Fernando I. El Magno. ¿Pamplona?, c. 1018 – León, 27.XII.1065. Rey de León y Castilla.
Hijo segundo de Sancho Garcés III el Mayor, rey de Navarra y de su esposa Muniadonna (o Mayor), hija primogénita del conde de Castilla, Sancho García. Se desconoce dónde transcurrieron los primeros años de su vida, aunque se supone que fue educado en el monasterio riojano de la Cogolla, bajo la dirección del abad Gómez, después obispo de Calahorra, a quien don Fernando llama “nostro magistro”. Comienza a sonar su nombre en la Historia cuando en 1029 fue asesinado en León el infante-conde de Castilla García Sánchez, que había llegado a la capital del reino leonés para contraer matrimonio con la infanta leonesa Sancha, hermana del rey legionense Vermudo III.
El rey de Navarra, Sancho Garcés, se apropió del condado de Castilla alegando que su mujer, Muniadonna, era la hermana mayor del conde asesinado, fallecido sin sucesión. El navarro cedió el condado castellano a su hijo Fernando, cuando éste apenas sobrepasaría los doce años de edad, que pronto se intituló rey de Castilla, título que, al parecer, ya habían pactado leoneses y castellanos para el conde García y, así como sucedió a su antecesor en el condado con promesa de reino, también fue su sucesor en el pacto matrimonial con Sancha, la hermana del rey de León Vermudo. La boda se celebró en 1032, cuando ambos contrayentes apenas habían salido de la adolescencia. La desposada llevaba como dote, real o hipotético, las tierras situadas entre el Cea y el Pisuerga, que ya las había incorporado al condado de Castilla Sancho Garcés; éste desaparecía de la escena en 1035.
Fallecido Sancho, que tenía invadido el Reino de León, pudo afianzar en él su autoridad real Vermudo III. Poco tiempo pudo disfrutar de la bonanza. El deseo de recuperar las tierras incorporadas a Castilla y que, tan contra su voluntad, figuraban como dote de su hermana Sancha, ahora reina de Castilla, le indujeron a declarar la guerra a su cuñado Fernando. Éste juzgaba su ejército inferior al de Vermudo, y pidió ayuda a su hermano García, rey de Navarra. En los primeros días de septiembre de 1037, ambos contendientes se enfrentaron en el valle de Tamarón, cercano a Burgos. En lo más duro de la batalla, Vermudo picó espuelas a su caballo Pelagiolo y se introdujo en los escuadrones enemigos: allí murió traspasado a lanzadas.
Desaparecido Vermudo sin dejar descendencia, Fernando se constituyó en pretendiente a la Corona leonesa en razón de que su mujer, Sancha, era la única heredera legítima del reino. León se opuso a ser gobernado por el matador de su Rey, del que se sentía muy orgulloso —con él, además, desaparecía la dinastía—, y cerró las puertas al pretendiente. Sólo por el amor a Sancha aceptaron los leoneses a Fernando, después de un año de oposición armada. El 22 de junio de 1038 era éste ungido Rey en la iglesia de Santa María de León, y pronto aparece en la documentación con el título de Emperador, ayudado en todas sus empresas por su esposa, la reina Sancha, que también recibe el título de Emperatriz, el de reina de toda España.
No fueron fáciles los inicios del reinado. Hubo una primera etapa, que se extendió a lo largo de dieciséis años que los Reyes se vieron obligados a emplear en poner orden en el reino, someter a los condes levantiscos, particularmente leoneses y gallegos, y corregir la anarquía y el expolio de las iglesias. Por ello, el autor de la Historia Silense, su primer biógrafo, a comienzos del siglo XII, deplora lo que Fernando pudo hacer y no logró, de tal modo que se encontró en la imposibilidad de invadir territorio de moros, porque hubo de emplear todos sus esfuerzos en sofocar revueltas, en someter a los nobles, en aguantar la envidia fraterna de su hermano García, rey de Navarra: “Fernandus itaque rex, talibus impeditus, spatio sexdecim annorum cum exteris gentibus vltra suos limites nichil confligendo peregit”.
