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María Jacinta Martínez de Sicilia y Santa Cruz

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Biografía

Martínez de Sicilia y Santa Cruz, María Jacinta Guadalupe. Duquesa de la Victoria (I) y condesa de Luchana (I), princesa de Vergara. Logroño (La Rioja), 16.VIII.1811 – 3.VI.1878. Dama de Honor de la reina Isabel II y de la primera esposa del rey Alfonso XII, la reina María de las Mercedes.

Procedía de la unión de las dos familias más acomodadas de toda La Rioja. Su padre, Ezequiel Martínez de Sicilia y Ruiz de la Cámara, natural de Logroño, fue un acaudalado comerciante poseedor de grandes extensiones de viñedos e importantes bodegas. Su madre, María del Carmen Anacleta Santa Cruz y Orive, también natural de Logroño, descendía de una familia muy rica, pues su padre, Domingo Santa Cruz, fue uno de los más destacados propietarios de la ciudad de Logroño y de toda La Rioja.

La prematura muerte de sus padres —en abril de 1812 murió su padre cuando ella sólo tiene ocho meses, y en el verano de 1816, su madre, contando ella cinco años— hizo que se encargaran de su cuidado y educación sus abuelos y tutores: Domingo Santa Cruz, abuelo materno, y María Guadalupe Ruiz de la Cámara, abuela paterna. De ésta, heredó una profunda religiosidad y una exquisita educación, y de su abuelo un sólido sentimiento de unión familiar y un gran afán por la cultura. Según el testimonio de los que la conocieron, María Jacinta era hermosa y elegante y destacaba por su extraordinaria discreción, cultura y bondad.

Conoció al que sería su esposo, Baldomero Fernández Espartero, durante los dos años en que éste estuvo destinado en Pamplona (Navarra), con motivo de un viaje que hizo Jacinta con sus abuelos a la capital navarra.

Locamente enamorado de ella, Espartero viajó múltiples veces hasta la capital logroñesa para cortejarla y finalmente pedir su mano a sus abuelos y tutores.

Como la diferencia de edad entre Jacinta y Espartero era muy grande —ella sólo tenía dieciséis años, mientras él contaba treinta y cuatro y ya era brigadier de Infantería de los Reales Ejércitos—, el noviazgo fue muy corto, contrayendo matrimonio el 13 de septiembre de 1827, en la iglesia colegial de Santa María de la Redonda de Logroño, importante edificio histórico-artístico, hoy catedral de Logroño. Después partieron para París de viaje de novios, donde permanecieron durante cuatro meses.

Al ser hija única, Jacinta heredó una considerable fortuna a la muerte de sus padres, que fue administrada por sus tutores y abuelos hasta la fecha de su boda y que llevó como dote al matrimonio. Además de dinero en metálico y una gran colección de joyas en oro, pedrería y marfil, aportaba un importante número de propiedades urbanas y rurales, entre las que destacaban la finca de la Fombera, la casa familiar de los padres de Jacinta en Logroño capital con la bodega La Reja Dorada adosada a ella y el llamado popularmente palacio de Espartero.

La Fombera era una hermosa finca de recreo situada en la margen izquierda del río Iregua (afluente del río Ebro), de cuarenta y dos fanegas de extensión (unas ocho hectáreas). En esta finca, en la que había una casona rústica rodeada de una arboleda, pasaban Jacinta y su esposo, siempre que podían, la primavera y el verano, por ser uno de sus lugares favoritos, y de mutuo acuerdo decidieron regalarla al pueblo de Logroño cuando ellos muriesen, como así se hizo.

Actualmente pertenece al Gobierno Regional de La Rioja y en ella hay un vivero y una piscifactoría y se está construyendo un centro tecnológico para el estudio de nuevas tecnologías.

La casa familiar de los padres de Jacinta con la bodega La Reja Dorada adosada a ella, se conserva aún.

En ella vivió Jacinta con sus padres hasta la muerte de éstos y después con su abuela paterna y una tía, hermana de su padre. La casa, un admirable edificio del siglo XVI, está situada en la calle Ruavieja, en el casco antiguo logroñés. En la bodega, que se puede visitar, aún se conserva la prensa de la uva y diferentes elementos relacionados con la vitivinicultura.

En esta bodega y en otras también propiedad de Jacinta, a partir de 1852, Luciano Francisco Ramón de Murrieta, marqués de Murrieta, íntimo amigo de Espartero, a petición de éste, empezó a elaborar un vino excelente, capaz de conservarse inalterable durante largo tiempo, iniciándose así uno de los más famosos vinos de La Rioja.

El palacio de Espartero —declarado Monumento Histórico-Artístico en 1962 y actualmente Museo de La Rioja— se construyó a mediados del siglo XVIII.

