Otero y Muñoz, Blas de. Bilbao (Vizcaya), 15.III.1916 – Majadahonda (Madrid), 29.VI.1979. Poeta.
Nació en el seno de la rica burguesía vasca. Por línea paterna, los Otero Murueta habían sido capitanes y consignatarios de barcos en el Bilbao del siglo XIX, y el abuelo materno, un brillante médico, fue director de la Casa de Maternidad de Vizcaya y fundador de la Casa-Cuna de Bilbao. Durante la Primera Guerra Mundial, al amparo de la neutralidad española, el padre acrecentó su fortuna con el comercio de los metales y, hombre de talante liberal, creó la primera emisora bilbaína en 1925 (Radio Vizcaya EAJ 11). Blas aprendió las primeras letras en la escuela de María de Maeztu y cursó preparatorio e ingreso de bachillerato en el Colegio de los jesuitas. La depresión posbélica que acabó con los locos años veinte afectó muy pronto a los industriales vascos, entre ellos el padre de poeta, que en 1927 se trasladó a Madrid con toda su familia en un intento frustrado de rehacer su fortuna. En esta ciudad terminó Blas sus estudios secundarios y obtuvo el título de bachiller en el Instituto Cardenal Cisneros. De estos cinco años, el poeta rescató algunos recuerdos: la imagen de los estudiantes de Medicina apedreando desde las ventanas de la Universidad de la calle de Atocha a la policía que les disparaba durante los disturbios provocados por la oposición universitaria a las reformas del ministro Calleja; también la alegría del pueblo madrileño en la Puerta del Sol al proclamarse la Segunda República el 14 de abril de 1931. Entre las tristezas, la muerte de su hermano mayor a los dieciséis años y la de su padre en 1932, amargado por la ruina total. La vuelta a Bilbao fue desoladora; a sus quince años, Blas, único hijo varón, se vio obligado a estudiar Derecho para ayudar a su madre y a sus dos hermanas, torciendo así su proyecto de estudiar Letras (“hice Derecho por libre. Un tío rico nos ayudó, pero yo me harté, también, de dar clases particulares”, confesaba en 1969). En este desvío vocacional, fundan los médicos una de las causas de las depresiones que sufrió a lo largo de su vida, cuyos primeros síntomas comenzaron a manifestarse en estos años.
Al llegar a Bilbao, le recibieron sus antiguos compañeros, todos cercanos a los círculos de la Compañía de Jesús. Como presidente de la Asociación Profesional de Estudiantes de Derecho, dirigió “Vizcaya escolar”, una página —portavoz de los estudiantes católicos— publicada en el periódico El Pueblo Vasco (1935). En ella y en las revistas literario-religiosas de los jesuitas, aparecieron sus poemas primerizos y fue conocido como “el Poeta”, sobre todo al ganar un primer premio de poesía en el Centenario de Lope de Vega celebrado en Pamplona en 1935. Por entonces, formaba parte de un grupo de jóvenes que, tomando como mentor estético a Juan Ramón, celebraban sesiones musicales y poéticas en un ambiente refinado y recoleto a las que acudía a menudo Gerardo Diego; en ellas, se leía apasionadamente a los simbolistas franceses y los primeros libros de la Generación del 27. Aunque el interés de Blas de Otero por la poesía se había iniciado en la infancia con lecturas de Juan Ramón Jiménez, los dos Machado y Maragall, tenía su base más sólida en los clásicos españoles de los Siglos de Oro. En los primeros poemas publicados en Bilbao, asoman las huellas de las sucesivas lecturas, sus inclinaciones literarias y preferencias estéticas y, aunque su originalidad creadora no está aún bien definida, anticipan ya en símbolos y léxico lo que constituirá las señas personales de su creación. Tratan temas religiosos y amorosos, con técnicas derivadas del postsimbolismo y bajo el influjo modernista juanramoniano.
