Achúcarro Lund, Nicolás. Bilbao (Vizcaya), 4.VI.1880. – 23.IV.1918. Médico, histólogo.
Nacido dentro de una familia acomodada y con gran inquietud cultural, comenzó sus estudios primarios en el instituto Vizcaíno de Bilbao. Por influencia paterna se desplazó a Alemania donde realizó el bachillerato secundario en el Gymnasium de Wiesbaden (Alemania) permaneciendo allí entre 1895 y 1897, lo que le permitió, además, conocer en profundidad el idioma alemán, de tanta importancia en el mundo científico en esos momentos. Comenzó la carrera de medicina en Madrid en el Colegio de San Carlos en el curso 1897-1898, obteniendo, ya el primer año, los premios Fourquet y Martínez Molina concedidos por los alumnos, gracias a los trabajos experimentales que realizó en perros, a los que extirpaba el tiroides en la cátedra de Fisiología de José Gómez Ocaña. Su vocación por la medicina fue temprana y con seguridad influido por la condición de médico de su padre, Aniceto Achúcarro y Morocoa. Dicha influencia debió ser muy importante ya que por su consejo se trasladó, a mitad de la carrera, a Marburg en 1899 a la cátedra de Fisiología, donde permanecería durante un año y medio, para profundizar en su formación y en el conocimiento del alemán. Durante la carrera fue discípulo de los profesores Julián Calleja, Arturo Redondo Carranceja, Luis Guedea y Calvo y Santiago Ramón y Cajal, y alumno interno en el Hospital Provincial de Madrid junto al que sería su maestro en la clínica médica y del que recibiría importantes influencias en su formación, Juan Madinaveitia.
Su vocación por el laboratorio le llevó a trabajar, incluso antes de acabar la carrera, junto a Luis Simarro Lacabra en un pequeño laboratorio privado que éste había montado junto a Juan Madinaveitia en Madrid.
Su asistencia a este laboratorio la debe no sólo a Madinaveitia sino, ante todo, al apoyo y recomendación de Francisco Giner de los Ríos, con quien tenía muy buena relación, el cual le insistió también en la conveniencia de asistir a dicho laboratorio ya que tendría una relación muy personal con Simarro. Estas primeras enseñanzas que allí recibe serían de capital importancia para su futuro, ya que en esos años se inició en un conocimiento más profundo de la histología. La importancia y trascendencia de la influencia de Simarro en su dedicación a la neurohistología fue grande, no ya por lo que le enseñó sino por cuanto le incentivó e ilusionó a cultivar un área de la ciencia en profunda expansión pero llena de enigmas por descifrar. La obra de Cajal no había hecho más que empezar y era necesario que otros muchos se incorporaran para continuar con ella. Acabada la carrera se plantea definitivamente dedicarse a la neurohistología, neurología y psiquiatría, comenzando en su afán por saber más, un periplo formativo fuera de España siempre en busca de los mejores para conocer de primera mano cuanto acontecía en dichos campos. En realidad, quizás le interesaba más la clínica, pues de lo contrario habría intentado quedarse en Madrid con Cajal. En primer lugar, en 1904 marchó París a la Clínica de Pierre Marie en la Salpêtrière, aprovechando su estancia en dicha ciudad para asistir a las clases de Joseph Babinski en el Hospital de la Pitié. En 1905 trabajó en Florencia en Psiquiatría con Ernesto Lugaro y Eugenio Tanzi, y a continuación se desplazó a Múnich, donde permaneció tres años al lado de Alois Alzheimer y Emil Kraepelin en el laboratorio de neuropatología, estancia que sólo interrumpió para venir a Madrid para leer su tesis doctoral en 1906, la cual versó sobre Anatomía patológica de la rabia. Su trabajo en esos años junto a su maestro Alzheimer resultó trascendental para él, ya que se incorporó totalmente al mundo de la neurohistología y le abrió su mentalidad para profundizar en el camino de la investigación sin abandonar la clínica. Su maestro le sugirió que completara además su formación con Emil Krapelin, con el cual venía colaborando en aspectos psiquiátricos muy relacionados con la psicosis.
