Ayuda

Antonio José Giudice y Papacoda

Biografía

Giudice y Papacoda, Antonio José. Príncipe de Cellamare (III) y duque de Giovenazzo (III), en Nápoles. Nápoles (Italia), 25.VIII.1657 – Sevilla, 16.V.1733. Diplomático.

Miembro de una ilustre familia del reino de Nápoles, oriunda de Génova, era hijo de Domingo Giudice (o Judici) y Palagano (1637-1718), duque de Giovenazzo, y de Constanza Papacoda y Cavanillas, casados en 1653. Hecho caballero de Santiago a los nueve años, Antonio acompañó a su padre, quien desempeñaba importantes cargos en España, y se educó en Madrid donde fue menino de Carlos II. En 1680 se le confió una misión de pésame cerca del elector de Baviera y en 1685 se le confirió la llave de gentilhombre de cámara. En 1694 casó con Ana Camila Borghese (1661-1715), viuda del duque de la Mirándola, y con ella tuvo un hijo, Ángel (1694), muerto joven; y una hija, Constanza (1697), que enlazó en 1722 con Francisco Caracciolo. En 1700, como todos sus parientes, abrazó la causa de Felipe V al que siguió en Italia. Hecho mariscal de campo después de la campaña del Milanés y la victoria de Luzzara (14 de julio de 1702), pasó luego al reino de Nápoles en cuya defensa participó. A raíz de la evacuación de la capital, se encerró con el virrey Villena en Gaeta, donde cayó prisionero de los austríacos (30 de septiembre de 1707) que le encarcelaron en Nápoles y después en Milán. Cambiado en 1712, llegó el 12 de noviembre a Madrid, donde se encontraban su padre, el duque de Giovenazzo y su tío, el cardenal Francisco Giudice (1647-1725), inquisidor general, al que siguió durante su breve embajada a Francia (abril-septiembre de 1714). Durante la momentánea desgracia del cardenal, confinado algunas semanas en Bayona, su sobrino, ya vuelto a Madrid, supo congraciarse con la nueva esposa del Rey, Isabel de Farnesio, y su consejero íntimo Alberoni, logrando el nombramiento de caballerizo mayor de la Reina (8 de enero de 1715). Casi al mismo tiempo, llamado otra vez a la Corte por el Rey, cuyo favor había recuperado, el cardenal obtenía los cargos de primer ministro de Estado y de ayo del príncipe de Asturias (febrero-marzo de 1715) y hacía designar a Cellamare para la embajada de Francia (18 de febrero de 1715).

El nuevo embajador disfrutaba de una situación económica envidiable. Su sueldo anual de 480.000 reales de vellón era inferior al de su antecesor en el puesto, el duque de Alba, pero según Saint-Simon, cobraba, además, 240.000 reales de ayuda de costa, a que se añadían una pensión, concedida en compensación de sus bienes confiscados en Nápoles, su sueldo de caballerizo mayor y el producto de una encomienda. Recibió sus credenciales e instrucciones el 19 y el 20 de mayo y salió de Madrid el 28 del mismo mes, llegando a París el 18 de junio. Fue recibido en audiencia por Luis XIV en Marly el 22 de junio, pocas semanas antes de la enfermedad y muerte de este soberano, de las que dio cumplida cuenta a la Corte de Madrid. Alquiló en París el hotel Colbert, rue Neuvedes- Petits-Champs, donde vivió solo, ya que su mujer acababa de fallecer en Roma (24 de septiembre de 1715). La caída de su tío, desbancado por Alberoni (junio de 1716), no perjudicó en nada a Cellamare, quien había tenido la maña de ganar la confianza del abate y de hacerse el instrumento de sus proyectos.

