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Antonio Chenel Albaladejo

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Biografía

Chenel Albaladejo, Antonio. Antoñete. Madrid, 24.VI.1932 – 22.X.2011. Torero.

Aunque su segundo apellido es Albaladejo, el torero explicó a quien escribe estas líneas que en su Documento Nacional de Identidad aparecía, debido a un error de transcripción, como Albadalejo. Y así lo escriben en las distintas biografías que aparecen en la enciclopedia Los Toros. En los primeros volúmenes de esa obra se dice que nació en 1934, si bien José María Sotomayor ofrece en el tomo 12 el año de 1932, fecha confirmada por el torero con motivo de la presente biografía.

Hijo de un empleado de la Casa de la Moneda, Antoñete vivió durante su infancia junto a su hermana mayor y el marido de ésta, Paco Parejo, mayoral de la plaza de toros de Las Ventas, en las propias dependencias del coso madrileño. Allí tuvieron lugar sus primeros juegos infantiles, allí vio entrenar a muchos toreros y torear a todas las figuras, allí le nació la afición y allí, en ese mismo ruedo tantas veces soñado, toreó su primer novillo, en 1949, en la parte seria del espectáculo “Los Charros Mexicanos”. Siguió toreando novilladas sin picadores en 1950 y debutó con caballos en Barcelona el 18 de febrero de 1951, alternando con Pablo Lozano y Manuel Sevilla, con novillos de Cerro Alto. Don Ventura escribió en su crónica de esa novillada en El Ruedo: “En la faena con el sexto llegó el triunfo al realizar con la muleta una labor gallarda, torerísima y garbosa, de la mejor ley y de primorosa factura, que cerró con una estocada en lo alto. Gran ovación, oreja, vueltas y salida a hombros”. Finalizó su primera temporada sumando trece novilladas, las mismas que Antonio Ordóñez. Hizo su presentación en Madrid el 5 de junio de 1952, acompañado por Manuel Perea Boni y Mariano Martín Carriles, con utreros de Nicasio López Navalón.

Aunque no triunfó ese día ni tampoco en sus repeticiones en el ruedo venteño, los días 12 de junio y 10 de julio, ese año quedó en primer lugar del escalafón, tras actuar en sesenta novilladas.

Con mucho cartel y expectación tomó la alternativa, vestido de salmón y plata, el 8 de marzo de 1953 en la corrida de la Magdalena de Castellón. Julio Aparicio le cedió, en presencia de Pedro Martínez Pedrés, el toro Carvajal, número 54, de 501 kilos, de la ganadería de Francisco Chica. “Creemos que con Antoñete estamos en presencia de un torero de extraordinarias proporciones, a pesar de que su primera actuación como matador de toros no ha sido muy afortunada”, escribió en El Ruedo el crítico J. Lloret.

Toreó Antonio Chenel en las Fallas de Valencia el 19 de marzo, de nuevo con Aparicio y Pedrés, y confirmó la alternativa en Madrid el 13 de mayo, vistiendo un traje rosa y oro. Rafael Ortega —que le cedió el toro Rabón, número 95, de Alipio Pérez-Tabernero Sanchón— y Julio Aparicio fueron el padrino y el testigo, respectivamente, de la ceremonia. Ortega, que sustituía a Antonio Ordóñez, cortó dos orejas, pero se negó a salir por la puerta grande.

El primer éxito importante de Antoñete en Madrid tuvo lugar dos días después, el 15 de mayo (el día de San Isidro será muy importante a lo largo de la carrera de este torero), cuando, alternando con Rafael Ortega y el mexicano El Ranchero, con toros de Fermín Bohórquez, cortó tres orejas y salió por primera vez en hombros de “su” plaza de Las Ventas. Sin contar la oreja que obtuvo como becerrista, éstas del 15 de mayo de 1953 fueron las primeras que cortó en Madrid, pues como novillero no había tenido suerte y no había logrado ninguna. Regresó a Las Ventas el 18 de junio, para torear junto a Aparicio, Jumillano y Pedrés la Corrida de Beneficencia. Finalizó Antoñete su primera temporada como matador de toros sumando treinta y seis festejos, por cuarenta y ocho de Pedrés, que lideró el escalafón. No obstante, Antonio Chenel perdió muchos festejos, porque el 11 de agosto, cuando iba el primero en la estadística, sufrió en Málaga una fractura doble del antebrazo izquierdo, la primera de las muchas lesiones de ese tipo que padecería a lo largo de los años y que, en momentos clave de su carrera, condicionaron el desarrollo de su trayectoria. Fue muy grave la lesión de Málaga, porque necesitó cuatro intervenciones quirúrgicas y dejó secuelas en Antoñete, que vio limitado para siempre el juego de la mano izquierda.

