Martín Díez, Juan. El Empecinado. Castrillo de Duero (Valladolid), 2.IX.1775 – Roa (Burgos), 19.VIII.1825. Guerrillero, general.
Juan Martín Díez nació en Castrillo de Duero, provincia de Valladolid, el 2 de septiembre de 1775, hijo legítimo de Juan Martín y Lucía Díez, vecinos de esa villa y en ella casados y velados como consigna su partida de bautismo. Poco se sabe de su niñez. Hijo de labradores ligeramente acomodados, asistió a la escuela del lugar, donde aprendió a leer y escribir y participó en las tareas agrícolas que seguían el ritmo de las estaciones. Algunas fuentes atribuyen su enorme fuerza física —puesta de manifiesto innumerables veces en la Guerra de la Independencia— a su trabajo como cavador de viñas, cultivo dominante en aquella zona por entonces.
A los dieciséis años se escapó de Castrillo a Valladolid para enrolarse como soldado, pero su padre le reclamó y hubo de volver a su domicilio. Muerto aquél, volvió a enrolarse como soldado en el Regimiento de España para participar en la Guerra del Rosellón desde febrero de 1793 hasta septiembre de 1795 en que se firmó la Paz de Basilea. Su Regimiento participó en las batallas de Masdeu, Truillas y Pontós. No hay datos de cuál fue su conducta personal en aquella guerra y debe reputarse falso que llegara a ser uno de los ayudantes del general Ricardos o que se uniera a las guerrillas, porque éstas no existieron más que en el campo francés. Tampoco figura su nombre entre los distinguidos de tropa que recoge la Gaceta de Madrid, aunque es muy probable que fuera un buen y valeroso soldado dada su posterior trayectoria personal.
Si a los dieciséis años se escapó de Castrillo, y si dos años más tarde marchó a la Guerra del Rosellón, huelga que recibiera otro tipo de instrucción que la que pudieran ofrecerle en su aldea natal. Personaje atractivo, no precisa adornarse con imposibles estudios universitarios, como pretenden algunos de sus biógrafos. No existe su hoja de servicios ni el rollo de su procesamiento que le llevó a la horca. Todo fue destruido por orden de Fernando VII o de su hija Isabel II. Pero están las hojas de servicio de sus subordinados, los papeles de la Junta Central y de la Regencia; los de la Junta de Guadalajara; los Archivos Militares y los de la Casa de Osuna. Con ellos se puede reconstruir con fidelidad el tracto apasionante de su vida. Hay también una copiosa documentación que ayuda a conocer los rasgos más descollantes de su personalidad; son los extensos informes de los agentes del Servicio de Información de la Junta Central y de la Regencia, los “comisionados” en su zona de operaciones, que hablan reiteradamente de su valor en combate y de su infatigable deseo de lucha que se proponen como modelo a imitar por otros ni tan valerosos ni tan combativos, junto con la visión de su desordenado e indisciplinado hacer, rasgos indudables de su carácter indómito y apasionado. Quien no se doblegaba ante la adversidad tampoco lo haría ante los que ejercieran el mando sobre él. Juan Martín debió de ser siempre odiado y deseado por sus jefes; insustituible en las horas adversas e insoportable en la bonanza. No debió de ser un hombre fácil de entender o tratar.
Su capacidad técnica como guerrillero fue insuperable. El general Hugo, que le combatió, no le ahorra alabanzas. No es su conocimiento de la geografía —porque Juan Martín es un hombre de la Ribera del Duero y sus acciones trascienden de ese marco— lo que le hace excepcional, sino su instinto, su intuición del “qué hacer”, del cómo combatir en cada caso, de dónde o cuándo hacerlo para que, siendo inferior en fuerza en el marco general, ser superior en el punto preciso donde se lucha; cómo articular la necesaria supervivencia de sus fuerzas con la necesidad de seguir combatiendo siempre. Juan Martín dispersa a sus gentes cuando los franceses se concentran, o reúne a sus medios cuando aquéllos se dispersan en el vano intento de controlar todo el territorio en disputa. Deja que sus enemigos ocupen los pueblos para atacar a los convoyes que les llevan los necesarios suministros. Tiene conciencia clara de su fuerza y de su debilidad. Manda a gente difícil, indisciplinada. Su guerrilla se amotina, deserta, se disuelve, desaparece, pero poco más tarde vuelve a aparecer de nuevo cuando menos se esperaba para seguir combatiendo.
