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José de San Martín

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Biografía

San Martín, José de. El Libertador. Yapeyú, Corrientes (Argentina), 25.II.1778 – Boulogne sur Mer (Francia), 17.VIII.1850. General argentino, caudillo de la emancipación de América del Sur.

Nacido el 25 de febrero de 1778, en el pueblo de Yapeyú (Corrientes), capital de su departamento y uno de los cinco en que se dividió el gobierno de los guaraníes, organizado por misioneros y mártires. Era el quinto y último hijo del ayudante mayor Juan de San Martín, teniente gobernador de la provincia, y de Gregoria Matorras, casados en Buenos Aires, pero ambos palentinos, él de Cervatos de la Cueza y ella del próximo Paredes de Nava. En 1781, se trasladó la familia a Buenos Aires y, destinado el padre a España, llegaron a Cádiz el 23 de marzo de 1784 con cinco hijos, el menor José Francisco, de seis años.

La niñez de José de San Martín se marcó por la ausencia de los jesuitas, expulsados de su Misión de Yapeyú y de su Colegio de Málaga, cuyo local ocupó la escuela civil a la que asistiría. Aprendió en Buenos Aires a leer y escribir, durante el largo año que la familia vivió en Madrid, esperando destino y el padre se quejó en sus instancias del año perdido, con sus hijos “sin educación ni carrera”.

Luego, durante casi siete años, José iría en Málaga a la escuela gratuita de las Temporalidades, sucesora del Colegio jesuítico de la calle de la Compañía. Los alumnos admiraban su precoz inteligencia, su excelente caligrafía, visible a los once años en la instancia de ingreso al Ejército, y dotes para el dibujo, la natación y la equitación, entonces normal en Málaga.

Desde los seis años hasta los trece, vivió José en la sencilla casa paterna y en el rudo cuartel de aquella Málaga de cincuenta mil almas, alegre y movida cara al mar. Su cristiana castellanía recibió influjos del fatalismo oriental, arábigo o bereber, y de puertos exóticos, que contribuyeron a su vigorosa personalidad.

Por entonces llegó de Lima a Cádiz, con los cuadros de mando incompletos, el Regimiento de Infantería de Soria, “El Sangriento”, donde fueron “cadetes de cuerpo” sus hermanos mayores. Hubiera querido don Juan que José se les uniese al año siguiente, con los doce exigidos a hijos de oficial; al no haber plaza, el 21 de julio 1789 fue admitido cadete del Regimiento Murcia, con plana mayor en Málaga.

Aquel año el Ejército entraba en transición. Con la pujanza de la burguesía, las nuevas ideas limitarían el clasismo. Las ordenanzas de 1768 advertían al oficial que su “nacimiento no debía granjearle esperanzas para el ascenso”. El saludo de San Martín, también reciente, era con la “gorra de sombrero”, casi mitra sueca, que sustituyó al “sombrero acandilado” —de tres picos, flexible y estrechado en candil— y la marina bandera roja y gualda desde 1785, popularizaría en el sitio de Gerona, y la vería José, como oía la marcha real, aún “marcha granadera”, que desde 1761 alternaba en infantería con “la fusilera”.

No fue cadete cinco años, como sus hermanos, lo normal, sino menos de cuatro, tal vez por la campaña. Viviría en su casa —era permitido— y su alma militar se forjaría en el espíritu y la letra de las “sabias ordenanzas”, norma de vida del soldado y el oficial, que se las haría comprar a su ingreso el “maestro de cadetes”.

Llevaría San Martín cerca de catorce meses en filas, aún sin cumplir trece años, cuando fue en un destacamento a Melilla. Debió partir de Málaga en septiembre de 1790, cuando el sultán de Marruecos, Muley Yasid, declaró la guerra. Pese a su corta edad, dadas sus cualidades, se le consideró útil para el servicio.

