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Clara Campoamor Rodríguez

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Biografía

Campoamor Rodríguez, Clara. Madrid, 12.II.1888 – Lausanne (Suiza), 30.IV.1972. Abogada, jurista y diputada. Artífice de la obtención del voto de la mujer, y, en consecuencia, del sufragio universal, en las Cortes de 1931.

Nació en Madrid el 12 de febrero de 1888, en la calle del Rubio, número cuatro, planta baja. Su partida de nacimiento da cuenta del origen de sus padres: Manuel Campoamor Martínez, natural de Santoña (Santander) y Pilar Rodríguez Martínez, natural de Madrid. Sus abuelos paternos, Juan Antonio Campoamor y Nicolasa Martínez, procedían de las localidades de San Bartolomé de Otur (Oviedo) y de Argoños (Santander). Sus abuelos maternos, Silvestre Rodríguez y Clara Martínez, eran naturales de Esquivias (Toledo) y de Arganda del Rey (Madrid).

El matrimonio tuvo tres hijos: Manuel, Clara e Ignacio de los que sólo sobrevivieron los dos últimos. Manuel Campoamor murió a los veinte años de edad, de forma trágica, a la vuelta de una corrida de toros en Madrid. Clara Campoamor, de segundo nombre Carmen, no lo tuvo fácil en la vida: quedó huérfana de padre siendo niña. Desde muy joven, ayudó a su madre a sostener las cargas económicas familiares y desempeñó varios oficios, entre ellos los de modista y dependienta de comercio. Posteriormente, se abrió camino en el mundo laboral a través del funcionariado. El 19 de junio de 1909, a los 21 años de edad, obtuvo una plaza como funcionaria de segunda clase del Cuerpo de Correos y Telégráfos del Ministerio de la Gobernación. Su primer destino, de tan solo unos meses, fue la ciudad de Zaragoza; después San Sebastián, ciudad vinculada a su hermano Ignacio, Eduardo de segundo nombre, y a ella misma; en San Sebastián permaneció cuatro años. El 13 de febrero de 1914, unas nuevas oposiciones convocadas por el Ministerio de Instrucción Pública, en las que obtuvo el número uno, le posibilitaron volver a Madrid como profesora especial de taquigrafía y mecanografía en las Escuelas de Adultas. En la capital trabajó, además, como auxiliar mecanógrafa en el Servicio de Construcciones Civiles del Ministerio de Instrucción y como secretaria de Salvador Cánovas, director del periódico conservador La Tribuna. En la redacción conoció a la periodista y futura actriz, Magda Donato, seudónimo de Eva Nelken, quien escribía en el mismo diario en las páginas culturales dedicadas a “La vida femenina.” Colaboró también en Nuevo Heraldo, El Sol y El Tiempo. Destacada ateneísta, asistió con regularidad al Ateneo desde 1916 y comenzó a descubrir, al calor de la huelga general del 17, su interés por la política. También en dichas fechas la escritora y sufragista Carmen de Burgos, Colombine, acentuó su concienciación política.

En 1922, Campoamor inició su actividad asociacionista con la cofundación, junto a un grupo de mujeres progresistas —entre las que se contaban la escritora María Lejárraga, la doctora Elisa Soriano, o la futura penalista Matilde Cantos— de la Sociedad Española de Abolicionismo, antiguo Patronato de Represión de la Trata de Blancas. La finalidad de la asociación era conseguir “una legislación moderna en todo lo relativo a los problemas sexuales y al delito sanitario.” Con algunas de las fundadoras intervino en diversos actos de propaganda en entidades radicales. En marzo de 1923 dimitió. En dicho año tradujo del francés para la editorial Calpe, Le roman de la momie (La novela de una momia) de Téophile Gautier.