Acaso por estos avatares, y la lucha con los nobles, en esta primera etapa aparece en la documentación con un mayor afecto hacia las tierras castellanas. Se puede suponer que se sentía en ellas más protegido y comprendido por los condes de Castilla, que por la indisciplinada nobleza leonesa y gallega. También, y de acuerdo con la documentación, en esta primera época, sus monasterios predilectos eran los burgaleses de Arlanza y Cardeña, el primero de los cuales había elegido para sepultura propia. No menor estima prodigaba al monasterio de Oña, donde se encontraba enterrado su padre. Acaso estos tres grandes monasterios le recordaban su adolescencia y su mocedad. Educado en otras costumbres y en la cultura navarra, mucho más europea y progresista que la leonesa, al llegar al nuevo reino, las circunstancias lo reeducaron, y fue sobre todo su mujer Sancha, la que le modeló al uso y maneras de la Corte de León. Se introdujeron corrientes innovadoras, pero aceptó las leyes visigóticas y lo primero que hizo fue confirmar los buenos fueros leoneses promulgados por su suegro Alfonso V. Leonesa es su legislación, inspirada en la Lex Romana Visighotorum y en el Fuero alfonsino. En la suscripción de documentos casi siempre antepone León a Castilla, cuando no aparece solamente León. Por corazón o por política, demostró su querencia leonesa y, en esa tierra celebraba, casi exclusivamente, sus concilios y curias regias. Eso se desprende de la documentación fernandina.
Durante la primera etapa, la más larga de su reinado, esos dieciséis años de inactividad en las fronteras que menciona la Historia Silense, se dedicó don Fernando a pacificar y organizar sus reinos. Fueron años de grandes esperanzas, pero de escasa o nula eficacia para la Reconquista. Programó frecuentes viajes por sus estados con motivo de peregrinaciones, reunión de juntas, corrección de desmanes, administración de justicia que, casi siempre, terminaban en algún monasterio al que se hacían donaciones. En los desplazamientos le acompaña siempre la reina Sancha, a nombre de ambos se redactaban los diplomas y ambos los suscribían. Formaban el séquito obispos, abades y nobles. A veces los acompañan sus hijos, que eran cinco: Urraca, Sancho, Elvira, Alfonso y García, nacidos entre los años 1033-1035 y 1042.
Según las noticias de los documentos, estos viajes, una vez afincados los Reyes en León, dieron comienzo en 1039, año en que visitaron los monasterios burgaleses de Cardeña y Arlanza; a este último repitieron visita en 1041. Al año siguiente se encuentran en Palencia y, nuevamente, en Arlanza. En enero de 1043 aparece la curia regia en Sahagún sustanciando pleitos, y en abril confirman los Reyes los fueros del monasterio de San Andrés de Espinareda, acompañados de sus cinco hijos. 1044 registra la visita real a Burgos y Arlanza. El año de 1045 recoge la visita al monasterio de San Vicente de Oviedo. La catedral de Astorga y su obispo Pedro reciben una doble visita en 1046: en enero, los Reyes reúnen allí el concilio, y en junio tratan de remediar los grandes males sufridos por la diócesis asturicense después de la muerte de Alfonso V. En octubre se les encuentra nuevamente en Arlanza otorgando concesiones y confirmaciones al abad Auriolo.
En 1047 se hallaban los Reyes en Villa Varuz, con todos los magnates de palacio, sentenciando un pleito entre el monasterio de Sahagún y el de San Justo y Pastor. En junio de 1049 los Reyes se desplazan a Portugal, al monasterio de Guimaraes. A mitad de julio ya se encontraban de regreso en León. A finales de octubre marchan a Sahagún en peregrinación ad ipsum locum sanctum causa orationis. A comienzos de 1050 se reunía la curia regia en Burgos y hacía donaciones al monasterio de Cardeña, al obispo burgalés Gómez, y al abad Domingo, que fueron confirmadas en agosto, con la firma añadida de los cinco infantes. En 1053 andaban los Reyes por tierras gallegas y, a finales, en noviembre, se desplazaron a Oviedo para el traslado de los restos del niño tudense, Pelayo, que había sido martirizado en Córdoba el 26 de junio de 925. Les acompañaban los cinco hijos y todos los nobles del reino.
