Fernández Pacheco y Zúñiga, Juan Manuel. Marqués de Villena (VIII). Marcilla (Navarra), 7.IX.1650 – Madrid, 29.VI.1725. Fundador y primer director de la Real Academia Española, virrey, militar, hombre de letras y ciencias.
Miembro de nobilísima familia, Grande de España de primera clase, fue octavo marqués de Villena y duque de Escalona, duodécimo conde de San Esteban de Gormaz, etc. Hijo de Diego Roque López Pacheco y de Juana de Zúñiga, su nacimiento se produjo cuando iban sus padres camino de Pamplona a hacerse cargo del virreinato de Navarra.
Muy pronto, en febrero de 1652, falleció su madre, y un año después su padre. A partir de ese momento, el niño, heredero de la casa de Villena-Escalona, se crió y se educó bajo la tutela de su tío Juan Francisco Pacheco, obispo de Cuenca.
Pasó luego a residir en sus estados de Escalona y Cadalso, saneó sus finanzas y casó, en 29 de noviembre de 1674, con Josefa de Benavides Silva y Manrique, con quien, antes de enviudar en 1692, tuvo tres hijos varones, el segundo de los cuales murió con pocos años.
Participó, apoyando a las fuerzas del emperador Leopoldo I, en el asedio de Buda (1686), en el que resultó herido. Regresado a España, el rey Carlos II le concedió el Toisón de Oro (1687), y le nombró general de la Caballería de Cataluña (1689) y su embajador extraordinario en Roma. Luego, sucesivamente, virrey de Navarra (1691-1692), de Aragón (sólo durante unos meses) y de Cataluña (1693-1694). Sufrió entonces la derrota de las tropas francesas a orillas del río Ter, tras de la cual fue relevado del cargo y se retiró a Castilla.
Firme partidario del duque de Anjou, a quien Carlos II nombró su heredero, el 29 de noviembre de 1700 dirigió a Luis XIV de Francia una muy interesante carta en que, tras exponer la situación de la Monarquía, brinda cuatro consejos para la conducta del nieto, el nuevo Rey: que su juramento e investidura se produjeran en presencia de las Cortes de Castilla; que al establecer su casa lo hiciera de acuerdo con la antigua usanza castellana; que favoreciera la milicia con las palabras y los hechos, devolviendo a la nobleza el atuendo militar y dejando la “golilla” para las gentes de toga y de pluma; y, finalmente, que bajo ningún concepto nombrara como confesor a un fraile regular, sino a un sacerdote u obispo.
Bajo Felipe V fue el marqués de Villena sucesivamente virrey de Sicilia (por breve plazo) y de Nápoles, donde permaneció seis años. En 1707 hubo de hacer frente al ataque de los imperiales, en cuyo poder cayó, finalmente, prisionero, en el sitio de Gaeta; en esa situación permaneció durante más de tres años (en la fortaleza de Pizzighettone), hasta que en 1711 fue canjeado por el general aliado Lord Stanhope y otros jefes que habían sido apresados en la batalla de Brihuega.
Vuelto a España, Felipe V insistió en honrarlo con la mitra de Toledo, dignidad que, juiciosamente, rechazó el viudo marqués; quien, en cambio, aceptó con gusto el nombramiento para el más alto cargo palaciego, el de mayordomo mayor (20 de enero de 1713).
En el verano de ese mismo año se produjo el hecho que, sin duda, mayor recordación merece de la vida del marqués de Villena: comienza a reunirse en su casa de la madrileña plaza de las Descalzas, y a iniciativa suya, una tertulia de eruditos, formada, además de por él, por el padre Juan de Ferreras, Gabriel Álvarez de Toledo, Andrés González de Barcia, fray Juan Interián de Ayala, los padres jesuitas Bartolomé Alcázar y José Casani y Antonio Dongo Barnuevo.