Menguados los problemas económicos familiares, Campoamor reinició sus estudios y obtuvo el título de bachiller el 21 de marzo de 1923. A sus treinta y cinco años, comenzó a entrar en el mundo universitario a través de sus estudios de derecho y de las conferencias que impartía. Entre ellas cabe destacar la que pronunció en la Universidad Central de Madrid, en mayo de 1923, titulada “La mujer y su nuevo ambiente”. Poco antes de licenciarse, el 31 de octubre de 1924, se incorporó a la Academia de Jurisprudencia, en donde desarrolló una gran actividad. Finalmente, el 19 de diciembre de 1924, Campoamor se licenció en derecho por la Universidad Central de Madrid. A partir de esa fecha su trayectoria intelectual se despliega en lo que serán sus dos grandes pasiones: la política y el derecho. El 3 de febrero de 1925 era ya miembro del Colegio de Abogados de Madrid; perteneció también a los de San Sebastián y Sevilla. Como señala Blanca Estrella Ruiz Ungo, presidenta de la Asociación Clara Campoamor, el hecho de colegiarse, después de terminados los estudios, permitió a Campoamor “poder ejercer su profesión con entera libertad” (El Pensamiento vivo de Concepción Arenal, Ediciones Espuela de Plata, 2013, pág. 11). A petición de la Academia de Jurisprudencia, el 13 de abril de 1925, pronunció una conferencia sobre la situación de la mujer ante el derecho titulada: “La nueva mujer ante el derecho (El derecho público)”. No fue la única; también en la Academia de Jurisprudencia pronunció el 21 de marzo de 1928 una nueva conferencia sobre la incapacidad jurídica de la mujer casada titulada, “Antes que te cases (El derecho privado)”. Estas conferencias se recogen, junto a la pronunciada en mayo de 1923, en el volumen El derecho de la mujer (Madrid, Librería Beltrán, 1936), publicado un mes antes del estallido de la guerra civil. Participó, además, en varios Congresos Internacionales, como el celebrado en Estrasburgo en 1923, representando a la Juventud Universitaria Femenina, como delegada oficial del Ministerio de Instrucción Pública en el Centenario de Pasteur y Exposición Internacional de Higiene y Sociología. En 1926 y 1928 participó en el X y XI Congreso Internacional de Protección a la Infancia, celebrado en Madrid y París, respectivamente. El 7 de diciembre de 1925 había presentado en la Academia de Jurisprudencia una memoria sobre investigación de la paternidad, sobre dicho tema disertó en el Ateneo Barcelonés (La Vanguardia, 27 de febrero de 1927, pág.9) y sobre la situación de la mujer frente al derecho (La Vanguardia, 26 de febrero de 1927, pág.10). Participó también en la organización del XII Congreso de la International Federation of University Women previsto para septiembre de 1928. La celebración de dicho congreso duplicó su trabajo, ya que en esa fecha presidía la Juventud Universitaria Femenina, sección española de la Federación Internacional. En 1929, fue Premio Extraordinario de Derecho Civil de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid.

De otro lado, su afán combativo y a la par europeísta la empujaron a fundar, junto a un grupo de abogadas, la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, nacida en París en 1929. El germen de dicha asociación había surgido un año antes, con ocasión de un viaje profesional de Campoamor a París en 1928. El contacto con abogadas de diversos países, las charlas y reuniones, alentaron el nacimiento de la Federación fundada por las abogadas Marcelle Kraemer Bach y Agatha Divrande Thevenin (Francia), Margaret Brendt (Alemania), Poska Gruntal (Rusia) y la propia Clara Campoamor. Muy pronto se unieron a la organización un gran número de abogadas de todo el mundo, entre ellas la abogada suiza Antoinette Quinche, con quien la jurista comenzó a anudar lazos profesionales que se prolongaron hasta el final de sus días.