En 1908, y por recomendación de Alzheimer, se trasladó a Washington para montar y dirigir el Departamento de Histología y de Anatomía Patológica del Manicomio Federal de dicha ciudad, en el Governement Hospital for the Insane. Esta responsabilidad había sido ofrecida a Alzheimer por el Gobierno norteamericano el cual renunció no sin antes proponer a Achúcarro, haciendo ver que con independencia de su juventud ofrecía todas las garantías para desarrollar la labor encomendada. En realidad la admiración que profesaba Alzheimer por Achúcarro era muy grande, pues veía en él un gran investigador, trabajador infatigable y con unos conocimientos y capacidad innovadora poco frecuentes en su época. En 1910, tras dos años en Estados Unidos, volvió a España, donde primero trabajó privadamente en Psiquiatría, después en el Hospital General tras conseguir una plaza de médico de número, y posteriormente se incorporó como asistente sin remuneración al laboratorio de Cajal, que rápidamente le asignó algunas funciones.
Entre otras en 1912 favoreció su nombramiento como director del Laboratorio de Histopatología del Sistema Nervioso que la Junta de Ampliación de Estudios montó para los médicos que habían estado fuera y se incorporaban de nuevo a España. Esta labor la realizó compartiendo espacios con el Laboratorio de Investigaciones Biológicas de Cajal, consiguiendo convertir su laboratorio en un auténtico centro de referencia en la investigación neurohistológica, y neuropatológica a la vez que se rodeó de un magnífico grupo de colaboradores del que salieron importantes discípulos. Al poco de incorporarse al laboratorio de Cajal consiguió por oposición una plaza de profesor auxiliar numerario en su Cátedra. Tal es su dedicación, esfuerzo y aportación a la neurohistología que el propio Cajal le ofrece la posibilidad de ser un día catedrático de Neurología, confiando en que no le sería muy difícil conseguir una dotación para la creación de dicha cátedra. Sin embargo, y a pesar del empeño de Cajal, dicha cátedra nunca fue dotada.
En 1912 obtuvo una plaza en el Hospital General de Madrid de Neurología y Psiquiatría, una plaza que le permitió compartir su vocación por la histología y anatomía patológica con la clínica, por la cual sentía también una profunda atracción. Para poder vivir compaginó su trabajo en el laboratorio con la práctica de la neuropsiquiatría en su consulta privada. La obra de Achúcarro no puede entenderse sin considerar la influencia que en él tuvieron sus auténticos maestros, los cuales no fueron otros que Alzheimer y Simarro, como siempre reconoció. Su relación con Cajal fue en realidad efímera, ya que su trabajo en su cátedra y su laboratorio fue corto, con un compromiso escaso, primero como asistente voluntario y luego unos meses más con alguna pequeña remuneración económica. Cajal, con el que había tenido una excelente relación personal, le profesaba un profundo afecto y admiración que demostró en una necrológica que escribió a su muerte alabando su obra y lo que cabía esperar de sus discípulos, lo cual se haría realidad posteriormente con Río Hortega. En cualquier caso la influencia de Cajal en su obra fue importante como lo fue en todo aquel que trabajó en neurohistología del sistema nervioso.
La vida de Achúcarro estuvo llena de éxitos, pero fue tormentosa en lo personal. Casado en 1911, su mujer quedó pronto parapléjica, como consecuencia de una inyección de salvarsán. Ello le hizo sufrir mucho aunque fue un estímulo para trabajar más y más junto a ella, a la que por otra parte dedicaba buena parte de su tiempo. En 1915 Achúcarro comenzó a presentar síntomas diversos y fue diagnosticado de una enfermedad de Hodgkin, enfermedad que comenzó a afectarle sobremanera llevándole a la muerte. Aunque murió muy joven, a los treinta y ocho años, realizó una impresionante e increíble labor en tan poco tiempo. Su obra científica ha sido bien estudiada, fundamentalmente por Fernando de Castro, quien recoge como sus aportaciones más importantes sus estudios sobre las células en bastoncillo o Stäbchenzellen, el método del tanino y la plata amoniacal, las alteraciones del ganglio cervical superior simpático en determinados tipos de psicosis y los trabajos sobre la neuroglía. En sus estudios sobre las células en bastoncillo en el asta de Ammon demostró que éstas estaban más cargadas de gotas de grasas y lipoides cuando estaban cerca del foco necrótico, y que su función sería la fagocitosis de los diversos productos de desintegración de las neuronas en los procesos inflamatorios. Su segunda aportación importante fue su invento del método de tinción con tanino y plata amoniacal (1911), conocido como método de Achúcarro, para teñir fundamentalmente la neuroglia y la reticulina. En esos años estaba empeñado en poder realizar un estudio sistemático