Estas ocho personas, reunidas por vez primera el 6 de julio de 1713, fueron los fundadores de la que empezó autodenominándose Academia Española y un año más tarde pasó a ser además “Real” por acogerla Felipe V bajo su protección (la cédula de aprobación oficial es del 3 de octubre de 1714). En una consideración más amplia, pueden entrar también bajo la categoría de fundadores tres individuos más: Francisco Pizarro, marqués de San Juan, José de Solís Gante y Sarmiento, marqués de Castelnovo y después duque de Montellano, y Vincencio Squarzafigo, que asistieron ya a la primera sesión de la que se levantó acta, la del 3 de agosto de 1713. Elegido el marqués de Villena primer director, los académicos acometieron de inmediato la redacción del Diccionario de la lengua castellana, hoy conocido como Diccionario de autoridades, cuyo primer tomo vio la luz en 1726. Fallecido en 1725, no alcanzó el marqués a verlo completo y encuadernado, pues la impresión iba en el momento del óbito —informan puntualmente los desconsolados académicos— por el pliego 128. El sexto y último volumen de esa obra capital, verdadera proeza lexicográfica, apareció en 1739.
Durante los doce años que el marqués gobernó la Academia asistió puntualmente a sus juntas, salvo en dos breves etapas en que acompañó al Rey a Aranjuez (mayo-julio de 1715) y a la frontera francesa (fines de 1721); y colaboró, naturalmente, en los trabajos del Diccionario.
Tras el entierro del marqués de Villena en el monasterio segoviano del Parral, se celebraron unas solemnes exequias en su memoria (13 de agosto de 1725), en las que predicó el sermón fúnebre fray Juan Interián de Ayala; y en la sesión académica del 29 de agosto hizo el padre Casani el elogio póstumo del primer director de la Corporación. Los textos de uno y otro se incluyen en la correspondiente Relación, publicada por la Academia.
Todas las semblanzas de Juan Manuel Fernández Pacheco coinciden en señalar su extraordinaria afición y dedicación a letras y ciencias. El doctor Diego Mateo Zapata aseguraba en 1716 que conocía perfectamente la “filosofía moderna”, vinculando la recién instituida Academia al movimiento de los novatores. Según el testimonio de Sempere y Guarinos, el marqués era muy conocido fuera de España por su relación con la Academia de Ciencias de París, de la que era individuo, y por su comunicación con diversos sabios de Europa. Se sabe también que durante su virreinato en Nápoles había sido elegido miembro de la Arcadia romana (13 de noviembre de 1704).
Su instrucción, dice Sempere, no se limitaba a “los conocimientos de que debiera estar adornado todo noble”, sino que comprendía también la lengua griega “y demás ramos de las buenas y bellas letras”, las Matemáticas, la Medicina, la Botánica, la Química (que practicaba en el laboratorio instalado al efecto en una torre de sus posesiones en Escalona) y la Anatomía.
En fin, según el mismo autor, a Villena podría haber debido España, además de la fundación de la Academia Española, “la entera restauración de la Literatura, si hubiera llegado a efectuarse el gran proyecto que tenía formado de una Academia general de Ciencias y Artes”.
El marqués de San Felipe llegó a decir de él, a propósito de su etapa napolitana, que “se entretenía más con los libros que en los negocios”. Lo cierto es que a lo largo de su vida reunió una importante biblioteca, formada, según el inventario realizado tras su muerte, por 6.997 volúmenes impresos y 172 manuscritos. Pasó a sus herederos, pero se dispersó en el siglo xix.
Por proceder de autor extranjero y además no muy dado al panegírico son especialmente interesantes los testimonios que acerca del marqués de Villena dejó en sus célebres Memorias el duque de Saint-Simon, quien llegó a tratarle como amigo. “Escalona, mais qui plus ordinairement —escribe— portait le nom de Villena, étoit la vertu, l’honneur, la probité, la foi, la loyauté, la valeur, la piété, l’ancienne chevalerie même; [...] avec cela beaucoup de lecture, de savoir, de justesse et de discernement dans l’esprit, sans opiniâtreté, mais avec fermeté, fort désintéressé, toujours occupé, avec une belle bibliotèque et commerce avec force savants dans toutes les pays de l’Europe”. Más adelante revela que nunca vistió a la española, sino a la francesa, porque la golilla le resultaba insoportable; que firmaba sencillamente “el Marqués”, considerando que lo era por antonomasia; etc. Y relata una sorprendente anécdota que oyó contar por todo Madrid y cuya veracidad, dice Saint-Simon, le confirmó su protagonista mismo: el grave altercado que se produjo cuando, en ocasión de hallarse enfermo el Rey, al querer impedir Alberoni a Villena, mayordomo mayor, que accediera a la Cámara del Monarca, la emprendió el ofendido a bastonazos con el poderoso cardenal.