A pesar de despertar tantas ilusiones en los aficionados, los años iniciales de década de los cincuenta no fueron buenos para Antonio Chenel. En 1954 y 1955 resultó herido por el primer toro que cada uno de esos años lidió en Madrid, percances que influyeron notablemente en que su trayectoria no terminase de elevar el vuelo. El año 1956 volvió a ser importante en su carrera: el 13 de mayo cortó una oreja en Madrid a un toro de Barcial; el 29 de julio lidió él solo, en Palma de Mallorca, seis toros de Miura; y finalizó el año sumando cincuenta y cinco corridas (diecinueve más que el año anterior) y situado en cuarta posición en el escalafón. Tras torear veintiséis corridas en 1957 y dieciocho en 1958, en 1959 se apartó de los ruedos.

Desde 1960, año en que regresó a los ruedos, y hasta el despertar de 1965, la trayectoria de Antoñete fue un viaje de ida y vuelta del olvido al fracaso. Aunque hubo momentos de esperanza (en 1963 cortó en Madrid una oreja el domingo de Ramos), lo normal fue exactamente lo contrario. “Quizá había una mano negra que me impedía torear en San Isidro”, declaró el torero en la extensa entrevista titulada “Antoñete, el hilo de San Isidro”, publicada en 1997 en un número especial de la revista 6TOROS6. En ese mismo texto, el diestro madrileño señala sobre esta etapa de su carrera: “También mi moral en aquellos años, que fue cuando me casé y tuve líos con la familia [contrajo matrimonio con la hija del banquero López Quesada], no sé, quizá yo no estaba en buen momento, pero también es verdad que no me dejaron ni demostrar si estaba o no para San Isidro”. Derrotado de moral, y a punto de hacerse banderillero, el 8 de agosto de 1965 acudió a la plaza de Madrid a quemar su último cartucho. Su actuación ese día con los toros de Félix Cameno (en especial con el denominado Flor de Malva, al que cortó dos orejas tras hacerle la que muchos, y también el propio torero, consideran su mejor faena en Las Ventas), le puso de nuevo en circulación.

Al año siguiente, trece años después de tomar la alternativa, Antoñete volvía a ser novedad. Le anunciaron en San Isidro, y Antonio Chenel no desaprovechó la oportunidad: en mes y medio toreó cinco corridas en Las Ventas y cortó ocho orejas. Además, en ese lapso de tiempo (en concreto el 15 de mayo) cuajó a Atrevido, el famoso toro “blanco” de José Luis Osborne, una faena que ha entrado por derecho propio en la mitología de la plaza de Madrid. El remate de esa apoteósica marcha se produjo el 7 de julio, cuando en la Corrida de la Prensa cortó cuatro orejas.

Ya era Antoñete otra vez figura del toreo, ya era imprescindible en todas las ferias, pero de nuevo una fractura ósea (en esta ocasión en la plaza francesa de Frejús, el 17 de julio) volvió a cruzarse en su camino.

Pese al percance, y a pesar también de la cornada grave que el 2 de septiembre sufrió en Palencia, la temporada de 1966 fue excelente, y aún mejor la de 1967, año en que sumó cincuenta y una corridas de toros.

En ese momento, Antoñete se encontraba en su plenitud artística. Sin embargo, en 1968 llegaron nuevos percances y otro bache. El 13 de mayo de 1973 cortó una oreja en Madrid, tras cuajar un toro de Fermín Bohórquez, y otra más el 15 de julio, a un ejemplar de El Pizarral.

En 1975 se retiró de nuevo, y en España no reapareció hasta 1981 (antes había toreado en Isla Margarita, Venezuela). “Y salí —dijo el torero en la entrevista antes citada— igual que había salido en el 66, o en el 65, con toda la rabia contenida que puede tener un torero marginado.” Respecto a esos momentos, Antonio Chenel dijo: “Sin modestia: cuando en 1981 llegué a San Isidro había mucha gente que no me conocía.

Los aficionados viejos sí, claro, pero la gente joven sólo tenía lejanas referencias de mí. La prueba está en que hice mi primer paseíllo y no me tocaron ni una palma. Y me dolió un poco, las cosas como son. Volvía a mi tierra, había triunfado en Jerez, traía otra vez un cierto nombre, y no sonó ni una palma. Ni una sola”.

Pero pasó muy poco tiempo hasta que sonaron las palmas. Y no una, sino muchas, miles de palmas. En la década de 1980, Antoñete pasó a ser un símbolo para los nuevos aficionados, un referente clásico que enlazaba la tauromaquia de siempre con el presente más inmediato. Antoñete se convirtió el canon clásico, el toreo intuido pero antes no visto, una manera de estar ante los toros, la suya de siempre, que resultaba inédita para la nueva generación de aficionados.

