Cañas Merino, José Francisco. Orán (Argelia), s. m. s. xvii – Madrid, p. t. s. xviii. Gobernador de Venezuela, caballero de la Orden de Santiago.
De ilustre familia, su padre había sido un famoso militar que llegó a sargento mayor en la plaza de Orán, donde nació también él. Ingresó muy joven en la milicia, sirviendo como soldado, alférez y capitán en la misma plaza de Orán por más de veinte años. Fue uno de los más aguerridos defensores ante el ataque del rey beréber Meguines, quien durante los primeros años del siglo xviii atacó varias veces la plaza. Cañas llegó incluso a prestar dinero de su bolsillo para sufragar diversos elementos de la defensa.
En 1706, y como premio a su comportamiento en la defensa de la plaza norteafricana, fue nombrado gobernador y capitán general de Venezuela, y dos años más tarde se le concedió merced de hábito de Santiago. Tardó algún tiempo en tomar posesión de su nuevo cargo, pero finalmente el 6 de julio de 1711 hizo entrada en Caracas y tomó el bastón de mando. Al haberse educado en Orán, parece que tuvo ciertas inclinaciones arbitrarias, que fueron incluso tachadas de bárbaras. Se rodeó enseguida de un séquito que fue tildado de corrupto y pronto se hicieron sentir los resultados en un comportamiento que a veces rozaba lo cruel. Mandó construir los puentes de San Pablo y Catuche, aunque esto no limitó su arbitrariedad.
Inclinado a diversiones un tanto extravagantes, fijó a las afueras de la ciudad carreras de gatos, que eran sacrificados cruelmente. Hizo detener a cuantos no estaban de su parte, en especial a los criollos que veían con preocupación el desgobierno a que había llegado Venezuela. Tuvo problemas también con la Iglesia, en concreto con el obispo Francisco del Rincón y con los mojes franciscanos, a quienes acusaba de hacer negocio.
Su arbitrariedad le llevó a desplazar fuera de la ciudad a los hombres locales más poderosos, nombrándoles para cargos insignificantes a mucha distancia de la capital, con la idea de tener libertad para acometer sus tropelías. Llegó a detener, sólo por simples deudas, al sargento mayor Martín de Tovar y a otros prohombres de Caracas. Implantó impuestos de manera ilegal y dispuso sin miramientos de los fondos de la Real Hacienda.
Aunque empezó combatiendo el contrabando, pronto percibió en esta práctica ilegal un gran negocio. En este sentido, trató de acapararlo para sí persiguiendo a quienes lo realizaban fuera de su control. Por este último motivo, llegó a condenar a muerte a once arrieros. El peligro de caer bajo las manos de quien estaba actuando ya claramente al margen de la ley, llevó a varios regidores a confeccionar una lista de agravios que, secretamente, hicieron llegar al Rey, con su correspondiente denuncia.
Por cédula de 5 de mayo de 1714 el Rey ordenó que los funcionarios ayudaran a la investigación contra el gobernador, y el 22 de septiembre llegó a Caracas Jorge Lozano Peralta, oidor de la Audiencia de Santo Domingo, destinado a detener al corrupto gobernador, investigar sus actuaciones, y enviarlo a España.
Sintiéndose acorralado, se refugió en la iglesia de San Pablo para pedir asilo, aunque de nada sirvió, pues el oidor entró a detenerlo. Fueron sus bienes incautados y vendidos en pública subasta. En enero de 1715 se le envió a España para ser juzgado en Madrid, donde fue declarado culpable de los cargos principales, se le degradó del hábito de Santiago y fue sentenciado a muerte.
El nacimiento del príncipe Carlos le salvó la vida, pues se decretó un indulto general. Murió al poco tiempo de miseria en Madrid.
Bibl.: L. A. Sucre, Gobernadores y capitanes generales de Venezuela, Caracas, Litografía y Tipografía del Comerico, 1928; J. Llavador, La gobernación de Venezuela en el siglo xviii, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1969; A. González González, El oriente venezolano a mediados del siglo xviii a través de la visita del gobernador Diguja, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1977; L. Vaccari de San Miguel, Sobre gobernadores y residencias en la provincia de Venezuela siglos xvi, xvii, xviii, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1992.
José Manuel Serrano Álvarez