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Francisco Javier Elío y Olóndriz

Biografía

Elío y Olóndriz, Francisco Javier. Pamplona (Navarra), 4.III.1767 – Valencia, 4.IX.1822. Gobernador, capitán general, virrey del Río de la Plata.

Francisco Javier Elío (o Jaureguízar) y Olondriz nació el 4 de marzo de 1767 en Pamplona y era hijo del gobernador de dicha provincia, Francisco Javier Olóndriz Urequízar. Ingresó en la carrera militar a los dieciocho años y participó en varias acciones en el norte de África, como las de Orán y Ceuta. Posteriormente estuvo en el Rosellón y fue herido en dos ocasiones. Tras intervenir en la guerra de Portugal, el coronel Elío fue enviado al Río de la Plata, con el cargo de comandante de la campaña de la Banda Oriental en octubre de 1806. La toma de Montevideo por los ingleses le obligó a entrar en la ciudad disfrazado. Merced a los buenos oficios de algunos amigos, llegó hasta las costas de Buenos Aires para defenderlas de los británicos, pero en 1807 volvió a Montevideo, nombrado por Liniers.

Al año siguiente se produjo la invasión francesa a España. Napoleón envió al Río de la Plata a M. de Sassenay como su plenipotenciario y la Junta de Sevilla hizo lo propio con José María Goyeneche. Ambos lucharon en el Río de la Plata por lograr el reconocimiento de quien le había enviado. Elío ayudó a Goyeneche y logró que se jurara fidelidad a Fernando VII y posteriormente apresó a Sassenay cuando éste regresó a Montevideo, procedente de Buenos Aires, donde se había entrevistado con Liniers. A partir de entonces, Elío calificó a Liniers de “afrancesado” y empezó a actuar contra él. El 10 de septiembre de 1808 presentó una acusación formal contra el virrey ante las autoridades de Buenos Aires. Liniers mandó relevar a Elío por el capitán de navío Juan A. Michelena, pero éste no fue aceptado y tuvo que huir precipitadamente. Poco después, el 21 de septiembre de 1808, Elío constituyó en Montevideo una Junta de Gobierno, semejante a las creadas aquel año en España para defender los intereses de Fernando VII. Conspiró luego en Buenos Aires el 1 de enero de 1809 para crear otra junta españolista y destituir a Liniers, que favorecía al grupo criollo. No lo logró y Elío tuvo que acoger en Montevideo a los regidores que habían sido expulsados por los realistas, como Martín de Alzaga. En julio de 1809 disolvió la Junta que había creado el año anterior, por considerarla ya inútil. La Junta Central consideró imprudente sostener a Liniers y nombró virrey de Buenos Aires a Baltasar Hidalgo de Cisneros, que se posesionó del cargo el 30 de julio de 1809. Liniers acató su autoridad y se retiró a Córdoba. Hidalgo, por su parte, dio una serie de medidas innovadoras para apaciguar los ánimos y destituyó a Elío, que regresó a España en abril de 1810. No pudo asistir, por tanto, a la revolución porteña de mayo de dicho año, como algunos historiadores pretendieron, que tuvo que afrontar el gobernador Gaspar de Vigodet, nombrado por la regencia. La misma regencia decidió nombrar a Elío virrey del Río de la Plata. Éste llegó nuevamente a Montevideo (otra vez capital del virreinato) el 12 de enero de 1811 con dos buques y quinientos hombres. Actuó solo en 1811 y como militar, ya que Buenos Aires estaba en manos de los patriotas. Tras muchas vicisitudes acabó firmando un tratado de paz con la Junta de Buenos Aires, en virtud del cual ésta terminó reconociendo a Fernando VII como Rey, se comprometió a evacuar los territorios ocupados en Uruguay; suspendió el bloqueo a Buenos Aires, retiró tropas de la campiña uruguaya, se enfrentó con el cabildo, se negó a crear un audiencia y rechazó el plan económico de Vigodet.