de toda la corteza cerebral, lo cual hasta el momento no había sido posible. Durante los meses de verano de 1911 se marchó de nuevo con Alzheimer con la idea de profundizar en el método de tinción de Bielchowsky, consiguiendo el famoso método que le permitió hacer sus estudios sobre la neuroglía. El método que le dio fama universal, el tanino argéntico, se trataba de una modificación del método de Bielschowsky. Las imágenes que se obtenían con este método de tinción eran realmente espectaculares y precisas del tejido conjuntivo y de la neuroglía. Una de las claves de este método era, con independencia de la minuciosidad de los cortes y del lavado posterior con agua destilada, el empleo de un mordiente, concretamente el tanino. Esta preparación previa mediante una solución acuosa de tanino puro al 10% fue la clave de su éxito, de la misma forma que insistió en el momento en que debía darse por terminada la impregnación argéntica cuando el tejido adquiría un color amarillo tostado o un color parecido al color tabaco. Un momento preciso, pasado el cual la preparación perdía parte de su esencia. Insatisfecho, aunque reconocido internacionalmente con lo anterior, profundizó en otros métodos de tinción y propuso el oro sublimado, método de tinción ideado por Cajal, como la mejor forma para teñir la microglía. Curiosamente, la consecución de este método de tinción por Cajal estuvo basado en los principios desarrollados por Achúcarro y que él aplicó. Con la primera de dichas técnicas describió alteraciones en los astrocitos en la corteza de la parálisis general progresiva y con la segunda, alteraciones en la neuroglía. Fruto de sus estudios es el término glioarquitectonia que propuso en 1913 para sustituir al utilizado hasta entonces, citoarquitectonia, para referirse a la designación de la topografía estratificada de las neuronas.
Otra de sus importantes aportaciones se basa en el estudio del ganglio cervical simpático en la enfermedad de Korsakow, donde comunicó una alteración que denominó degeneración vacuolar y en la que además de mostrarse como neurohistólogo lo hacía como muy buen clínico. Además de lo anterior, sus trabajos en torno a la neuroglía fueron muy relevantes y de gran trascendencia. Profundizó en la disposición de ésta en el asta de Ammon, demostrando cómo la diferenciación es mayor en los animales más avanzados filogenéticamente, e interpretó asimismo que la neuroglía se comportaba como una glándula endocrina insterticial del sistema nervioso. Sus estudios sobre la demencia senil fueron igualmente meritorios, con contribuciones importantes, ante todo las relativas a las distintas fases de regresión de los astrocitos, trabajos que realizó junto a los de la parálisis general progresiva, con su discípulo Miguel Gayarre.
Achúcarro realizó un total de cuarenta y una publicaciones científicas incluida la tesis doctoral, muchas de ellas en revistas extranjeras, aunque su compromiso con el Laboratorio de Cajal le llevó a publicar la mayoría de su producción científica en Trabajos del Laboratorio de Investigaciones Biológicas y en el Boletín de la Sociedad Española de Biología. Muchos de estos trabajos con independencia de ser publicados en una revista española lo eran en otros idiomas, fundamentalmente francés, con objeto de poder trascender hacia el exterior su producción científica. Este número de publicaciones fue ya de por sí importante tanto en cantidad como en calidad, pero adquiere una dimensión muy superior cuando es tenida en cuenta la edad con que falleció. Debido a su juventud y enfermedad puede decirse que toda su obra se realiza en tan solo diez años, lo que abre a la especulación cuál habría sido su futuro investigador de haber vivido muchos años más. Su obra científica es pues, de un enorme calado, aunque ante todo por la calidad y trascendencia de sus aportaciones. Como es fácil comprender, Achúcarro se rodeó de un importante número de discípulos y colaboradores creando una importante escuela dentro de la Histopatología, la Neurohistología y la Neuropatología. Discípulos suyos fueron entre otros Pío del Río Hortega, Luis Calandre, Miguel Gayarre, Felipe Jiménez de Asúa y José Miguel Sacristán. Gonzalo Rodríguez Lafora, aunque no fue discípulo directo suyo, sí trabajó con él y tuvo grandes influencias del maestro. Primero al sustituirle en el puesto que Achúcarro había ocupado en Washington, y luego mediante una estrecha relación en Madrid. De todos sus discípulos destacó Pío del Río Hortega, auténtico continuador de su obra que mejoró su técnica de tinción mediante la impregnación con carbonato de plata amoniacal.
Poco tiempo tuvo en su vida Achúcarro para saborear reconocimientos y cosechar distinciones. Sin embargo, en 1912, con tan sólo treinta y dos años fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Yale.