La Guerra Civil le sorprendió con la carrera de Derecho recién acabada. Primero fue sanitario en un batallón vasco y al entrar las tropas nacionales en Bilbao fue enrolado en un batallón de artillería y enviado al frente de Levante. Al terminar la guerra, ejerció durante un año de secretario del Consejo de Administración de Forjas de Amorebieta, empresa metalúrgica vasca. Los poemas de su Cántico espiritual (1942), en homenaje a san Juan de la Cruz, fueron compuestos en estos días como “un entretenimiento en una fábrica”, según los denomina en uno de sus poemas. En este libro ya se transparenta una lucha angustiosa entre el deber y la vocación, al tomar conciencia de que sigue un camino profesional equivocado. Su nombre había trascendido a los medios críticos madrileños que le animaron a realizar los anhelados estudios de Letras. Al fin, abandonó la fábrica a finales de 1943 y se trasladó a Madrid, donde entró en contacto con los poetas de su generación y con los maestros del 27, Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso. Pero los deberes familiares le reclamaron desde Bilbao y hubo de abandonar el curso. Esta nueva renuncia vocacional le precipitó en una crisis depresiva que le mantuvo apartado de toda actividad durante un año (1945- 1946). En medio de la soledad y de angustiosas dudas, su catolicismo ortodoxo y su fe se resquebrajaron para siempre; tampoco volvió a ejercer la abogacía, dispuesto a vivir su autenticidad de poeta. En el retiro de su casa, dio clases particulares de Derecho para subsistir, mientras escribía los poemas de su rebelión salvadora, los que formaron Ángel fieramente humano.
La edición de este libro en 1950 revela una voz bronca extraordinariamente eficaz para expresar el desarraigo del hombre del siglo XX, condenado a la existencia en una humanidad sin rumbo. Pero es el dominio sorprendente de la lengua poética lo que asombra en esta nueva voz. Los temas del amor (del “desamor”), de la condición mortal del hombre, de la angustia y la soledad recorren todo el libro. En él se desarrolla una lucha feroz de amor y de rechazo entre Dios y el poeta. Este “Dios” es un símbolo del Poder, de la Lejanía y de la Ley, un ser que aplasta y destruye, Señor del silencio y del desamor. Aunque esta lucha trágica termine en la soledad y el aislamiento, la rebeldía que encierra el título del libro y su dedicatoria “a la inmensa mayoría”, son señales de la solidaridad que, un año después, expresará en Redoble de conciencia (1951). Se amplía aquí el escenario de la destrucción; el poeta sale de sí mismo para clamar por la Europa sangrante que ha dejado la Segunda Guerra Mundial: “tabla rasa” el mundo, millones de muertos en las trincheras, la humanidad parece caminar hacia el abismo. En Bilbao habían recalado varios refugiados centroeuropeos huidos de sus países al terminar la guerra, quienes le transmiten su desolación y las escenas de sangre y miseria vividas. De ahí viene su redoble. También de la lectura de Kierkegaard y de Heidedegger, de Camus y Leon Bloy, aunque “sus obras me removían, pero no me dejaban centrado”. Es la preocupación por la paz donde se centra su entusiasmo; admira a Ghandi y colabora con el pacifista “Movimiento europeo” en la organización del Grupo Federalista Europeo. Es entonces cuando se relaciona epistolarmente con los poetas que fueron pronto cabeza de la poesía social: Celaya, Eugenio de Nora y Ángela Figuera.
El año 1952 marcó un cambio de rumbo en su vida y su obra. Por primera vez salió de España, en busca del aire libre que faltaba en aquella posguerra de la dictadura militar. Para pagarse el viaje tuvo que vender su biblioteca y, una vez en París, se relacionó con exiliados españoles comunistas. En sus memorias confiesa: “Mi evolución ideológica fue lenta, sin cambios bruscos. Por medio de la reflexión, de las vivencias y de las lecturas fui llegando a otra visión del mundo y del hombre, que pude contrastar, después en los largos viajes. Y me lancé de lleno al estudio de la filosofía de la praxis”.