A principios de 1930 participó en la fundación de la Liga Femenina Española por la Paz, tras un congreso de asociaciones pro Sociedad de Naciones, en el que la Liga quedó integrada. Formaban parte del comité ejecutivo un grupo de mujeres pacifistas, la mayoría de ellas socias del Lyceum Club Femenino; es probable que entre las socias cofundadoras del Lyceum Club, “primera organización española cultural y laica exclusivamente integrada por mujeres”, en palabras de Amparo Hurtado, (“Biografía de una generación: las escritoras del noventa y ocho”, en Breve Historia Feminista de la Literatura Española, Vol. V, Anthropos, 1998, pág.144), cuya primera sede fue inaugurada oficialmente en Madrid el 4 de noviembre de 1926, figurara el nombre de Campoamor. Asumió, además, la defensa de su hermano Ignacio Eduardo Campoamor en San Sebastián, acusado de la rebelión republicana de diciembre de 1930. En 1931 intervino en la Sociedad de Naciones, a través de la Liga y de la Asociación Femenina Universitaria, integrada en la International Federation of University Women. También intervino como delegada del Gobierno en 1933. Siguiendo esta línea de actuación, impartió una conferencia de carácter pacifista en el Círculo Republicano de la calle Puertaferrisa de Barcelona, organizada por la Liga Femenina por la Paz y la Libertad (La Vanguardia, 20 de enero de 1932, pág.6). Años más tarde, desde su exilio bonaerense, recordaría en su artículo “El palacio abandonado”, aparecido en la revista Saber vivir (Buenos Aires, 4 y 5, 1940) su última intervención en la Sociedad de Naciones en la Asamblea anual de 1934, encabezada por Salvador de Madariaga (Clara Campoamor, La mujer en la diplomacia y otros artículos, Renacimiento, 2017, pág.13, pról. de Concha Fagoaga).

En el umbral de la II República, Campoamor comenzó su andadura política. En su obra Mi pecado mortal. El voto femenino y yo (Madrid, Librería Beltrán, 1936), memorial de su actuación en las Cortes Constituyentes, la autora recuerda sus diversas adscripciones políticas antes de su militancia en el partido Radical. Según sus palabras, en 1929 había pertenecido al comité organizador de la Agrupación Liberal Socialista, junto a la jurista Matilde Huici. Ya en agosto de 1925, había prologado el ensayo Feminismo socialista (Valencia, Tipografía “Las Artes”) de la periodista y feminista María Cambrils, dedicado a Pablo Iglesias. También alrededor de esas fechas entró en contacto con los medios políticos azañistas; militó en el grupo de Acción Republicana e incluso llegó a ser elegida en 1931 miembro del Consejo Nacional. Finalmente, defendería en las Cortes los derechos de la mujer desde las filas del republicanismo histórico. 

Tras las elecciones generales del 28 de junio de 1931, dos diputadas, elegidas por la circunscripción provincial de Madrid, ocuparon su escaño: Victoria Kent había sido elegida por el partido Radical Socialista; Clara Campoamor, por el partido Radical. Las dos diputadas tenían muy claro su objetivo: la defensa de los derechos de la mujer, pero no pensaban de igual modo respecto al voto. V. Kent, y meses después Margarita Nelken, perteneciente al partido Socialista, quién obtuvo su acta de diputado por Badajoz en las elecciones parciales del 4 de octubre, defendían el aplazamiento del voto femenino, no su negación. Clara Campoamor juzgó este aplazamiento como un grave error histórico, invocando en la Cámara las palabras de Humboldt: “la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella” (Clara Campoamor, Mi pecado mortal. El voto femenino y yo (Madrid, Librería Beltrán, 1936, pág.153). Aislada de su partido —opuesto en el debate a la concesión del voto, a pesar de su acuerdo inicial— Campoamor se vio obligada a defender en solitario el derecho al voto de la mujer. El 1 de octubre de 1931 el Parlamento aprobó por 40 votos de diferencia (161 votos a favor, frente a 121 en contra), el derecho al voto de la mujer; se había obtenido el sufragio universal. El resultado se puso en jaque dos meses más tarde. Frente a este nuevo embate, Campoamor se erigió ahora en defensora de la Constitución y del artículo aprobado que había regulado ya los derechos electorales de uno y otro sexo. Todo ello condujo a realizar una segunda y definitiva votación el 1 de diciembre; por sólo cuatro votos de diferencia (127 votos a favor, frente a 131 en contra), el sufragio femenino se hizo nueva y definitiva realidad.

