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Tomás de Monzábal Albiz

Biografía

Monzabal Albiz, Tomás. Briñas (La Rioja), c. 1568 – Monasterio de Herrera, Miranda de Ebro (Burgos), p. m. s. xvii. Monje cisterciense (OCist.), teólogo, escritor místico, abad de Santa María de Herrera.

Crisóstomo Enríquez es quien más se extiende en ponderar su vida y valores. Y así dice de él en su Phoenix Reviviscens: “Recibió el hábito cisterciense en el monasterio de Herrera, y habiendo crecido a través de los años en la experiencia, y a ésta se unió la prudencia, esto impulsó a los monjes a elegirle como abad del monasterio el trienio 1614-1617; a pesar de que el cargo abacial conlleva muchas preocupaciones y trabajos, todavía halló tiempo para proseguir sus estudios y ser útil a las almas. Fruto de esos estudios fueron desarrollar sus dotes de escritor. Escribió dos libros sobre las naderías de las cosas terrenas, la vanidad de las cosas del mundo, y cómo el amarlas desordenadamente, puede llevar al alma a la perdición. Enseñó asimismo cómo la bienaventuranza terrena se encuentra en el amor y en el temor del Señor, en practicar la virtud y huir de los vicios”. Añade el título de la obra que publicó.

El padre Calderón, principal historiador del Monasterio de Herrera, coincide con Henríquez y añade nuevos datos: “En el año 1614 en que salió por General nuestro Rvdmo. Padre Fray Luis de Estrada, secretario que había sido el trienio antecedente de nro. P.

Fr. Phelipe de Tasis, fue propuesto y electo Abbad de Herrera el p. Fr. Thomás de Monzabal y gobernó la abadía con mucha prudencia, haciendo muchas obras dignas de ser nombradas”. Habla luego de algunas mejoras introducidas en el monasterio, que creó la biblioteca y la dotó con buenos libros, y, sobre todo, también menciona la obra que le dio fama, y que se consigna luego. En 1615 Pablo V prohibió, bajo pena de excomunión y privación de voz activa y pasiva que nadie sacara, bajo ningún concepto, libros de la biblioteca de Herrera, aunque fuera con ánimo de devolverlos luego. El mandato suena a rigorismo exagerado, pero se ve que había necesidad de poner orden en la biblioteca, y de aquí aquellas órdenes severas.

Muñiz, después de calificar al padre Monzabal de “poeta excelente y orador afamado”, ofrece una visión rápida de la obra que le ha dado celebridad en el mundo y explica la coincidencia casual o intencionada del padre Almeida, portugués, la cual, a su modo de ver, excede con muchos quilates a la de Monzabal, pero la del monje tiene la ventaja de ser “más propia de estilo y de doctrina, la prosa es nerviosa y la poesía de mucho concepto”. Por añadidura, la española es ciento sesenta y cuatro años anterior a la portuguesa, por lo que no es posible que haya plagio en ella, y, en cambio, bien lo pudo hacer Almeida ya al traducirla al portugués, que le pudo servir de guía, teniendo libertad para admitir algo nuevo. El caso es que el portugués se llevó la honra de haberla escrito, y en cambio, al autor cisterciense nadie le hace mérito.

No es caso de entrar aquí en polémica; pero el texto del padre Monzabal era de plena actualidad en la España de entonces y en su situación cultural. Se planteó el autor el acuciante problema, por aquel entonces, de las nuevas doctrinas educativas y la reforma del sistema científico. Bien pudiera decirse que fue un “humanista” en el sentido más pleno, filosófico y teológico, y que en sus enseñanzas recogía de modo admirable las enseñanzas recibidas en las corrientes filosóficas de su tiempo relativas al ideal del hombre feliz —beatus ille vir (salmo 118)—, la “filosofía de la ignorancia”, la “libertad de infinitud” (Pico Della Mirandola y Giordano Bruno), “el demente como mensajero del tránsito” (del Elogio de la locura, de Erasmo), y la crítica a la escolástica aristotélica (Lorenzo Valla), y se inspiró también en Juan Luis Vives (Adversus pseudodialecticos y De Disciplinis —sobre la enseñanza de las ciencias—). Todo esto es el trasfondo que hay en su obra y pensamiento.

El “homo universalis”, compuesto en su mente por la utopía, la melancolía y la magia (creatividad), podía aspirar a la felicidad: la utopía era la armonía del hombre consigo mismo en un estado armónico; la melancolía era la irrupción humanística en la búsqueda de la perfección humana, el autoentendimiento de la finitud y corruptibilidad del hombre.

Mientras la teología transcribió en negativo y como visión mística la coincidencia de la infinitud y la finitud, la astrología intentó captar como scientia matemática dicha coincidencia en forma de números; correspondía a la magia en cuanto “arte” conseguir el dominio de dicha conexión, la magia naturalis, que tomó como objetivo de su reflexión Ficino en su Teología platónica (1482), se apoyaba en la supuesta simpatía de todos los elementos cósmicos (Comentario al banquete, 1469). Quizá lo que había en la mente del autor era lo que ya buscaba Pico Della Mirandola, aquella fuerza “mágica” como base de una pax philosophica que intentase reconciliar los pensamientos aristotélico, platónico y cabalístico bajo la presunción de un efecto básico tematizable.

 

Obras de ~: Primera parte del Retrato del hombre feliz y de la humana felicidad, Pamplona, 1618.

 

Bibl.: C. Henríquez, Phenix reviviscens, Bruxellae, 1626, págs. 457-458; R. Calderón, Historia del Monasterio de Herrera (ms. inéd. en el Archivo Histórico Nacional, sig. a 1.106, pág. 250); N. Antonio, Bibliotheca nova, t. II, pág. 310; R. Muñiz, Biblioteca Cisterciense española, Burgos, Joseph de Navas, 1793, págs. 233-234; D. Yáñez Neira, El Monasterio de Santa María de Herrera, Oseira, 1972 (inéd.), págs. 169-170.

 

Francisco Rafael de Pascual, OCIST.

 

 

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