Volvió de la Guerra del Rosellón a Castrillo y allí, el 1 de marzo de 1796, contrajo matrimonio con Catalina de la Fuente, vecina de Fuentecén. No hubo descendencia de ese enlace, aunque Juan Martín llegó a tener hasta tres hijos naturales. Después de la boda, el matrimonio se estableció en Fuentecén, pero no hay rastro documental de su estancia, porque el libro registro de su parroquia se abrió años más tarde y su nombre tampoco aparece en el de tazmías, donde se consignan todos los varones que pagan diezmos. Se puede suponer que fuera un agricultor ligeramente acomodado. De su estancia en Fuentecén le llega su sobrenombre de El Empecinado, como eran conocidos allí los oriundos de Castrillo, por el cieno ennegrecido, la “pecina”, del humilde arroyo del Botija que riega los campos de su aldea natal.
Tanto Castrillo como Fuentecén quedaban alejados de los ejes de comunicaciones que utilizaban los franceses. Por eso, sus acciones trascendieron del marco local que caracterizó a tantos otros guerrilleros. Sus primeras acciones —aún antes del 2 de mayo— tuvieron como escenario la zona de Honrubia, sobre la carretera de Burgos a Madrid, para acabar cubriendo la comarca de Aranda de Duero. Su partida inicial se componía de doce hombres a caballo, con la que producía abundantes bajas a los correos y pequeños convoyes enemigos.
La salida del rey José de Madrid en dirección a Vitoria después de la batalla de Bailén incrementó el paso de los franceses por su zona de acción. Cerca de Carabias, un convoy, que viajaba separado de los destacamentos que debían protegerlo, cayó en sus manos, capturando abundantes caudales, joyas y una mujer que viajaba en uno de sus carruajes. Juan Martín condujo a la mujer a su domicilio en Castrillo y, denunciado por sus paisanos al general Cuesta, capitán general de Castilla la Vieja, fue puesto en prisión en la cárcel municipal del Burgo de Osma. El secretario del Ayuntamiento era Domingo Fuentenebro, personaje que se cruzó constantemente en la vida de Juan Martín. Cuando los franceses entraron en Burgo de Osma después de la batalla de Tudela, Juan Martín logró escapar.
El Empecinado abandonó su zona habitual de acción acercándose a la provincia de Salamanca, donde logró que el general inglés Moore le reconociera como combatiente y le documentara, protegiéndole así de los que pudieran considerarle un simple salteador de caminos. Amplió sus acciones hasta Segovia, atacando y sorprendiendo a la guarnición francesa de Pedraza, y de allí a Valencia de Alcántara, donde el 4 de abril de 1809 recibió el reconocimiento de la Junta Central como “Comandante de la Partida de Descubridores de Castilla la Vieja” y el sueldo de teniente de Caballería. De allí marchó a tierras salmantinas de los alrededores de Ciudad Rodrigo para seguir combatiendo siempre, llegando a irrumpir por sorpresa en la Salamanca ocupada por los franceses.
En su continuo desplazarse, regresó a la zona de Aranda de Duero, donde, en septiembre de 1809, recibió una oferta de la Junta de Armamento y Defensa de Sigüenza para que se pusiera al frente de las fuerzas que pudieran organizarse en la provincia de Guadalajara, para cuyo efecto recibió armas, raciones, sueldos, caballos y hombres. Juan Martín aceptó la oferta y se trasladó al que habría de ser su teatro de operaciones más importante. Allí volvió a encontrarse con Fuentenebro, esta vez como subordinado al intendente de la provincia, José López Juana Pinilla, con quien El Empecinado mantuvo fuertes y frecuentes discrepancias.
En noviembre del mismo año, la Junta de Sigüenza informó a la Central de que El Empecinado se encontraba ya al frente de trescientos jinetes y doscientos infantes y que prestaba importantes servicios. Contaba ya con un equipo de subordinados valerosos y competentes al frente de su guerrilla; eran éstos: Abuín —que acabaría pasándose a los franceses—, Mondedeu, Sardina, sus hermanos Antonio y Dámaso e Isidro, entre otros. Mandaba ya por entonces a unidades diferenciadas, aunque seguía cargando sable en mano al frente de ellas, pero había iniciado una organización militar siguiendo las normas de regularización que imponía la Junta Central y el mando de los Ejércitos españoles. Toda la provincia de Guadalajara era su zona de acción, porque la Junta de Sigüenza le había impuesto la protección de sus gentes y sus bienes como su principal misión. Combatió en Horche, Yunquera, Fontanar, Mohernando y, cuando después de la batalla de Ocaña, La Alcarria se llenó de tropas francesas, Juan Martín cruzó el Tajo y se internó en la provincia de Cuenca, yendo y viniendo de uno a otro lado del río para seguir siempre combatiendo y asegurando a la vez la supervivencia de sus fuerzas.