En las siete semanas de destacamento melillense, San Martín no hizo más que aprender, navegando en su batallón, ida y vuelta de Málaga a Cartagena y a Mazalquivir hasta el 7 de mayo de 1791, ya con trece años de edad y dos de cadete. Al fin a Orán, que, asolado por un terremoto en octubre anterior, dio ocasión al bey Mascara para sitiarlo con abundantes fuerzas. Llegó el II Batallón el 25 de junio y el 28 empezaron treinta y tres días de ataques. Allí fue el bautismo de fuego de San Martín, granadero por diestro en lanzamientos. El 30 de julio de 1791 se entregó la plaza, aunque el Batallón permaneció siete meses más, hasta el 27 de febrero de 1792, en que abandonó Orán, cuando José cumplía catorce años con buena experiencia acumulada.

El 21 de septiembre, proclamada la República en Francia, el Murcia navegó desde Cartagena al puerto de Los Alfaques, y por jornadas ordinarias, recorrió José unos 190 kilómetros hasta Villafranca del Panadés, al suroeste de Barcelona. De allí, otros 250 hasta Zaragoza, donde el 1 de diciembre quedó su Plana Mayor. Por buen tirador, en Seo de Urgel se incorporó a los cazadores del capitán Corts. En unos dos meses, aún cadete, anduvo casi 600 kilómetros con armamento y equipo. Aprendió a vivir en alta montaña por los valles de Arán y Tena. Su regimiento, el Murcia, fue de los que formaron la agrupación de maniobra del Ejército Pirenaico Central, del príncipe Castellfranco.

Cuando la Convención, declaró la guerra a España el 7 de marzo de 1793, el general Ricardos invadió el Rosellón con el Ejército Oriental. Con el Murcia, en el Central, protegiendo Jaca y el valle del Tena, intervino San Martín en un combate cerca de la venta de Brouset, y el 19 de junio recibió el despacho de segundo teniente. Tenía mando en su cuarta compañía y quince años de edad, cuando el Murcia fue a reforzar el Ejército de Ricardos, el más avanzado, teniendo que, volver a la Seo, para su larga marcha de montaña casi hasta Figuras y, tras la frontera, combatió en Creu del Ferr y Tour de Batere.

Las tropas de Ricardos, únicas en otoño de 1793, rechazaron a las de Dugommier, con fuertes pérdidas en Truillas, donde el Murcia venció en cinco encuentros, desde Mount Boulou hasta dos combates de Banyuls, el segundo con más de dos mil bajas francesas. En marzo de 1794 muerto Ricardos, el conde de La Unión mandó replegarse, el regimiento de San Martín, aún combatió del 3 al 27 de mayo, en Port Vendres, y luego en Puy des Dames y Collioure. Al capitular su general, Navarro, el Murcia fue prisionero a Barcelona, comprometido a no empuñar las armas hasta la paz.

En julio de 1794 San Martín fue primer subteniente y en mayo de 1795, segundo teniente. A lo dos meses firmó Godoy la Paz de Basilea, y se le nombró príncipe de la paz de Basilea, mal abreviado en príncipe de la Paz, que era exclusivo de Jesucristo. San Martín recobró su hipotecada capacidad de lucha.

El 27 de febrero de 1801, España declaró a Portugal la guerra llamada “de las naranjas” para la que el Murcia embarcó en la Santa Dorotea, que el año 1797 caboteaba la costa norteaficana. San Martín actuó en la captura de un jabeque en el cabo Falcón y en un combate cerca de Almería. La hoja de servicios cita su quinta campaña, primero en aguas de Toulón y al fin junto a Cartagena, contra el navío inglés Lión, que al fin apresó a la Santa Dorotea, y trasladó su tripulación a un bergantín de la república de Ragusa, que les desembarcó en Mahón en julio de 1798. Desde entonces los datos de San Martín son oscuros, se dice que volviendo a España como “prisioneros juramentados”, a él y otros, les llevaron a Londres, donde quizá se viesen con las primeras logias americanas.

También consta en su hoja que el 19 de mayo de 1801 actuó como oficial del Murcia en la acción de Campo Mayor y que, a fin de año, yendo al mando de un destacamento de recluta, cerca de Valladolid, unos bandidos le robaron la caja militar con 3350 reales de vellón, quedando con graves heridas en el pecho y una mano, saliendo sin tacha del expediente que por ello se abrió el 6 de enero de 1802, mientras él actuaba en el sitio Gibraltar.

