Mendoza, obispo de Coria, y Gaspar de Ávalos, que lo era de Compostela. El 19 de abril de 1546 se le otorgó el título de San Mateo in Merulana; el 4 de diciembre de 1551, el de San Bartolomé in Ínsula, y el 29 de mayo de 1555, el de Santa Cruz en Jerusalén.
De la Cueva llegó a Roma a principios del año 1546 y residió habitualmente en la Corte pontificia. En un consistorio secreto, celebrado en Roma el 19 de febrero de 1546, fue uno de los 35 cardenales que dio su aprobación a las constituciones del sacro colegio reformadas por Paulo III. En Trento se divulgó la noticia de que se había hecho la división de las iglesias y encomiendas vacantes en España y que al cardenal De la Cueva se le habían asignado 3.000 ducados de pensión en la iglesia de Compostela o en alguna otra. Los legados comunicaron la noticia al cardenal Alejandro Farnesio (23 de enero de 1546); pero, al parecer, no resultó cierta.
Aunque no asistió al concilio de Trento, el cardenal siguió muy de cerca su desarrollo. Acompañaba a Paulo III en un consistorio público (23 de enero de 1548) cuando el embajador imperial, Diego Hurtado de Mendoza, leyó una protesta en nombre de Carlos V contra la traslación del concilio a Bolonia.
En la primavera de 1548 los tres cardenales españoles (Burgos, Coria y De la Cueva), que defendían en Roma la causa del Emperador, suplicaron a Paulo III que no aplazase más el envío de legados a Alemania ni el sobreseimiento en el juicio sobre el traslado del concilio. El 15 de abril de 1548 le dirigieron la misma instancia y poco después la volvieron a repetir, porque algunos aconsejaban esperar todavía más. Los tres cardenales españoles pensaban que los legados debían partir inmediatamente sin aguardar a que el Emperador lo pidiese.
Nombrado virrey de Nápoles el 21 de octubre de 1548, De la Cueva “gobernó en su tiempo con particular valor y cortesía a satisfacción de todo el reino”.
Su gobierno “fue corto porque el Rey lo envió a Roma a que velase de cerca las intenciones de Paulo IV, que jamás le inspiraron confianza. La muerte de este Pontífice, que sucedió a poco, le obligó a quedar para asistir al cónclave y contribuir a que no fuese elegido ningún enemigo del Rey”.
Efectivamente asistió al cónclave, que duró de 29 de noviembre de 1549 a 8 de febrero de 1550, y en que fue elegido Julio III. En las incidencias de la elección del nuevo papa formó parte del grupo de los imperiales, contrario a la elección de Julio III.
Trabó íntima amistad con san Ignacio de Loyola e ingresó en la Compañía de la Gracia, fundada por el santo español y erigida canónicamente en virtud de una bula del año 1543 en la iglesia de Santa Marta, de Roma, en ayuda de las mujeres arrepentidas. En 1548, Ignacio de Loyola hizo un viaje a Tívoli y a la ciudad de Sant’Angelo para preparar la reconciliación entre esos dos pueblos y logró que aceptaran como árbitro de sus diferencias al cardenal De la Cueva.
Por iniciativa del mismo cardenal, se promovió la construcción del primer templo jesuítico, cuya alta dirección se confió a Miguel Ángel Buonarrotti (14 de junio de 1554). La ceremonia de colocación de la primera piedra tuvo lugar el 6 de octubre de 1554; asistieron el cardenal De la Cueva y el embajador portugués.
En 1550, Francisco de Borja quiso hacer su entrada en Roma de noche sin ser notado, pero en Viterbo recibió una carta del cardenal De la Cueva en que éste le rogaba que permitiese el recibimiento que convenía a su persona, aunque llegara a pie y con un bordón en la mano. En el mismo sentido le escribió Ignacio de Loyola. El antiguo duque de Borja tuvo que resignarse a que saliese a su encuentro un ejército de gente distinguida.
“A la muerte de Julio III se mostró favorable desde el primer momento a la candidatura de Marcelo Cervini, que resultó elegido con el nombre de Marcelo II.
Pero, muerto a los pocos días, Cueva fue del número de los que votaron a Púteo y se resistieron a dar su sufragio al decano Juan Pedro Caraffa, el cual, no obstante, obtuvo la mayoría. Con el nuevo papa Paulo IV se vio en situaciones embarazosas. Hacia el 20 de septiembre de 1555 el papa nombró una comisión de seis cardenales, de la que formaba parte Cueva, para establecer la paz entre el papa y el Emperador.” Vuelto al reino de Nápoles, en junio de 1556, escribió a la princesa de España, quizá en contestación a alguna carta suya, para comunicarle que se interesaría por Jerónimo de Benavides y María de Bazán.
