Arce Ochotorena, Manuel. Ororbia (Navarra), 18.VIII.1879 – Tarragona, 16.IX.1948. Cardenal.
Nacido en una familia de comerciantes, fue el menor de siete hermanos —una mujer y seis hombres— cinco de los cuales fueron emigrando sucesivamente a la isla de Cuba, donde su hermano Pedro emprendió una importante explotación. Habiendo demostrado desde su infancia particular inclinación al estudio y a la vida religiosa, a los doce años ingresó en el Seminario Conciliar de Pamplona, donde cursó con brillantez tres años de Humanidades, tres de Filosofía y otros tres de Teología. Completó su formación teológica en el Seminario Pontificio de Zaragoza (1900-1902). Allí consiguió el doctorado en Teología mereciendo el premio en Disquisiciones Teológicas y la máxima calificación en Dogma Sacramental, otorgada por vez primera en aquel centro docente.
Becado por su diócesis, fue enviado a Roma, donde estudió Derecho Canónico, Sagrada Escritura y Lenguas Orientales en la Pontificia Universidad Gregoriana (1902-1905), habiendo obtenido, además, el doctorado en Filosofía por la Academia de Santo Tomás de Aquino (1904) y el doctorado en Derecho Canónico por la referida universidad (1905). En el Colegio Español de la Ciudad Eterna se ordenó de sacerdote el 17 de julio de 1904. Al regresar a su diócesis ejerció la enseñanza en el Seminario Conciliar de Pamplona desde 1905 hasta 1923, explicando primero las asignaturas de cuarto curso de Latín y Humanidades, después Liturgia y primer curso de Filosofía y, por último, Instituciones Canónicas. Entre tanto, tras reñidas oposiciones y en competencia con Luciano Pérez Platero, futuro obispo de Segovia y arzobispo de Burgos, ganó la canonjía doctoral de la catedral pamplonesa el 9 de mayo de 1914.
En 1923, al quedar vacante la sede de Pamplona por defunción del obispo fray José López Mendoza, agustino, fue elegido vicario capitular, desempeñando tal ministerio hasta la nueva provisión de la sede en la persona del obispo Mateo Múgica, quien le nombró vicario general, cargo que siguió desempeñando durante el pontificado de su sucesor Tomás Muniz dando pruebas de prudencia, laboriosidad y elocuencia.
Simultaneó esta tarea con la de consiliario de la Junta diocesana de Acción Católica de la Mujer y de la Asociación de Padres de Familia. Recomendado a la nunciatura como candidato idóneo para el episcopado por el arzobispo de Zaragoza, Rigoberto Doménech, y el mencionado obispo Muniz, de Pamplona, en 1928 la nunciatura apostólica lo presentó a la Santa Sede para que fuese nombrado administrador apostólico de Ciudad Rodrigo, con carácter episcopal, ya que Ciudad Rodrigo era una diócesis en vías de extinción, en virtud del Concordato de 1851, y por ello no tenía obispo propio sino sólo administradores apostólicos.
Sin embargo, él opuso razones personales y familiares —en concreto, la grave enfermedad de su anciana madre— y no aceptó este nombramiento que, en aquellas circunstancias, era de libre designación de la Santa Sede, sin intervención alguna de la Corona ni del Gobierno.
Ante las insistencias del nuncio Tedeschini, que le consideraba buen candidato, fue preconizado por el papa Pío XI obispo de Zamora el 5 de febrero de 1929, recibió la consagración episcopal en la catedral de Pamplona el 16 de junio sucesivo, de manos del nuncio Tedeschini, asistido por los mencionados obispos Múgica y Muniz. Como lema de su escudo episcopal escogió la frase de san Pablo en el carta a los Gálatas, capítulo 4, versículo 1: “Donec formetur in vobis Christus” (Hasta que Cristo se forme en vosotros) y, de hecho a lo largo de sus tres pontificados sucesivos la formación íntegra y completa del cristiano a imagen de Jesucristo fue prioritaria para él e inspiró todas sus empresas de apostolado y de renovación espiritual.
Durante los ocho años y siete meses que rigió la diócesis de Zamora, celebró un concurso a curatos, reorganizó la Obra de Vocaciones Sacerdotales, dedicó especial atención al culto y al sostenimiento del clero, impulsó la Acción Católica y la Catequesis, y publicó numerosos documentos pastorales sobre las necesidades del momento. Dedicó una atención muy particular al seminario diocesano, que contaba con un centenar de seminaristas, y, aunque confió su dirección a cuatro sacerdotes seculares, él se reservó la responsabilidad de rector.
Durante su estancia en Zamora tuvo que desarrollar su ministerio en dos momentos históricos particularmente difíciles para la Iglesia; primero, los años de la República, en los que no faltaron incidentes y atentados que llegaron a poner en peligro, en algún momento, la vida misma del obispo, y después, durante la Guerra Civil, sobre la que escribió una carta pastoral en la que, secundando las iniciativas del papa Pío XI y de muchos obispos y sacerdotes, promovió la reconciliación espiritual y la paz para restañar las heridas provocadas por el conflicto bélico entre los españoles.