La Regencia quiso trasladar a Elío a Chile como capitán general, pero éste se negó a abandonar su plaza. Estaba decidido a luchar contra los patriotas porteños y declaró la guerra a la Junta de Buenos Aires el 13 de febrero de 1811. Unos días después, el 28 del mismo mes y año, surgió lo imprevisto; el coronel de la Compañía de Blandengues, José Gervasio Artigas, se levantó contra la dominación española. Elío se enfrentó con los rebeldes orientales en la batalla de Las Piedras el 18 de mayo y fue vencido, quedando prácticamente encerrado en Montevideo. Pidió entonces ayuda a la infanta Carlota Joaquina (hermana de Fernando VII y esposa del regente João, que estaba en Río de Janeiro). Se produjo la invasión portuguesa de la Banda Oriental. La derrota de Guaqui obligó al Gobierno argentino a firmar un armisticio con Elío el 20 de octubre de 1811, por el cual la Junta porteña aceptó reconocer a Fernando VII y a evacuar la Banda Oriental, a cambio de que Elío se comprometiera a conseguir que los portugueses se fueran de la Banda Oriental. No fue así. Artigas se retiró con sus orientales a la orilla del río Uruguay y comenzó su guerra patriota contra los españoles, contra los portugueses y contra los porteños.

Elío fue entonces relevado por la Regencia. Entregó el mando de Montevideo a Gaspar Vigodet, nombrado capitán general y embarcó para España el 18 de noviembre de 1811. Una vez en la Península se incorporó a las tropas que realizaban las últimas acciones contra los franceses en la Guerra de la Independencia.

Fue comandante de la isla de León y general en jefe de las tropas de Cataluña y Valencia. Tras la evacuación francesa de la región levantina fue nombrado gobernador y capitán general de Valencia, hecho que mereció la desaprobación de muchos diputados liberales que recordaban su actuación en el Río de la Plata.

Jugó luego un papel importante en la restauración absolutista de Fernando VII. La historiografía liberal del siglo XIX le atribuyó una responsabilidad protagónica en el golpe dado por Fernando VII, que contó con su ejército para promover el primer pronunciamiento del siglo XIX español, pero nada tuvo que ver en el mismo. Realmente no constan manifestaciones, ni gestos anticonstitucionalistas de Elío anteriores a la visita del Rey a Valencia en 1813, aunque sus enemigos le identificaron generosamente con todas las conspiraciones absolutistas que se urdieron desde fines de 1813 hasta abril de 1814. Tampoco fueron muchas, pues el constitucionalismo no estaba tan extendido como se pretendió y los historiadores han comprobado que sólo afectó a una elite de los ilustrados españoles. El pueblo español no comprendía muchos de los principios constitucionales y era afectivamente fiel, y a machamartillo, al Monarca. Fue lo que Fernando VII comprobó durante su viaje triunfal desde Gerona lo que le decidió a jugar con éxito la carta de la restauración absolutista. La influencia de Elío fue simplemente la de dejar que el Monarca se convenciera por sí mismo del gran cariño y respeto que le tenía su pueblo. Todavía le seguía llamando el “deseado”. Todo lo más que hizo fue expresar públicamente el escaso entusiasmo del Ejército español ante la postergación en que lo habían sumido los políticos después de la guerra, algo que era sabido de todos. Incluso un nutrido grupo de historiadores opinan que Elío fue partidario de proponer algunas reformas moderadas al Monarca, que contrastarían con las que luego propusiera Egaña. En realidad, era un renovador muy moderado.

Fernando VII fue jugando su papel hasta el momento decisivo, que fue el de su entrevista en Valencia con el cardenal Borbón, presidente de la regencia y representante del Ejecutivo, que salió a recibirle en los llanos de Puzol, en los límites de Aragón y Valencia, no lejos de la capital. Era ya el año 1814 y el cardenal tenía la orden de no besar la mano del Rey hasta que éste no hubiera jurado previamente la Constitución. Era la forma ideada para salvar el poder ejecutivo. Los dos personajes se encontraron frente a frente, separados apenas por dos pasos, y se miraron desafiantes. Ninguno parecía moverse hasta que finalmente lo hizo el Rey, aclamado por la multitud de sus vasallos, que dio su mano a besar al prelado. Ese besamanos hundió el poder constitucional de España. Tras esto, el Monarca revistó una división que le rindió honores reales, cosa que también habían prohibido las Cortes hasta que Fernando VII no jurase la Constitución.

Elío tuvo relativamente poco que ver con la restauración absolutista, como se ha indicado. Organizó luego algunos actos de adhesión al Monarca y le ofreció su espada o bastón de mando, que el Rey rechazó asegurando que no podía estar en mejores manos, lo cual era cierto. El respaldo valenciano (17 de abril de 1814) fue decisivo para que el Monarca aboliera la Constitución el 4 de mayo y se proclamara Rey absoluto. El ejército de Elío le acompañó hasta Madrid para evitar la oposición de grupos o tropas liberales.