A principios de febrero de 1810, Juan Martín abandonó las tierras conquenses. Por entonces tuvo un intercambio epistolar con el general Hugo y con el intendente afrancesado de Guadalajara, que pretendían captarle. Después, situado en las proximidades de Sigüenza, derrotó a las columnas francesas que pretendían su conquista y volvió a Cuenca en socorro de las tropas españolas allí formadas. Vuelto a su territorio habitual, capturó a un escuadrón de la guerrilla del marqués de Barrio Lucio que había desertado y se dedicaba al bandolerismo, así como a otra capitaneada por el presbítero Bernardo Mayor.
La fama de sus acciones incrementó el número de los voluntarios que acudían a sus filas, con los que formó dos batallones de Infantería; el primero —llamado inicialmente “de dispersos”, en clara referencia a su formación con soldados dispersos de los ejércitos derrotados— pasó a llamarse “Batallón de Tiradores de Sigüenza”, mientras el segundo se llamó “Batallón de Voluntarios de Guadalajara”. A esas fuerzas se habrían de unir doscientos cincuenta jinetes integrados en tres escuadrones. Con ellos se consumó el proceso de regularización de sus unidades. Dejó Sigüenza —ocupada por los franceses el 9 de junio— y se estableció sobre las márgenes del Tajo.
Frente a él, el general Hugo dispuso de tres mil hombres, con los que se estableció en fuerza en Guadalajara, Sigüenza y Brihuega, con el apoyo de Alcalá de Henares y Torrelaguna, para desde estas bases acosar a las tropas de El Empecinado, mientras éste cambiaba de táctica, repartiendo sus fuerzas y asignando misiones independientes a sus subordinados, con lo que pareció cubrir toda la zona, a la vez que hostilizaba a las guarniciones francesas de Torrelaguna, Trillo, Sigüenza y Mirabueno, atacando a los convoyes que acudían a aprovisionarlas.
Ascendió a coronel en agosto de 1810, pero no todo fueron mieles, porque el 26 de noviembre se amotinaron sus guerrilleros en Sigüenza. Algunos le dejaron, pero otros se mantuvieron a su lado y en diciembre ya había rehecho su unidad para continuar con su incesante actividad. El 12 de enero de 1811 recibió Juan Martín la orden de acudir en socorro de Tarragona, pero la Junta de Guadalajara se lo impidió, porque estimaba que esas tropas eran suyas y debían limitarse a la defensa de su territorio. Juan Martín no marchó a Tarragona en apoyo directo de la ciudad sitiada, pero al frente de trescientos jinetes marchó de Sigüenza a Tarancón y de allí a Molina de Aragón y Sacedón, siempre combatiendo en apoyo de las tropas aragonesas de Villacampa y contra la retaguardia de Suchet.
Con autorización de la Regencia, creó el batallón de Voluntarios de Madrid, que la Junta de Guadalajara se negó a proveer de vestuario y víveres, debiendo acudir a la de Cuenca para atender a sus necesidades. Ascendió a brigadier y volvió a recibir órdenes de acudir en socorro esta vez de Valencia, tropezando con la misma actitud de la Junta de Guadalajara. Las guerrillas dependían del mando de los Ejércitos, en este caso del capitán general de Valencia, pero su Junta hacía caso omiso de las instrucciones del Gobierno.
En abril, el general Belliard, gobernador militar de Madrid, intentó el cerco del Empecinado, pero éste eludió las columnas que marchaban concéntricas sobre él y por Riaza se escabulló hasta alcanzar las tierras segovianas de San Ildefonso y Rascafría.
El 11 de junio, cuando volvía a su territorio habitual recibió nuevas órdenes de acudir a Valencia. Esta vez se amotinaron sus hombres al grito de “somos soldados de la Junta”, negándose a seguir a su jefe y dispersándose. Juan Martín quedó en Cuenca sólo con doscientos jinetes y trescientos infantes, pero para septiembre ya había rehecho su fuerza. Descontenta de su conducta, la Junta de Guadalajara —con su intendente al frente— remitió a la Regencia un durísimo informe contra El Empecinado, que Fuentenebro trasladaba personalmente hacia Alicante. Interceptado éste en su camino por uno de los ayudantes de Juan Martín, Rafael Gutiérrez, “comisionado” del Servicio de Información de la Regencia en la zona, hizo llegar a ésta otro voluminoso informe de El Empecinado en el que refutaba todo lo que se decía en el anterior. La Regencia dio la razón al nuevo brigadier y procedió a relevar a los miembros de aquella Junta, a la vez que reforzaba la dependencia militar de sus tropas que pasaron a constituir la V División del II Ejército.
