García, Basilio Antonio. Logroño (La Rioja), 1791 – Hyères-Toulon (Francia), 26.V.1844. General carlista.
Las primeras noticias que se tienen sobre él proceden de una relación de su puño y letra dirigida a don Carlos que se conserva en su hoja de servicios, donde señalaba que en 1809 “abandonó su casa, esposa y dos hijos por defender los derechos” de Fernando VII, “permaneciendo constante hasta principios del año 13, y no obstante que en aquella época optó a la clase de capitán de caballería, no pidió gracia alguna, por creerse bastante premiado con la satisfacción de haber contribuido a poner en el Trono al que le correspondía”.
En 1820, “tan pronto como los infames sectarios proclamaron la infernal Constitución [...] se dedicó a reunir gente, armas y demás pertrechos de guerra de su propio peculio, en combinación con el mariscal de campo Ignacio Alonso Cuevillas”, pero sus manejos fueron descubiertos y fue encarcelado en Santo Domingo de la Calzada, de donde pudo evadirse “a costa de grandes desembolsos, reunión de gentes, armas y demás que tuvo que hacer para ello”. Consiguió pasar a las provincias vascongadas, donde se unió a las fuerzas realistas, desempeñando el cargo de comisario de guerra, sin que ello le impidiera participar en treinta y nueve acciones, en dos de las cuales resultó herido.
Terminado el conflicto, fue nombrado “administrador tesorero principal de la santa cruzada de todo el obispado de Calahorra”, puesto del que tomó posesión en marzo de 1824 y que le producía unos ingresos de 30.000 reales al año. En enero de 1833 se le presentó el coronel Narciso Arias como enviado “de la junta secreta que había en la Corte de Madrid” para ver si llegado el momento estaría dispuesto a sublevarse a favor de don Carlos: “Desde aquél momento no perdió ocasión el exponente a costa de todo sacrificio personal y pecuniario para preparar armas y demás enseres de guerra; así es que [...] en la mañana del 7 de octubre de 1833 tuvo la gloria de ser el primero en Castilla que dio el grito de ‘Viva Carlos 5.º’ poniéndose con cuatrocientos cuarenta hombres de infantería a las órdenes del benemérito general Santos Ladrón (q.e.p.d.) a quien en la noche del propio día le entregó la cantidad de 50 mil reales para atender a los primeros gastos”. Nombrado coronel y comandante de armas de las provincias de Soria y La Rioja, Basilio continuó con toda actividad la recluta de nuevas tropas, y pronto pudo enviar a Ladrón un refuerzo de mil doscientos infantes y setenta jinetes, que, por desgracia para él, no llegaron a tiempo de participar en la acción de Los Arcos. Se puso después a las órdenes de la Suprema Junta de Castilla, que se había establecido en Santo Domingo de la Calzada, que le encargó diversas comisiones, logrando reunir más de 2.000.000 de reales para afrontar los gastos de la guerra.
El 19 de octubre de 1833 la Junta le revalidó en el empleo de coronel concedido por Santos, nombrándole además comandante general de la provincia de Soria “en razón a que el mariscal de campo Ignacio Alonso Cuevillas lo estaba en la Rioja”. El 26 del mismo mes atacó a Lorenzo en el puente de Logroño, donde falleció el mayor de sus hijos (el segundo, Lesmes, sentó plaza de cadete en 1836).
En julio de 1834 llevó a cabo una breve incursión por La Rioja y el norte de Castilla y, por su comportamiento en las acciones de Arrantia y del Berrón (abril de 1836), fue ascendido a brigadier.
El 1 de julio de 1836, al frente de un par de batallones y un escuadrón, inició una expedición por Castilla, cuyo auténtico objetivo era distraer a las tropas isabelinas que pudieran marchar en persecución de Gómez, pero que no por ello dejaba de tener interés, pues el 16 del mismo mes hizo su entrada en Soria, donde se le unieron numerosos voluntarios. De allí pasó a la provincia de Segovia, ocupando Riaza y acercándose a La Granja, donde se encontraba en aquellos momentos la Reina Gobernadora. El 26 batía en Arauzo de Miel a la columna del coronel Azpiroz.