A fines de mes le fue entregado a Fernando VII el llamado Manifiesto de los Persas, redactado por un grupo de sesenta y nueve diputados y en el que se proponían nuevas Cortes depuradas de los vicios de las pasadas, y que dio paso al decreto de 4 de mayo en el que Fernando VII define su postura y el gobierno a seguir.

Con el regreso del Rey vino la represión de los liberales notables, aunque en menor grado de lo que siempre se ha creído. Se detuvo a cuarenta personas, de ellas catorce diputados a Cortes, y se les dieron las penas de cárcel. Algunos de los detenidos fueron ultrajados por el populacho. Funcionó la Camarilla como nuevo instrumento del ejecutivo. Fernando VII introdujo el antiguo régimen administrativo (capitanías e intendencias, expulsión de afrancesados, restauración de la Inquisición, detención de diputados, etc.) sin que Elío hiciera otra cosa que colaborar desde su plataforma valenciana. Ésa fue su actuación principal; fidelidad de un Rey absoluto. En cumplimiento de tal persiguió a algunos liberales valencianos, a los que mandó fusilar y torturar. Se ha señalado que Elío fue un “déspota sanguinario” durante el retorno absolutista, pero no fue ninguna de las dos cosas. Pese a su gran predicamento ante el Monarca se mantuvo todo el tiempo en la capitanía general de Valencia, sin pretender otros puestos que podía haber conseguido fácilmente. En Valencia actuó contra los liberales y allí le cogió el movimiento liberal del 1 de enero de 1820. Elío fue depuesto en marzo de 1820, y sustituido por el conde de Almodóvar.

En 1822 se produjo en Valencia un motín de artilleros de signo absolutista en el que se le consideró implicado. Fue sometido a una corte marcial y se le encontró culpable de cargos de “abuso de autoridad”. Se le condenó a muerte en el garrote, después de ser degradado. Dos horas antes de morir, Elío, pronunció estas palabras: “Cincuenta y seis años tengo de edad; cuarenta he servido a la Patria; he procurado desempeñar bien los cargos que me han conferido; diez años estoy en esta ciudad, haciendo oficios de padre; he deseado el bien de todos, y pediré siempre a Dios y a María Santísima de los Desamparados, por Valencia y por todos los valencianos”. La sentencia se cumplió el 4 de septiembre de 1822 a las diez de la mañana, en el Campo de la Libertad. En ese mismo lugar, durante los últimos años, Francisco Javier Elío había hecho ajusticiar a líderes liberales, entre ellos al coronel Joaquín Vidal Beltrán de Lis.

Restablecido el absolutismo a poco, tras el Trienio, Fernando VII otorgó al hijo mayor de Elío el título de marqués de la Lealtad.

 

Obras de ~: Manifiesto que escribió en un calabozo el general don Francisco Xavier Elío, con el objeto de vindicar su honor y persona, Valencia, publicado por J. A. Sombiela, 1823.

 

Bibl.: J. Gallego, Defensa formada por D. José Gallego [...] defensor nombrado por don Xavier Elío [...] de la causa que se ha formado sobre suponerle complicado en la rebelión de la ciudadela de esta plaza en la tarde del día 30 de mayo de 1822, Valencia, 1822; J. M. Minguet y Albors, El general Elío y su tiempo, Valencia, Imprenta del Diario de Valencia, 1922; R. Levene, Historia de la provincia de Buenos Aires y formación de sus pueblos, La Plata, Taller de Impresiones Oficiales, 1940; J. Rico de Estasen, El General Elío, Valladolid, Ediciones Cumbre, 1940 (col. Vidas Insignes); J. L. Comellas, Los primeros pronunciamientos en España, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1958; G. A. Puentes, Don Francisco Javier de Elío en el Río de la Plata, Buenos Aires, Esnaola, 1966; G. González Valencia, Prisión, enjuiciamiento y muerte del general Elío (1820-1822). Discurso leído en la solemne apertura del 1983-1984, Valencia, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valencia, 1983; VV. AA., Diccionario Enciclopédico del País Vasco, San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1984; Gran Enciclopedia Navarra, Pamplona, Ediciones Caja de Ahorros de Navarra, 1990; F. L una, Argentina se hizo así, t. III, Córdoba, Editorial Agrupación de Diarios del Interior, 1993; L. Alberto Romero, Breve Historia Contemporánea de Argentina, México, Fondo de Cultura Económica, 1994; F. Luna, Historia integral de Argentina, Buenos Aires, Planeta, 1997, 10 vols.

 

Manuel Lucena Salmoral