A principios del XIX, fue adquirido por la familia de Jacinta que, al morir sus padres, se convirtió en su propietaria. A pesar de las obligaciones derivadas de los altos cargos militares y políticos del general Espartero, Jacinta y él vivieron largas temporadas en esta mansión, que amueblaron y decoraron con gran sobriedad pero muy a su gusto. Y tras la finalización del Bienio Progresista, que supuso la retirada definitiva del general Espartero de la política, residieron siempre en esta casa-palacio. Como los duques de la Victoria murieron sin haber tenido hijos, el palacio fue heredado por la marquesa de La Habana, Vicenta Fernández de Luco y Santa Cruz, esposa de José Gutiérrez de la Concha, I marqués de La Habana.

Jacinta y Vicenta eran hermanastras, pues su madre, María del Carmen Anacleta de Santa Cruz y Orive, al quedarse viuda muy joven de su primer marido, se volvió a casar con Vicente Fernández de Luco.

La vida de Jacinta transcurrió paralela a la de su esposo el general Espartero, que, además de conseguir, por su actuación como general en jefe del Ejército del Norte en la Primera Guerra Carlista, los títulos de conde de Luchana y duque de la Victoria, llegó a ser capitán general, a ser elegido por las Cortes regente del reino en mayo de 1841, y años después, en enero de 1872, príncipe de Vergara, título concedido por el rey Amadeo I, con carácter vitalicio.

A pesar de todos estos cargos y honores alcanzados por su esposo, Jacinta —condesa de Luchana, duquesa de la Victoria (título concedido por la Reina gobernadora en 1839 con Grandeza de España de 1.ª Clase) y princesa de Vergara— nunca se envaneció de ello ni mantuvo una actitud altiva ni orgullosa, al contrario, destacaba por su sencillez y prudencia y por su afán en hacer el bien a cuantos podía. Alejada de las intrigas políticas, se convirtió en una admirable compañera de su esposo, en el que ejerció una influencia positiva, hasta el punto de que el general Espartero no tomaba una decisión importante sin consultarlo antes con ella. Buen testimonio de ello es su relación epistolar. Los largos períodos de separación que tuvo que soportar el matrimonio al estallar la Primera Guerra Carlista hicieron que mantuviesen una abundante correspondencia, formada por doscientas cuarenta y dos cartas, pues el general Espartero escribía casi a diario a su esposa, que en el año 1932 fueron publicadas por el conde de Romanones.

La duquesa de la Victoria murió en su casa-palacio de Logroño —el llamado popularmente palacio de Espartero—, a la edad de sesenta y siete años. Su esposo, que la adoraba, sólo le sobrevivió seis meses.

Ambos fueron enterrados en el cementerio de Logroño, siendo posteriormente trasladados sus restos a la catedral de Santa María de la Redonda, donde reposan en un mausoleo de mármol blanco, realizado en 1888 por el escultor Juan Samsó.

Al fallecer la duquesa de la Victoria sin haber hecho testamento, su hermanastra, Vicenta Fernández de Luco y Santa Cruz, I marquesa de La Habana, reclamó su herencia para ella y sus tres hijas, María del Carmen, II marquesa de La Habana, Jacinta y Vicenta, sobrinas de Jacinta.

Se conservan dos excelentes retratos de la duquesa de la Victoria, ambos pintados por Antonio María Esquivel por encargo del general Espartero. De diferente tamaño, el más grande es un óleo de medio cuerpo que representa a la duquesa a la edad de treinta años, elegantemente ataviada para asistir a la ceremonia de la jura de su esposo como regente del reino en mayo de 1841. Vestida con un traje de corte sobre el que lleva la banda de la Real Orden de María Luisa, se adorna con uno de los conjuntos de sus valiosas joyas, y va peinada al estilo de las damas de la alta sociedad del reinado de Isabel II.

El cuadro más pequeño, pintado en 1847, representa a la duquesa a los treinta y seis años, vestida con un elegante vestido blanco, mostrando un loro de vistoso plumaje posado sobre su mano derecha, mientras con la izquierda le acaricia. En ambas obras Esquivel muestra su gran sensibilidad para captar la elegancia natural de la duquesa de la Victoria. Los dos cuadros son propiedad de los descendientes actuales de los duques de la Victoria.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Palacio, Sección personal, caja 1091, exp. 13; Reinado de Fernando VII, caja 28, exp. 14, docs. 42, 48 y 52.

J. S. Flórez, Historia de Espartero, Madrid, Imprenta de Wenceslao Ayguals de Izco, 1844; F. Fernández de Córdova, marqués de Mendigorría, Mis Memorias íntimas, Madrid, BAE, 1886; J. Ezquerra del Bayo y L. Pérez Bueno, Mujeres españolas del Siglo XIX, Madrid, Imprenta Julio Cosano, 1924; Conde de Romanones, Espartero. El General del Pueblo, Madrid, Espasa Calpe, 1932; J. L. Ollero de la Torre, El General Espartero, logroñés de adopción, Logroño, 1993.

 

Trinidad Ortuzar Castañer