Ayuda

Agustín Manuel de Eyzaguirre y Arechavala

Biografía

Eyzaguirre y Arechavala, Agustín Manuel de. Santiago (Chile), 3.V.1768 – San Agustín de Tango (Chile), 19.VII.1837. Comerciante y político independentista.

Segundo hijo del matrimonio de Domingo de Eyzaguirre y Escutasolo y María Rosa de Arechavala y Alday. La familia de su padre era originaria de la Villa de la Mariquina, en el señorío de Vizcaya, donde había nacido el 6 de agosto de 1726. A la edad de veinte años su padre pasó al virreinato de Nueva España para trabajar en la Real Casa de la Moneda, cargo en el que se desempeñó a satisfacción del superintendente Andrés de Morales, quien trasladándose al virreinato de Perú, lo llevó consigo para que ocupase el cargo de juez de balanza. Poco más tarde, a fines de 1753 se le nombró ensayador supernumerario. Llegando finalmente a Chile el 11 de mayo de 1772, en donde ingresó en la Casa de Moneda ocupando la plaza de ensayador mayor. María Rosa de Arechavala, su madre, era hija del comerciante vizcaíno avecindado en Concepción (Chile) Julián de Arechavala y Paul y de Juana de Alday y Axpée, sobrina nieta del obispo de Santiago Manuel de Alday y Axpée, quien dirigió el obispado entre los años 1753 y 1788.

Sus primeros estudios los desarrolló en el real colegio seminario del Santo Ángel de la Guarda de Santiago.

A la edad de dieciséis años se matriculó en la facultad de Cánones y Leyes de la Real Universidad de San Felipe, dejando la carrera de Derecho inconclusa para inscribirse en 1786 en el bachillerato en Teología, del cual egresó en 1789 previamente al haber aprobado el examen consistente en exponer las treinta y tres cuestiones de la Suma Teológica de santo Tomás.

Sin tener una fuerte y clara vocación para el sacerdocio, se dedicó una vez egresado de la Universidad a seguir los pasos de su familia materna, el comercio.

Durante un breve tiempo se estableció en la hacienda de San Agustín de Tango, de propiedad de su familia para dedicarse a las actividades agrícolas, pero una vez muerto su padre, se radicará por gran parte de su vida en la capital del reino de Chile, avocándose casi de manera exclusiva al comercio mercantil. Rubro que a fines del xviii estaba dando sus primeros frutos tras las reformas borbónicas de comercio libre dictadas entre 1778 y 1782. Con motivo de la enemistad de España por apoyo a la Francia de Napoleón, Inglaterra procedió al bloqueo de toda nave que entrara o saliera de la Península, produciendo en América una progresiva venta y abastecimiento de productos de contrabando, siendo las embarcaciones de bandera estadounidense, inglesa y francesa las más activas. Ante esta situación Agustín de Eyzaguirre comenta en carta a su hermano Miguel que se encuentra en Madrid la situación: “Los motivos que se pueden alegar son el comercio clandestino que se hace en toda esta costa; que en cualquier caleta pueden desembarcar y, por consiguiente, como la necesidad en guerra es tanta, cada uno se avanza a hacer lo que puede a fin de comprar a los balleneros; los puertos no tienen como resistir (exceptuando el de Valparaíso y Concepción) la fuerza de los contrabandistas extranjeros, que con el pretexto de bastimento ocurren a ellos los balleneros, como se experimentó en la guerra pasada; lo cierto es que después que los vasallos se gravan en comprar estos efectos muchos más caros que si se permitiere su internación del [Río de] Janeiro, el rey pierde sus derechos, los extranjeros enriquecen y la nación empobrece” (Archivo Epistolar).

