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Raimundo de Borgoña

Biografía

Borgoña, Raimundo de. Conde de Amerous. Dijón (Francia), 1065 – Grajal de Campos (León), 20.IX.1107. Conde de Galicia y padre del emperador Alfonso VII.

Raimundo de Amerous o de Borgoña, hijo de Guillermo I, conde de Borgoña y de Estefanía de Barcelona, llegó a España no mucho después de la conquista de Toledo por los cristianos en 1085 y de los comienzos de la invasión de al-Andalus por los almorávides.

Precisamente para colaborar con las armas cristianas contra la presencia musulmana en la Península, se organizó desde más allá de los Pirineos la expedición que, dirigida por el duque Eudes de Borgoña, primo de Raimundo, trajo a éste hasta los reinos hispánicos.

La campaña militar, una verdadera cruzada, que se celebró durante el año 1087 contra la plaza fuerte de Tudela, incluía, además del importante contingente borgoñón, un nutrido grupo de languedocianos, otro de provenzales, gentes del Poitou y Normandía, o personajes tan significativos como Raimundo de Saint-Gilles, conde de Tolosa, que habría de ser uno de los principales artífices de la conquista de Jerusalén por los europeos algunos años después.

Al margen de que fuera el peligroso avance de los africanos invasores, lo que atrajo hacia la Península a estos caballeros de más allá de los Pirineos, deseosos de contribuir a la lucha contra el islam; resulta indudable que para muchos de ellos, su presencia en una de las fronteras de la Cristiandad, suponía la posibilidad de hacer fortuna y alcanzar una promoción personal, que ampliara los horizontes políticos de los ámbitos rígidamente feudalizados de los que procedían.

Raimundo de Borgoña consiguió desde luego labrarse un porvenir en la Península, al casarse con una de las hijas del rey de León y convertirse, antes de que terminara el siglo xi, en verdadero señor feudal de Galicia, además de recibir de su suegro la custodia señorial de los antiguos territorios de Coimbra y Portucale.

Raimundo estaba emparentado con la reina Constanza, segunda mujer de Alfonso VI, tía del duque Eudes de Borgoña, que era a su vez, como se ha dicho, su primo y con quien llegó a la Península Ibérica en la expedición dirigida contra Tudela en 1087. Por eso, cuando poco después de terminar su campaña contra aquella plaza fuerte, los expedicionarios franceses visitaron la Corte del rey de León, antes de regresar a su tierra, fueron extraordinariamente bien acogidos, hasta el punto de que sería entonces cuando Raimundo renunció a regresar a su país de origen, a la expectativa de su matrimonio con una infanta leonesa, que no fue otra que la futura reina Urraca.

El compromiso formal de boda o los esponsales entre Raimundo y Urraca, que había nacido hacia 1080, se celebraron antes del año 1090, el mismo en que murió el rey de Galicia don García, que vivía en prisión desde su destronamiento definitivo por su hermano Alfonso VI. El rey de León dio entonces el gobierno de Galicia a Raimundo y a su hija Urraca, que vieron así reforzada su posición en el contexto político de la Monarquía.

Como es sabido, además, Raimundo aportó a la Monarquía leonesa un refuerzo importante para sus relaciones con la casa de Borgoña, y, por tanto, también para la influencia cluniacense en el occidente peninsular, iniciada ya en tiempos de Fernando I.

En todo caso, es casi seguro que el gran abad Hugo de Cluny, otro de los tíos y parientes de la reina Constanza, no debió de ser ajeno a este entramado de relaciones familiares y políticas, que en aquellos años se estaban desarrollando entre la corte leonesa y algunos de los más importantes señores feudales del sur de Francia.

Por lo que se refiere a la propia Galicia, la situación no fue al principio muy favorable para el nuevo conde, el territorio acababa de sufrir una revuelta bastante grave, que había afectado al señorío eclesiástico de Santiago y a la ciudad de Lugo. Parece además que la revuelta, capitaneada por Rodrigo y Vela Ovéquiz, dos magnates lucenses, pudo estar relacionada con el descontento de algunos contra los poderes advenedizos, frente a la prisión que sufrió el ex rey García hasta su muerte. Aunque la rebelión fracasó, tuvo entre otras secuelas el inicio del proceso de destitución y de degradación del obispo de Santiago, Diego Peláez, durante el Concilio de Husillos del año 1088.

Sin embargo, de todos estos conflictos quien salió beneficiado fue don Raimundo, que acabó imponiendo su autoridad en los territorios que se le habían encomendado, y aumentando su ascendiente en la corte de su suegro, como demuestra el hecho de que éste, en marzo de 1090, aluda a él como uno de sus principales consejeros, a la hora de confirmar sus posesiones a la sede episcopal de Palencia. Más directa todavía fue su intervención, al año siguiente, en asuntos eclesiásticos de Coimbra y Braga, donde también hubo nuevos nombramientos y destituciones de obispos. Dentro del territorio portugués su autoridad se fue extendiendo a lugares como Santarem, Lisboa y Cintra, las últimas fortalezas conquistadas; lo que suponía ampliar muchísimo los horizontes de sus dominios, los más occidentales del reino de León, a lo largo de toda la costa atlántica.