La brillante carrera que presagiaban sus méritos en los Pirineos inició su declive el 8 de mayo al fracasar la flotilla, por los siete años y medio prisionero juramentado, más la inocua guerra de Portugal y la afrenta administrativa por su encuentro con los bandidos, dura lección en aprendizaje militar.

José de San Martín llegó a Cádiz el 26 de diciembre de 1802, a raíz de su ascenso a segundo teniente, destinado al nuevo Batallón de Infantería Ligera de Voluntarios de Campo Mayor. En él se distinguió por su actividad humanitaria en la peste de 1804; el 2 de noviembre ascendió a capitán segundo, asistiendo a los preparativos y resultados de la batalla de Trafalgar. Allí recibiría ecos de los sucesos de Hispanoamérica, en contacto con las logias de inspiración británica, con noticias de la transformación de las juntas revolucionarias americanas, noticias que le irían interesando por la político-militar argentina.

En noviembre de 1807 formó parte de la desorganizada expedición a Portugal y al regresar a Cádiz se enteró del motín de Aranjuez y vivió su tragedia inicial de la Independencia, cuando el 26 de mayo de 1808, la Junta Revolucionaria exigió alzarse contra los franceses al gobernador de Cádiz, general Solano, quien estudiando el caso con sus generales, publicó un indeciso bando que soliviantó al pueblo, moviéndole a ir hacia Capitanía, San Martín, que estaba en casa de Solano, veía desde allí la guardia, que era del Campo Mayor, su batallón, al ver el cariz del pueblo llegando la plaza, debió absorber el mando del teniente de guardia, al que la tropa obedecía mal, y disparaba al aire al mandarle hacer fuego.

Solano se vio perdido y huyó por azoteas, hasta una casa próxima, y mientras San Martín, pugnaba por defender la puerta, los sublevados entraban en Capitanía por la de cocheras. Descubierto Solano el gentío le llevó hasta la plaza y le dio muerte. Algunos, confundiendo a San Martín con el general, muy parecido, iban a lincharle y no le lincharon por ocultarle un amigo, logró incorporarse en Ronda a su Batallón.

Era ya un experto capitán de treinta años, con temple palentino y ceceo malagueño, que hasta el 29 de mayo de 1808 actuó como ayudante del Batallón de Campo Mayor, a las órdenes del general Francisco Solano, marqués del Socorro, a quien conoció en Orán y en el Rosellón y, criollo como él, pronto obtuvo su aprecio, siendo su capitán de guías en la Guerra de las Naranjas. San Martín le recordó toda su vida llevando en su cartera el retrato de quien había sido su compatriota, jefe protector, amigo y acaso hermano de logia.

La Junta de Sevilla le nombró instructor de tropas en Jaén, pero al organizarse las unidades militares, volvió a su Batallón de Voluntarios de Campo Mayor, encuadrado ya en el Ejército de Andalucía del teniente general Castaños, que el 20 de junio inició sus operaciones con treinta y cinco hombres en tres divisiones mandadas por los generales Reding, Coupigny y Jones, y los destacamentos de flanqueo de Valdecañas y de la Cruz Mourgeón.

Castaños creó para Coupigny, una agrupación volante, de choque, al mando de Cruz Mourgeón, teniente coronel del Campo Mayor, formada por una compañía de su Batallón, otras de a pie y varios escuadrones. Para una operación de caballería, dio la vanguardia el capitán San Martín, experto jinete, a quien el 23 de junio, ordenó Mourgeón explorar el terreno, y San Martín, cerca de Arjonilla, organizó en cabeza veintiún húsares de Olivenza montados y caballería de Borbón, y detrás, cuarenta y un infantes del Campo Mayor.