En el transcurso de la primera década del siglo xix, Eyzaguirre mantuvo relaciones comerciales con Lima, Buenos Aires, Río de Janeiro y Cádiz, llegando a fines del decenio a poseer una considerable fortuna, que le abrirá paso no sólo a relacionarse con comerciantes de importancia del cono sur, con algunos de los cuales iniciará negocios para comerciar productos con las islas Filipinas e incluso la India, sino también le dará oportunidades de enlazarse con los miembros de la aristocracia local, con la cual se unirá de modo definitivo, a través de su matrimonio con Teresa de Larraín y Guzmán, quien pertenecía a una de las familias más distinguidas de la sociedad chilena, siendo hermana del primer marqués de Larraín. Su padre era el coronel Agustín de Larraín y Lecaros, señor del mayorazgo de Larraín, y su madre Ana Josefa de Guzmán y Lecaros, prima hermana de su esposo. Por línea paterna era bisnieta de Santiago de Larraín y Vicuña, Caballero de la Orden de Santiago y presidente del reino de Quito. Por línea materna era nieta del doctor Alonso de Guzmán Peralta, rector de la Real Universidad de San Felipe y oidor de la Audiencia de Bogotá.

El matrimonio se realizó en la catedral de Santiago el 3 de septiembre de 1808, sirviendo de padrinos el marqués de Larraín y su madre.

La invasión de España por parte de tropas francesas, y las posteriores abdicaciones de Fernando VII y de Carlos IV el 6 de mayo de 1808 en Bayona, fueron hechos que rápidamente se difundieron por todas las posesiones de la Corona castellana en ultramar.

Con la prontitud de la información que llegaba a Chile, que muchas veces se consideraba dudosa, la inquietud se hizo manifiesta entre la clase dirigente.

Ante esta situación Eyzaguirre escribió a su corresponsal en La Coruña José de Alameda el 4 de enero de 1809: “Bien atormentados y condolidos estamos de la situación de nuestra metrópoli y de sus habitantes, y más se aumenta cuando llega algún correo que nos renueva las atrocidades que han hecho por donde han pasado estos inhumanos bandidos. Todo esto nos aflige mucho y sin poderlo remediar. Sin embargo, todo esto se nos hace soportable, menos cuando recordamos la ausencia de nuestro soberano el señor don Fernando VII, objeto de nuestras delicias y la esperanza de nuestro remedio. Su inocencia clama al cielo y el Dios de las venganzas, al cabo, oirá los ruegos de su humilde rey y nación y descargará el azote sobre el malvado emperador Napoleón y sus secuaces, y solo con este auxilio podremos sacudir el yugo que ha principiado a poner. Esta consideración es la que nos consuela y algún tanto con alienta, como que la Divina Omnipotencia siempre ha favorecido a nuestro reino en otras iguales o peores circunstancias”. El problema del bloqueo se hacía paradójico, si antes Inglaterra impidió el tránsito de naves desde y hacia las costas de España por estar ésta en alianza con Francia, ahora se transformaba en una aliada en vista de la invasión de Napoleón. Este hecho y la imposibilidad del tráfico mercantil, hizo que muchos criollos, entre ellos Eyzaguirre, demandasen declarar ley de comercio libre, pensando que dicha normativa acabaría con el contrabando y regularizaría el abastecimiento y economía de la región. Estas demandas hicieron eco en el virrey de Buenos Aires, pero en Chile, ante la inseguridad y desconfianza hacia los criollos por parte del gobernador Francisco Antonio García Carrasco, las medidas no se llevaron a efecto.

A los problemas de índole económico se agregaban los de carácter político. Eyzaguirre y en general el grupo criollo estaban preocupados por las constantes rencillas que se producían entre los españoles que ocupaban las altas magistraturas públicas y ellos, que detentaban gran parte del poder económico. La medieval norma jurídica que manifestaba la igualdad de derechos entre los reinos, siendo éstos unidos sólo por la persona real, y en vista y consecuencia de la privación de ejercer sus funciones el Monarca, el legítimo poder nuevamente recaía en el autogobierno por parte de sus vasallos. Es ante esta idea que muchos criollos fueron cada vez más radicalizando sus demandas, hasta que finalmente, por una serie de hechos coyunturales Eyzaguirre y otros connotados vecinos decidieron tomar partido por el inevitable camino de la independencia de Chile. En 1810 y en calidad de alcalde de Santiago, Eyzaguirre fue protagonista de las acaloradas discusiones y acusaciones que estaba, llevando a cabo en conjunto con sus conciudadanos contra el gobernador García Carrasco, a quien entre otros cargos se le imputaba el de: abuso de poder, falta de debido proceso a personeros políticos y engaño público. En base a estas acusaciones el día 16 de julio de 1810, el gobernador de Chile decidió abdicar, asumiendo el mando interino del reino, el militar de más alta graduación, el conde de la Conquista, Mateo de Toro y Zambrano. Ciertamente que fueron estos sucesos los que marcaron el inicio de Agustín de Eyzaguirre en la vida política, dejando en segundo plano la de activo mercader y comerciante.

