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Marie-Anne de la Trémoille

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Biografía

Trémoille, Anne-Marie de la. Princesa de los Ursinos. París (Francia), c. 1642 – Roma (Italia), 5.XII.1722. Camarera Mayor de la reina María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa de Felipe V.

Descendiente de una rama menor de la familia La Trémoille, uno de los linajes más antiguos de la nobleza francesa, la futura princesa de los Ursinos nació en París aproximadamente en torno al año 1642. Hija de Louis de La Trémoïlle, marqués y luego duque de Noirmoutiers, y de Renée Julie Aubery, que pertenecía a una familia de reciente ennoblecimiento, se desconocen las características de la educación que la joven Anne-Marie La Trémoille pudo recibir. Marianne Cermakian, una de sus biógrafas, señaló que probablemente fuera educada bajo las directrices de su madre, mujer de ciertas inquietudes culturales que en su juventud había frecuentado el reputado salón literario de la marquesa de Rambouillet. El 5 de julio de 1659 contrajo primeras nupcias con Adrien-Blaise de Talleyrand (c. 1638-1670), descendiente de otra distinguida familia de la nobleza francesa, príncipe de Chalais, marqués de Excideuil, conde de Grignols y barón de Mareuil y Boisville, con quien no tuvo sucesión. Tras su matrimonio, la nueva princesa de Chalais se convirtió en asidua de algunos de los centros de sociabilidad más relevantes del París posterior a las Frondas, como los Hôtels de Estrées, Richelieu y Albret, donde tuvo la oportunidad de establecer algunos contactos que más tarde serían determinantes para su trayectoria. En efecto, fue en este entorno en el que la futura princesa de los Ursinos se encontró por primera vez con la que años después sería la esposa morganática de Luis XIV, madame de Maintenon, conocida entonces como madame Scarron.

En 1662, tras participar en un duelo del que resultó muerto uno de los oponentes, el príncipe de Chalais se vio obligado a huir de Francia. Instalado en Madrid en junio de 1663, Chalais entró a servir en los ejércitos del rey de España. Su esposa le seguiría en torno al año 1666. Si bien la documentación de la que se dispone no permite afirmarlo categóricamente, es posible que durante esta primera estancia en España la princesa de Chalais aprendiera a hablar castellano, como también que fuera recibida en audiencia por la entonces reina regente, Mariana de Austria. Tras su periplo español, los príncipes de Chalais se trasladaron a la República de Venecia. El príncipe falleció en Mestre, a causa de unas fiebres, en el verano de 1670. Viuda y con escasos recursos, en 1673 la princesa de Chalais se estableció en Roma bajo la protección del cardenal d’Estrées, futuro embajador de Francia ante la Santa Sede, quien negoció su segundo matrimonio con el príncipe Flavio Orsini (1620-1698), duque de Bracciano y Grande de España. Este tuvo lugar el 17 de febrero de 1675 en la capilla del Palacio Farnesio de Roma. La pareja no tuvo descendencia. En lo sucesivo, la ahora duquesa de Bracciano dividiría sus días entre Italia y Francia, donde sería bien recibida en la corte de Luis XIV. En su palacio de la capital pontificia, situado en la via de Pasquino, cerca de Piazza Navona, la duquesa de Bracciano presidió un salón que se convirtió en centro de difusión de la cultura francesa en la Roma papal, así como en un espacio de socialización frecuentado por cardenales, diplomáticos y aristócratas procedentes de distintos puntos de Italia y Europa. Desde su salón, la duquesa de Bracciano promovió asimismo los intereses diplomáticos de Francia ante la Santa Sede, entre otras cuestiones la candidatura de un nieto de Luis XIV, el duque de Anjou, futuro Felipe V, como sucesor de Carlos II en el trono español.