En septiembre, unidas sus fuerzas a las de la División de Soria que mandaba Durán, totalizando de tres mil a cuatro mil hombres, se dirigieron contra Calatayud, que conquistaron el 4 de octubre tras derrotar a las fuerzas francesas enviadas en su socorro desde Zaragoza. Dos días más tarde abandonaron la ciudad.
También en esos días cesó el general Hugo como jefe de la guarnición de Guadalajara, cuyas memorias expresan el mejor juicio de estos guerrilleros: “Siempre errantes, las fuerzas del Empecinado amenazaban todos los puntos de nuestro despliegue”.
Después marcharon las tropas de El Empecinado contra Molina de Aragón, atacando a las guarniciones enemigas de la zona, hasta que Blake, general del II Ejército, envió a la zona al conde de Montijo con una corta división para que actuase con las tropas de El Empecinado y de Durán contra la retaguardia de Suchet en el Bajo Aragón. No se entendieron, Montijo atacó Soria, pero fue rechazado. Perdida Valencia, Montijo inició su regreso a Murcia, mientras las otras dos divisiones se replegaban a tierras sorianas y alcarreñas.
El 7 de enero de 1812, las tropas de El Empecinado fueron derrotadas ante Sigüenza en la zona del Rebollar, una altiplanicie cubierta de encinas y matorral situada entre los ríos Dulce y Henares. El día anterior, los españoles habían logrado rechazar a los franceses unos kilómetros aguas abajo de esos dos ríos, en la angostura escarpada que forma su confluencia frente a los Altos de Mirabueno, que había constituido la zona de separación entre ambos bandos. El Empecinado desplegó a sus tropas por primera vez como en una batalla convencional, con su batallón de Voluntarios de Madrid en su ala derecha, el de Voluntarios de Guadalajara en el centro y el de Tiradores de Sigüenza a su izquierda. Como reserva contaba sólo con el Escuadrón que mandaba Sardina, porque el de Mondedeu estaba por tierras castellanas en una incursión y el de Abuín acababa de ser destruido unos días antes. Los franceses, mandados por Guy, desplegaron su Infantería frente al centro y la izquierda española e iniciaron su impetuoso ataque como era habitual en ellos. Entonces, el batallón de Voluntarios de Madrid intentó caer sobre el flanco de los atacantes y, cuando estaba marchando sobre ellos, sufrió la carga de la potente Caballería enemiga, desbaratando sus filas y arrastrando en su desorden a los voluntarios de Guadalajara. El combate se desordenó y los españoles optaron por la huida. Juan Martín fue reconocido por Villagarcía, uno de sus antiguos oficiales que se había pasado a los franceses, y a duras penas pudo escapar lanzándose por un cortado por el que ningún jinete enemigo osó seguirle.
Otra vez volver a empezar. El Empecinado había salido de su forma habitual de combatir y, posiblemente, sus hombres no estaban instruidos para este tipo de acciones. Parecía que se había perdido todo y la lectura de la Gaceta de Madrid, editada por el Gobierno de José I parecía corroborarlo, adobada por el paso por la capital de los mil prisioneros españoles hechos en El Rebollar —la mayoría procedentes del batallón de Voluntarios de Madrid— y por la concesión de la Orden de España a Abuín. Pero sin dar nada por perdido el 30 de marzo El Empecinado atacó los depósitos de víveres de los franceses desplegados por toda la provincia, y el 9 de mayo entraba en Cuenca desalojando a su guarnición francesa, aunque dos días más tarde la ciudad volvía a caer en manos enemigas y El Empecinado regresaba a su zona habitual en La Alcarria.
A principios de agosto los guerrilleros se aproximaron a Madrid, pronto a ser evacuado por José I tras la batalla de Arapiles. El 12 entraron en ella poco antes de que lo hiciera Wellington al frente del ejército aliado. De allí marchó a Guadalajara, que capituló ante él el 17, cogiendo prisionera a su guarnición, y seguidamente a Cuenca, para desde allí llevar a cabo una maniobra retardadora ante el ejército de José I que volvía desde Valencia a Madrid, en lo que vino a ser otra acción convencional, en la que sus batallones combatieron en formaciones cerradas retrasando la progresión de las vanguardias enemigas.