Ante los rumores, confirmado en noticia más tarde que el Consejo de Regencia había nombrado al brigadier Francisco Javier Elío como nuevo gobernador para Chile, a quien se le conocía su abierto desprecio hacia los criollos, indignó de gran manera a los ciudadanos de Santiago, quienes solicitaron la pronta realización de un cabildo abierto. Esta petición se hizo esperar durante un mes y medio debido a las distintas posiciones políticas-ideológicas que muchos criollos tenían con respecto a esta situación. Hasta que finalmente en la mañana del 18 de septiembre de 1810, se convocó a un cabildo abierto para dirimir sobre el futuro del reino. Esta reunión estuvo presidida por el conde de la Conquista y los miembros del cabildo. Luego de una serie de argumentaciones de ambas partes, se determinó la constitución de la primera Junta de Gobierno, la que tendría por misión principal gobernar el reino hasta que se convocase a un congreso de diputados, institución que tendría la tarea final de instaurar un sistema político definitivo.

Al finalizar 1810, también lo hizo su cargo de alcalde de Santiago, pero se mantendría como regidor del cabildo. En una carta a su amigo José Ignacio Zapata le manifiesta la intención y preocupación por el devenir de las elecciones al congreso “A la verdad me interesa mucho, en que elijan todas las provincias unos sujetos de luces que sepan formar una constitución por la cual se dirija el Gobierno y nuevas leyes para todos los tribunales. Muchos están persuadidos que el cargo de diputado sólo es para votar; pero esté V. en la inteligencia que lo menos es eso, y su principal destino es lo primero que llevo dicho; por esto conocerá V. la precisión que hay de nombrar unos individuos idóneos que posean buenas luces y no fantasmas que sólo sirven para ocupar asiento y no llevar el alto cargo para que son llamados.” Después de ciertos antagonismos entre los patriotas, quienes se habían dividido entre progresistas y moderados, liderados los primeros por el doctor Juan Martínez de Rozas, y los segundos por los miembros de la Junta, encabezados por Eyzaguirre y José Miguel Infante, lograron estos últimos una amplia mayoría, dejando fuera de carrera al doctor Rozas. Eyzaguirre fue elegido diputado para el primer Congreso Nacional en mayo de 1811, corporación que abrió en sesión solemne el 4 de julio del mismo año. Producto de un desencanto hacia el modo de hacer política por parte de algunos de sus colegas prontamente presenta su renuncia, que es rechazada siete días después de iniciada las sesiones.

Poco más tarde, el 20 de agosto de 1811 se le nombró vicepresidente del Congreso, cargo que ocuparía por breve tiempo ya que a fines de ese año, se produjo un golpe de estado liderado por el joven militar José Miguel Carrera. En vista de su alejamiento del congreso, por encontrarse este clausurado, se estableció los primeros meses de 1812 en su hacienda de San Agustín de Tango, cercana a la ciudad de Santiago.

Debido que el gobierno de Carrera volcó totalmente su postura hacia la independencia de Chile, y considerando justa la causa, Agustín de Eyzaguirre volvió a la arena política para tomar el cargo de regidor de Santiago el 5 de abril de 1812, que poco más tarde tuvo que abandonar para asumir uno de mayor magistratura.