Obligado en 1696 a vender el ducado de Bracciano al príncipe Odescalchi, Flavio Orsini falleció el 5 de abril de 1698. Si bien la concesión de una pensión por Luis XIV permitió a su viuda conservar el palacio de la via Pasquino y mantener abierto su salón, en los años siguientes los problemas financieros fueron una constante para la ahora princesa Orsini (castellanizado Ursinos). La dama permaneció en Roma hasta el verano de 1701, cuando se postuló para acompañar a España a María Luisa Gabriela de Saboya, casada por poderes con Felipe V, quien acababa de suceder a Carlos II. La elección de la princesa de los Ursinos al frente del séquito de la reina se debió a la mediación en su favor de la duquesa de Noailles, de madame de Maintenon y del cardenal Portocarrero, miembro del Consejo de Estado y personaje muy influyente en los inicios del nuevo reinado, con quien la princesa había entrado en contacto años antes en la capital pontificia. El puesto ostentado por la dama durante el viaje de María Luisa Gabriela de Saboya constituyó el paso previo a su posterior nombramiento como camarera mayor, que tuvo lugar el 16 de marzo de 1702. En un principio la princesa de los Ursinos estaba llamada a reforzar la influencia francesa en el entorno de la reina, supervisar los contactos de esta con los cortesanos españoles y el resto de mujeres a su servicio y alentar la relajación del protocolo borgoñón vigente en la corte de Madrid. Según revela la correspondencia del embajador saboyano, durante sus primeros meses en España, que transcurrieron en Barcelona, a donde Felipe V se había trasladado con motivo de la convocatoria de las Cortes catalanas, la princesa se procuró la confianza de la reina gracias a su afabilidad y a su capacidad para aconsejar adecuadamente a la soberana en su conducta pública.

La proyección de la princesa de los Ursinos sobre la esfera político-cortesana se incrementó desde el verano de 1702, a raíz de la primera gobernación María Luisa Gabriela de Saboya en ausencia de Felipe V, quien se encontraba en Italia a la cabeza de las tropas borbónicas que se enfrentaban en la Guerra de Sucesión a las potencias de la Liga de La Haya (Austria, Prusia, Inglaterra, Provincias Unidas y, desde 1703, Portugal y Saboya). En estas circunstancias, la corte de Versalles se sirvió de la camarera mayor para dirigir las acciones de la reina gobernadora al frente del poder. Convertida en la principal consejera oficiosa de la soberana, a lo largo de estos meses la princesa tuvo la oportunidad de establecer diferentes contactos que contribuyeron a reforzar su posición como agente político de Francia en la corte de Madrid. Entre ellos cabría destacar la vinculación de la dama con el conde de Frigiliana y el duque de Veraguas, consejeros de Estado, con Francisco Ronquillo, corregidor de Madrid, y con Jean Orry, financiero francés al servicio de Felipe V que debía examinar el estado de la Hacienda real y estimular la adopción de distintas reformas que contribuyeran a racionalizar e incrementar sus ingresos.

El regreso de Felipe V a España en diciembre de 1702, en compañía de un nuevo embajador francés, el cardenal d’Estrées, al que Luis XIV había encargado asesorar al monarca en el tratamiento de los negocios de Estado, inauguró un periodo de tensión en las relaciones entre las cortes Madrid y Versalles. La situación, motivada por el enfrentamiento del cardenal d’Estrées y la princesa de los Ursinos, que aspiraban a “fare la prima figura in questo gobernó”, en palabras del embajador de Toscana en Madrid, se prolongó durante dos años y afectó a la estabilidad del gobierno español. En el contexto de su rivalidad con el embajador francés, la princesa de los Ursinos se valió del favor de la reina María Luisa, quien a su vez ejercía un notable ascendiente sobre su esposo el rey, con el fin de consolidar su influencia política. Tal y como ha señalado Pablo Vázquez Gestal, la princesa hizo uso de sus atribuciones como camarera mayor para monopolizar la vida cotidiana de los soberanos. En lo sucesivo, la cámara de la reina y los aposentos de la princesa se convirtieron en sendos espacios de poder en los que Felipe V adoptaba decisiones, aconsejado por los partidarios de la camarera mayor en la corte, que posteriormente transmitía a las instituciones de gobierno. Entre los sujetos agraciados con el favor de la dama se encontraba Jean Orry. La princesa protegió la carrera del financiero al servicio de los reyes de España y Francia, favoreció su acceso a la pareja real y defendió ante la corte de Versalles la pertinencia de sus primeras reformas institucionales (la división de la Secretaría del Despacho Universal y la creación de la Tesorería Mayor de Guerra en el otoño de 1703). Asimismo, la camarera mayor impulsó la participación de algunos Grandes de España en la ejecución de los proyectos del financiero y desarrolló una activa labor de patronazgo entre sus parciales. En este sentido, la princesa no sólo abogó por la concesión de la mayordomía mayor de la Casa de la reina al conde de Santisteban, sino que también alentó los nombramientos de los duques de Montellano y Veraguas como gobernadores de los Consejos de Castilla y Órdenes respectivamente.