Desde Cuenca, Juan Martín destacó sus avanzadas hasta el Cabriel, desde donde hostilizó a la guarnición francesa de Requena. El 14 de septiembre Mousnier avanzó al frente de la vanguardia de José. Se forzó entonces el repliegue de los españoles desde Campillo de Altobuey y Almodóvar del Pinar hasta Cuenca, donde el 24 de octubre sus hombres se enfrentaron a doce mil infantes, dos mil seiscientos jinetes y doce piezas de artillería. El parte de la acción, firmado por Isidro, que mandaba el batallón de Voluntarios de Cuenca —incorporado a la división y que desde la extrema retaguardia protegía el repliegue del resto de las unidades del Empecinado—, dice: “[...] los franceses doblaron sus Batallones de ataque y colocaron parte de su artillería en el Cerro de Santiago, dirigiendo sus fuegos contra las Compañías de Infantería que cubrían los puntos del Puente de San Antón y La Hollería; en este estado acordé la retirada que se verificó en el mayor orden y fuego oblicuo al costado izquierdo en medio del horroroso del fusil y el cañón enemigo”.
Desde Cuenca, “los empecinados” marcharon a cubrir los puentes y vados de Auñón y de allí, por Horche y la sierra de Almonacid hasta Tarancón. El 30 los franceses cruzaron el Tajo y el 2 de noviembre entraron en Madrid, pero el 7 volvieron a salir para unirse a los ejércitos situados al norte del Duero, por lo que Juan Martín entró otra vez en la capital de España. Allí permaneció hasta el 3 de diciembre, llevando a cabo una leva forzosa de los hombres que encontraba en edad militar para nutrir sus unidades, con la oposición de las autoridades civiles y militares de la ciudad, hasta que se retiró a la zona de Sigüenza, dejando otra vez a Guadalajara en manos francesas.
1813 fue el año de la contraofensiva general de los españoles contra los ocupantes. El 1 de febrero volvieron los franceses contra Sigüenza, donde sorprendieron al batallón de Voluntarios de Madrid, volviendo a cogerle prisionero entero una vez más, pero El Empecinado pudo también sorprender a la columna que los conducía y liberar a la mayor parte de ellos, de tal forma que poco más tarde volvía a contar con ochocientos hombres. El 10 volvió a ocupar Guadalajara, abandonada por los franceses, trasladándose a Alcalá de Henares, desde donde actuaba contra los destacamentos enemigos de Barajas, San Fernando de Henares, Arganda y Vaciamadrid que cubrían a la capital de España sobre el Henares. El 20 de abril los franceses atacaron Alcalá de Henares y El Empecinado se retiró con sus unidades a la meseta de La Alcarria.
Volvió a ocupar Alcalá y el 22 de mayo la defendió frente a los franceses obteniendo en esta acción la Cruz de San Fernando. Evacuada Madrid por el rey José I el 27 de mayo, Juan Martín se mantuvo en Guadalajara por orden expresa del general Elio, jefe del II Ejército al que pertenecían sus tropas, pese a que las autoridades civiles de Madrid reclamaban su presencia, limitándose, el 11 de junio, a enviar al ya Regimiento de Voluntarios de Madrid con trescientos jinetes a la capital de España para atender a su seguridad interna, a la vez que perseguía y atacaba a los numerosos bandidos y desertores que se habían establecido en sus proximidades. Después de la batalla de Vitoria, la V División del II Ejército, que mandaba El Empecinado, se situó frente a Tortosa, bloqueando allí a su guarnición francesa desde el 21 de septiembre de 1814 al 19 de mayo en que, firmada la paz, salió camino de Francia.
El 9 de octubre de 1814, Fernando VII concedió a Juan Martín el privilegio de poder firmar con el título de “El Empecinado” y cuatro días más tarde ascendía a mariscal de campo (general de división). El 23 de mayo de 1815 recibió la Cruz de Carlos III por la conquista de Calatayud y el 30 de junio de 1816 la Cruz de 3.ª clase de San Fernando por los méritos contraídos en la defensa de Alcalá de Henares, como ya se ha señalado. También pidió que se le asignara alguna finca de las embargadas a los afrancesados o pertenecientes al Patrimonio Real, pero a esta petición no accedió el Rey. La verdad, como puede verse en el rollo correspondiente al embargo de sus bienes en el archivo de la Chancillería de Valladolid, es que Juan Martín se enriqueció en la guerra, algo que ahora no se podría explicar, pero que la Junta Central estimuló a lo largo de toda su legislación guerrillera que legitimaba el botín y que hasta regulaba la forma de efectuar su reparto.