Días más tarde sorprendió a una columna de francos en Maranchón (Guadalajara), parte de cuyos efectivos se incorporaron a sus filas. El 26 de agosto, al frente de cuatro batallones y tres escuadrones, o sea, de más de duplicadas fuerzas que las que llevaba al salir de las provincias, Basilio repasaba el Ebro al frente de una expedición que, dentro de su falta de pretensiones, fue de las más afortunadas entre las emprendidas por las armas de don Carlos.
En 1837 participó en la expedición real como agregado al cuartel general del infante Sebastián Gabriel, y ascendió a mariscal de campo en la batalla de Villar de los Navarros. De nuevo en el norte se le encargó el mando de una expedición que debía establecer la guerra en La Mancha, cooperando con las partidas allí existentes. Efectuó su salida el 28 de diciembre de 1837, fecha sin duda muy poco a propósito para iniciar la campaña, y que pudo estar condicionada por la dificultad creciente de las provincias para avituallar a los efectivos del ejército carlista. Aunque su propósito era unirse a Cabrera para poder contar con su apoyo, la persecución de que fue objeto le impidió cumplir sus designios, y marchó directamente hacia su destino. Sorprendido el 12 de enero de 1838 en Sotoca, aunque sin excesivas pérdidas, el día 20 derrotaba en Malagón a las tropas del comandante general de Ciudad Real. Poco más tarde llegaba a un acuerdo con el enemigo para el establecimiento de un depósito de heridos y prisioneros, primer paso para regularizar la guerra. El 26 se le incorporaba una columna de tropas de Cabrera, al mando del coronel Tallada, en cuya compañía efectuó una breve incursión por Andalucía que terminó, tras la sorpresa sufrida por Tallada, en Baeza, cuya retirada fue sostenida por Basilio. Días más tarde ambas columnas se separaban y la expedición de Tallada fue aniquilada en Castril.
Las relaciones de Basilio con los jefes carlistas de La Mancha no fueron fáciles. Las tropas de Orejita, que parecían ser las más dispuestas a colaborar, fueron pronto batidas y dispersadas, mientras que Jara y Palillos, enfrascados en antiguas rencillas, trataban de manejar al general según sus designios. Finalmente se impuso el primero, y Palillos se separó completamente de la expedición, aumentando las divergencias de tono cuando García amenazó con fusilarle, como hizo con alguno de sus jinetes. En lugar de tratar de establecer una base de operaciones, bien en la parte de Cuenca, para ampararse en la cercanía de Cabrera, bien en la de Guadalupe, bajo la protección de cuyas posiciones habría podido ir organizando sus fuerzas, Basilio optó por emplearlas en múltiples movimientos, con lo que, si bien es cierto que se apoderó momentáneamente de poblaciones como Calzada de Calatrava, Puertollano y Almadén, llamó sobre sí la atención de numerosas columnas liberales, con las que mantuvo diversos encuentros con desigual resultado. Finalmente, ante la imposibilidad de cumplir su cometido, y con su expedición reducida a poco más de un millar de hombres, optó por retirarse sobre Castilla la Vieja, donde esperaba unirse a las fuerzas del conde de Negrí; pero tampoco este designio fue posible, pues a principios de mayo sus tropas fueron sorprendidas en Béjar por Pardiñas, y consiguieron escapar tan sólo doscientos cincuenta hombres.
Tras regresar al norte, Basilio fue nombrado vocal de la Junta Consultiva del Ministerio de la Guerra.
Desterrado por Maroto tras los fusilamientos de Estella, García cruzó la frontera en agosto de 1839 para ponerse al frente de los batallones navarros que se sublevaron contra los manejos transaccionistas. Pero ya era demasiado tarde, por lo que su actuación tan sólo sirvió para precipitar los sucesos de Vergara.
Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), exp. personal.
R. Brea, Príncipe heroico y soldados leales, Barcelona, la Bandera Regional, s. f., págs. 179-183; F. Ruiz Cortés y F. Cobos Sánchez, Diccionario biográfico de personajes históricos del siglo XIX español, Madrid, Rubiños-1860, 1998.
Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera