Pérez de Guzmán, Alonso. Duque de Medina Sidonia (VII). Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), X.1549 – 26.VII.1615. Noble, militar, capitán general de Andalucía, capitán general del Mar Océano.
Alonso Pérez de Guzmán era el primogénito y heredero de Juan Carlos de Guzmán, IX conde de Niebla, y de Leonor Manrique de Zúñiga y Sotomayor. Juan Carlos, su progenitor, era el heredero del ducado de Medina Sidonia, pero murió en 1556 antes que su propio padre (Juan Alonso Pérez de Guzmán, VI duque de Medina Sidonia), de tal modo que, tras la muerte de su abuelo Juan Alonso en 1558, el ducado pasó a Alonso cuando contaba sólo con nueve años de edad.
El título era de los más prestigiosos de España, databa de 1445, y Alonso Pérez lo obtuvo en un momento crucial para la historia de su familia, dado que su riqueza se había incrementado notablemente como resultado de dos fenómenos: la gran explosión demográfica del siglo xvi y la expansión del comercio con las Indias que siguió al hallazgo de las minas de plata a mitad de la década de 1540. En 1558 la familia Medina Sidonia contaba con unos ingresos de aproximadamente 50.000 ducados y figuraba en el sexto lugar entre las cerca de ochenta familias de la nobleza española; a finales de la década de 1570, no obstante, sus ingresos ya se habían triplicado, hasta cerca de 150.000 ducados, y el duque de Medina Sidonia se había convertido en el aristócrata más rico de España.
El patrimonio familiar se extendía desde la frontera portuguesa con las actuales provincias de Huelva y Cádiz hasta Málaga y Granada; producían maíz y cítricos y sus viñedos y olivares eran proverbialmente fértiles. Además, la familia era dueña o poseía parte de muchos de los puertos marítimos y fluviales que conectaban las rutas comerciales del Mediterráneo, tanto en la costa africana como en la atlántica. Estas posesiones marítimas tenían una enorme importancia en el desarrollo de los intereses de la familia y las estrategias de la Corte. En realidad, precisamente por lo importante que era el mar para ellos la familia estableció su “centro de operaciones” en el puerto de Sanlúcar de Barrameda y no en la ciudad de Medina Sidonia, que quedaba en el interior. Inevitablemente, la familia desempeñó un papel fundamental en el aprovisionamiento de flotas y en la protección de las rutas marítimas, en especial de aquellas que transportaban la carrera de Indias desde y hasta Sevilla. En realidad, el crecimiento de la carrera de Indias a mediados del último tercio del siglo xvi fue lo que motivó que el duque de Medina Sidonia se convirtiera en el guardián de facto de la seguridad de la carrera en aguas españolas y el agente al mando de supervisar la defensa de las comunicaciones navales de la Corona en las aguas del sureste español. Alonso Pérez tuvo suerte, por lo tanto, de contar con un vasto conocimiento del mar, dado que había sido educado por el distinguido erudito Pedro de Medina, quien completó las enseñanzas de su moderno currículo humanista con el estudio de las artes y las ciencias del mar.
Los miembros de la nobleza más pudiente de la España del siglo xvi solían evitar vivir en la Corte y preferían administrar sus propiedades en lugar de soportar los gastos y las incomodidades que ésta conllevaba.
Por puro temperamento, así como por elección estratégica, a Alonso Pérez no le gustaban lo más mínimo las presiones a las que estaba sometido cuando vivía en la Corte. Estaba más que dispuesto a alojarse con la Corona cuando fuera necesario, pero sus prioridades venían marcadas por los intereses económicos y estratégicos de su familia. Parecía oportuno, por lo tanto, que hubiera empezado su carrera en 1574 tratando de conseguir el contrato para el mantenimiento de las galeras de la escuadra española. Los motivos que le llevaban a desear asumir esta pesada carga eran simples y prácticos: podría desempeñar así la tarea más importante que incumbía a sus propiedades y, si le nombraban para ese cargo, tendría necesariamente que quedarse en casa, en Sanlúcar. Sin embargo, el Rey rehusó nombrarle para ello, consciente como era sin duda de las verdaderas razones de su solicitud.
La proximidad de las tierras de Medina Sidonia a la frontera con Portugal también revestía una importancia capital para el desarrollo de las estrategias de la familia en la Corte. Ya en 1566 Alonso Pérez emprendió la tarea de casarse con Ana de Silva y Mendoza, hija de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli y portugués él mismo. El matrimonio se celebró en 1574 y trajo al mundo a catorce hijos; el heredero, Juan Manuel, nació en 1579. El matrimonio fue a su vez lucrativo —Ana venía con una dote de 100.000 ducados—, pero las verdaderas razones de la alianza eran estratégicas; el príncipe de Éboli era uno de los ministros predilectos de Felipe II y el parentesco con él prometía aumentar la influencia de los Medina Sidonia en la Corte. Desafortunadamente, Felipe II no se fiaba del matrimonio, como era natural, ya que colocaba a su noble más principal en la vorágine de la política portuguesa en un momento particularmente sensible.
Alonso Pérez demostró su lealtad a Felipe II desempeñando un importante papel en la crisis de los años 1578-1580, que llevó a la conquista de Portugal por el Rey. Después de que Sebastián de Portugal muriera en su catastrófica cruzada para recuperar las posesiones portuguesas en la costa de Marruecos, Medina Sidonia supervisó la defensa de la costa sur de Portugal y gestionó el pago de rescates de prisioneros portugueses, entre ellos don Theodosio, duque de Barcelos, heredero del duque de Braganza, quien llegó a Sanlúcar en enero de 1580 y fue recibido por el duque de Medina Sidonia con fiestas y cacerías hasta que fue liberado en marzo y pudo regresar a Portugal.
Medina Sidonia reclutó entonces a seis mil quinientos hombres para la invasión de Portugal, conquistó Almodóvar y algunas otras ciudades. Tenía una necesidad imperiosa de demostrarle a la Corona su lealtad en ese momento clave, ya que a su madre política la habían arrestado junto a Antonio Pérez, secretario de Estado, en julio de 1579, sospechosa a la vez de complicidad en el asesinado de Juan de Escobedo en 1578 y de estar envuelta en intrigas por la sucesión a la Corona de Portugal. Medina Sidonia intercedió por ella, pero no sirvió de nada.
Puede que para poner a prueba la lealtad de Medina Sidonia, Felipe II le nombrara en 1580 para uno de los mandos militares clave en la Monarquía española: el Gobierno y Capitanía General de Milán. Desde el punto de vista del Rey, era una elección sensata, ya que se requería para el cargo a un hombre de rango y experiencia. Sin embargo, Medina Sidonia estaba decidido a no ser enviado fuera, lejos de sus tierras, y durante dos años estuvo esquivando la propuesta del Rey. Felipe II le otorgó la Orden del Vellón de Oro (el 15 de mayo de 1580), pero el duque no cedió.
Medina Sidonia eludió el nombramiento para Milán y aceptó una tarea mucho más ajustada a sus capacidades, que además tenía la ventaja de permitirle quedarse cerca de sus propiedades: aceptó estar al frente de una expedición contra Larache, en el norte de la costa africana, lo que le supuso un desembolso considerable; en realidad, estaba comprando quedar exento del gobierno de Milán. Desafortunadamente, cuando se preparaba para liderar la expedición, se rompió una pierna en un accidente a caballo.
Mientras Medina Sidonia se recuperaba de su lesión, España aumentaba su poder ostensiblemente con la ambiciosa expedición que conquistó las islas Azores al mando de Álvaro de Bazán, I marqués de Santa Cruz. El triunfo de Santa Cruz desempeñó un papel determinante a la hora de convencer a Felipe II de la viabilidad de organizar una expedición aún mayor contra Isabel I de Inglaterra. En 1585, Francis Drake —con la licencia oficial de la reina de Inglaterra— saqueó Vigo y las ciudades cercanas.
Para Felipe II un ataque en suelo español era la gota que colmaba el vaso de un conflicto con Isabel I que venía de largo y, en marzo de 1586, comenzó a prepararse para atacar Inglaterra. Nombró a Santa Cruz al frente de la flota y, como era natural, hizo uso del conocimiento y los recursos del duque de Medina Sidonia: a partir de 1586 el duque organizó en el sureste de España el reclutamiento de hombres y el aprovisionamiento de grano y de material militar para la gran expedición. Cuando en abril de 1587, Drake lanzó su ataque preventivo a los galeones reales en el puerto de Cádiz, Medina Sidonia demostró un gran aplomo y maestría reuniendo a ocho mil ochocientas unidades de Infantería y Caballería y conduciendo la defensa de la ciudad y el puerto.
Causó, asimismo, un daño considerable a la armada inglesa al hacer que algunas galeras remolcaran barcos en llamas consiguiendo con ello dispersarlos. No había demasiados comandantes españoles que pudieran jactarse de haber cosechado éxitos frente a “El Draque”. Felipe II se dio perfecta cuenta de ello, y lo tenía en mente.
Felipe II animó a Medina Sidonia a trabajar en los preparativos de la Armada honrándole con el título de capitán general de Andalucía el 8 de enero de 1588. Un mes más tarde, el 9 de febrero, Santa Cruz murió agotado por los esfuerzos que hizo en la preparación de la flota. Para Felipe II constituía una oportunidad preciosa que el más rico de sus duques contara con la experiencia necesaria para suceder a Santa Cruz: Medina Sidonia estaba al tanto de la mayoría de los detalles y tenía el rango social y la experiencia para asumir el mando de tal empresa; los quejumbrosos marinos al frente de los barcos no se creerían merecedores de estar a las órdenes de uno de los principales nobles de España. El 11 de febrero, Felipe II informó a Medina Sidonia de que debía comandar la flota. Tres días más tarde, le nombró formalmente capitán general del Mar Océano (La batalla del Mar Océano: doc. 4141).
Medina Sidonia se mostró horrorizado por el nombramiento y escribió a Juan de Idiáquez, secretario de Estado y consejero de alto rango de Felipe II, exhortándole a persuadir al Rey para que cambiara de opinión. El duque insistió en que él no contaba ni con la salud suficiente ni con los recursos financieros necesarios que requería esa tarea, y añadió que él no tenía conocimiento alguno ni del mar ni del estado de los preparativos de la Armada. En realidad, pocos eran tan conscientes como él de lo inadecuada que era la flota. Medina Sidonia sabía que la empresa de Inglaterra era una aventura desesperada y abocada al fracaso y temía asumir el mando de la escuadra, ya que tenía la certeza de lo que iba a ocurrir y la pérdida de reputación que todo ello le acarrearía a él (y a su familia). Él mismo sugirió que el adelantado mayor de Castilla sería una elección mucho más apropiada (Fernández Duro, 1884: 414-417). El 18 de febrero escribió una segunda carta, que Idiáquez y su colega Cristóbal de Moura ni siquiera se atrevieron a pasarle al Rey, pero que parece que usaron contra Medina Sidonia para chantajearle de manera eficaz y obligarle a aceptar el cargo: “Y mire V. S. q[ue] de aqui cuelga conseruar la reputacion y opinion q[ue] el mundo oy tiene de su valor y prudencia y q[ue] todo esto se auentura con saberse lo que nos escrive (de q[ue] nos guardaremos bien...)” (Herrera Oria, 1929: 152).
Cuando Medina Sidonia llegó a Lisboa se encontró con que la flota era un caos: decidido a navegar, Santa Cruz había apilado hombres, armas, provisiones y munición a bordo sin intención alguna de organizar nada. Como consecuencia de ello, muchos hombres y buena parte de la munición y las provisiones no estaban en la nave que les correspondía. El 22 de marzo Medina Sidonia juró el cargo de capitán general del Mar Océano. Puso en marcha sus excelentes habilidades organizativas, decidido como estaba sobre todo a que los hombres no pudieran desembarcar, no fuera a ser que, de hacerlo, no volvieran a aparecer por allí.
El 1 de abril Felipe II emitió sus Instrucciones, con la siguiente orden para Medina Sidonia: “Saldréis con toda la Armada y iréis derecho al Canal de Inglaterra, subiendo por él arriba hasta el cabo de Margat(e), para daros allí la mano con el Duque de Parma y Plasencia, mi sobrino, y allanar y asegurar el paso para su tránsito” (Fernández Duro, 1885: 7). Debía evitar la batalla y, si el encuentro con Parma no podía llevarse a cabo, debía regresar a la isla de Wight, tomar posesión de ella y mantenerla hasta que pudiera unirse a Parma. El 24 de abril prestó juramento para comandar la empresa.
El 30 de mayo de 1588 Medina Sidonia partió de Lisboa liderando una expedición de ciento veinticinco naves y treinta mil hombres. El núcleo de la Armada lo constituían veinticuatro galeones de las escuadras de Castilla y Portugal, respaldados por cuarenta y un marinos mercantes y otros barcos diversos, incluidas algunas carabelas. El mérito de que la flota pudiera zarpar era en gran medida del duque, pero su éxito al aumentar el número de hombres hizo que el problema de aprovisionamiento fuera aún mayor: incluso nada más partir de Lisboa, parte de la comida y la bebida ya se estaba echando a perder y hubo que racionarla antes de que la Armada entrara en el golfo de Vizcaya.
El verano de 1588 fue especialmente nefasto y a la escuadra le costó dos semanas surcar la costa de la Península Ibérica. El 19 de junio una tormenta cerca de La Coruña dispersó a la flota, cuando Medina Sidonia intentaba entrar en el puerto para abastecerse de nuevos suministros; algunos barcos resultaron arrastrados en dirección norte hasta las islas Sorlingas. El duque se hundió en la más profunda desesperación.
El 24 de junio escribió al Rey instándole a abandonar la “Empresa de Inglaterra” y sugiriéndole que esa gran tormenta era una evidencia más de la falta de compromiso del Señor hacia la empresa —una suerte de pista divina sobre la conveniencia de abandonar el empeño— y que ni la flota ni los hombres que la componían estaban preparados para acometerla: “queda con tan poca fuerza que es muy inferior á la del enemigo, según todos los que de esto saben lo dicen... y ir á cosas tan grandes con fuerzas iguales no convendria, cuanto más siendo inferiores como hoy lo están y la gente no tan plática como convendria”. Medina Sidonia exhortó a Felipe II a intentar una paz constructiva con sus enemigos en lugar de jugárselo todo al azar.
Era una carta valiente que le honraba, escrita por un hombre tan seguro de sí mismo como para arriesgar su propia reputación con el Rey más exigente de cuantos había, señalándole el más evidente de sus puntos flacos (Fernández Duro, 1885: 134-137). Felipe hizo caso omiso: el 1 de julio informó a Medina Sidonia de lo siguiente: “Yo tengo ofreçido a Dios este seruiçio.
Para ayudármele a hazer os tome por instrumento”.
Medina Sidonia se vio obligado a continuar sin dilación (Herrera Oria, 1929: 213).
Tres días después de escribir a Felipe II, Medina Sidonia convocó un Consejo de Guerra para asegurar el apoyo de sus oficiales superiores: la mayoría de ellos estaba de acuerdo en que la Armada era demasiado débil como para llevar a cabo tal empresa. Sin embargo, siguieron adelante obedientemente; el 21 de julio la flota zarpó de La Coruña y el 30 de julio entró en el Canal de la Mancha, que los ingleses denominaban suyo (“el Canal Inglés”). El duque, de ese modo, inauguró la era de los galeones de guerra, que duraría hasta el final del siglo xix. Medina Sidonia se señaló alzando solemnemente su bandera como símbolo de su intento de tomar parte en la batalla. No obstante, la flota inglesa, en una brillante operación, se aprovechó de los pronósticos climatológicos virando al salir de Plymouth detrás de la Armada, conforme ésta ascendía laboriosamente el Canal. De esta manera, se aseguraban la ventaja de tener a los españoles siempre a la vista en lugar de tener que esperar por ellos en el estrecho de Dover (como Felipe II creía que iba a suceder).
Conforme la Armada —ya en su famosa formación en media luna— navegaba adentrándose en el Canal, la flota inglesa pudo mantenerse cerca pero a la distancia suficiente como para no correr peligro.
La primera gran pérdida de la Armada ocurrió el 31 de julio, cuando el galeón San Salvador sufrió una explosión que acabó con la vida de la mitad de su tripulación, integrada por cuatrocientos hombres. Medina Sidonia consiguió salvar el buque, aunque después tuvo que abandonarlo. El día siguiente no pudo salvar el Rosario, que se había quedado rezagado muy por detrás de la flota; el duque ordenó que fuera abandonado y Drake mismo se hizo con él.
Era cada vez más evidente que las operaciones de los dos comandantes que estaban al frente del ataque a Inglaterra obedecían a intereses cruzados. Medina Sidonia creía que Parma estaría esperándole, preparado para unírsele, pero parece que no se dio cuenta de que las barcas de la armada holandesa podrían evitar que Parma saliera de puerto para reunirse con él; al mismo tiempo, Parma pensaba que Medina Sidonia era quien tenía que ocuparse de asegurar su salida del puerto. Al llegar a Calais, Medina Sidonia comprendió finalmente el alcance de las dificultades que se le avecinaban: no había ningún puerto con la profundidad suficiente como para que la Armada pudiera recalar en él; Parma no podía salir en su busca; los ingleses tenían el control del Canal y, por tanto, no cabía la posibilidad de la retirada. La noche del 7 al 8 de agosto, la peor de las pesadillas se hizo realidad cuando ocho barcos ingleses en llamas repletos de explosivos fueron remolcados y lanzados contra la flota. El propio Medina Sidonia sabía muy bien lo único que cabía esperar, ya que él había utilizado la misma estratagema contra Drake en Cádiz en 1587.
Consiguieron detener a dos de los barcos en llamas, pero la Armada, presa del terror, se saltó la disciplina y se adentró en un espacio muy reducido. Los barcos echaron el ancla y los ingleses avanzaron. La batalla que iba a librarse consistía básicamente en una veintena, más o menos, de galeones por cada una de las partes, pero los españoles fueron incapaces de lidiar esa batalla, mientras que los ingleses sí que pudieron al menos poner en práctica su capacidad de maniobra y hacer uso de un armamento más preciso con efectos devastadores. Medina Sidonia destacó particularmente, ya que se vio acompañado tan sólo de cinco barcos frente a la armada inglesa completa, y mostró una gran resolución (y quizá también desesperación) al ordenar que colgaran a uno de sus capitanes por no haber acudido en su ayuda.
El 9 de agosto reunió a sus capitanes en un Consejo de Guerra: se decidió volver a intentar el encuentro con Parma, pero durante tres días el viento empujó a la flota hacia el Mar del Norte. Sólo había una opción, una única ruta de vuelta a casa. Conforme la flota navegaba temerosa hacia el norte, Medina Sidonia se sirvió de marineros locales de barcos de pesca holandeses y escoceses para que le guiaran. Envió a Baltasar de Zúñiga a informar al Rey del desastre y a organizar los preparativos para prestar ayuda a los que consiguieran llegar con vida a casa. Entonces, inició el espantoso periplo bordeando el norte de las islas Británicas.
Naufragaron más de treinta barcos como consecuencia de las terribles tormentas sufridas frente a las costas de Escocia e Irlanda, y muchos de los hombres que conseguían llegar a la orilla eran después asesinados por los nativos. El 3 de septiembre, el propio Medina Sidonia ya deliraba por la fiebre y cualquiera puede imaginar la mezcla de aprensión y alivio que debió sentir al avistar la costa española. El 21 de septiembre el duque condujo a ocho maltrechos galeones dentro del puerto de Santander. Tomó las precauciones que pudo para ayudar a los supervivientes y el 23 de septiembre escribió de nuevo al Rey: “Los trabajos y miserias que se han padecido no se podrán significar á V. M., pues han sido mayores que se han visto en ninguna navegación, y tal navio ha habido de los que han entrado aquí que han pasado catorce dias sin beber gota de agua. En la Capitana se me han muerto 180 personas de enfermedad, y de cuatro pilotos que tenía, los tres dellos, y toda la demas gente enferma, y mucho, y de mal contagioso y de tabardetes, y toda la gente de mi servicio, que eran como 60, se me han muerto y enfermado, de manera que con solo dos me he hallado. Sea nuestro Señor bendito por todo lo que ha ordenado” (Fernández Duro, 1885: 298). Las pérdidas fueron terribles: cerca de quince mil hombres muertos o desaparecidos, muchos de ellos eran hombres cualificados que no iban a poder ser sustituidos fácil o rápidamente. Treinta y cuatro de los galeones de guerra arribaron a puertos españoles, pero estaban tan destrozados que pocos iban a poder ser utilizados de nuevo para fines militares.
Medina Sidonia partió de Santander el 5 de octubre y llegó a casa, a Sanlúcar de Barrameda, el día 24. Francisco de Bobadilla escribió un informe para el Rey que insistía en el hecho de que ningún otro comandante podría haberlo hecho mejor que Medina Sidonia y que estaba centrado en las deficiencias técnicas de la flota española, deficiencias que el propio Medina Sidonia, por supuesto, ya había señalado antes de que la flota zarpara de aguas españolas: “Digo: que hallamos al enemigo con muchos bajeles de ventaja, mejores que los nuestros para pelear, ansí en la traza dellos, como de artillería, artilleros y marineros como velejados, de manera que los gobernaban y hacían lo que querían. La fuerza de nuestra armada eran hasta veinte bajeles y éstos han peleado muy bien y más de lo que era menester y los más del resto huído siempre que vían cargar el enemigo, que no se pone en la relación por lo que toca a la reputación de nuestra nación”. Bobadilla volvió a insistir en que el error de no aunar fuerzas lo cometió Parma: si el duque hubiera partido el día en que la Armada llegó de las Gravelinas “se hiciera la jornada” (Belda y Pérez de Nueros, 1927: 65-67). El historiador de la Corte, Luis Cabrera de Córdoba, fue igualmente generoso: “Fue de grandes señores y reyes ganar y perder jornadas” (1998: siii, 1224). Para el duque, no obstante, nada de esto supuso consolación alguna.
Su reputación había caído por los suelos debido a un mandato que, desde el comienzo, él sabía que estaba abocado al fracaso.
Medina Sidonia aparece de manera efímera en las crónicas de la década de 1590. Ayudó generosamente a los habitantes del suroeste de España en las hambrunas que acaecieron en esa década y, una vez más, defendió Cádiz del ataque de los ingleses en 1596.
Estaba en la Corte el día en que murió Felipe II (el 13 de septiembre de 1598) e incluso sirvió como portador de su féretro. Formó parte del Consejo de Estado brevemente, entre 1598 y 1599.
En noviembre de 1598 se adaptó al nuevo gobierno casando a su heredero, Juan Manuel, con Juana de Sandoval y Rojas, hija del marqués de Denia, valido de Felipe III (a quien pronto le sería concedido el ducado de Lerma). A cambio, cancelaron algunas de sus deudas con la Corona como prueba del favor que le dispensaba el nuevo Rey. También acompañó al nuevo Rey a Valencia en el viaje que hizo éste para conocer a su esposa y casarse con ella en 1599, pero no tenía la ambición de servir en la Corte. El nuevo favorito prefería claramente que el duque permaneciera alejado de la Corte e ingenió una disputa entre sus respectivas esposas que hizo que Medina Sidonia regresara a sus tierras, donde continuó con sus asuntos navales. Escribió un largo tratado sobre construcción naval y supervisó la preparación de la nueva Armada de los Estrechos. Murió en Sanlúcar el 26 de julio de 1615, convertido ya en un personaje de un pasado remoto.
Fuentes y bibl.: Colección de documentos inéditos para la historia de España, vols. 6, 24, 27, 28, 36, 39 y 81, Madrid, Viuda de Calero, 1842-1895; L. Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614, Madrid, Imprenta de J. Martín Alegría, 1857; C. Fernández Duro, La Armada Invencible, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1884-1885, 2 vols.; J. K. Laughton (ed.), State Papers relating to the Defeat of the Spanish Armada, London, Navy Records Society, 1894, 2 vols.; “Francisco de Bobadilla a Juan de Idiáquez, del galeón San Martín, a sesenta grados a 20 de agosto [1588]”, en F. Belda y Pérez de Nueros, marqués de Cabra, Felipe II Cuarto Centenario de su Nacimiento [...] 1627. Rasgos en honra del Gran Rey, Madrid, Gráficas Reunidas [1927], págs. 64-67; E. Herrera Oria (ed.), La Armada Invencible. Documentos procedentes del Archivo General de Simancas, en Colecc ión de documentos inéditos para la historia de España y sus Indias, vol. II, Valladolid, 1929; I. A. A. Thompson, “The Armada and Administrative Reform: The Spanish Council of War in the Reign of Philip II”, en English Historical Review, 82 (1967), págs. 698-725; “The appointment of the Duke of Medina Sidonia to the command of the Spanish Armada”, en Historical Journal, 12, n.º 2 (1969), págs. 698-216; J. Calvar Gross et al., La Batalla del Mar Océano: corpus documental de las hostilidades entre España e Inglaterra (1568-1604), Madrid, Ministerio de Defensa, Armada Española, Instituto de Historia y Cultura Naval, 1988; C. Martin y G. Parker, La Gran Armada, 1588, vers. esp. de J. A. Pardos, Madrid, Alianza Editorial, 1988; P. Pierson, Commander of the Armada. The seventh duke of Medina Sidonia, New Haven y London, Yale University Press, 1989; L. I. Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, Alonso Pérez de Guzmán General de la Invencible, Cádiz, Universidad, 1995, 2 vols.; L. Cabrera de Córdoba, Felipe II, Rey de España, ed. de J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 1998, 4 vols.; P. Williams, Armada, Basingstoke, Tempus Publishing, 2000; The great favourite. The Duke of Lerma and the court and government of Philip III of Spain, 1598-1621, Manchester University Press, 2006.
Patrick Williams