El 22 de febrero de 1938 fue nombrado obispo de Oviedo, sin intervención alguna del poder civil.
Oviedo estaba vacante por fallecimiento del obispo Justo de Echeguren y Aldama, acaecido el 16 de agosto de 1937, dos meses antes de que el Ejército nacional entrara en dicha ciudad. Y, en lugar de enviar un obispo nuevo, como se había hecho en anteriores ocasiones, la Santa Sede optó por trasladar a ella a un obispo de experiencia como era Arce, que había marchado a Roma el 17 de enero de 1938 para realizar la visita ad limina. Por ello, su nombramiento se hizo público el día 22 de enero sucesivo, aprovechando su estancia en la Ciudad Eterna. El Boletín Oficial Eclesiástico de Zamora comunicó el traslado del prelado diciendo que se trataba de “una diócesis, la de Oviedo, que siendo la segunda en España por su extensión y número de parroquias, es en los momentos actuales la más difícil de gobernar a causa de los destrozos materiales y espirituales ocasionados por la revolución felizmente vencida, ya que siendo aquéllos muchos, como que pasan de 500 las iglesias destruidas incluso la catedral, son mucho mayores los causados en la fe, en las costumbres y sobre todo en la caridad”. Tomó posesión de la diócesis ovetense un mes más tarde de su nombramiento e impulsó el resurgimiento religioso tan necesario en aquellos momentos, tras la desolación provocada por la “revolución de Asturias de octubre de 1934”, promovida y ejecutada por socialistas, comunistas y anarquistas, quienes instauraron, durante unos días, en todo el territorio del Principado un régimen soviético de terror.
La primera víctima del furor revolucionario fue precisamente el seminario diocesano, cuyo edificio fue asaltado y casi totalmente destruido, y acto seguido fueron asesinados, juntamente con el vicario general de la diócesis, Juan Puertes Ramón, el prefecto de estudios, el director espiritual, el prefecto de disciplina, doce alumnos y el portero; los demás buscaron su salvación en la huida y, cuando restablecida la calma, los superiores consiguieron congregar a los dispersos, sólo pudieron reunir cincuenta seminaristas. La impresión moral de la catástrofe aceleró el fatal desenlace de la enfermedad mortal que padecía el obispo de Oviedo, Juan Bautista Luis Pérez. Nombrado administrador apostólico de la diócesis Justo Echeguren y Aldama, que era vicario general de Vitoria, trabajó mucho en la reconstrucción de la diócesis en todos sus aspectos; si bien, vencida de momento la revolución, el horizonte social no se presentaba tranquilizador, ya que dos años más tarde, en el verano de 1936 la furia revolucionaria se lanzó de nuevo al asalto al encontrar ocasión propicia para ello tras el levantamiento militar del 18 de julio. Por eso, la máxima preocupación de Arce se centró en la tarea de reconciliación espiritual a fin de cicatrizar las heridas de la Guerra Civil y, para ello, promovió las misiones parroquiales, que se organizaron en multitud de pueblos y ciudades de la diócesis, que él recorrió en su casi totalidad.
También gestionó con gran diligencia la reintegración de la imagen de Covadonga a Asturias. Otra iniciativa suya muy novedosa y de gran envergadura fue la construcción de un seminario modelo, capaz de albergar a seiscientos alumnos internos. Sus ideales quedaron consignados en su carta pastoral publicada el 7 de mayo de 1942, y su realización comenzó siete días más tarde, con la colocación de la primera piedra, pero cuando se inauguró, él ya no era obispo de Oviedo, ni siquiera vio el funcionamiento del primer pabellón en los comienzos del curso 1945-1946.
También promovió la reconstrucción de los templos destruidos. A tal fin publicó una carta pastoral ponderando la importancia del templo como casa de Dios y hogar de la vida espiritual de los pueblos. Fueron muchos los templos que él bendijo. Mientras fue obispo de Oviedo conservó la administración apostólica de la diócesis de Zamora hasta el 19 de octubre de 1944, tras su nombramiento como arzobispo metropolitano de Tarragona.
En esta sede fue sucesor del cardenal Francisco Vidal y Barraquer, que había fallecido el 13 de septiembre de 1943 en la cartuja de Valsainte, en el cantón suizo de Friburgo, donde pasó los últimos años de su exilio, al no haberle permitido el Gobierno regresar a España por considerarle separatista y porque no había firmado la célebre carta colectiva del primero de julio de 1937, con la que el Episcopado español denunció al mundo la sangrienta persecución religiosa desencadenada por los republicanos y que provocó cerca de diez mil mártires. Tuvo una herencia espiritual compleja y polémica en momentos muy difíciles.
