Yaḥyā b. Ismā‛īl b. Yaḥyā al-Qādir. ?, p. m. s. XI – Valencia, 28.X.1092. Tercer soberano de la dinastía Banū Ḏī-l-Nūn de Toledo y último soberano de la taifa de Valencia.
La trayectoria de Yaḥyà b. Ismā‛īl, nieto de al-Ma’mūn, el gran soberano de la dinastía de origen beréber de los Banū Ḏī-l-Nūn de Toledo, tiene dos partes bien diferenciadas que lo convierten en un personaje singular, al haber gobernado sucesivamente en taifas distintas, las de Toledo y Valencia. Su padre, Ismā‛īl, había muerto antes que su abuelo, de ahí que la herencia del trono toledano recayese en él. En el año 1075 murió envenenado al-Ma’mūn, iniciándose el período de gobierno de su nieto, que adoptó el sobrenombre de al-Qādir. Esta primera etapa toledana de su trayectoria se extiende a lo largo de diez años y está asociada a uno de los principales episodios del enfrentamiento entre cristianos y musulmanes durante la Edad Media, la conquista de Toledo en 1085 por el rey castellano Alfonso VI. Probablemente por ello las fuentes árabes describen a al-Qādir en términos bastante peyorativos, tildándolo de soberano indolente, débil y muy influenciable, sin dotes para el gobierno, siempre sometido a las opiniones de quienes le rodeaban, pues ‘cualquiera llevaba su reino por donde se le antojaba y acaparaba un puesto de visir’, según afirma el cronista Ibn al-Kardabūs.
Debido a sus escasas dotes, la posición de al-Qādir se fue haciendo cada vez más débil, en especial a partir del asesinato en 1075 del visir Ibn al-Ḥadīdī, uno de los principales colaboradores de la familia. A esta pérdida se unió la del dominio de Córdoba, que hasta 1078 Ibn ‛Ukāša mantuvo en su poder en nombre de al-Qādir. En la capital toledana había fuertes tensiones por la supeditación política y tributaria a los cristianos y la inoperancia de los gobernantes para hacerles frente. De esta forma, en 1079 la inestabilidad interna estalló en forma de rebelión abierta y al-Qādir comenzó su relación de dependencia con Alfonso VI, iniciando una dinámica que conduciría a la entrega final de la ciudad a su aliado. La situación de descontento entre la población toledana posibilitó la intervención de al-Mutawakkil de Badajoz, que entró en Toledo en junio de 1080. Previamente, al-Qādir había decidido a huir, dirigiéndose a Huete, donde el gobernador local se negó a acogerlo, de forma que al-Qādir volvió a pedir la ayuda de Alfonso VI, quien tiempo atrás había sido acogido en Toledo por su abuelo al-Ma’mūn cuando atravesaba por dificultades. El Soberano castellano-leonés aceptó prestar su ayuda como parte de la estrategia destinada a hacerse con el dominio de la ciudad, pues exigía a cambio fuertes sumas de dinero, con lo cual, en realidad, estaba socavando la posición de al-Qādir, pues los recursos necesarios para hacer frente a los pagos no hacían sino aumentar su impopularidad. Pudo, así, recuperar el dominio de la ciudad casi un año más tarde, en abril de 1081, si bien a cambio tuvo que ceder, además de cuantiosas riquezas, la entrega de los castillos de Zorita y Cantuarias, así como el de Canales. La estrategia de Alfonso VI, perfectamente consciente, consistió, a partir de entonces, en desgastar progresivamente la resistencia de la ciudad, neutralizando cualquier posible intento de ayuda exterior, hasta que la reiteración de las campañas y la evidencia de la inutilidad de la resistencia forzaron la rendición final, en unos términos favorables para al-Qādir, que obtuvo del Rey leonés la promesa de la entrega de Valencia a cambio de Toledo. De esta forma, la antigua capital visigoda volvía a manos cristianas en mayo de 1085.
Se inicia así la segunda fase de la trayectoria de al-Qādir, vinculada al gobierno de Valencia, cuya relación con Toledo se remontaba a la época de al-Ma’mūn, suegro del entonces régulo valenciano, al cual depuso en 1065, pasando la ciudad levantina a formar parte de sus dominios. Por ello, al-Qādir esperaba encontrar en Valencia el apoyo de los partidarios de su abuelo. Según lo acordado, pocos días antes de la entrada de Alfonso VI en Toledo, al-Qādir salió de la ciudad en dirección a Valencia, en espera de que fuese conquistada por el Rey castellano. Desde la muerte de al-Ma’mūn, la ciudad levantina había sido gobernada de forma completamente independiente respecto a la taifa toledana por Abū Bakr, el cual murió apenas un mes después de la caída de Toledo. En ese momento, la ciudad quedó dividida entre los partidarios de su hijo ‛Uṯmān y los que apoyaban la unión con Zaragoza, ya que una de las hijas del Soberano fallecido estaba casada con el heredero de aquél reino. Había, también, partidarios de al-Qādir, que esperaba en Cuenca el desenlace de los acontecimientos, teniendo el apoyo de un sector de la aristocracia palatina valenciana, que debía su posición a la actuación de su abuelo al-Ma’mūn. En principio ‛Uṯmān pudo dominar la situación, pero, contando con el apoyo decisivo de las tropas enviadas por Alfonso VI al mando de Álvar Fáñez, al-Qādir fue puesto en el trono de Valencia en febrero de 1086, donde se mantuvo a lo largo de seis años.
La situación de al-Qādir en Valencia era sumamente inestable, pues si la idea de un soberano musulmán apoyado por contingentes cristianos resultaba, de por sí, escasamente aceptable desde el punto de vista de la ortodoxia islámica, dicha ayuda, además, dependía de las correspondientes contraprestaciones económicas, lo cual suponía el mantenimiento de fuertes exigencias fiscales que tampoco contribuían a aumentar la popularidad del Soberano. Las circunstancias cambiaron a partir de octubre de 1086, cuando la derrota de Alfonso VI en Sagrajas ante la coalición musulmana formada por los almorávides y algunos de los principales reyes de taifa forzó la retirada de la milicia de Álvar Fáñez, dejando en situación muy comprometida el gobierno de al-Qādir. Ello desató las ambiciones sobre Valencia por parte de los emires musulmanes de Tortosa-Denia y de Zaragoza. Fue, finalmente, la presión de los almorávides la que determinó el destino de al-Qādir en Valencia. El cadí Ŷa‛far b. ‛Abd Allāh b. Ŷaḥḥāf entabló contacto con ellos, de forma que la noticia de la inminente llegada de los contingentes norteafricanos provocó un amotinamiento de la población valenciana, en cuyo transcurso murió asesinado al-Qādir el 28 de octubre de 1092. Las tropas almorávides entraron entonces en la ciudad y tomaron posesión de ella en nombre del emir Ibn Tāšufīn, aunque el gobierno efectivo recayó sobre Ibn Ŷaḥḥāf.
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Alejandro García Sanjuán