Aquí se cierra la etapa de los primeros dieciséis años, a contar de la consagración de Fernando en 1038, en los que es escasa la documentación, y los cronistas pasan en silencio, porque consideran inactivo este período en la lucha contra los moros.
Se abre la nueva etapa en 1054 con la derrota y muerte del rey García de Navarra en la batalla de Atapuerca, y termina en 1065, con el fallecimiento del rey Fernando el Magno. Son once años de conquistas, de vasallaje de reyes foráneos, de cobro de tributos, de concilios y asambleas, de reformas eclesiásticas, de introducción de nuevas conceptos artísticos, de grandes donaciones. Tiempos de esplendor y de gloria para los reinos de León y Castilla.
Según aparece en documentos y crónicas, las relaciones entre el rey Fernando de León y su hermano García, rey de Pamplona, no fueron malas en los primeros años de ambos reinados. García ayudó en Tamarón a Fernando contra su cuñado Vermudo III, y el navarro obtuvo, en compensación, tierras de Castilla. De las discordias que fueron naciendo entre ambos hermanos hablan las crónicas más cercanas, Silense y Najerense. Dice la primera, que se sigue para el relato de estos acontecimientos, como Fernando era humilde y paciente, mientras que García era arrogante y orgulloso, y comenzó a envidiar y aborrecer a su hermano, porque el reino de éste prosperaba y se engrandecía sobre el suyo, que era el del primogénito. No lograba borrar de su mente que Fernando, segundón de simple conde castellano, a consecuencia de su matrimonio con Sancha, había conseguido la Corona de León había pasado a ser el Monarca más poderoso de los reinos hispanocristianos, y él, su hermano mayor, García, rey de Pamplona, a vasallo del leonés por los territorios condales que había recibido de su madre. Organizó asechanzas contra su hermano Fernando, tratando de suprimirlo, y comenzó por hostigar en las fronteras en cuantas ocasiones se le presentaban. Don Fernando se preparó para la guerra, pero trató de apaciguar a su hermano y hasta le envió dos legados para lograr la paz: Íñigo, abad de Oña, y Domingo, abad de Silos, ambos venerados hoy en los altares. Nada consiguieron; sólo la amenaza de encadenar a los emisarios y a todos los supervivientes de la batalla con llevarlos a Navarra como rebaño de ovejas. Sí se pactó el lugar y el día de la batalla: Atapuerca, a una veintena de km al oriente de la ciudad de Burgos, y el día, 1 de septiembre de 1054. En la fecha convenida se trabó la contienda. El cronista relata con vivos colores el encuentro; el ejército navarro, reforzado con una turbamulta de moros, fue desbaratado y el rey García muerto en el combate.
Dice la tradición que el abad de Oña, futuro san Íñigo, asistió espiritualmente a García moribundo, y que, en el mismo campo de batalla, Fernando I hizo proclamar rey de los navarros a su sobrino Sancho IV Garcés, primogénito del fallecido.