La noche de San Juan, a las tres, San Martín inició en la oscura Aldea del Río un avance lento, que seguían los de a pie; y al verse el perfil del camino, destacó dos húsares a exploración, que vieron caballería en retirada. Mourgeón ordenó atacar, pero el enemigo ya lejos, hizo atajar por una trocha sobre el camino de Andújar. San Martín con los húsares, cargaron sobre una línea de caballería de la guardia imperial, formada en batalla ante unas casas de posta El parte de Mourgeón decía el 23 de junio decía: “Este valeroso oficial atacó con tanta intrepidez, que logró desbaratarlos, dexando en el campo diez y siete dragones muertos y cuatro prisioneros; emprendiendo la fuga el oficial y los restantes soldados, con tanto espanto que arrojaban sus morriones. Por nuestra parte herido leve un Cazador, pese a descargas de tercerolas y pistolas”.

Fue la primera victoria española de la guerra y el primer mando de San Martín. El parte se hizo bando y edicto pregonado en las esquinas, con la sarcástica apostilla: “Los que así huyen son los vencedores de Jena y Austerliz”. A Austerlitz le faltaba una “t”. Se concedió a las tropas un escudo, boceto de San Martín, buen pintor, él ascendió a primer ayudante a las órdenes de Coupigny, y agregado a la caballería de Borbón, pues el cargo era de jinetes.

El capitán San Martín continuó en la agrupación de vanguardia de Mourgeón. Consta como desde el 27 de junio, A los cuatro días de Arjonilla era ya ayudante primero y el 7 de julio agregado al regimiento de Caballería de Borbón, como ayudante de campo de Coupigny, con misiones del aún inexistente Estado Mayor, De sus acciones en la complicada batalla de Bailén, da idea el informe del general Reding a Castaños sobre su jefe, Coupigny: “En la dirección de los movimientos contribuyó al acierto, eligió los cuerpos y acudió con ellos a los puntos más vivos de los tres ataques generales, y con sus conocimientos y valeroso ejemplo, proporcionó los felices resultados”.

Así se reconoció en su grado de teniente coronel, distinguido el día 11 en el cruce del Guadalquivir; el 13 en el del río Salado; el 14 y 15 en los combates de Villanueva de la Reina; el 16 al levantarse el campo para marchar a Menjíbar, el 17 por los combates allí y el 18 y 19 por los de Bailén. Como ayudante asistiría con Coupigny, al encuentro de Reding con Dupont, donde hubo de observar y aprender, como demostró después: En el combate de San Lorenzo aplicaría su experiencia de Arjonilla al campo raso; en los Andes, la de las cumbres pirenaicas y en Chacabuco, la de la batalla clásica que vio y practicó en Bailén.

No consta una actuación masónica de San Martín en Cádiz; en 1810 sólo la logia “Lautaro” trataba de la emancipación americana, vinculada con “La gran Reunión Americana”, su matriz de Londres. De la “Lautaro” argentina quedan aún enigmas. Dos años antes de morir, el 11 de septiembre de 1848 escribía desde Boulogne al general Ramón Castilla declarando: “Una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos... resolvimos regresar cada uno a al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar.” El 2 de septiembre de 1811 solicitó la baja en el ejército y pasaporte a Lima bajo el nombre de José Matorras, con intención secreta de ir a Buenos Aires Cuando dijo adiós a Cádiz, se despidió también de España. Esa llamada “traición” de San Martín, no se explica por “la voz de la sangre”, cuando hijo de palentinos, el menor de cinco hermanos, salió de América, con cinco años, y sólo a él le “hirvió su sangre criolla”. El motivo está en “el glorioso desencanto”, la injusticia profesional con los méritos del padre, oficial “de tropa” muerto con sueldo de teniente; y con él, “cadete de cuerpo” por “hijo de americano” (militar en América), que fue postergado. Alfredo Villegas, el gran historiador sanmartiniano, vio en el Archivo de Simancas —y murió poco después— una lista de ascensos, con San Martín a teniente coronel efectivo, cuya noticia se cruzaría con su salida de Cádiz en glorioso desencanto.

El día 14 zarpaba a Londres, donde permaneció cuatro meses, en los que se supone que renovó los contactos con la logia iniciados en Cádiz. El 19 de enero de 1812 embarcó con otros “patriotas” americanos en la fragata George Canning rumbo a Buenos Aires. Llevaba una biblioteca con 126 títulos en 430 tomos, muchos prohibidos en España, acaso regalo de “ilustración” inglesa a Hispanoamérica. De ellos, en francés 83 y 126; militares 48 y 84, en español, 25 de los 48 y 30 de los 84. Llama la atención lo absurdo de estar en francés los 11 tomos de las Reflexiones Militares, de Santa Cruz de Marcenado, el clásico texto militar español de entonces.