Atraído por la utopía de una futura sociedad basada en la justicia y la dignidad universal asumió la interpretación marxista de la historia e ingresó, con esta esperanza, en el Partido Comunista. Sin embargo, es su tierra la que le llamaba con fuerza irresistible, y al cabo de un año cambió París por los pueblos de su patria, la “madre y madrastra, hermosa y terrible” que aparecerá en su próximo libro, Pido la paz y la palabra (1955). Esta obra provocó una revulsión en la poesía española por su valiente denuncia, apoyada en un lenguaje poético depurado en las fuentes del Romancero y Cancionero vivos aún en el pueblo, protagonista y a la vez que conservador de la tradición oral. La censura lo retuvo durante un tiempo: la paz se había convertido en un vocablo subversivo, la palabra debía enmascararse. Publicado, al fin, la repercusión social de estos poemas lo convirtió en uno de los títulos míticos de la poesía contemporánea. El nombre de su autor inundó la prensa, y dio recitales en numerosas ciudades de España. De 1956 a 1959 vivió en Barcelona, integrado en los círculos intelectuales catalanes. Las dificultades que impuso una censura cada vez más cerrada se hicieron insuperables y su nuevo libro, En castellano, fue prohibido (lo pudo editar tres años después en París, en edición bilingüe y con título francés, Parler clair (1959). Estos poemas retratan a un poeta comprometido cívicamente con la libertad y a un hombre en busca de la felicidad propia; ambas dimensiones se expresan en símbolos de una gran condensación verbal. Es la imagen de una España convertida en “una sola horrorosa plaza de toros, / blanca de sol / comido poco a poco por un espantoso abanico / negro”. La obsesión de aire alegre y libre llena de tensión poética un lenguaje exprimido hasta sacar de la palabra y el ritmo su raíz más profunda. Y, sin embargo, En castellano no es un libro triste: un tono irónico y jocoso a veces la tragedia sin ocultarla.
La imposibilidad de publicar En castellano, trajo consigo la edición de Ancia (1958). Habían pasado ocho años desde la publicación del Ángel y el Redoble; el Blas de Otero que ahora vuelve a leer aquellos poemas es muy diferente del poeta angustiado que los escribiera: organiza con otro criterio los dos conjuntos, cambia títulos, intercala cuarenta y ocho poemas nuevos y modifica el orden original: todo ello obliga a otra lectura de los poemas primitivos. Así nace un libro nuevo, con tanto éxito, que obtuvo el premio de la Crítica en 1958. Con él se cierra la etapa de su poesía existencial. En 1960 Otero es el poeta español más conocido internacionalmente y la Academia sueca le presenta como candidato al Nobel. En este año comienzan sus viajes a los países socialistas, deseoso de comprobar si se había conseguido en ellos el ideal de justicia y libertad para aquella “inmensa mayoría” a la que dirige sus versos. El desconocimiento de la lengua, tanto en China como en la Unión Soviética, pudo ser la causa de que existan pocos poemas en su obra donde aparezcan los aspectos ideológicos de los países del Este. Lo que reflejan es el paisaje, su música, sus danzas y, sobre todo, la nostalgia expresada en versos de apasionado amor. A su vuelta, finales de 1961, intentó publicar el nuevo libro Que trata de España, pero la censura eliminó más de un tercio de los poemas, por lo que la edición completa tuvo que salir en París (1964) y en La Habana.
Con este libro terminó el ciclo del tema histórico centrado en la España de su tiempo; el poeta es uno más entre su pueblo, cuyas “penas y alegrías” quedan transformadas por la imaginación poética. La crítica lo ha definido como una épica lírica o una lírica épica, porque en estos poemas son tan constantes los ensueños de la memoria como la crítica social. Es un canto de amor a la “soterrada patria”, la “españa” que alienta dentro de la España oficial, la constituida por sus gentes y el paisaje en que habitan. Con técnica culta incorpora formas del lenguaje coloquial y cantares populares de una intensa expresividad poética. Se produce así un trasvase lingüístico —y cultural— del pueblo al poeta, que revierte a través de la poesía al propio pueblo del que la lengua es patrimonio.
En estos años (1962), varios premios avalan el reconocimiento del poeta: el Fastenrath, de la Real Academia Española y el Internazionale Omegna Resistenza. La presentación en el extranjero de sus libros sociales se convertía, dada la situación política española, en un multitudinario rechazo a la dictadura. La Academia sueca le nominó como candidato al Premio Nobel.