Sin embargo, a pesar de la admiración que suscitó, de las muestras de elogio o de los homenajes que recibió, como el publicado en el periódico El Sol, Madrid, 11 de junio de 1936 (L. Carnés, Tea rooms. Mujeres Obreras, Hoja de Lata, 2016, Epílogo A. Plaza, pág. 235, nota 49), Campoamor vino a convertirse en blanco de la mofa o del encono de sus correligionarios y el voto de la mujer en el chivo expiatorio de la llegada de la derecha al poder en las elecciones de noviembre de 1933. No por ello aminoró su trabajo parlamentario y mientras fue diputada desplegó una intensa actividad jurídica. Presentó enmiendas, votos particulares y algunas proposiciones de ley. Anticipó su propia ley de divorcio, que retiró después para apoyar la presentada por el gobierno. Participó en los debates sobre el Estatuto de Cataluña y en las discusiones sobre la reforma del Código Penal; discutió los principios organizativos del Tribunal Tutelar de Menores; abogó por la abolición de la prostitución reglamentada, defendió la investigación de la paternidad y la inscripción como legítimos de los hijos nacidos fuera del matrimonio, además de participar en la discusión de los presupuestos de Gobernación de 1932 y de Trabajo y Guerra de 1933. Cuando se legisló el divorcio en 1932, se encargó de la separación de Josefina Blanco, esposa de Valle Inclán, y de Concha Espina, esposa de Ramón de la Serna y Cueto. Durante este periodo, parece plausible su adscripción a la masonería, en concreto, a la logia de mujeres Reivindicación de Madrid.

En las elecciones de 1933, Campoamor no vio renovado su escaño, tampoco Victoria Kent. Sí lo obtuvo Margarita Nelken, que renovó escaño por Badajoz. Después de formar gobierno en diciembre de 1933, Alejandro Lerroux ofreció a Campoamor una Dirección General. Su toma de posesión fue elogiada por la prensa (La Vanguardia, 29 de diciembre de 1933, pág.21). La jurista ocupó el cargo de directora general de Beneficencia y Asistencia Social desde finales de diciembre de dicho año hasta octubre de 1934, es decir durante el periodo en que gobernó únicamente el partido Radical sin la presencia de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). La tragedia de la represión asturiana colmó su decepción del partido Radical. El 23 de febrero de 1935, Campoamor dirigió una carta a Lerroux en la que le comunicaba su desacuerdo con la política realizada y su firme decisión de abandonar el partido. En julio de 1935, pidió su ingreso en Izquierda Republicana, petición que le fue denegada; antiguos resabios políticos le hicieron pagar entonces su anterior abandono de Acción Republicana. Meses más tarde se le negó también su solicitud de acta para inscribirse en el Frente Popular representando a Unión Republicana Femenina, agrupación que había surgido en torno suyo entre octubre y diciembre de 1931, a fin de crear un ambiente favorable al voto de la mujer. Ante la imposibilidad de obtener una candidatura en las que serían las últimas elecciones de la República, Campoamor abandonó Madrid. En Londres conoció el triunfo del Frente Popular. A su regreso, publicó Mi pecado mortal. El voto femenino y yo (Madrid, Librería Beltrán, 1936) testimonio airado de su lucha sufragista. Su siguiente obra, La révolution espagnole vue par une républicaine (París, Librairie Plon, 1937), apareció ya en el exilio. En ella, Campoamor enjuicia la política seguida por los sucesivos gobiernos del quinquenio republicano y narra a la vez los primeros cuarenta días de guerra, calificados de revolución por la mirada republicana de Campoamor. El poso autobiográfico del texto recoge la salida de Campoamor de Madrid, a comienzos de septiembre de 1936, acompañada de su madre Pilar Rodríguez Martínez, casi octogenaria y de su sobrina, Consuelo Campoamor Aramburu, apodada Chelo, de catorce años de edad, hija de su hermano Ignacio Campoamor, únicas personas que estaban a su cargo. El primer intento de dejar España por el puerto de Alicante, en un barco argentino, fue impedido en el último momento por órdenes del gobierno español, hecho que empujó a la autora y a su familia a embarcarse en un buque alemán que partía hacia Génova poniendo en riesgo su propia vida, tal como recoge Campoamor en las notas sobre su partida, reunidas en su ego documento de guerra La revolución española vista por una republicana. Desde allí, atravesando territorio italiano se dirigió hacia Suiza y en concreto a la ciudad de Lausanne. Allí residía la abogada Antoinette Quinche, traductora de la obra citada al francés, con quien Campoamor mantenía una sólida relación profesional desde hacía varios años que, en tiempo de guerra, supo transformarse en generosa ayuda. En casa de A. Quinche falleció la madre de C. Campoamor. Según C. Fagoaga y P. Saavedra, Clara Campoamor llegó a Buenos Aires en 1938 y permaneció allí hasta 1955. Entre las cartas enviadas por la autora a Gregorio Marañón, residente en París, se encuentra la que, fechada en Pernambuco (Brasil) el 17 de febrero de 1938, testimonia la inquietud de su partida. Según la misiva podría datarse la fecha de su llegada a la capital bonaerense a comienzos del mes de marzo de dicho año. En un país nuevo y desconocido y ante la encrucijada de sobrevivir, Campoamor comenzó a ganarse su pan con diversos trabajos relacionados con la divulgación cultural: traducciones, conferencias, artículos periodísticos, prólogos, etc. Poco a poco, fue adentrándose en algunos círculos literarios.

