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Hernando de Córdoba

Biografía

Córdoba, Hernando de. ?, ú. t. s. XV – 31.III.1550. Presidente del Consejo de Órdenes.

Hijo de Diego Fernández de Córdoba, II conde de Cabra, y de María de Mendoza, hija de Diego Hurtado de Mendoza, I duque del Infantado. Su familia estuvo vinculada al partido felipista, y él, como regidor cordobés, al cardenal Cisneros, ante quien medió para sus familiares recordando los servicios prestados a la reina Isabel la Católica. Cisneros le designó comendador del Viso y de Santa Cruz y se ocupó también desde 1516 de la gobernación del Campo de Calatrava, aunque poco después diversas circunstancias impidieron su acceso a la plaza vacante por fallecimiento, en 1515, del comendador Gutierre de Padilla.

Cuando Diego de Guevara fue elegido clavero mayor, Hernando de Córdoba alegó que no se habían respetado las definiciones. Durante la sublevación de las Comunidades, Hernando de Córdoba destacó en el servicio de Carlos V. En noviembre de 1523, el Rey le concedió el hábito de Calatrava y la dignidad de clavero. Posteriormente, formó parte del séquito que acompañó a Leonor, hermana del Emperador, al monasterio de Guadalupe en 1525.

En los años siguientes gozó de la confianza de la emperatriz Isabel, cuyo consejo estaba presidido por su hermano Francisco de Mendoza, y formó parte del séquito que la acompañó a Barcelona en 1533. En septiembre de ese año escribió al Emperador pidiéndole su ingreso en el Consejo de Órdenes, puesto que llevaba tiempo ocupado en asuntos relacionados con las órdenes militares y con la defensa de los intereses de Calatrava. De acuerdo con el Emperador y el Capítulo General de la Orden de Calatrava celebrado en Madrid en 1534, fundó el monasterio de Nuestra Señora del Rosario, de dominicos, en Almagro y a partir de 1536 creó un estudio universitario.

El fallecimiento de su hermano no menguó su presencia en el entorno de la Emperatriz. Al parecer, en 1542 ocupó la presidencia de las órdenes de Calatrava y Alcántara por fallecimiento de García de Padilla, sin perder el cargo de clavero. También conservaba los 63.600 maravedís y tres mil fanegas de trigo, por la tenencia de la fortaleza de Calatrava. En 1546, tiempo después de la muerte del presidente de Santiago, el conde de Osorno, el príncipe Felipe planteó al Emperador la unificación de la presidencia del Consejo de Órdenes en Hernando de Córdoba, aunque el proyecto no llegó a prosperar, ya que Carlos V la descartó debido a la avanzada edad y los achaques del clavero.

En el desempeño de su cargo se apreció desde bien pronto la preocupación por el modo de vida de los establecimientos religiosos, tendencia que se había iniciado en tiempos de los Reyes Católicos y que se plasmó en la continuidad de las visitas.

En lo referente a la definición jurisdiccional de las órdenes militares, frente a las jurisdicciones temporal y episcopal también quedó patente la continuidad respecto a sus predecesores. Durante su presidencia, el Emperador ordenó mediante una cédula al obispo de Coria el cese de las diferencias con la Orden de Alcántara, también hubo una bula papal de 3 de noviembre de 1548 por la que quedaba revocada la autoridad del arzobispo de Toledo para visitar las iglesias de las órdenes militares.

Dentro del Consejo de Órdenes en tiempo de Hernando de Córdoba, la actividad se vio perjudicada por una vacante que el Emperador deseaba cubrir con un miembro del Consejo de Navarra. Mientras concluía la vista de la visita de este organismo, el expediente de Órdenes se vio perjudicado por varios candidatos que terciaron por la plaza, por ejemplo fray Fernando Cano que la pretendía para el doctor Francisco Cano, residente en la Audiencia real de los Grados de Sevilla.