Durante una de sus estancias en la capital francesa le invitaron, a principios de 1964, a viajar a Cuba como jurado del premio “Casa de las Américas”. Era la ocasión de conocer una revolución popular sin trabas lingüísticas para comunicarse. En Historias fingidas y verdaderas (1970), el libro en prosa compuesto en La Habana, dejó constancia de su admiración por el pueblo cubano, pero también denunció ciertos recortes de la libertad “tal vez evitables”. Estas prosas, de una calidad poética muy difícil de conseguir, son una meditación sobre el propio camino, la realidad contemplada, la poética elegida, la añoranza. La memoria, al recorrer la propia vida, no olvida ni desvirtúa el recuerdo, aunque dulcifica desde la serenidad las amarguras de la lucha. Durante su estancia en la isla, realizó varios viajes a París, Bilbao y Moscú; volvió definitivamente a España en abril de 1968. Trajo de la isla la experiencia malograda de un corto matrimonio seguido de divorcio y la amenaza de un tumor canceroso que le extirparon nada más llegar a Madrid. La posibilidad de la muerte le empujó con urgencia febril y nacieron numerosos poemas que fue agrupando con los títulos de Hojas de Madrid y La Galerna. Sin embargo, la vida siguió contra los peores pronósticos y también la felicidad, asentada ahora en la recuperación de un amor de su juventud. Durante once años, nuevos poemas fueron incrementando ambos conjuntos que quedaron inéditos como libro en el momento de su muerte (1979), aunque muchos los fue incluyendo en las diversas antologías que publicó en esos años y en el libro Mientras (1970).
Los críticos definen como una “meditación integradora” el último período de la obra oteriana, que comprende Historias fingidas y verdaderas, Hojas de Madrid y La Galerna, varios textos en prosa que denominó “Nuevas historias fingidas y verdaderas” y las memorias “Historia (casi) de mi vida”. Es una etapa de culminación creadora, en la que ensaya una liberación de la voz, rompiendo normas con la prosa en Historias y con los versículos en Hojas de Madrid. Pero esta facilidad es sólo aparente: todos los textos están sometidos a un estrecho control formal que anticipa muchas de las técnicas experimentales de la década de 1970. Lo inesperado para un conocedor de Blas de Otero es la serenidad que alienta en estas últimas obras, tanto cuando contempla su propia vida como la Historia colectiva.
Es difícil reunir temáticamente los poemas de Hojas de Madrid al no haberlo hecho el propio poeta en la organización de un libro; caso aparte sería La Galerna, donde la tempestad norteña así denominada simboliza las depresiones que el poeta sufrió a lo largo de toda su vida. Una peculiaridad interesante en esta etapa es la mezcla de los temas colectivos y los personales, como si el poeta no pudiera separar ya las facetas existencial e histórica de su obra anterior; si allí alternaban en un mismo libro poemas líricos y sociales, dicha alternancia se produce aquí en el interior de un mismo poema. Inquietante es la fusión de la muerte y de la vida, las dos únicas certezas del ser humano, que en estos poemas pierden la crispación de los libros existenciales y crean una emoción más profunda, con la serenidad de quien acepta libremente el crepúsculo de la existencia. Abundan también los poemas luminosos donde se canta la cotidianidad del amor o el tierno recuerdo de los amores adolescentes. El tema histórico se enfoca en una visión universal: el enfrentamiento de las dos sociedades, socialismo y capitalismo, que por aquellos años dividían el mundo. Con una mirada lúcida rechaza, con la misma contundencia, la carrera armamentista de los “misiles de uno y otro lado”, porque Otero nunca subordinó su independencia de pensamiento a ninguna disciplina de partido.
Estos años de Madrid, en la calma de la madurez, dieron al poeta la posibilidad de reeditar su obra y publicar varias antologías. Sus libros sociales habían tenido tantas dificultades con la censura que, veinte años después, seguían sin editarse en España y era preciso leerlos en ediciones extranjeras o bilingües: Pido la paz y la palabra (1955) y Que trata de España (1964) no pudieron editarse con el texto completo y sin censurar hasta 1975 y 1977, respectivamente, y En castellano (1959) aparece por primera vez en una editorial española en 1977.
Sus antologías siguen dos criterios: estético (ofreciendo una visión global de su trayectoria poética) o temático (sea de forma o de contenido). Son ediciones que pueden llegar a muchos más lectores, finalidad que respondía muy bien a su lema de “a la inmensa mayoría”. La anticipación en ellas de poemas inéditos, que luego formarían parte de libros independientes, es una de las peculiaridades más interesantes de Otero. Si no fuera por Expresión y reunión (1969), Mientras (1970) y Verso y prosa (1974), hubieran sido desconocidos muchos de los poemas de los dos libros que quedaron inéditos. La vida del poeta desde su vuelta de La Habana estuvo dedicada principalmente al cuidado de su obra y de su salud. Superado el peligro del cáncer, sólo las periódicas depresiones alteraron el ritmo de sus costumbres: la música y la lectura. Su carácter introvertido le alejaba de los actos oficiales, pero no de los amigos en pequeñas reuniones íntimas. Fue reacio a dar conferencias, pocas pueden anotarse en su biografía (excepto durante su estancia en Cuba), prefirió siempre la lectura pública de sus poemas, sobre todo en la década de 1950.