En 1939 publicó en colaboración con el también exiliado Federico Fernández de Castillejo, llegado a Buenos Aires el 13 de febrero de 1937, Heroísmo criollo. La marina argentina en el drama español. La obra narra las vicisitudes del traslado de refugiados hacia la Argentina en los barcos, Tucumán y 25 de Mayo, calificados por los autores como “¡Nuevos Quijotes del mar!.” Aparte del homenaje a la marina argentina, Heroísmo criollo recoge un conjunto de anécdotas personales y colectivas encaminadas a mostrar el heroísmo de los refugiados y el derecho a la supervivencia que supone el exilio.

Pasado el primer tiempo de asentamiento, de búsqueda de un lugar, sus conocimientos jurídicos le permitieron trabajar en la sombra con el prestigioso abogado Fornieles, especializado en la parte sucesoria. Entre sus trabajos editoriales descuella la publicación de tres biografías, cuyo punto en común es la posición contestataria de los autores biografiados: Concepción Arenal, pionera en sus estudios penitenciarios y en su concepción de “La mujer del porvenir”, título de una de sus obras , y a quien durante los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, la autora había querido levantar un monumento en Madrid que perpetuase su memoria (La Vanguardia,13 de abril de 1928, pág.21), Sor Juana Inés de la Cruz y Francisco de Quevedo. En Buenos Aires Campoamor aminoró su actividad política; en lo social, mantuvo contactos con el Consejo Nacional de Mujeres Argentinas, tal como muestra uno de los artículos recopilados en el volumen citado La mujer en la diplomacia y otros artículos, titulado, “Madrinas de lectura” (Saber vivir, Buenos Aires, núm.24, 1942). Colaboró además en Argentina Libre, semanal fundado en 1940, al igual que la revista Saber vivir cuya publicación se prolongó hasta 1956. Fue profesora de derecho y de literatura castellana en la Biblioteca del Consejo de Mujeres. En palabras de Concha Fagoaga, “ La estancia en Buenos Aires desde 1938 a 1955 le hizo sentirse como ‘en casa propia’, resumiría tras regresar a Europa con el objetivo, nunca logrado, de reintegrarse a España.[...] “Mas en Argentina vivió los mejores años de su exilio pues pudo ejercer un largo trabajo en empresas editoriales promovidas por españoles tan exiliados como ella o propiamente argentinas, desde luego las periodísticas con las que siguió relacionada incluso a su vuelta, enviando colaboración desde Lausanne”. (Op. cit., pág.11).

Asimismo, a fin de facilitar el reagrupamiento familiar, en 1948 alquiló una casa a su nombre en Buenos Aires, en el barrio de Beccar, calle Presidente Roca 141,  partido de San Isidro. Dicha casa la alquiló para que todos sus sobrinos, hijos de su hermano Ignacio Campoamor, de trayectoria política republican y exiliado en Francia, y de su esposa Consuelo Aramburu, pudiesen alojarse a la llegada del barco Yapeyu. Así llegaron los cinco sobrinos de C. Campoamor: Consuelo, Chelo, nacida en 1922, que había salido de Madrid junto a su abuela Pilar Rodríguez, madre de Clara Campoamor y su tía Clara, María del Carmen, nacida en 1923, Eduardo, nacido en 1925, que tantas noches había dormido de niño en casa de Victoria Kent, Ana María Teresa, nacida en 1928 y José Antonio, nacido en diciembre de 1930, llamado el jaqueño por la coincidencia de fechas con la sublevación de Jaca; además de tres niñas más sobrinas nietas de Clara Campoamor: María José, hija de Eduardo, Esther, hija de Carmen y Helena, hija de Consuelo. En Buenos Aires nacieron dos sobrinas nietas más y un sobrino nieto de Clara: Ana, hija de Consuelo, Maite, hija de Carmen, y otro hijo de Eduardo, llamado igual que su padre. Clara Campoamor fue la madrina de este último sobrino nieto, residente desde 1986 en Barcelona. También había sido la madrina de Pilar Lois en Madrid.