Desde el comienzo de su reinado, don Fernando y doña Sancha pusieron gran empeño en restaurar la disciplina eclesiástica, procuraron elegir obispos dignos y competentes para las diócesis, y favorecer la vida y la disciplina de los monasterios, pero fue ahora, libres de las amenazas de guerra con Navarra, cuando emprendieron la gran obra legislativa y la reforma a fondo de la Iglesia. Así, convocaron el primer concilio de reforma de su reinado, que se reunió en la primavera de 1055 en Coyanza, hoy Valencia de Don Juan, unos cuarenta kilómetros al sur de la ciudad de León. Presidían ambos Reyes y asistían “todos” los obispos del reino y aun alguno de Navarra, “todos” los abades y los magnates. Se pueden todavía leer sus actas, que comienzan con un preámbulo histórico-doctrinal, y declaran la finalidad de la reunión: corregir y ordenar los cánones y costumbres de la Iglesia, y promulgar nuevos decretos, en vista de la miseria, el hambre, las pestes, las guerras, las grandes desgracias que padeció nuestra tierra a causa de nuestros pecados. En sus trece cánones se puede contemplar el estado de las diócesis al comienzo de la asamblea, eminentemente eclesial, canónica y tradicional, toda vez que tratan de “restaurar la cristiandad”, corregir abusos e implantar las antiguas costumbres.
Comienza el primer canon con el compromiso de los obispos de vivir la vida común, cada uno en su sede. El segundo, en la misma línea, obliga a los clérigos diocesanos a llevar vida común en el presbiterio o canónica bajo la regla de san Isidoro o de san Benito. El resto de los cánones establece el régimen jurídico y litúrgico de las iglesias diocesanas, vestiduras, atuendo y vida de los clérigos, penas canónicas para los delitos de los seglares, administración de sacramentos y aptitudes en los candidatos, asistencia de los fieles a la misa y los actos litúrgicos, administración de justicia y actuación de los tribunales civiles, normativa penal, distinta para el Reino de León y el de Castilla: Fuero de Alfonso V para el primero, y fueros del conde Sancho García para el segundo; imprescriptibilidad de los bienes eclesiásticos de acuerdo con los sagrados cánones y la Ley gótica, concesión al llevador de tierras en litigio de los frutos pendientes, ley del ayuno para todo fiel cristiano, derecho de asilo en las iglesias, y concluye el último canon estableciendo las mutuas relaciones y obligaciones entre el Rey y sus súbditos: todos, de cualquier clase y condición, están obligados a prestar fidelidad al rey Fernando: los leoneses, la misma que los antepasados prestaron al rey Alfonso V; los castellanos, la misma que ofrecieron al conde Sancho García. También fue abundante la concesión, por parte de don Fernando y doña Sancha, de fueros y privilegios a sedes episcopales, monasterios y villas, inspirados en el Fuero de León, dado por Alfonso V en 1017.
Pacificado el interior del reino y restaurada la Iglesia, se entregó el rey Fernando a la expansión exterior y a hacer avanzar la Reconquista, tarea a la que dedicó los diez años que le quedaban de vida. Coincidieron éstos con los reinos musulmanes que se conocen con el nombre de “taifas”, muy debilitados por su aburguesamiento y desmembración, y por las desorbitadas sumas de dinero que debían entregar a los cristianos como pago de parias. Comenzaron las acometidas de Fernando I con la expedición a Portugal en 1055, que se limitó a una acción de tanteo, ensayo y saqueo, corriendo y devastando las tierras de la Beira alta, acercándose, pero sin atacar la ciudad de Viseo, que no conquistaron hasta tres años más tarde. El año siguiente lo dedicaron las vanguardias de Fernando I a consolidar las posiciones adelantadas en el año anterior, y se conformaron con poner en defensa una línea de castillos al este de Lamego, entre ellos Anciaes, Linhares, Paredes de Beira, Penella y San Juan de Pesquera, que aseguraban el flanco y la vía de penetración desde el Duero. A comienzos de junio de ese año de 1056 se encuentra a la Corte real leonesa en pleno, los Reyes, sus cinco hijos y una gran caterva de notables del reino, especialmente gallegos y portugueses, visitando Galicia. A comienzos del otoño de 1057 las tropas de Fernando cercaron la ciudad de Lamego, que se consideraba inexpugnable y cayó el 27 de noviembre; también se apropiaron de castillos cercanos, en preparación de futuros avances, así el de San Justo, sobre el río Malva, y Tarouca, que arrasaron para que los enemigos no se aprovechasen de ellos. Las tierras conquistadas y las que se proponía conquistar el Rey de León y Castilla pertenecían a la taifa de Badajoz, gobernada por su rey al-Muýaffar. Pasada la estación invernal, sin apenas descanso, los ejércitos fernandinos avanzaron en la primavera de 1058 hacia Viseo con la intención de vengar la muerte del padre de doña Sancha y suegro de don Fernando, acaecida años atrás ante los muros de aquella plaza. Cercaron la ciudad, que conquistaron no sin gran resistencia por parte de los defensores. Allí encontraron al saetero que había dado muerte al rey Alfonso V y mandaron amputarle ambas manos. Siguieron las hostilidades de las tropas leonesas y castellanas en marcha hacia Coimbra adonde tardaron seis años en llegar, porque hubieron de acudir a otras fronteras y combatir otras taifas.