Estos proyectos tienen una relación directa con la llamada “conspiración de Cellamare”, que ilustra bastante bien lo paradójico de la situación política existente entre las dos monarquías borbónicas. Mientras en Madrid el embajador francés, duque de Saint- Aignan, tenía instrucciones para socavar el poder de Alberoni, en París Cellamare se hallaba con el encargo de intentar derribar el gobierno del duque de Orleans, confiriendo la regencia a Felipe V con vistas a romper la alianza anglo-francesa y a asegurar los derechos del Rey Católico a la Corona de Francia en caso de que falleciese el rey niño. Este programa iba unido a diversas medidas de política exterior que pretendían amenazar a Inglaterra y a sus aliados de una coalición en la que entrarían España, los jacobitas ingleses, Rusia y Turquía. El embajador español no tardó mucho en percatarse de la extrema dificultad de llevar a cabo semejante empresa. Pero atento a no chocar abiertamente con Alberoni, se valió de toda su flexibilidad y talento para reclutar y agrupar a los seguidores de la causa de Felipe V. Contaba con el apoyo de buena parte de los aristócratas de la “vieja corte”, fieles a la línea de Luis XIV: unos no iban más allá de una adhesión moral, como los duques de Borbón y de Villars; otros no dudaban en contraer compromisos, así la familia de los duques del Maine, el cardenal de Polignac o el duque de Villeroy. Varios factores contribuían a reforzar la oposición al regente; la aspiración de los parlamentos (empezando por el de París) a recobrar su antiguo poder, las disensiones religiosas, el descontento de la pequeña nobleza de Bretaña y de parte de los oficiales del Ejército. Alimentaban esta coyuntura unas correspondencias secretas que venían de la Corte de Madrid. Le tocó a Cellamare unificar intereses muy diversos y encaminarlos hacia una misma meta, obrando con tesón y paciencia. Llegó la conspiración a tal grado de madurez que hasta se tomaron disposiciones para apoderarse de la persona del regente, para apelar a los parlamentos y para convocar a los Estados generales. Pero, a pesar de su cautela, Cellamare no pudo encubrir todas sus actividades. El Gobierno francés conocía a sus visitantes y estaba enterado de sus reuniones nocturnas en casa del duque del Maine, vigilando estrechamente a todos los sospechosos. Sólo faltaba una ocasión oportuna para desvelar toda la tramoya. Esto sucedió a principios de diciembre cuando, en una casa de citas, un secretario de la embajada española tuvo la imprudencia de aludir al trabajo que le había dado un importante envío de despachos que se confiaba no a un correo de gabinete sino a dos jóvenes viajeros españoles, el abate Vicente Portocarrero y el hijo del marqués de Monteleón. El 5 de diciembre de 1718 fueron detenidos en Poitiers (Francia) y se les incautaron las cartas comprometedoras que llevaban. Al mismo tiempo se arrestaron en París a los duques del Maine, el conde de Eu, el cardenal de Polignac, el duque de Richelieu y algunos otros cómplices de menor importancia. Informado a tiempo, Cellamare pudo destruir los documentos de mayor cuidado, justo antes de que, el 6 de diciembre, su casa fuese registrada, a pesar de la inmunidad diplomática de que disfrutaba. El 13 de diciembre salió expulsado de París y fue conducido, bajo escolta, hasta Blois, donde quedó confinado. Dos meses tras la declaración de guerra de Francia a España (9 de enero de 1719), se le autorizó a volver a España. A pesar del desgraciado final de su embajada, conservó muy buenas relaciones con mucha gente en Francia y fue nombrado en 1728 caballero de la Orden del Sancti Spiritus. De él habla con elogio el memorialista Saint-Simon, quien le conoció en París: “Ya viejo, parecía más que su edad. Tenía mucha agudeza, conocimiento y capacidad, todo ello encaminado a lo sustancial, sin ninguna suerte de libertinaje. Toda su galantería sólo tiraba a frecuentar al gran mundo, a penetrar lo que quería saber y a suscitar y mantener partidarios al rey de España, sembrando sin imprudencia el descontento hacia el regente. Era éste el único motivo que le conducía a introducirse con buen criterio en las mejores compañías. Por lo demás, vivía muy metido en su casa, leyendo o trabajando”.

Después de un viaje bastante largo, Cellamare, que ya disfrutaba del título de duque de Giovenazzo (su padre había muerto en 1718), cruzó la frontera a finales de mayo de 1719. Alberoni, quien entonces sentía su poder debilitado, no tenía ganas de que se acercase a los Reyes un hombre tan hábil y tan enterado de los arcanos de la política francesa. Por tanto, le ordenó que se trasladase en derechura y sin pasar por la Corte al nuevo destino que le había reservado de gobernador y capitán general de las fronteras de Castilla la Vieja. A los pocos meses de la caída de Alberoni, se le permitió a Giudice regresar a la Corte para desempeñar en ella su puesto de caballerizo mayor de la Reina, lo que hizo cumplidamente tanto en Madrid y los Sitios Reales como en el largo viaje de los Reyes por Andalucía. Su empleo le acarreó no pocas desavenencias con el omnipotente ministro José Patiño al que acusaba de desamparar las caballerizas, negándose a entregarles el dinero presupuestado que les tocaba. De estas incesantes disputas y reconvenciones, la última fue fatal. El día 6 de mayo de 1733, estando los Reyes a punto de dejar Sevilla para Madrid, se entrevistaron una vez más los dos hombres y entre ellos el tono subió hasta tal extremo que al viejo caballerizo mayor “ya vestido y con las polainas calzadas” le sobrevino un ataque mortal. Tenía un poco más de setenta y cinco años y dejó una fortuna de más de dos millones (cómputo en moneda francesa) y además cantidad de alhajas, vajilla y muebles.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Dirección General del Tesoro, invent. 2, leg. 2; Archivo Histórico Nacional, Órdenes Militares, Santiago, exps. 4232 y 4233.

A. Baudrillart, Philippe V et la cour de France, t. II, Paris, F. Didot, s. f.; A. Morel Fatio y H. L eonardon, Recueil des instructions données aux ambassadeurs et ministres de France, XII. Espagne, Paris, Alcan, 1899; D. Ozanam, Les diplomates espagnols du XVIIIe siècle, Madrid-Bordeaux, Casa de Velázquez- Maison des Pays Ibériques, 1998; “Los embajadores españoles en Francia durante el reinado de Felipe V”, en VV. AA., Felipe V de Borbón, 1701-1746 [actas del Congreso de San Fernando (Cádiz) del 27 de noviembre al 1 de diciembre de 2000], Córdoba, Universidad, 2002, págs. 583-612.

 

Didier Ozanam

Personajes similares