Obras de ~: Dos cartas (1700) a Luis XIV, en C. Hippeau, Avénement des Bourbons au trone d’Espagne. Correspondance inédite du marquis d’Harcourt, Ambassadeur de France auprès des rois Charles II et Phlippe V, Paris, 1875, págs. 316 y 318- 320; Memorias para la Historia de España, sacadas de los apuntamientos originales escritos de letra del Exmo. Sr. Don Juan Fernández Pacheco, Marqués de Villena, y existentes en la Biblioteca de la casa (ms. en la Real Academia de la Historia, Colección Sempere, t. XVI, fols. 94-108v., sign. 9/5218, Olim B-134).
Bibl.: F. Pinel y Monroy, Retrato del buen vassallo copiado de la vida y hechos de D. Andrés de Cabrera, primer Marqués de Moya. Ofrécele al Excelentíssimo Señor D. Juan Manuel Fernández Pacheco Cabrera y Bobadilla, Marqués de Villena y Moya, Duque de Escalona, etc., Madrid, en la Imprenta Imperial por José Fernández de Buendía, 1677, dedicatoria y págs. 422-423; Relación de las exequias que la Real Academia Española celebró por el Excelentíssimo señor Don Juan Manuel Fernández Pacheco, Marqués de Villena, su primer Fundador y Director, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1725; V. Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Felipe V el Animoso, Génova, 1725; “Historia de la Real Academia Española”, en Dicc ionario de la lengua castellana [Diccionario de autoridades], t. I, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1726, págs. IX-XLI; J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una Biblioteca española de los mejores escritores del reynado de Carlos III, t. I, Madrid, Imprenta Real, 1785, dedicatoria y págs. 10- 13; Duque de Saint-Simon, Mémoires complets et authentiques sur le siècle de Louis XIV et la Régence, Paris, Ch. Lahure, 1856-1858, t. I, págs. 195-197; t. III, págs. 4, 7-11, 119-120, 333; t. VI, págs. 102-103; t. X, págs. 217-218, 315; t. XV, págs. 176-180, y t. XVIII, págs. 439-443; F. Fernández de Béthencourt, Historia genealógica y heráldica de la Monarquía Española, Casa Real y Grandes de España, t. II, Madrid, Est. Tipográfico de Enrique Teodoro, 1900, págs. 263-274; E. Cotarelo y Mori, “La fundación de la Academia Española y su primer director D. Juan Manuel F. Pacheco, Marqués de Villena”, en Boletín de la Real Academia Española, I (1914), págs. 1-127; F. Gil Ayuso, “Nuevos documentos sobre la fundación de la Real Academia Española”, en Boletín de la Real Academia Española, XIV (1927), págs. 593-599; G. Maura Gamazo, Duque de Maura, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Espasa Calpe, 1942; A. Cotarelo Valledor, Bosquejo histórico de la Real Academia Española, Madrid, Instituto de España, 1946; P. Ventriglia, “Los españoles en la ‘Arcadia’”, en Revista de Literatura, III (1953), págs. 233-246; F. Lázaro Carreter, Crónica del Diccionario de Autoridades (1713- 1740), Madrid, Real Academia Española, 1972; G. Galasso, Napoli spagnolo dopo Masaniello, vol. II, Florencia, Sansoni Editore, 1982, págs. 633-746; D. del Río y S. Esposito, Vigliena, Nápoles, Istituto Italiano per gli Studi Filosofici, 1986, págs. 11-19; G. de Andrés, “La biblioteca del marqués de Villena, don Juan Manuel Fernández Pacheco, fundador de la Real Academia Española”, en Hispania, XLVIII, 168 (1988), págs. 169-200; P. Á lvarez de Miranda, “Las academias de los novatores”, en E. Rodríguez Cuadros, De las Academias a la Enciclopedia: el discurso del saber en la modernidad, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1993, págs. 263-300; A. Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1999, págs. 23-33.
Pedro Álvarez de Miranda