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Ibn Yahhaf

Biografía

Ibn Ŷaḥḥāf: Abū Aḥmad Ŷa‘far b. ‘Abd Allāh b. Ŷaḥḥāf al-Ma‘āfirī.?, p. t. s. XI – Valencia, 1095. Alfaquí, cadí y gobernante de la taifa de Valencia.

Cadí de la ciudad de Valencia a finales del siglo XI, alfaquí de gran prestigio y renombre que pertenecía a una familia de la tribu de Ma‘āfir según las fuentes árabes, y que destacó como maestro tanto de la escuela malikí en derecho como de literatura y ciencias de la lengua. Sus antepasados habían servido a los omeyas desde la judicatura de la ciudad —al menos desde época de su abuelo— y en el campo de batalla, en el que había caído, luchando contra los cristianos en Simancas (939), Yumn al- ŷaḥḥāf, bajo las órdenes directas de ‘Abd al-Raḥmān III, y su hijo ‘Abd al-Raḥmān había formado parte de una embajada andalusí, enviada por al- Ḥakam II, ante el rey de León Sancho I (962).

La política entreguista del rey de la taifa de Valencia, Yaḥyà al-Qādir, frente a los castellanos hizo que cobrara fuerza un partido de notables del lugar que deseaban entregar la ciudad a los almorávides, en los que veían una salvaguarda frente a los expansivos reinos cristianos. El Rey de la taifa de Valencia había accedido al trono tras entregar Toledo a Alfonso VI y dependía para su permanencia en el trono de las tropas castellanas; éstas hubieron de retirarse para defender Castilla tras el descalabro de Sagrajas (1086). Ibn Ŷaḥḥāf incitó al gobernador almorávide de Murcia, Ibn ‘Ā’iša, a ocupar la ciudad aprovechando el alejamiento de los castellanos y en octubre de 1092 un destacamento de soldados almorávides bajo la dirección de Ibn Nar, caíd de Alcira, ocupaba Denia, Valencia y otras localidades levantinas como Játiva. El rey al-Qādir intentó huir y salió del alcázar llevando consigo parte importante de sus tesoros, pero fue capturado y las personas próximas a él, tanto musulmanes como cristianos, huyeron de la región y fueron al encuentro de Rodrigo Díaz, el Cid, que se mantenía en Levante.

Ibn Ŷaḥḥāf mantuvo bajo custodia a al-Qādir y pronto dio orden de asesinarlo (28 de ocṭubre de 1092). Esta orden fue cumplida por un hombre del clan de los Banū Ḥadīdī, que tenía una deuda de sangre pendiente con el Rey desde que éste era monarca de Ṭoledo, y la cabeza de al-Qādir fue paseada por la ciudad; Ibn Ŷaḥḥāf se apoderó de la mayor parte de las riquezas del difunto.

Ibn Ŷaḥḥāf, ante la ausencia de personaje alguno de importancia entre los almorávides y amparándose en el importanṭe papel que éstos concedían a los alfaquíes, comenzó a comportarse como si fuera el nuevo rey de la taifa de Valencia, ampliando sus residencias y guareciéndolas de guardias, aunque reconoció la soberanía del emir almorávide Yūsuf b. Tašfīn y no adoptó los símbolos reales, como la acuñación de moneda a su nombre o adoptar ropas diferentes a las de su condición de alfaquí. Reorganizó la administración del reino, nombrando a los secretarios y visires de la misma, muy debilitada tras la huida de los partidarios del anterior Rey; mientras tanto, los soldados almorávides permanecían en el alcázar, recibiendo suministros enviados por Ibn Ŷaḥḥāf, y el gobernador almorávide de Murcia se instaló en Denia, dejando el campo libre al cadí, que actuó como el nuevo rey de la taifa valenciana en casi todos los aspectos. Esta actitud le enajenó el apoyo de algunos notables de Valencia, como el antiguo rey de Murcia Ibn Ṭāhir, que zahería al antiguo cadí con sus versos y sus escritos.

La falta de visión política de este personaje, destacada por las fuentes árabes en grado sumo, contribuyó a dificultar la posición de los valencianos ante las amenazas de los castellanos. El propio Rodrigo Díaz mantuvo correspondencia con el nuevo gobernante valenciano, echándole en cara haber dado muerte a su Rey y haber saqueado los víveres de los castellanos en el barrio donde residían, Alcudia, y le amenazó con atacar Valencia y vengar los daños que habían causado al rey al-Qādir.

Ibn Ŷaḥḥāf reunió un pequeño contingente de soldados valencianos y almorávides a los que pagó con parte de los bienes saqueados. Entonces comenzó a formarse un grupo contrario a su gobierno que, aliado con los almorávides y dirigido por los Banū Wāŷib, comenzó a preparar la destitución de Ibn Ŷaḥḥāf y la entrega de la ciudad al gobernador de Denia, Ibn ‘Ā’iša. Mientras tanto, los daños causados por el ataque de las tropas del Cid contra los valencianos iban en aumento, y tras tomar algunas fortificaciones de la zona como el ḥin de Ŷubayla, que no habían llegado a aceptar el dominio del cadí ni el norteafricano, configuró una cabeza de puente desde la que acosar a la taifa levantina.