En calidad de lugarteniente de Nápoles tomó distintas decisiones respecto a proveer de grano a la plaza de Paliano, para atender a las necesidades de los soldados.
Suplicó en otra ocasión se eximiera al reino de Nápoles de pagos, en atención a las dificultades por las que atravesaba. Recibió órdenes del Rey para que recuperara los castillos de Ariana, Venosa y Santa Gata, que quedaron en manos de las personas a quienes se los confió el duque de Alba.
En gran estima le debía de tener Felipe II cuando, al comunicarle la noticia del tratado con Francia de Château Cambresi, se dirigió a él, el 4 de abril de 1559, como a “nuestro muy caro y muy amado amigo y lugarteniente general”.
Por otra parte, el cardenal era fiel servidor de Felipe II y, previendo la muerte del Papa, debió de escribirle sobre la forma de proceder en caso de que se produjera. El Rey le contestó el 20 de enero de 1559 desde Bruselas en estos términos que reflejan el manejo de sus gobernantes y la injerencia en asuntos relacionados con la Iglesia: “Quanto a lo demás que deseáis cómo os habéis de gobernar sucediendo la muerte del Papa, mi voluntad es que si entonçes no fuere venido a ese reino el duque de Alcalá, en ninguna manera vays a Roma, ni dexéis el gobierno dél por la falta que podría hazer vuestra presencia, pero si fuese llegado ay el duque, seré muy servido que vos vays a hallaros en el cónclave y electión por el serviçio que allí podréis hazer a nuestro Señor en procurar que se haga de un subjeto qual veys que es mejor para el bien de la christiandad”.
Asistió, en efecto, al cónclave de 1559 y el 11 de septiembre, en una primera votación de tanteo, obtuvo diecisiete votos para el papado. El historiador Pastor dice que “en el caso de Cueva por poco se llega a sufrir una desagradable sorpresa. El embajador imperial había recogido votos para él, y como de burla, sin conocer las consecuencias de su manera de obrar, al fin habían prometido treinta y dos cardenales dar sus votos a Cueva. Éste hubiera sido elegido papa contra la voluntad de todo el sacro colegio, si una feliz casualidad no hubiera descubierto el error poco antes de la hora decisiva. Prodújose una grave excitación cuando se mostró un peligro semejante en la noche del 25 de septiembre”. Parecen un poco tendenciosas estas palabras, ya que volvieron a registrarse dieciocho votos para el cardenal De la Cueva en sucesivas votaciones. Otro historiador afirma que no fue elegido “únicamente por ser español y muy celoso de los intereses de España”. En vista de que se prolongaba demasiado tiempo el cónclave y ante los males de esta demora, “el 12 de noviembre, inmediatamente después de la votación, pronunció un grave discurso en el cual señaló con energía los malos efectos de la demora de la elección”. Todavía se prolongó el cónclave hasta el mes de diciembre, cuando fue elegido Pío IV.
“Seis días después tuvo una intervención más electiva.
A eso de las tres de la madrugada comenzaron a arder las celdas de los cardenales situadas en el edificio de Sixto IV, quedando cinco de ellas total o parcialmente destruidas por las llamas. Casi todos los cardenales y sus familiares tuvieron que desalojar a toda prisa aquel edificio. Y si el cardenal Cueva no hubiera exhortado a aquéllos y a todos los demás cardenales a apagar el fuego, ya pidiendo escaleras, ya agua, el fuego habría invadido rápidamente todo el cónclave, puesto que todas las celdas estaban hechas con tablas, revestidas de esteras y alfombras, fácilmente combustibles.” Después de la elección de Pío IV, el cardenal De la Cueva permaneció en Roma e intervino en el año 1560 en el juicio que se instruyó contra el cardenal Caraffa, en el que fue nombrado velador, para que se observaran los principios jurídicos, y se mostró enérgico para que no se aplicaran torturas a fin de obtener declaraciones. Aconsejó también a Caraffa que se declarara culpable de los delitos que se le imputaban por estimar que eran verdaderos. No pudo evitar la tragedia de Caraffa, pero se advierte su indudable sentido humanitario.
Enfermo de gota, murió en Roma el 30 de junio del año 1562. Sepultado en la iglesia de Santiago de los Españoles, sobre su sepulcro se leía el siguiente epitafio: “D.O.M. / Bartholomeus Cueva ab illustrissimis Ducibus de / Alburquerque ortus. / Sanctae Crucis in Hierusalem presbiter Cardinalis. / Hunc locum sibi ad ipsa templi limina optavit. / Dominus propitius est mihi precatori. / Obiit anno salutis MDLXII pridie Kal- iulii”.