El senado ante el avance desde el sur de las tropas realistas enviadas desde el Perú por el virrey José Fernando de Abascal y comandadas por el brigadier Antonio Pareja, designó el 13 de abril de 1812 la segunda Junta de Gobierno, que estaría compuesta hasta el 7 de marzo de 1814 por los vocales Agustín de Eyzaguirre, José Miguel Infante y Francisco Antonio Pérez. Esta junta inició una serie de cambios en cuanto a la organización ya no del reino, sino del Estado de Chile, como lo indicaban todos los documentos emitidos por dicha corporación. Así, por ejemplo, la Junta declaró por decreto publicado en el Monitor Araucano el 15 de junio de 1813 que en Chile “no debían usarse en nuestros ejércitos los signos i banderas con que se distinguían las tropas de los tiranos; i que en su consecuencia en lugar de la bandera española, que se había usado hasta entonces, se sustituiría la tricolor en la forma del modelo que se había puesto en la secretaría, que para los lugares mercantes sería sin estrella”. Junto con esta normativa, la Junta llevó a cabo una serie de tareas: se reglamentó la ley de imprenta; se creó el Instituto Nacional, principal centro de enseñanza secundaria del país; la Biblioteca Nacional; se realizó el primer censo poblacional y se elaboró un proyecto de constitución política por Juan Egaña.

Así también y ante la necesidad de que la independencia de Chile fuera reconocida en el extranjero, se envió a Europa en calidad de funcionario diplomático a Francisco Antonio Pinto, para que obtuviera el reconocimiento oficial de Inglaterra y de las principales naciones continentales.

A comienzos de 1814, las tropas realistas habían avanzado sin mayor esfuerzo desde Concepción hacia el norte del país, tomando las principales ciudades que en el camino se encontraban. Talca en ese entonces, centro de operaciones del gobierno juntista, cayó los primeros días de marzo del mismo año. Pero fue el sitio de Rancagua entre el 1 y 2 de octubre de 1814, más conocido como el “desastre de Rancagua” el que marcará la restauración monárquica en Chile.

Una vez perdida la batalla, las tropas patriotas huyeron hacia la ciudad de Mendoza, provincia de Cuyo (Argentina), dejando desamparados a los ciudadanos chilenos. Las consecuencias del levantamiento y reformas políticas llevadas a cabo por Eyzaguirre y sus compañeros, fueron duramente sancionadas por Mariano Osorio, quien en nombre del virrey del Perú ocupaba la gobernación interina de Chile, ordenando éste su detención, para luego ser deportado en la nave Sebastiana a la isla Juan Fernández, en la que estuvo prisionero por dos años y cuatro meses. Durante el cautiverio, su familia fue despojada de gran parte de las propiedades y bienes que éste poseía. Una vez lograda la derrota de las tropas realistas por parte del general San Martín y O’Higgins en la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, obligaron a los realistas a retirarse a Concepción, pudiendo dar la orden de que regresasen los exiliados de la isla Juan Fernández.

Ya en Chile, Eyzaguirre comenzó su participación en la organización del país, siendo nombrado senador suplente entre 1818 y 1822. En 1819 el gremio de comerciantes de Santiago lo nombró juez de comercio, cargo desde el cual logró restituir el recientemente abolido Tribunal del Consulado, del que, una vez reconstituido, se le nombró prior, máxima magistratura de dicha institución. Debido a los cargos de abuso de poder que pesaban sobre el director supremo de Chile Bernardo O’Higgins, este decide abdicar, y se nombra en representación una Junta Gubernativa encabezada por los vocales Agustín de Eyzaguirre, José Miguel Infante y Fernando Errázuriz, quienes le entregaron el mando de director supremo a Ramón Freire el 4 de abril de 1823. Asimismo se nombra un Senado provisional compuesto de nueve miembros, entre los cuales Eyzaguirre formaba parte, nombrado presidente de la Cámara alta el 11 de abril del mismo año. En 1825 fue elegido diputado de la Asamblea Provincial de Santiago.