La Historia Silense asegura que Fernando I regresó triunfador a León, deteniéndose en Compostela para agradecer al Apóstol la ayuda en las expediciones a Portugal. Una vez en la Corte, reunió junta general de notables, en la que se acordó emprender acciones en la frontera oriental, atacar los reinos de Zaragoza y Toledo y ocupar los numerosos castillos de la línea del Duero. Comenzaron, en 1060, las hostilidades en el Alto Duero, ocupando las huestes de Fernando I los castillos de Gormaz, Vadorrey, Berlanga, Aguilera, Santiuste, Santamera, Huermos, Parrantagón y el valle de Bordecorés. Parece que los planes del rey Fernando eran tan ambiciosos, que pretendía trazar una línea defensiva desde el Atlántico al Mediterráneo, cerrar el paso hacia el mediodía a sus rivales cristianos del norte —reinos de Navarra y Aragón, condados de Pallars y Barcelona— y acometer él solo la Reconquista.
El ataque de Fernando I a Zaragoza contrarió a su sobrino Sancho IV Garcés de Navarra, que estaba comprometido con el reyezuelo de Zaragoza, al-Muqtadir. Sancho atacó, en 1061, a su tío Fernando, y éste no sólo lo derrotó, sino que aprovechó la contienda para incorporar a Castilla parte de La Rioja, Valpuesta y Montes de Oca, sometiéndosele, además el taifa zaragozano y solicitando su protección a cambio de una fuerte suma de oro. Se calcula esta paria, llamada “paria vieja”, en 10 o 12.000 dinares de oro cada año.
En el verano de 1062, las tropas de Fernando I atacaron la frontera meridional, dirigiéndose hacia Toledo. Atravesaron la sierra de Guadarrama y se apoderaron de Talamanca y Alcalá. El rey de Toledo, al-Ma’mūn, salió al encuentro del soberano católico con una ingente cantidad de regalos de oro, plata y vestidos preciosos, se humilló ante él y pidió que recibiese bajo su protección al Reino de Toledo y a su Rey, prometiendo pagar parias.
1063 fue un año pleno en la política de los reyes Fernando y Sancha. Victorias guerreras, solemnidades religiosas, cambios artísticos, compromisos políticos. El rey taifa de Zaragoza y feudatario de Fernando I solicitó de éste ayuda para liberar la población de Graus, que tenía cercada el rey aragonés Ramiro I, hermano bastardo del leonés. Fernando I envió una expedición castellana, mandada por el infante don Sancho, primogénito de los reyes leoneses, al que acompañaba Rodrigo, futuro Cid Campeador. El 8 de mayo de 1063 caía Graus y sucumbía Ramiro I de Aragón. En este verano Fernando movió sus ejércitos por Lusitania y la Bética. Llegó a Mérida a comienzos del otoño. El taifa sevillano, al-Mu’ta¼id, salió a recibirle cargado de oro, rogándole que no le privase del reino. Aceptó el Rey leonés, con el compromiso, además, por parte del sevillano, de entregarle el cuerpo de santa Justa, mártir de la época romana y patrona de la ciudad hispalense. Envió una brillante embajada a Sevilla, para recoger las reliquias, y él se volvió a León.