Y Antonio Chenel se convirtió en un mito. Su gloria y su fracaso, muchas veces repetidos y abrazados, hicieron más grande al torero, al tiempo que se admiraba profundamente al hombre. Antoñete era el ídolo tantas veces caído y tantas resucitado, que su figura se veía cercana y profundamente humana. La pureza de su toreo, su hondura, su desgarrada pero armoniosa compostura, su clasicismo, sus cites a larga distancia, su personal concepto heredado de sus maestros establecieron un canon estético, una manera de ver y entender los toros en la plaza de Madrid. Y ya nada es igual en Las Ventas desde que en los años ochenta Antoñete pasó por la Monumental.

En 1982 cuajó en la Monumental al toro Danzarín, de Garzón, y en 1985 cortó tres orejas en esa misma plaza (destacó con el toro Cantinero, también de Garzón).

Se retiró el 30 de septiembre de 1985 y regresó de nuevo en 1987. En 1988 cortó otra oreja en Las Ventas y, tras varias idas y venidas, conservando siempre intacto el respeto de los aficionados, el 16 de octubre de 1999 realizó en la feria de Jaén una faena extraordinaria a un toro de Victoriano del Río. El 1 de julio de 2001, enfundando en un terno verde hoja y oro, se vistió en la plaza de Burgos por última vez de luces. El toro pertenecía a la ganadería de José Luis Marca.

Estuvo en posesión de la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Ya retirado definitivamente, en 2006 continuaba ejerciendo de comentarista en las transmisiones taurinas de una cadena de televisión de pago.

 

Bibl.: Don Ventura (V. Bagués), Historia de los matadores de toros, Barcelona, Imprenta Castells-Bonet, 1943 (ed. Barcelona, De Gassó Hnos., 1970, pág. 302); “La novillada del domingo en Barcelona”, en la revista El Ruedo (Prensa y Radio del Movimiento, Madrid), n.º 348, 22 de febrero de 1951; J. Lloret, “La corrida de la Magdalena de Castellón: Julio Aparicio dio la alternativa a Antoñete en presencia de Pedrés”, en El Ruedo (Prensa y Radio del Movimiento, Madrid), n.º 455, 12 de marzo de 1953; J. M. Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. 4, págs. 428, 429, y 1980, vol. 5, págs. 842 y 843, Madrid, Espasa Calpe, 1961; C. Jalón, Memorias de “Clarito”, Madrid, Guadarrama, 1972; I. Aguirre Borrel, Homenaje a Antoñete, Madrid, Gráfica 82, 1985; J. C. Arévalo, La tauromaquia de Antoñete. Antoñete o el arte de torear, Madrid, Akal, 1987; J. J. Bonifaz, Enciclopedia de los toros (Cossío), vol. 11, Madrid, Espasa Calpe, 1988, págs. 598-601; J. Laverón, La tauromaquia de Antoñete, de los años negros al mito, Madrid, Ediciones de La Idea, 1988; F. Claramunt, Historia ilustrada de la Tauromaquia, Madrid, Espasa Calpe, 1989; J. L. Suárez-Guanes, Madrid-Cátedra del toreo (1931- 1990), Madrid, Espasa Calpe, 1990; C. Abella, Historia del toreo, vol. 2, Madrid, Alianza Editorial, 1992, págs. 270-282; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.); J. A. Polo, “El toreo contemporáneo (1966-1993)”, en N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.); M. F. Molés, Antoñete, el maestro, Madrid, Aguilar, 1996; J. L. Ramón, “Antoñete, el hilo de San Isidro”, en 6TOROS6 (Especial San Isidro 1947-1997), Madrid, Editorial Genet, 1997, págs. 6-9; J. M. Sotomayor, Enciclopedia de los toros (Cossío), vol. 12, Madrid, Espasa Calpe, 1997, págs. 583- 584; J. L. Ramón, “La media verónica, el toreo de poder, el natural, el derechazo y el pase de pecho según Antoñete”, en Todas las suertes por sus maestros, Madrid, Espasa Calpe, 1998; V. Sobrino, Memoria de luces. 50 años de historia de la plaza de toros de Valencia (1950-2000), Valencia, Avance Taurino, 2000; J. L. Ramón; “Hitos de Las Ventas: El día que ‘resucitó’ Antoñete (8 de agosto de 1965)”, en 6TOROS6 (Madrid, Editorial Campo Bravo), n.º 620, 16 de mayo de 2006, págs. 54-55; J. M. Sotomayor, “Relación de las corridas de toros, novilladas con picadores y festejos de rejones celebrados en la Plaza Monumental de las Ventas de Madrid (17 de junio de 1931-23 de octubre de 2005)”, en VV. AA., Las Ventas. 75 años de historia, Madrid, Centros de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, 2006.

 

José Luis Ramón Carrión

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