Llegó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 y ocho días después ofreció sus servicios a la Junta Gubernativa, donde, según su carta “todos los vocales menos uno, le recibieron con una desconfianza muy marcada”. Siete días después, el 16, se incorporó al Ejército de la Revolución de Mayo y el Triunvirato le reconoció el grado de teniente coronel de Caballería. Le aceptaron formar un primer escuadrón de Granaderos a Caballo, cuerpo de aparente antítesis, ya iniciado en España en 1735 con la “Compañía de Granaderos a Caballo del Rey”, con variantes de los Dragones de fines del siglo xviii. San Martín llegó a organizar con ellos un regimiento de tal nombre, en largo período de instrucción. El 12 de septiembre de 1812 se casaba con María Remedios de Escalada, el 8 de octubre actuó en la revolución que derrocó al Triunvirato, y el 7 de diciembre, ascendido a coronel, se le nombró jefe del ya instruido Regimiento de Granaderos.

El 3 de febrero de 1813. vencía a los realistas en San Lorenzo, combate de pequeña entidad, llamado “batalla” por ser la primera victoria contra los realistas, éxito semejante al de Arjonilla, famoso por su bando como éste por su himno, casi nacional: “Son las huestes que prepara/ San Martín para triunfar en San Lorenzo”. Buenos Aires le envió al pueblo de San Lorenzo con sus Granaderos a caballo que, a marchas forzadas, esperaron a los realistas ocultos tras el convento de San Carlos y les vencieron, teniendo sólo ocho bajas. A San Martín, con la pierna presa por su caballo muerto, le salvó de morir el sargento Cabral con heridas mortales.

El 1 de junio de aquel 1813, moría en Orense Gregoria Matorras, madre de José Francisco, al que empezaban a llamar “El Libertador”.

El general Belgrano, jefe del Ejército del Norte, vencedor en Tucumán y Salta, al ser vencido en Vilcapugio y Ayohuma, al retroceder a Salta para reorganizarse, el gobierno le envió refuerzos con el coronel San Martín, a quien luego dio el mando de aquel Ejército el 29 de enero de 1814, con cuartel general en Tucumán, donde planeó el proyecto del paso los Andes para liberar Chile y Perú. Cuando estaba entregado de lleno a organizar las tropas, se le agravó una enfermedad latente y hubo de pedir licencia, yendo a reponerse a la sierra de Córdoba.

En septiembre de 1814 se le nombró gobernador intendente de Cuyo y tuvo que acoger allí a los patriotas que buscaban refugio después de la derrota sufrida en octubre de ese mismo año en Rancagua. Con el apoyo del nuevo director supremo, Carlos de Alvear, a quien conoció en Cádiz, organizó un ejército con los refugiados, cuando el Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816 concedió la independencia a las Provincias Unidas del Río de la Plata. El director supremo Juan Martín de Pueyrredón le nombró general en jefe del Ejército de los Andes, al que durante dos años instruyó en Mendoza, en el campamento del Plumerillo, preparando la invasión de Chile. Desde allí inició el paso de los Andes el 18 de enero de 1817 con 5.200 hombres que, con en marchas forzadas los atravesaron durante veinte días.

No puede compararse con él, el paso de los Alpes por Aníbal, César, Alejandro y Napoleón, no puede compararse con el de los Andes por San Martín, ni por el obstáculo, ni por las circunstancias. Las tropas de San Martín franquearon alturas de 3200 a 4200 metros en ruta máxima 745 y mínima de 380, por zonas casi desérticas, clima riguroso, sin poblados ni refugios, y difíciles desfiladeros en la frontera con Chile; mientras que Napoleón no subió a más de 2500 metros, con recorrido máximo de 280 kilómetros y mínimo de cien, con algunas zonas fértiles y pobladas.