Aparte de dos viajes a Portugal y uno a Londres, son todas las tierras de España las que recorrió en cortos viajes. Desde 1971 acompañó a su mujer, profesora de Literatura, en los cursos de verano de la Universidad de California, primero en Santander y luego en San Sebastián, y participó en 1976 en los homenajes a García Lorca, en Fuentevaqueros y Granada, así como en los de Miguel Hernández (Orihuela y Alicante). Dio numerosos recitales durante la campaña electoral que trajo la democracia a España, lleno de esperanza por la libertad que había inspirado tantos de sus poemas. Por consejo médico, trasladó su domicilio a Majadahonda, cerca de Madrid y cara a la sierra, para cuidar sus bronquios ya muy deteriorados. Allí sufrió una embolia pulmonar y murió en la madrugada del 29 de junio de 1979 a los sesenta y tres años.
El pueblo de Madrid llenó la plaza de toros de Las Ventas el 19 de julio en un homenaje al poeta. El mundo del arte y de la poesía colaboró con sus voces en la emocionada despedida. Blas de Otero se casó en 1964 en La Habana con Yolanda Pina, natural de la isla, y se divorció en 1967; no hubo descendencia. En 1968, recién llegado de Cuba, se produjo el reencuentro con Sabina de la Cruz, la novia del Bilbao natal, profesora en la Universidad Complutense, y fijaron su domicilio en Madrid. Tampoco tuvieron hijos. Después de su muerte, se creó en Bilbao la Fundación Blas de Otero presidida por Sabina de la Cruz, propietaria de la obra literaria de Blas de Otero, con el fin de difundirla, estudiarla y preservarla para las futuras generaciones.
Obras de ~: “Cuatro poemas”, en Albor (Cuaderno de poesía) (Pamplona, marzo de 1941); Cántico espiritual, San Sebastián, Gráfico-Editora, 1942 (col. Cuadernos del Grupo Alea, Primera Serie, 2); Ángel fieramente humano, Madrid, J. F. Izquierdo, 1950; Redoble de conciencia, Barcelona, Instituto de Estudios Hispánicos, 1951; Pido la paz y la palabra, Torrelavega (Santander), Cantalapiedra, 1955; Ancia. Ángel fieramente humano. Redoble de conciencia, prefacio de D. Alonso, Barcelona, A. P. Editor, 1958; Parler clair, ed. bilingüe con trad. al fr. de C. Couffon, Paris, Pierre Seghers, 1959; En castellano: poemas, México, Universidad Nacional Autónoma, 1960; Esto no es un libro (antología), Río Piedras, Editorial Universitaria- Universidad de Puerto Rico, 1963; Que trata de España, París, Ruedo Ibérico, 1964; Hojas de Madrid, 1968-1969 (inéd.); Expresión y Reunión: a modo de antología [1941-1969], Madrid, Alfaguara, 1969; Historia (casi) de mi vida (prosa), 1969 (inéd.); Mientras, Zaragoza, Javalambre, 1970; Historias fingidas y verdaderas, Madrid, Alfaguara, 1970; País: antología 1955-1970, Esplugas de Llobregat, Plaza & Janés, 1971; La Galerna, 1971-1977 (inéd.); Verso y prosa (antología), Madrid, Cátedra, 1974; Todos mis sonetos, Madrid, Turner, 1977; Poesía con nombres (antología), Madrid, Alianza, 1977; Blas de Otero para niños, ed. de C. Zardoya, Madrid, Ediciones de la Torre, 1985; Poemas de amor, selecc. y pról. de C. Sahagún, Barcelona, Lumen, 1987; Poesía escogida, ed. de S. de la Cruz y L. Montejo, est. de A. del Caño y M. Otero, Barcelona, Vicens Vives, 1995; Mediobiografía (Selección de poemas biográficos), ed. de S. de la Cruz y M. Hernández, Madrid, Calambur, 1997; Poemas Vascos, Bilbao, Ayuntamiento, Fundación Blas de Otero, 2002; Hojas de Madrid con La galerna, pról. de M. Hernández, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2010.
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Sabina de la Cruz García