En Valencia, el partido favorable a unirse al imperio almorávide fue ganando fuerza, y exigieron el envío de una embajada a Yūsuf b. Tašfīn, el soberano almorávide; el gobernador de Denia hizo saber a los valencianos que su misión no tendría éxito si no iba acompañada del tesoro de al-Qādir. En este momento parece haberse producido un primer engaño de Ibn Ŷaḥḥāf a propósito de esta riqueza, pues al parecer envió solamente una parte de menos valor y retuvo para sí la parte más preciada; este envío no llegó, al parecer, a su destino, pues fue interceptado por el Cid gracias a la intervención de un miembro de la embajada, antiguo partidario de al-Qādir, que comunicó al castellano el recorrido de la misma.

El asedio al que sometió Rodrigo Díaz a la ciudad de Valencia desde julio de 1093 fue muy dañino para Ibn Ŷaḥḥāf, pues fueron incendiadas las propiedades extramuros de su clan. Las negociaciones entre ambas partes condujeron a un principio de acuerdo para hacer evacuar a los almorávides presentes en el alcázar la ciudad, que se concretó en agosto de 1093, con la salida de los beréberes hacia Denia y el restablecimiento de la tutela castellana sobre la ciudad, que seguía bajo el mando de Ibn Ŷaḥḥāf, al que Rodrigo Díaz propuso someter a los gobernadores de las plazas menores de la región para que pudiera hacer frente a los pagos a los que se había comprometido.

En diciembre de 1093 la proximidad de un fuerte ejército almorávide hizo que el bando partidario de apoyarlos, con los Banū Wāŷib a la cabeza, forzara a Ŷa‘far a cerrar las puertas a los representantes castellanos, a la espera de la llegada de los norteafricanos, y depuso a éste del poder, entregándolo a los Banū Wāŷib, mientras el cadí se refugiaba en su residencia para no ser objeto de violencia. Mientras, el Cid reunió en sus manos las rentas de las poblaciones cercanas a Valencia. Las malas condiciones de vida y la falta de ayuda llevaron a los habitantes de la ciudad a deponer a los partidarios de los almorávides y a devolver el control de la ciudad a Ibn Ŷaḥḥāf (febrero de 1094), que aceptó una condición impuesta por el Campeador y expulsó a los más destacados partidarios de los almorávides de la ciudad, que fueron entregados al castellano. Sin embargo, las conversaciones para una paz definitiva fracasaron, y el cerco de la ciudad fue reanudado con mayor violencia. El Cid llegó a un acuerdo con el cabecilla de los Banū Wāŷib, que le había sido entregado por el propio dirigente de Valencia, y se concitó con él para que entrara en la ciudad, la levantara contra el antiguo cadí y se convirtiera en el rey de la taifa. Sin embargo, Ibn Ŷaḥḥāf consiguió sofocar la revuelta y ejecutó a su enemigo. En junio de 1094, los valencianos, tras agotar toda esperanza de recibir ayuda, pactaron la entrega de la ciudad, que fue efectuada el 16 de junio de 1094; en los primeros momentos los pactos incluían una cláusula por la que los habitantes de la ciudad conservarían sus vidas y sus bienes, incluyendo al antiguo cadí, pero las dilaciones en el cumplimiento de la entrega provocan disputas entre los historiadores acerca de la validez del mismo. En los primeros momentos de la ocupación intentó congraciarse con Rodrigo Díaz, sin éxito, pues éste le solicitó la entrega de los tesoros de al-Qādir que todavía tuviera en su poder, aunque Ibn Ŷaḥḥāf juró que no tenía nada de aquella riqueza. Poco después el Cid ordenó su detención y la de los suyos, que fue efectuada por los mismos valencianos, y tras ser torturado para que revelara dónde había escondido sus riquezas, fue condenado a muerte; según las crónicas cristianas ésta fue por lapidación y según las árabes en la hoguera. Dada la dependencia de las primeras respecto a las segundas, parece muy probable que se produjera tal y como señalan Ibn Bassām e Ibn ‘Iḏārī.

La falta de habilidad de este personaje hizo que incluso Ibn Jaldūn lo señalara como ejemplo de las dificultades que un alfaquí atraviesa en el mundo, muy diferente al de su disciplina, de la vida política. Es un personaje que ejemplifica la transición entre el mundo de las taifas, en que triunfaron hombres de similares características, y el del siglo XII, en que los alfaquíes gozaron de relevancia como apoyo del movimiento almorávide, pero sin detentar poder nominal alguno.

 

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José Ramírez del Río