Los Andes sólo podían pasarse desde finales de diciembre a principio de febrero, por la inmovilidad que exigen las tierras inhóspitas en temporales de nieve y viento, marchando a veces de noche, mal abrigados y alimentados, con dificultad extrema para transportar la artillería. Sólo de “puna”, mal de montaña, murieron unos trescientos soldados. Destaca la previsión y desarrollo operativo de San Martín, que con deficiente de cartografía, condujo sus columnas, casi sincronizadas, por seis rutas muy dispares: Planchón; Portillo; Guana; Comecaballos; La Cumbre y Los Patos, hasta reunirlas en Chile, casi en la fecha prevista, para ayudarse si era necesario, como así ocurrió.

Cuando el 12 de febrero de 1917, tras la ardua hazaña, las tropas de San Martín y el general chileno O’Higgins, bajando de las montañas de Chacabuco, entraban al valle próximo a la capital, cortaban el paso unos mil quinientos realistas al mando de Rafael Maroto, que rechazaron y contraatacaron un ataque de O’Higgins. Al atacar San Martín hizo retirarse al enemigo con grandes pérdidas. La victoria de Chacabuco restableció la libertad en Chile y pasados dos días, San Martín entraba triunfador en Santiago. Tres días después se reunían allí una comisión de notables proponiendo como gobernante al Libertador, pero San Martín declinó tal honor en el brigadier chileno Bernardo O’Higgins, que llevó el título de director supremo.

Entonces el Cabildo de Chile premiaría al vencedor de Chacabuco con 10.000 pesos, y San Martín, al rehusarlos, propuso fundar con ellos una biblioteca nacional “para que el pueblo se ilustrase en los sagrados derechos que forman la esencia de los hombres libres”.

Reacción de los realistas el 19 de marzo de 1818 venciendo a los patriotas en Cancha Rayada, pero el 5 de abril, al mando vencieron éstos, al mando de San Martín, en la batalla de Maipú, de gran trascendencia, no sólo militar, pues al confirmar la independencia de Chile repercutió en todo el continente, despertando buenos augurios su influencia en la política europea.

Seguro ya Chile, San Martín organizó con tropas argentinas y chilenas el Ejército Libertador del Perú, con el que se trasladaría al Perú y para complementarlo creando una escuadra en el Pacífico, regresó a Buenos Aires. Viendo allí una situación de práctica guerra civil entre el poder central y las provincias, se negó a emplear sus tropas en ella, y volvió a Chile en el otoño de 1817, cuando empeoraba su salud, retrasando hasta 1820, la campaña de Perú. Con el apoyo de la flota que mandó el escocés lord Cochrane, los patriotas lograron controlar toda la costa del Pacífico, desde el estrecho de Magallanes hasta el Perú, estrechando el cerco a las tropas realistas.

Desembarcó en la bahía de Paracas el 8 de septiembre de 1820, anunciando a los peruanos que llegó la hora de su liberación. Al iniciar la campaña negoció una paz con el virrey absolutista Joaquín de la Pezuela, y en 1821 firmó el Pacto de Punchauca con el nuevo virrey, el liberal José de la Serna e Hinojosa, acordando la independencia de Perú, el establecimiento de una regencia de tres miembros y el envío de representantes a España, ofreciendo el trono a algún príncipe de la familia real, pero los oficiales realistas no aceptaban ese acuerdo. Reanudada la lucha, se coronó el 10 de julio de 1821, entrando San Martín en Lima, de incógnito y al atardecer, evitando alardes inmodestos, y demorando hasta el día 28 proclamar la independencia en la plaza mayor.

San Martín gobernó como protector de la libertad del Perú desde el 3 de agosto de 1821 hasta el 20 de septiembre de 1822. Creó el ejército, la marina de guerra, las instituciones del país, su bandera y su himno. Fundó la Escuela Normal y la Biblioteca Nacional, donándole la suya; decretó la libertad de los negros hijos de esclavos y eximió de tributos a los indígenas. Convocó un Congreso Constituyente que acabase con las discrepancias entre líderes y marchó a Guayaquil a entrevistarse con el otro general Libertador, Simón Bolívar, que estaba en Ecuador.