A todo esto hay que añadir las posibilidades de sucesión al trono de León que, durante algún tiempo, recayeron sobre la primogénita doña Urraca y el propio don Raimundo. El conquistador de Toledo, a pesar de sus sucesivos matrimonios, no pudo asegurar durante bastante tiempo la continuidad de su estirpe en un heredero varón. El único hijo que tuvo, Sancho Alfónsez, lo engendró la princesa mora Zaida, más tarde llamada Isabel en 1093, pero se trató en principio de un hijo ilegítimo, que sólo sería legalizado como sucesor algunos años después, en 1103, cuando el infante tenía casi diez años.

Esta circunstancia provocó, sin duda, algunas tensiones en la corte leonesa, a las que no fue ajena la presencia borgoñona en ella. No tiene nada de extraño que Raimundo de Borgoña, como consorte de la hija mayor de Alfonso VI, tuviera desde el momento mismo de su casamiento serias aspiraciones al trono de su suegro. Incluso llegó a conspirar para llevar a cabo su propósito de apoderarse de ese trono, en el momento en que este último desapareciera.

Para esto contó, al parecer, con la connivencia de su primo Enrique, también de origen borgoñón y presente en la corte leonesa, con quien llegó a firmar “un pacto sucesorio” que preveía las recompensas que Raimundo daría a su pariente, a cambio de su ayuda para convertirse en rey de León; entre esas recompensas se incluía el dominio sobre territorios tan importantes como Toledo o, en su defecto, la misma Galicia.

Es verdad que la conspiración, si la hubo, no pasó más allá de una declaración de intenciones. Pero en buena medida supuso un importante desgaste político del conde, pues tras ser derrotado en 1094 por los musulmanes en Lisboa, lo que provocó la pérdida de la ciudad, fue desposeído por Alfonso VI de parte de sus dominios; en concreto se le privó del que tenía sobre Portugal, que el conquistador de Toledo entregó precisamente a Enrique de Borgoña, a quien además el Monarca casó con su hija doña Teresa, pasando de ser aliados de don Raimundo a beneficiarios a su costa.

Además, parece cierto que Alfonso VI guardó siempre, a partir de entonces, un profundo recelo hacia el marido de doña Urraca, a quien procuró cerrar cualquier camino hacia la sucesión, buscando su propio heredero. Después de la muerte de la reina Constanza, y a pesar de la oposición más o menos manifiesta del propio Raimundo, el Rey volvió a casarse con Berta en 1094 y con Isabel en 1100, con las que tampoco pudo tener el anhelado sucesor. Fue entonces cuando decidió promocionar a su hijo Sancho, legalizando su relación con la mora Zaida, como si de una reina más se hubiera tratado; a lo que ni el conde ni su mujer pudieron o quisieron oponerse abiertamente, entre otras cosas porque quizá no fueran suficientes los apoyos con los que contaban en el reino, frente a la voluntad del Soberano.

En todo caso, y al margen de la cuestión sucesoria, Raimundo fue durante toda su vida —no llegaría a sobrevivir a Alfonso VI— el magnate más poderoso del reino, como lo demuestra el hecho de su presencia casi continua en la corte, junto al Monarca, y confirmando sus documentos inmediatamente después de los Soberanos, junto a su mujer doña Urraca. Él mismo tuvo su propio séquito, una verdadera corte en Galicia, donde su poder e influencia, sin llegar a neutralizar la del Monarca, fueron casi absolutos. Parece seguro que intervino en el nombramiento de los sucesivos obispos de Compostela, primero del cluniacense Dalmacio, en 1094, que sustituyó al depuesto Diego Peláez, y después Gelmírez, administrador de la diócesis desde 1096.

Se da la circunstancia de que Gelmírez, que llegaría a ser primer arzobispo de Santiago, había sido previamente secretario y escribano de Raimundo, uno de sus más estrechos colaboradores en el gobierno de Galicia. Allí también intervino en el nombramiento de los obispos de Lugo y Orense, bajo la supervisión de los cluniacenses y del propio Pontífice romano. No menos importante fue su relación con algunos monasterios, como Tojosoutos, Antealtares, Carboeiro y San Antolín de Toques, entre otros, y cuya documentación nos permite conocer parte de la actividad del conde en sus territorios.

Sus atribuciones como gobernante de Galicia, incluían la capacidad de conceder exención jurisdiccional o privilegio de coto a las entidades monásticas, con alguna de las cuales fue particularmente generoso; pero los eclesiásticos no son los únicos aspectos de su gobierno, que incluye la concesión del privilegio de coto a la ciudad de Tuy en 1095, la confirmación de fueros a la de Santiago en 1105 o la concesión de salvoconductos a los mercaderes de la misma ciudad.