Juan Martín, masón de la fracción comunera, tomó partido por los liberales de la Constitución de 1812.
En 1821 era gobernador militar de Zamora y segundo jefe de la Capitanía General de Castilla la Vieja. Allí le sorprendió la sublevación realista, en la que luchó primero contra el cura Merino entre Burgos y Soria y después a las órdenes de Enrique O’Donnell frente a Bessières por Guadalajara, Soria y el Bajo Aragón, hasta que, desavenido con su jefe, marchó a tierras extremeñas, siempre acompañado por Avinareta. En esa fase final de la insurrección, desordenada por la deserción masiva de los ejércitos constitucionales, El Empecinado asaltó y entró en Cáceres el 17 de octubre de 1823. En ese asalto murieron veintisiete hombres y una mujer de entre sus habitantes o defensores. El 26 de noviembre capituló el ejército de Extremadura, incluyendo en él a la división de El Empecinado. Pese a que la capitulación acordaba la libertad de todos los componentes de ese ejército, Juan Martín fue apresado en Olmos el 22 de noviembre de 1823 y conducido a Roa entre insultos y vejaciones.
Fuentenebro, a quien se ha visto siempre enfrentado a El Empecinado, fue el juez instructor del caso. Fernando VII había concedido un indulto por los hechos cometidos antes del 1 de octubre, día en que salió libre de Cádiz y el asalto a Cáceres tuvo lugar diecisiete días más tarde; además la capitulación del ejército de Extremadura no se consideró válida por no haber sido ratificada por los franceses de Angulema.
Fuentenebro le condenó a ser arrastrado, ahorcado y descuartizado, pero el Rey lo dejó en ahorcamiento simple y premió al juez instructor con el cargo de regidor de Segovia. Llevado hasta el patíbulo el 19 de agosto de 1825 a lomos de un burro al que previamente le habían cortado las orejas para así infamarle, intentó escapar en el último minuto rompiendo sus cadenas; herido o muerto de un bayonetazo, fue colgado de la horca.
Años más tarde, en 1843, se produjo el traslado solemne de sus restos a Burgos, los honores militares y el monumento a su memoria.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Secciones Estado, Osuna y Fondos Contemporáneos; Archivo General Militar (Segovia), Hojas de Servicio de Mondedeu, Isidro, Sardina, Abuín, Avinareta y Luzón; Exp. personal de Juan Martín Díez; Archivos Provinciales de Cáceres y Guadalajara; Archivos Diocesanos de Burgos, Valladolid y Cáceres; Archivo de Castilfalé (Burgos); Archivos Municipales de Guadalajara y Sigüenza; Archivo General de Palacio, Papeles Reservados de Fernando VII; Instituto de Cultura e Historia Militar, Colecciones Duque de Bailén, Guerras del Reinado de Fernando VII y del Fraile; Museo del Ejército, Expediente del Empecinado.
Apuntes de la vida y hechos militares del brigadier Don Juan Martín, El Empecinado, por un admirador suyo, Madrid, Imprenta Fermín Villalpando, 1814; J. Van Halen, Memoires de D. Juan Van Halen, Paris, J. Renouard, 1827; Conde de Toreno, Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España, Paris, Libreria Europea de Baudry, 1838; E. Azaña, Historia de la Ciudad de Alcalá de Henares, Alcalá de Henares, 1852-1853 (ed. facs. Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá de Henares, Secretaría General, Servicio de Publicaciones, 1986); J. Gómez de Arteche, Atlas de la Guerra de la Independencia, Madrid, Publicado por el Depósito de la Guerra, 1868- 1903; I. Hugo, Memoires du General Hugo, Paris, 1934 (Paris, Cosmopole, 2001); F. Hardman, El Empecinado visto por un Inglés, trad. de G. Marañón, Madrid, Espasa Calpe, 1958; F. Hernández Girbal, Juan Martín el Empecinado, Madrid, Lira, 1985; S. Lazo, Memorias del Alcalde de Roa, Roa, 1988 (Madrid, Espasa Calpe, 1935); A. Cassinello Pérez, Juan Martín, El Empecinado o el amor a la Libertad, Madrid, San Martín, 1995.
Andrés Cassinello Pérez