Pelaéz, Diego. ?, s. XI – Estella (Navarra), c. 1104. Obispo de Santiago de Compostela.
La elección de Diego Peláez para suceder al obispo Gudesteo en la sede de Santiago de Compostela tuvo lugar hacia el año 1070. Las circunstancias en que se produjo esta designación condicionaron el gobierno de Diego en la antigua diócesis de Iria, hasta su destitución en 1088. Lo más probable es que fuera promovido al cargo por el rey García de Galicia, uno de los sucesores de Fernando I, y no por su hermano Sancho I de Castilla, como pretende la Historia Compostelana y otras crónicas posteriores.
El problema radica en la propia situación de Galicia, un territorio desorganizado y difícil de gobernar, y en el que el rey García apenas consiguió imponer su autoridad durante su breve reinado entre 1065 y 1071, cuando fue desplazado del Trono por sus hermanos. Entre otras cosas, García no pudo impedir que el obispo Gudesteo, el antecesor de Diego Peláez, fuera asesinado en 1069 por su tío el conde Fruela. En este ambiente de violencia e inseguridad el nuevo prelado compostelano se hizo cargo de una de las sedes episcopales con más porvenir e importancia de la Península, e incluso de la cristiandad. Las peregrinaciones y la labor de algunos obispos, como Cresconio a mediados del mismo siglo XI, la estaban convirtiendo en una de las grandes sedes apostólicas. Bien es verdad que todavía faltaba bastante camino por recorrer para que la Iglesia compostelana alcanzara los rangos eclesiásticos y la organización suficiente para su desarrollo definitivo.
A Diego Peláez le correspondieron algunas tareas fundamentales en el gobierno interno de su Iglesia, entre ellas el cambio de rito, del mozárabe al romano, labor promovida para todas las diócesis de sus Reinos por Alfonso VI de León, quien finalmente, desde 1072, tras la muerte de Sancho I de Castilla, se había hecho cargo de Galicia. Esta labor que en realidad venía inducida por el pontificado y los reformadores, para terminar con la variedad y confusión de ritos existentes, no estuvo exenta de reticencias y dificultades, a las que Diego Peláez hizo frente, al parecer, con bastante discreción. Su labor disciplinar estuvo dirigida también a la restauración de algunos cargos eclesiásticos, como el de arcediano, tesorero y primicerio, aumentando el número de canónigos de apenas siete a veinticuatro, aunque procurando elevar a personas dignas y competentes. Además acometió obras importantes para su diócesis, y terminó las que el ya mencionado Cresconio había iniciado en Iria y en las torres del oeste, pero sobre todo inició la construcción de la que habría de ser la nueva Catedral de Santiago de Compostela. La envergadura del proyecto requirió hacer frente a muchas dificultades técnicas y financieras desde sus inicios, por lo que la labor de Diego fue fundamental para que este pudiera llevarse a cabo durante las décadas siguientes.
Las relaciones de Diego Peláez con el rey Alfonso VI y sus hermanas, Urraca y Elvira, fueron durante muchos años de colaboración. El Monarca y las infantas favorecieron a la iglesia compostelana, como a las demás diócesis gallegas. Sin embargo, Diego no pudo concluir su mandato, al ser depuesto y degradado por decisión real en una curia celebrada en el lugar de Husillos durante el año 1088. Allí se hizo comparecer al obispo encadenado delante de las autoridades eclesiásticas, y fue despojado de anillo y báculo. Las causas de esta degradación, que resultaría irreversible a pesar de las protestas pontificias y la lucha denodada del prelado hasta su muerte por recuperar su diócesis, pueden estar relacionadas con la desconfianza del rey Alfonso hacia un obispo en cuya elección no había podido intervenir. Pero también con las rebeliones que, por aquellos años, se estaban produciendo en Galicia, a punto de ser entregada al conde Raimundo y a la infanta Urraca.
Puesto en libertad algunos años después, en 1094, Diego Peláez se refugió en Aragón en la Corte del rey Pedro I. Parece que por entonces su causa todavía estaba abierta y el papa Urbano II le había ordenado presentarse en Roma para someterse a juicio canónico. Posiblemente no llegó a hacer el viaje, y el Pontífice no tardó en reconocer a sus sustitutos en la diócesis de Santiago, por lo que Diego permaneció exiliado en Aragón, donde murió hacia 1104.
Bibl.: A. López Ferreiro, Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela, vol. III, Santiago, Imprenta y Encuadernación del Seminario Conciliar Central, 1900; A. Ubieto Arteta, “El destierro del obispo Compostelano don Diego Peláez en Aragó”, en Cuadernos de Estudios Gallegos, 6 (1951), págs. 43-51; F. J. Ruiz, “Peláez, Diego”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, t. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, pág. 1954; B. F. Reilly, El reino de León y Castilla bajo el rey Alfonso VI (1065-1109), Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1989; E. Falque Rey, Historia Compostelana, Madrid, Akal, 1994.
Manuel Recuero Astray