El elegido fue el licenciado Castro, oidor de la Chancillería de Valladolid, pero no la quiso aceptar, postura que dio lugar a consecuencias internas en la Audiencia, pues su renuncia imposibilitó la promoción del alcalde Redín a la plaza de oidor que dejaba vacante, por lo que Diego Tavera solicitó, entonces, que Redín fuera nombrado en la plaza que Castro había rechazado, como era costumbre. El 30 de julio de 1549 el Consejo Real escribió al príncipe sobre Castro “que es mas provechoso para oydor que no para el consejo de las Ordenes”, afirmación tras la que se entrevé el concepto que los letrados de la Corte tenían por entonces del servicio en el Consejo de Órdenes.

La idea de hacer Capítulo General de Órdenes en septiembre de 1548 fue descartada ante la marcha del príncipe Felipe. A pesar de las necesidades fiscales de las Órdenes militares tuvieron que supeditar la realización de significativos capítulos a la vuelta del príncipe, debido a los riesgos que entrañaba su convocatoria con el Emperador y su hijo fuera de Castilla.

La intervención del clavero, entonces, se apreció en tareas rutinarias como la provisión de encomiendas, donde se ven las relaciones mantenidas por fray Hernando: la de Beas se dotó en Gómez Suárez de Figueroa, primer duque de Feria; se autorizó a Enrique Manrique de Lara para administrar la encomienda de Mohernando y la provisión de la encomienda de Villamayor tuvo lugar en Enrique Enríquez de Guzmán, dignidades de la Orden de Santiago que Hernando de Córdoba gestionó al asumir de forma interina la presidencia de la Orden de Santiago a la muerte del conde de Osorno. Esta práctica, al igual que había ocurrido con aquél en la presidencia de Calatrava y Alcántara entre la muerte de García de Padilla el 26 de septiembre de 1542 y el nombramiento de fray Hernando, no suponía una presidencia unificada de manera formal.

Secundado por González de Arteaga, Goñi y Pedrosa, aún presidía el Consejo de Órdenes el 23 de marzo de 1550, aunque debió disgustar a sus subordinados su decisión de que se le dejaran de librar los 30.000 maravedís que cada uno percibía sobre los ingresos de la mesa maestral de Calatrava. Durante esta etapa se esforzó por situar bien a sus allegados, como muestra en carta al príncipe Felipe, el 12 de febrero de 1549, en la que le habla de la obligación que tenía de favorecer a los hijos de su difunto sobrino Álvaro de Córdoba, y le solicita su clavería para su hijo Antonio de Córdoba y la encomienda de Mora que poseía para alguno de sus hermanos.

 

Bibl.: F. J. Garma y Durán, Theatro universal de España. Descripción eclesiástica y secular de todos sus reynos y provincias, en general, y particular, vol. IV, Madrid, 1738-1751, págs. 387- 389; M. Danvila, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla, en Memorial Histórico Español: Colección de documentos, opúsculos, y antigüedades que publica la Real Academia de la Historia, vols. XXXVI y XXXVII, Madrid, 1897- 1900, págs. 612-617 y págs. 27-29, respect.; M. Foronda y Aguilera, Estancias y viajes del Emperador Carlos V, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1914, pág. 228; L. de Salazar y Castro, Los comendadores de la Orden de Santiago, vol. I, Madrid, Patronato de la Biblioteca Nacional, 1949, pág. 331; M. C. Mazario Coleto, Isabel de Portugal, emperatriz y reina de España, Madrid, Seminario de Historia Moderna, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1951, págs. 302, 310- 311, 318 y 327; M. Fernández Álvarez, Corpus Documental de Carlos V, vol. II, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1973-1981, págs. 449, 469, 638 y 647; F. Fernández Izquierdo, La orden militar de Calatrava en el siglo XVI, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1992, págs. 68, 80-82 y 136-137; I. J. Ezquerra Revilla y H. Pizarro Llorente, “Córdoba, Hernando de”, en J. Martínez Millán (dir.), La Corte de Carlos V, vol. III, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, págs. 99-104.

 

Alejandro López Álvarez

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