Obras de ~: “Sur la formation des cellules à battonet (Stäbchenzellen) et autres éléments similaires dans le système nerveux central”, en Trabajos del Laboratorio de Investigaciones Biológicas (TLIB), 6 (1908), págs. 97-123; “Cellules elongèes et stabchenzellen cellules néurogliques et cellules gránulo adipouses a la carne d’Ammon du Lapin”, en TLIB, 7 (1909), págs. 201-215; “Sur certains lesions en forme de plaques siégeant à l’ependyme des ventricules lateraux”, en TLIB, 6 (1909), págs. 97-123; “Algunos datos relativos a la naturaleza de las células en bastoncito de la corteza cerebral humana obtenidos con el método de Cajal”, en TLIB, 8 (1910), págs. 169- 174; “Nuevo método para el estudio de la neuroglía y del tejido conjuntivo”, en Boletín de la Sociedad Española de Biología (BSEB), 1 (1911), págs. 139-141; “Neuroglía y elementos intersticiales patológicos del cerebro impregnados por los métodos de reducción de la plata o sus modificaciones”, en TLIB, 9 (1911), págs. 161-179; “Las células amiloides de la neuroglía teñidas con el método de la plata reducida”, en Boletín de la Sociedad Española de Biología, 1 (1911), págs. 79-110; “Histopathologisches über Gefäsverödund und über Ervikung in der Hirnrinde”, en TLIB, 11 (1913), págs. 19-28; “Nota sobre la estructura y función de la neuroglía, y en particular, de la neuroglía de la corteza cerebral humana”, en TLIB, 11 (1913), págs. 187-218; “Alteraciones del ganglio cervical superior en algunas enfermedades mentales”, en TLIB, 12 (1914), págs. 55-56; “Contribución al estudio gliotectónico de la corteza cerebral. El asta de Ammon”, en TLIB, 12 (1914), págs. 229-272; “Sobre la glioarquitectura de la corteza cerebral”, en Boletín de la Sociedad Española de Biología, 3 (1915), págs. 159-162; “De l’évolution de la néuroglie et specialement ses rélations avec l’appareil vasculaire”, en TLIB, 13 (1915), págs. 169-212; “Nuevas alteraciones en el sistema nervioso de animales hipertirolizados”, en BSEB, 5 (1916), págs. 56-57.
Bibl.: J. Alfonso Pardo, “¡Nicolás Achúcarro ha muerto (1880-1918)!”, en Trabajos de la Cátedra de Historia Crítica de la Medicina, 1, (1933), págs. 583-586; P. Laín Entralgo, “Vida y significación de Nicolás Achúcarro”, en Medicamenta, 20, (1962), págs. 36-40; J. Puche, en Semblanza de Nicolás Achúcarro”, Ciencia, 22, (1963), págs. 75-80; L. Sánchez Grangel, “Nicolás Achúcarro en el recuerdo de sus coetáneos”, en Médicos Españoles, Salamanca, Universidad de Salamanca, (1967), págs. 345-354; J. M.ª López Piñero, “Nicolás Achúcarro, el hombre y la obra”, en Gaceta Médica del Norte, 18, (1968), págs. 199-212; F. Castro, “La obra científica histopatológica de Nicolás Achúcarro”, en Gaceta Médica del Norte, 18, (1968), págs. 161-296; J. R. Jiménez, Nicolás Achúcarro, en. G. Moya (ed.), Nicolás Achúcarro (1880-1918). Su vida y su obra, Madrid, Taurus, 1968, págs. 49-52; G. Moya, Nicolás Achúcarro (1880-1918). Su vida y su obra, Madrid, Taurus, 1968; P. Laín Entralgo, “Vida y significación de Nicolás Achúcarro”, en Cuadernos Taurus, 79, (1968); M. Bustamante, “Nicolás Achúcarro. El hombre y su obra”, en Archivos de Neurobiología, 45, (1982), págs. 55-72; L. S. Sánchez Grangel, “Achúcarro Lund, Nicolás”, en Luis S. Granjel (ed.): Diccionario histórico de médicos vascos, Bilbao, Universidad del País Vasco, Seminario de Historia de la Medicina Vasca, 1993, págs. 12-15; R. González Santander, “Nicolás Achúcarro (1880-1918)”, en La Escuela Histológica Española. IV. Expansión y repercusión internacional. Cajal, Río Hortega y sus discípulos, Universidad de Alcalá de Henares, 2000, págs. 119-138.
Manuel Díaz-Rubio García