De otro lado, la trayectoria de su deseado y difícil regreso, impedido por su militancia republicana y por sus antecedentes masónicos, puede documentarse a través de un conjunto de oficios que se encuentran en el Archivo General de la Guerra Civil Española, ya que desde el mes de noviembre de 1941 existía una orden de detención contra ella, reclamada por parte del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Ello no impidió que Campoamor realizase durante su exilio argentino tres viajes por vía aérea a España, a fin de poder regularizar su situación. El primero, a comienzos de 1948, según oficio fechado el 19 de enero de 1948; el segundo, a finales de 1952 o comienzos de 1953, según carta, fechada el 19 de octubre de 1952, dirigida a G. Marañón residente entonces en Madrid, en la que le comunica su resolución de “destinar el descanso de estas vacaciones a un nuevo viaje en el que me pondré en seguida en contacto con usted [...] en la esperanza de entrevistarle hacia diciembre o enero próximos”; y el último, en marzo de 1955, según oficio, fechado el 22 de enero de 1958, en el que la propia Campoamor declara su pertenencia a la masonería de 1932 a 1934 y “que salió de la zona roja en 28 de agosto de 1936, trasladándose primero a Suiza y después a la Argentina donde ha permanecido 18 años” (La revolución española vista por una republicana, Bellaterra (Barcelona), Universitat Autònoma de Barcelona, Servei de Publicacions, 2002, pág.51). Un último intento de entrada, denegado según este último oficio, fue el realizado en octubre de 1955 a través de la frontera de Irún por ferrocarril. Cuando el 8 de febrero de 1964 se publicó el decreto de supresión del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, Campoamor, asentada en Lausanne, había renunciado a su vuelta. En la ciudad suiza Campoamor colaboró en el despacho jurídico de su antigua amiga, Antoinette Quinche. Fue la última etapa de un “exilio sin fin” que, a juzgar por su correspondencia privada, estuvo sellado por la impotencia y la nostalgia. Palió el extrañamiento a través de su actividad febril, recuperó su patria a través de la palabra. De ahí que comenzase una fecunda correspondencia epistolar con sus colegas de profesión, como las abogadas María Telo Núñez o Julia de Cominges, o la escritora y agente literaria Consuelo Berges, a quien posiblemente Campoamor por la relación que hacía años mantenía con ella, envió los testimonios epistolares más dolientes de su exilio, pues en ellos refleja la inquietud de una vida “cortada” que, a pesar de todo, intenta sobrevivir. “Salvo trepar las cuestas de esta mansa ciudad, que me fastidian a causa de la presión, o de echar a correr por las calles, la verdad es que me encuentro en las mismas disposiciones briosas que cuando tenía treinta años, y, si en mi mano estuviera, volvería a fundar asociaciones, dar conferencias, luchar en el foro, etc. etc. Todo lo que ha sido mi vida anterior. A esos bríos tengo que ponerles, o me lo ponen, el tapón de la imposibilidad total”—escribirá a Consuelo Berges. (La revolución española vista por una republicana, Bellaterra (Barcelona), Universitat Autònoma de Barcelona, Servei de Publicacions, 2002, pág.55). Y a su corresponsal, María Telo, dice el 14 de octubre de 1958: “Ustedes me hacen añorar esa juventud batalladora, entre la cual me movería yo tan a mi gusto... siempre que se pudiera batallar.” (Ibídem., pág.54). De este modo, Campoamor daba cuenta en estas cartas de uno de los rasgos claves de su exilio: su desolada impotencia, cruel contrapunto de un temperamento enérgico y luchador al que solo le fue permitido un breve periodo de lid contumaz. Aquejada de cáncer, casi ciega, Clara Campoamor Rodríguez, asistida por Antoinette Quinche, falleció en Lausanne el 30 de abril de 1972. Sus restos, cumpliendo sus últimas voluntades, se trasladaron incinerados el 17 de mayo al cementerio de Polloe en San Sebastián, ciudad que había conocido y amado desde primeros de agosto de 1910. En su obra Mi pecado mortal. El voto femenino y yo había escrito su epitafio: “Yo sabía que el tiempo justificaría todas mis tesis.”