Los restos del cardenal Cueva fueron trasladados desde Roma al panteón familiar de San Francisco de Cuéllar, no se sabe en qué fecha. En 1622 estaban colocados “a la parte del crucero, en una caja puesta en la pared desta capilla, levantados del suelo más de cuatro varas, cubiertos de un palo de terciopelo carmesí sustentado de unos leones sobre sus brazos con su capelo encima”.
A finales del siglo xix, en el año 1886, fueron trasladados al convento de Santa Clara de Cuéllar y, desde el 21 de mayo de 1912, descansan bajo la magnífica lápida de bronce que en el mismo templo cubre los restos de Isabel Girón.
A pesar de que la actividad del cardenal De la Cueva se desarrolló lejos de Cuéllar, su villa natal no estuvo ausente en su vida. El recuerdo de Cuéllar aparece, sobre todo, en su testamento. Testó en Roma el 8 de enero de 1562 e hizo luego codicilo el 26 de junio.
Dejó numerosos legados al hospital de los Incurables, de Roma, y a distintas catedrales españolas. Ordenó que, si moría en España, fuera enterrado en el panteón familiar de San Francisco, en caso de que quisieran trasladarlo. Asimismo, al dejar por universal heredero a su sobrino, el duque de Alburquerque, lo hizo con cargo de que el “dicho duque instituya y dote dos capellanías propias, una en la iglesia de San Martín de la villa de Cuéllar, para que cada día se diga una misa y se diga en sonando las once del día para que puedan cumplir con oírla los ocupados”.
Una vez dotada esta capellanía y otra en Ledesma, encargó que de sus rentas y bienes en España se hicieran dos partes “la una de ellas se dé al hospital de la Magdalena de la villa de Cuéllar [...]; la otra parte sirva para ayuda a las mujeres que se metieren monjas en sancta Clara de Cuéllar, vasallas de la dicha villa de Cuéllar o de Ledesma”.
En el codicilo modificó algunas de las cláusulas y manifestó su voluntad —si moría en Roma— de ser enterrado en la iglesia de Santiago de los Españoles, y no en San Juan de Jerusalén, iglesia a la que legó los ornamentos de su capilla.
Hay pruebas de que se cumplieron las cláusulas de su testamento referentes a Cuéllar. En 1581 la Justicia y Regimiento de la villa invitaron a los regidores del hospital de la Magdalena a que vieran los estatutos del mismo para ver si podía incorporarse a dicho establecimiento el legado del cardenal Cueva. Consta que la misa en la iglesia de San Martín se celebraba en 1636.
Fuentes y bibl.: Archivo Casa Ducal de Alburquerque (Cuéllar), Secc. Estado Alburquerque, armario 16, caja 3, Testamento del Cardenal Cueva; Archivo del Convento de Santa Clara (Cuéllar), Libro de Becerro, Fundación de doña Ana de la Cueva, leg. 6; Archivo Municipal de Cuéllar, Libro de Regimientos 1568-1583; Archivo General de Simancas, legs. 1, 4 y 18; Secc. Estado Nápoles, leg. 104, Carta del Cardenal Cueva.
A. López de Haro, Nobiliario genealógico, Madrid, Luis Sánchez, 1622; A. Parrino, Teatro heroico e político de goberni de vicere del regno de Napoli, vol. I, Napoli, 1629; C. Suárez de Figueroa, “Descripción del Reino de Nápoles”, en Colección de documentos inéditos para la Historia de España, t. XXIII, Madrid, Viuda de Calero, 1853; M. Danvila, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla, Madrid, Viuda e Hijos de M. Tello, 1897; A. Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia de España, vol. I (1540-1556), Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1902; C. Eubel, Hierarchia catholica medii et recentioris aevi, vol. III, Monasterii-Patavii, Sumptibus et typis Librariæ Regensbergianæ, 1913, págs. 28 y 126; F. Fernández de Bethencourt, Historia genealógica y heráldica de la Monarquía española, casa real y grandes de España, vol. X, Madrid, Enrique Teodoro, 1920; L. Pastor, Historia de los Papas, ed. J. de Monserrat, vols. XIII y XV, Barcelona, Gili, 1927 y 1929 respect.; J. Larios Martín, Nobiliario de Segovia, vol. I, Segovia, Imprenta Provincial, 1956; P. Girón, Crónica del Emperador Carlos V, ed. J. Sánchez Montes, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1964; J. Goñi Gaztambide, “Bartolomé de la Cueva y Toledo”, en Q. Aldea Vaquero, J. Vives Gatell y T. Marín Martínez (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, suplemento I, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1987, págs. 240-243; B. Velasco, Historia de Cuéllar, Segovia, Publicaciones Históricas de la Diputación Provincial, 1996 (4.ª ed.), págs. 305-312.
Balbino Velasco Bayón, OCarm.