Nombrado el 29 de marzo de 1944, en plena reconstrucción material y moral de la archidiócesis tarraconense, hizo su solemne entrada en la misma el 12 de noviembre del mismo año. En este nombramiento intervino el Gobierno y aunque Arce no era el primero de la terna gubernamental, encabezada por el obispo de Córdoba, el dominico Albino González y Menéndez Reigada, fue escogido por el papa Pío XII gracias a la intervención del nuncio Cicognani, que lo consideraba más idóneo para Tarragona que el mencionado obispo de Córdoba.
Si difícil había sido su misión en Zamora a causa de las revueltas políticas de los tiempos anteriores a la guerra, en Oviedo había de ser mayor aun la dificultad a causa de la devastación causada por el conflicto. La situación eclesiástica de Tarragona era muy delicada porque había estado de hecho vacante desde el verano de 1936 tras la salida del cardenal Vidal. La Santa Sede había nombrado administrador apostólico de Tarragona al sacerdote Salvador Rial Llovera (1887-1953), quien ejerció esta misión hasta que el 9 de octubre de 1944 tomó posesión Arce, que le nombró gobernador eclesiástico “sede plena”. Con este fiel y valioso colaborador, que desempeñó la vicaría general en los años difíciles en que tuvo lugar la reconstrucción espiritual y material de la archidiócesis tarraconense, gravemente dañada por la persecución religiosa, que causó el martirio de casi dos centenares de sacerdotes diocesanos, incluido el obispo auxiliar, Manuel Borrás Ferré, pudo Arce desarrollar su ministerio.
En Tarragona, lo mismo que en Zamora y Oviedo, los ejes de su acción pastoral fueron la Acción Católica, la catequesis, las misiones parroquiales, la Virgen María, la prensa, los ejercicios espirituales, etc.
Pero promovió, además, la restauración material y moral de una de las diócesis que mayores devastaciones había sufrido en España y para ello restauró templos destruidos y reorganizó las parroquias mediante la celebración de concursos parroquiales. En el primer consistorio celebrado en el Vaticano por el papa Pío XII el 18 de febrero de 1946, fue honrado con la púrpura cardenalicia, junto con los arzobispos de Toledo, Enrique Pla y Deniel, y de Granada, Agustín Parrado García, y se le asignó el título presbiteral de San Vital. Unos meses más tarde, coronó canónicamente a Santa María la Real, de Pamplona, en un acto solemne celebrado el 21 de septiembre de 1946, y presidió un congreso eucarístico diocesano en su diócesis de origen.
El 27 de abril de 1947 intervino en calidad de legado a latere en la solemne fiesta de la entronización de la Virgen de Montserrat en el nuevo trono que la piedad de los catalanes había ofrendado a su patrona en el célebre monasterio benedictino del mismo nombre.
El 27 de diciembre de 1947 presidió en Barcelona el Congreso Internacional de las Congregaciones Marianas, en 1948 organizó una santa misión en Tarragona y el 6 de mayo de 1948 clausuró en Barcelona el centenario del obispo de Vich, José Torras y Bages, considerado el “padre espiritual” de la Cataluña contemporánea. Fue enterrado en la catedral de Tarragona, al pie de la capilla del Corpus Christi, tras el elogio fúnebre pronunciado por el obispo de Lérida, Aurelio del Pino Gómez. Destacó también como orador elocuente según el estilo ciceroniano, que supo ensamblar en sus discursos y homilías con las más puras tradiciones eclesiásticas.
Obras de ~: Consideraciones sobre la guerra, Zamora, 1937; La caridad cristiana, Oviedo, Imprenta La Cruz, 1938; La penitencia en la Santa Cuaresma, Oviedo, Imprenta La Cruz, 1940; Nuestro nuevo Seminario, Oviedo, 1942; El templo y la parroquia, Oviedo, 1943.
Bibl.: “DATOS biográficos del llmo. y Rvdmo. Sr. Dr. Manuel Arce”, en Boletín Oficial del Obispado de Zamora, 66 (1929), págs. 191-193; “Necrología del Emmo. Sr. Cardenal Manuel Arce y Ochotorena”, en Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Tarragona (1948), págs. 523-562; A. Viñayo, El Seminario de Oviedo Apuntes para el primer siglo de su vida, 1851-1954, Oviedo, Llibre, 1955, págs. 128-134, 150 y 166; J. Ibarra, Biografías de los ilustres navarros del siglo xix y parte del xx, Pamplona, J. García, 1953, págs. 18-20; J. Goñi, “Arce Ochotorena, Manuel”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, suplemento I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1987, págs. 41-42; V. Cárcel Ortí, “Nombramientos de obispos en la España del siglo xx. Algunas cuestiones canónicas, concordatarias y políticas”, en Revista Española de Derecho Canónico, 50 (1993), págs. 553-589.
Vicente Cárcel Ortí