En la entrevista, el 26 de julio de 1822, los Libertadores trataron de la situación del continente, el régimen de Perú y la situación de Guayaquil: su independencia, pertenecer al Perú o integrarse en la Gran Colombia, como resultó al fin. San Martín, era partidario de una monarquía en Perú, pero al oponerse la burguesía limeña, optó por un Congreso Nacional, ante el que, en septiembre de 1822, pronunció un discurso de talla heroica resignando sus poderes en él, como expresión del pueblo soberano, pero, en realidad, quedando en Bolívar los asuntos del país.

San Martín abandonó enseguida la sala del Congreso para descansar unas horas en su quinta antes de ir a Chile, Le visitó un grupo de diputados ofreciéndole, entre otros títulos, el de generalísimo y fundador de la libertad del Perú, lo que aceptó como honor, no con autoridad en el Ejército. El 20 de aquél mes, yendo a Valparaíso, enfermó gravemente y quedó en Mendoza del 4 de febrero al 20 de noviembre de 1823 en que salió para Buenos Aires al saber la muerte de su esposa. Al llegar allí en diciembre, un ambiente hostil le atribuía absurdos proyectos. Decidiendo educar a su hija en Europa, embarcó con ella en febrero de 1824, aún con la salud quebrada.

Permaneció algún tiempo en Gran Bretaña y Francia, y al fin se instaló en Bruselas. En 1827 por la guerra con Brasil, ofreció sus servicios al gobierno argentino, y en 1829 quiso mediar en las tensiones entre centralistas de la capital y los federalistas de provincias, a quienes siempre se opuso, viajando a Buenos Aires, pero dado el mal ambiente político, sin desembarcar, volvió a Europa.

Durante largo tiempo vivió en Bruselas con decoro y escasos recursos. A comienzos de 1831 reanudó en Francia la vieja amistad del banquero Alejandro Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir, que le invitó a instalarse en París, fue su benefactor y murió en 1842, habiéndole nombrado su albacea. En 1844 adquirió la casa de Grand Bourg, donde vivió hasta 1848, en que el agitado ambiente le movió a unirse a su familia a Boulogne sur Mer, dispuesto a ir a Inglaterra si lo aconsejase la inseguridad.

Mantuvo relación epistolar con el mariscal Castilla, presidente del Perú, que le invitaba a “pasar allí tranquilo el último tercio de su vida”. Cuando dudaba de ir, murió en Boulogne el 17 de agosto de 1850, teniendo a su lado, su hija Mercedes y sus dos nietas, el enviado de Chile en Francia y el médico, doctor Jordán. Al trasladar sus restos a Buenos Aires, en 1880, se depositaron en un mausoleo de la Catedral, con símbolos de Argentina, Chile y Perú.

Mientras tanto, aún se mantiene la vieja pugna entre su posible adscripción a las sectas y su manifiesta devoción religiosa, como se considera misteriosa la entrevista de Guayaquil con su inexplicable sometimiento a Bolívar.

 

Bibl.: J. M. Gárate, El glorioso desencanto del capitán San Martín (inéd.); B. Mitre, Historia de San Martín, Buenos Aires, Editorial Anaconda, 1950; R. I. Gómez Carrasco, El general José de San Martín, Buenos Aires, Peuser, 1961; D. S. Sarmiento, Vida de San Martín, Buenos Aires, Emecé, 1964; C. A. Salas, El general San Martín y sus operaciones militares, Buenos Aires, Editorial Instituto Nacional Sanmartiniano, 1976; P. Otero, Historia del Libertador Don José de San Martín, Buenos Aires, Círculo Militar, 1978; D. Ramos Pérez, San Martín, el libertador del Sur, Madrid, Anaya, 1988 (Biblioteca Iberoamericana); A. Lago Carballo (coord.), Vida española del general San Martín, Madrid, Instituto Español Sanmartiniano, 1994; A. Pérez Pardella, El Libertador cabalga, Buenos Aires, Desarrollo Editorial, 1994; A. Henniti, San Martín y los libertadores de América, Madrid, 2000.

 

José María Gárate Córdoba

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