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Justo María Ibar Navarro y Martínez de Artieda

Biografía

Ibar Navarro y Martínez de Artieda, Justo María. Arnedo (La Rioja), 28.V.1763 – Madrid, c. 1837. Magistrado, consejero de Estado y prócer del reino.

Estudió Leyes en Zaragoza y en 1794 era alcalde de Corte del Consejo de Navarra, del que sería oidor a partir de 1803. Después de que los franceses desvelaran sus intenciones en España con la toma de la ciudadela de Pamplona, Fernando VII reclamó su presencia para encomendarle la que Justo llamó con orgullo “comisión de Bayona”, reducida a encargar a la Junta de Gobierno que mantuviese a todo trance la política de amistad y armonía con los invasores. El 30 de agosto, a pie y sólo con lo puesto, abandonó la capital navarra; fugitivo de los imperiales por los campos de Sádaba, Tudela y Tarazona, llegó a la ciudad libre de Agreda. Aquí conoció la realidad política de la España en armas y el manifiesto del Consejo de Castilla, que daba fidedigna versión del encargo que el Rey le hiciera en Bayona. Inmediatamente emprendió viaje a la Corte dispuesto a dar rotundo mentís a lo afirmado por el Consejo y lavar la imagen de Fernando VII, así como a conseguir para Navarra representación en la inminente Junta Central. Floridablanca le nombró fiscal del Tribunal de Represalias contra afrancesados. Cuando el mismísimo Napoleón se encontraba en las puertas de Madrid, huyó de nuevo hacia Aranjuez y Andalucía en seguimiento de la Junta Central. El día de Nochebuena llegó a Sevilla, donde desempeñó el cargo de fiscal togado de Guerra y Marina hasta agosto de 1809.

El triunfo español en Talavera, neutralizado con la adversa batalla de Almonacid, no le bastó para alcanzar la jefatura política de Madrid que disfrutaba in pectore. Nombrado comisario del Ejército del Centro, participó en el descalabro de Ocaña como asesor del general Aréizaga y en la humillante retirada hacia la villa de Dosbarrios. En mayo del siguiente año, requerido por la Regencia, embarcó en Alicante para llegar a Cádiz el 3 de junio. Fue uno de los siete electores que en segundo grado designaron a García Herreros diputado por Soria; poco después, renunció al cargo de superintendente de Policía y en 1812 fue nombrado consejero de Estado. Intervino como fiscal en la ruidosa causa contra los canónigos y el vicario de Cádiz, las que reprimieron las algaradas por el cierre de las Cortes y la del falso Audinot. Su condición de liberal muy moderado no le impidió sostener la soberanía nacional frente a sus colegas absolutistas, conducta que Fernando jamás perdonó. A partir de 1814, Ibar Navarro se retiró a La Rioja, después de mendigar una humilde pensión. Con el triunfo de Riego regresó a la Corte en 1820 para ocupar su puesto de consejero de Estado; los moderados doceañistas en el poder evitaron el destierro pedido por los exaltados de La Fontana, que lo declararon enemigo del nuevo sistema.

Iniciada la invasión francesa de 1823, salió camino de Sevilla junto al Gobierno. Fernando VII lo desterró de la Corte declarándolo proscrito, y tuvo que sufrir un doloroso proceso de purificación política.

Isabel II lo nombró prócer vitalicio en la Cámara Alta del Estatuto de 1834. Achacoso y desalentado, dispuso su testamento (18 de marzo de 1836), donde se declaraba soltero y profundamente creyente. El Gobierno Istúriz le concedió una pensión vitalicia en enero de 1837.

 

Obras de ~: [Serie de Memoriales], s. f. (en Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 878-1, exp. 59).

 

Fuentes y bibl.: Archivo del Senado, exps. personales, HIS-0228-04; Archivo Histórico Nacional, Fondo Contemporáneo, Hacienda serie general, 1576 21; Consejos Suprimidos, Consejo reunido en Sevilla y Cádiz, leg. 11987.

E. Rodríguez Solís, Historia del partido republicano español, t. II, Madrid, Imprenta de F. Cao y D. del Val, 1893, pág. 152; A. Osorio, Diccionario político español; histórico y biográfico (Desde Carlos IV a 1936), Buenos Aires, Editorial Mundo Atlántico, 1945; M. Artola Gallego, La España de Fernando VII, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXVI, Madrid, Espasa Calpe, 1968, pág. 24; F. Abad León, Veinticinco arnedanos universales, Logroño, Ochoa, 1971, págs. 43-44; E. Reinares Martínez, García Herreros,“El Numantino”. Emigrantes, judíos, clérigos y otras vidas riojanas insólitas en la revolución liberal, Logroño, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de La Rioja, 2006.

 

Ernesto Reinares Martínez

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