Obras de ~: T. Gautier, La novela de una momia [Le roman de la momie], trad. del francés por ~, Madrid, Calpe, 1923 (reed. Madrid, Espasa Calpe, 1968; Madrid, Valdemar, 1993; Madrid, Espasa Calpe, 2000; Barcelona, Planeta-De Agostini, 2002); “Prólogo”, en M. Cambrils, Feminismo socialista, Valencia, Tipografía Las Artes, 1925; Mi pecado mortal. El voto femenino y yo, Madrid, Librería Beltrán, 1936 (intr. de C. Fagoaga y P. Saavedra, Barcelona, La Sal edicions de les dones, 1981; Sevilla, Instituto Andaluz de la Mujer, 2001); El derecho de la mujer, Madrid, Librería Beltrán, 1936; La révolution espagnole vue par une républicaine, trad. del español por A. Quinche, Paris, Librairie Plon, 1937; La revolución española vista por una republicana, trad. del francés, anotado y comentado por L. Español Bouché, Madrid, Luis Español, ed. de autor, 2001; La revolución española vista por una republicana trad. de E. Quereda Belmonte, estudio introductorio, edición y notas de N. Samblancat Miranda, Bellaterra (Barcelona), Universitat Autònoma de Barcelona, Servei de Publicacions, 2002; La revolución española vista por una republicana, ed. de L. Español Bouché, Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, (España en Armas, 2) 2005; La revolución española vista por una republicana, ed. de L. Español Bouché, Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, (España en Armas, 2) 2007 (2.ª ed.); La revolución española vista por una republicana, ed. de L. Español Bouché, Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, (España en Armas, 2) 2009, (3ª ed. ampliada y revisada); 4ª ed. 2011; 5ª ed. 2013; 6ª ed. 2018; con F. Fernández de Castillejo, Heroísmo criollo. La marina argentina en el drama español, Buenos Aires, Talleres Gráficos Fanetti, 1939; V. Hugo, Los Miserables, trad. y prefacio de ~, Buenos Aires, Sopena, 1939; El pensamiento vivo de Concepción Arenal, Buenos Aires, Losada, 1943; El pensamiento vivo de Concepción Arenal, Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2013; Esopo. Fábulas, ilustración V. Valdivia, Buenos Aires, Sopena, 1944; Sor Juana Inés de la Cruz, Buenos Aires, Emecé, 1944 (selección de poemas por J. Llamazares, Madrid, Júcar, 1983); Vida y Obra de Quevedo, Buenos Aires, Gay-Saber, 1945; H. Frederic Amiel, Diario íntimo, Fragments d’un journal intime, trad. de ~, Buenos Aires, Losada, 1949; El derecho de la mujer, Madrid, Dirección General de la Mujer, 2007; Clara Campoamor, La mujer en la diplomacia y otros artículos, pról. de C. Fagoaga, Sevilla, Renacimiento, 2017; B. Ledesma Fernández de Castillejo (ed. e introd.), ; "Del amor y otras pasiones" (Artículos literarios), Madrid, Fundación Santander, 2018,  (Col. Cuadernos de Obra Fundamental); B. Ledesma Fernández de Castillejo (ed.), ; La mujer quiere alas y otros ensayos, Sevilla, Renacimiento, 2019; I. Lizarraga Vizcarra y J. Aguilera Sastre (eds.), "La forja de una feminista". Artículos periodísticos. 1920-1921, Sevilla, Renacimiento, 2019; I. Lizarraga Vizcarra y J. Aguilera Sastre (eds.), "Del Foro al Parlamento"Artículos periodísticos.1925-1934, Sevilla, Renacimiento, 2021.

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Neus Samblancat Miranda

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