También se preocupó un año antes de su muerte, en 1106, por que los mercaderes que acudían mensualmente a Lugo no fueran molestados, imponiendo fuertes multas a quien lo hiciera.

Sin duda, Raimundo fue un hombre competente en quien, a pesar de sus posibles diferencias y antipatías, Alfonso VI pudo confiar misiones delicadas dentro y fuera de Galicia. Así lo demuestra su labor repobladora por tierras de Zamora, Ávila y Salamanca, que sin duda le fueron encargadas por el Monarca y que incluían, por lo menos en los dos últimos casos, un reforzamiento de las bases militares frente a los ataques almorávides.

Según Bueno Domínguez, la repoblación llevada a cabo en Zamora por Raimundo de Borgoña, incrementó de forma importante su población, gracias a dos fórmulas distintas: la asignación de solares o zonas, como ocurrió en Puebla del Valle; o la repoblación ad libitum, casi siempre en torno a iglesias y centros religiosos. El fuero concedido por el conde y su mujer doña Urraca en 1094 al lugar de Valle demuestra además que sus posesiones se extendían ya por entonces por tierras zamoranas.

De la labor repobladora de Raimundo también habla la preciosa Crónica de la población de Ávila, escrita a mediados del siglo xiii: “Quando el conde don Remondo, por mandado del rey don Alfonso que ganó Toledo (que era su suegro) ovo de poblar a Ávila, en la primera puebla vinieron gran compañía de buenos omes de Cinco Villas e de Lara e algunos de Covaleda”.

Su presencia en la corte de León, o junto al Rey en sus frecuentes estancias en Sahagún, donde se tomaron importantes decisiones para todo el reino, se vio facilitada al ser nombrado conde o tenente de Grajal de Campos en 1098. A partir de entonces, allí, en Grajal, el conde Raimundo residió con relativa frecuencia.

Su hijo y descendiente varón, el futuro Alfonso VII, nació en Galicia hacia el año 1105; pero Alfonso no era el primer hijo de Raimundo de Borgoña y Urraca, quienes algunos años antes habían tenido descendencia en doña Sancha, la famosa infanta que habría de tener una particular influencia durante todo el reinado de su hermano.

En 1106 Raimundo de Borgoña se puso enfermo en Zamora y, aunque pudo recuperarse, murió al año siguiente en Grajal, posiblemente el 20 de septiembre.

Poco antes de su fallecimiento, el día 13 de aquel mismo mes y año, favoreció por última vez a su amigo y colaborador el obispo Gelmírez de Santiago, a quien entregó el monasterio de San Mamede de Piñeiro, a orillas del Tambre. El preámbulo del documento de concesión, como era habitual, aunque de forma un poco más solemne, hacia referencias y consideraciones sobre la salvación eterna de los donantes, como si Raimundo intuyera cercana su muerte.

Cuando ésta acaeció, sus restos mortales fueron trasladados hasta Santiago para ser enterrados en su catedral. Su sepulcro se encuentra actualmente en la capilla de las reliquias de dicho templo, aunque en un principio, hasta el siglo xvi, estuvo situado en el pórtico septentrional de la basílica. Su hijo, el futuro Alfonso VII, que prácticamente no llegó a conocer a su padre, fue reconocido poco después como su sucesor en Galicia.

 

Bibl.: A. López Ferreiro, Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela, III, Santiago de Compostela, Seminario Conciliar Central, 1900; A. Hernández Segura, Crónica de la población de Ávila, Valencia, Imprenta Anúbar, 1966 (col. Textos Medievales, 20); J. Bishko, “Fernando I y los orígenes de la alianza castellano-leonesa con Cluny”, en Cuadernos de Historia de España, XLVII-XLVIII (1968), págs. 31-135; L. García Calles, Doña Sancha hermana del emperador, León-Barcelona, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1972; B. F. Reilly, The Kingdom of León-Castilla under Queen Urraca: 1109-1126, Princeton, University Press, 1982; M. L. Bueno Domínguez, Historia de Zamora: Zamora de los siglos XI-XIII, Zamora, Fundación Ramos de Castro, 1988; El reino de León y Castilla bajo el rey Alfonso VI (1065-1109), Toledo, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1989; J. Rodríguez Fernández, Los fueros locales de la provincia de Zamora, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1990; E. Falque Rey (ed.), Historia Compostelana, Madrid, Akal, 1994; M. Recuero Astray, M. A. Rodríguez Prieto y P. Romero Portilla, Documentos Medievales del Reino de Galicia: Doña Urraca (1095-1126), La Coruña, Xunta de Galicia, 2002; M. Recuero, Alfonso VII (1126-1157), Burgos, La Olmeda, 2003 (col. Corona de España: 19 Reyes de León y Castilla).

 

Manuel Recuero Astray