En la Corte leonesa, contiguo al palacio real, se construían una iglesia palatina y un panteón para cementerio de Reyes, donde, por primera vez en el reino, se estrenaban las bellezas y encantos del arte románico. Entretanto, a finales del otoño, llegaba a León la embajada enviada a Sevilla desde Mérida. No traían el cuerpo de santa Justa, que no pudieron hallar, pero sí el del sabio obispo hispalense Isidoro. El Rey y sus tres hijos salieron lejos de la ciudad a recibir las sagradas reliquias, que fueron depositadas en el nuevo templo. Además se organizaron unas fiestas fastuosas para solemnizar el acontecimiento. El 21 de diciembre de 1063 fue consagrada la nueva iglesia y al día siguiente se celebró la traslación del santo hispalense. También se dotó al templo con un fabuloso tesoro, algunas de cuyas joyas forman todavía el “Tesoro de León”, conservado en la Real colegiata isidoriana. A continuación se juntaron las Cortes, y los Reyes, para asegurar la paz después de su muerte, dividieron los reinos entre sus hijos.
Terminados los festejos isidorianos, Fernando I se dispuso a conquistar Coimbra. Toda la Corte se trasladó a Compostela a pedir la protección del Apóstol y, a comienzos de enero de 1064, emprendieron la marcha hacia Coimbra el Rey, la Reina, sus cinco hijos, obispos, abades y nobles. A finales de enero quedó cercada Coimbra, que fue tomada al asalto el 9 de julio, después de casi seis meses de asedio.
Antes de emprender nuevas acciones bélicas, en la primavera de 1065, toda la Corte emprende viaje a Galicia para dar gracias al Apóstol por la ayuda en las acciones pasadas y rogar por las futuras. A comienzos de verano, marcha Fernando con sus tropas contra el taifa de Zaragoza, que se negaba a pagar las parias. A continuación emprendió marcha hacia Valencia, que hubiera conquistado de inmediato después de la batalla en Paterna, donde los árabes quedaron destrozados. No pudo recoger los frutos de la victoria, pues una inoportuna y grave enfermedad obligó al gran Rey a volver, a marchas forzadas, a morir en León. Llegó a la capital del reino el sábado 24 de diciembre, día de Nochebuena. A medianoche se presentó el Rey moribundo en el coro y acompañó a la comunidad en la salmodia de maitines. En brazos lo transportaron al lecho. Al amanecer del día 26 se agravó, convocó a los obispos, abades y monjes del entorno y, con el Rey a hombros, se organizó una procesión hacia la iglesia, y ante el cuerpo de san Isidoro, tendido en tierra, le fueron despojando de los atributos reales, le vistieron de saco, espolvorearon ceniza sobre su cabeza, confesó sus pecados y recibió la penitencia pública, y le volvieron al palacio. Expiraba al mediodía del martes 27. Desaparecía el Rey Magno después de veintisiete años largos de reinado. No conoció la derrota y a punto estuvo de rematar, él solo, la Reconquista, si bien no ocupando la tierra, porque no tenía efectivos militares para mantener tantas guarniciones estables, sí, al menos, para someter y hacer feudatarios a todos los reyes moros de la Península, recibiendo de ellos fuertes sumas de oro.
Lo enterraron en el panteón que él mismo había ordenado construir. Sobre la cubierta de piedra de su sarcófago se grabaron la siguiente inscripción: “H. E. tumulatus Fernandus Rex totius ispaniae, filius Sanctii Regis Perineorum, et Tolosae. Iste transtulit corpora Santorum in Legione Beati Isidori Archiepiscopi ab Hispali, Vincentii Martyris ab Abela, et fecit Ecclesiam hanc lapideam, quae olim fuerat lutea. Hic praeliando fecit sibi tributarios omnes Sarracenos Hispaniae, et cepit Colimbriam, Lamego, Veseo, et alias. Iste vi cepit regna Garsiae, et Veremundi. Obiit VI. K. Januarii. Era MCIII”.
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Antonio Viñayo González