La década de 1820 se caracterizó en la historia de Chile como el período de organización republicana, en el que se intenta perfilar al país hacia un orden constitucional. Dicho lapso está marcado por una inestabilidad gubernamental, dentro de la cual se enmarca el gobierno de Freire, que agobiado por la falta de recursos y magros resultados en el aspecto político dejó el cargo, asumiendo en calidad de presidente de la República Manuel Blanco Encalada, quien nombró como vicepresidente de la República a Agustín de Eyzaguirre el 9 de julio de 1826. Este gobierno sufrirá los mismos traspiés del anterior, al que se agregó las férreas disputas con el Congreso Nacional en materia de poderes y atribuciones. Estas problemáticas hicieron que Blanco Encalada dimitiera del cargo, aceptando el Congreso su renuncia el 9 de septiembre de 1826. De este modo, Agustín de Eyzaguirre asumió como presidente de la República interino el 11 de septiembre del mismo año. Su gobierno arrastró las mismas dificultades de sus predecesores: un déficit de las arcas fiscales, lo que impidió el pago oportuno de los sueldos a los militares y las dietas parlamentarias; pugnas de poder con el Congreso; levantamientos civiles y militares en la isla de Chiloé y Chillan respectivamente; el inicio de una serie de ensayos constitucionales; y la progresiva erosión de las relaciones con la Iglesia, por la venta de propiedades de ésta en beneficio del fisco, hicieron que su gobierno se tornara insostenible.

Durante la noche del 24 de enero de 1827, el coronel Enrique Campino depuso el gobierno interino de Eyzaguirre, renunciando éste al día siguiente, el 25 de enero de 1827. Estos hechos hicieron que Agustín de Eyzaguirre a la edad de cincuenta y nueve años se retirara de la vida política, dedicándose casi de manera exclusiva a la agricultura y los negocios. Murió en su hacienda de San Agustín de Tango el 19 de julio de 1837. Con su esposa Teresa de Larraín tuvo siete hijos.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Parroquia del Sagrario, Catedral de Santiago, lib. 6 de matrimonio, fj. 138; Archivo Histórico Nacional de Chile, Secc. Capitanía General, vol. 1045.

Monitor, El Monitor Araucano (Santiago de Chile),15 de junio, 1813; M. L . A munátegui, Los Precursores de la Independencia de Chile, t. III, Santiago de Chile, Imprenta, Litografía i Encuadernación Barcelona, 1910; M. L . A munátegui, La Crónica de 1810, ts. I-III, Santiago de Chile, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1911-1912; L. Valencia, Anales de la República, t. II, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1951; J. Eyzaguirre, Archivo Epistolar de la familia Eyzaguirre, 1747-1852, Buenos Aires, 1960; J. T . Medina, Actas del Cabildo de Santiago, durante el período llamado de la patria vieja (1810-1814), Santiago de Chile, Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, 1960; J. L . Espejo, Nobiliario de la Capitanía General de Chile, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1967; J. Eyzaguirre, El alcalde del año diez, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1968; R. S ilva, Asistentes al Cabildo abierto de 18 de septiembre de 1810, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1968; G. de la Cuadra, Familias Chilenas, vol. I, Santiago de Chile, Editorial Zamorano y Caperan, 1982; Actas del Cabildo de Santiago, t. XXXIII, Santiago, Sociedad Chilena de Historia y Geografía-Academia Chilena de la Historia, 1987; M. Céspedes y L. Garreaud, Gran Diccionario de Chile (Biográfico-cultural), vol. I, Santiago de Chile, Colección Alfa divulgación, Serie Historia de Chile, 1988 (2.ª ed.); T. Halperin, Historia contemporánea de América Latina, México, Editorial Patria, 1989; M. Reyno, Grandes figuras de nuestra historia: José Miguel Carrera, Santiago de Chile, Empresa periodística La Nación, 1989; L. T hayer, Orígenes de Chile: Elementos étnicos, apellidos, familias, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1989; Actas del Cabildo de Santiago, t. XXXV, Santiago de Chile, Sociedad Chilena de Historia y Geografía-Academia Chilena de la Historia, 1990; J. González, “Manuel de Alday y Axpée”, en Episcopologio chileno, 1561-1815, t. II, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1992; F. Castillo, L. Cortés y J. Fuentes, Diccionario Histórico y Biográfico de Chile, Santiago de Chile, Editorial Zig-Zag, 1996 (12.ª ed.); D. Barros Arana, Historia General de Chile, Santiago de Chile, Editorial Universitaria-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2000 (2.ª ed.); A. Jocelyn-Holt, La Independencia de Chile, tradición, modernización y mito, Santiago de Chile, Editorial Planeta-Ariel, 2001 (3.ª ed.).

 

Horacio Aránguiz Donoso