La colaboración entre la princesa y Orry a lo largo de 1703 y los primeros meses de 1704 contribuyó a limitar la influencia de los sucesivos embajadores franceses, el cardenal y el abad d’Estrées, sobre la toma de decisiones en el gobierno español e indispuso a la dama con la corte de Versalles. En razón de ello, en abril de 1704 Luis XIV ordenó a Felipe V su destitución como camarera mayor y su regreso a Roma. El monarca francés dispuso, además, la revocación de las reformas a las que Orry había dado curso con anterioridad y, en un intento por restablecer el ascendiente de Francia sobre el gobierno español, designó al duque de Gramont al frente de la embajada francesa en Madrid.

La primera caída en desgracia de la princesa de los Ursinos apenas duró unos meses. Las disposiciones adoptadas por Luis XIV en la primavera de 1704 no lograron restablecer la concordia en las relaciones francoespañolas. Descontenta con el cese de su camarera mayor, la reina María Luisa acogió con hostilidad al duque de Gramont y trató de obstaculizar su influencia sobre el tratamiento de los negocios de Estado. Con el fin de calmar la indignación de la soberana, en enero de 1705 Luis XIV aceptó recibir en Versalles a la princesa de los Ursinos, que a la sazón permanecía en Toulouse. Tras dos audiencias con el monarca francés, en las que la antigua camarera mayor tuvo la oportunidad de justificar sus acciones entre 1703 y 1704, Luis XIV dispuso el regreso de la princesa a España. La rehabilitación de la dama se vio acompañada de la adopción de otras medidas susceptibles de garantizar la definitiva estabilidad en las relaciones entre las cortes de Madrid y Versalles, prioritaria en un momento en el que la evolución del conflicto sucesorio, que afectaba ya al territorio español, resultaba poco favorable a las fuerzas borbónicas. En primer lugar Luis XIV destituyó al duque de Gramont y designó un nuevo embajador francés, Michel-Jean Amelot de Gournay. La elección fue aprobada por la princesa, quien se comprometió a proteger la carrera en España del diplomático. Asimismo, el monarca también aceptó el regreso de Jean Orry a la corte española. Por último, con el fin de canalizar la circulación de la información entre Madrid y Versalles y evitar la propagación de rumores entre ambas cortes, quedó dispuesto que, mientras Amelot informaría puntualmente al rey de Francia y a su secretario de Estado de Asuntos Exteriores, el marqués de Torcy, del desarrollo de su misión en España, la princesa de los Ursinos haría lo propio con madame de Maintenon, a la que escribiría semanalmente. Antes de abandonar París, la princesa elaboró una Memoria en la que describía su percepción sobre el estado de la corte y el gobierno españoles y abogaba por el desarrollo del programa de reformas esbozado en su día por Orry.

Durante su segunda etapa en España, la influencia política de la princesa de los Ursinos quedó definitivamente consolidada. Instalada en Madrid desde el verano de 1705, la colaboración de la camarera mayor y el nuevo embajador francés otorgó un considerable impulso al proceso reformista. A lo largo de su embajada, que se prolongó hasta 1709, Amelot de Gournay mantuvo con la princesa una relación basada en el respeto y la confianza mutua. La camarera mayor secundó las iniciativas del diplomático en materia política, hacendística y militar. Si bien el contenido de la documentación conservada hace difícil precisar cuál fue la intervención de la princesa en el diseño de las medidas de gobierno planteadas por Amelot, la correspondencia del embajador de Toscana en Madrid revela que las decisiones políticas más importantes continuaron dirimiéndose en los aposentos de la reina María Luisa, en presencia de la pareja real, el embajador francés, la camarera mayor y José Grimaldo, Secretario del Despacho de Guerra y Hacienda. En este periodo, la princesa protegió las carreras de algunos burócratas españoles como el mencionado Grimaldo, Francisco Ronquillo, nombrado gobernador del Consejo de Castilla en 1705, o Melchor de Macanaz. Esta protección se hizo extensiva, asimismo, tanto a ciertos militares destinados en España por el rey de Francia durante la Guerra de Sucesión, por ejemplo el conde Tessé y el duque de Noailles, como a algunos aristócratas procedentes de los territorios flamencos e italianos de la Monarquía española, como los duques d’Havré, Popoli y Gioveannazzo o el príncipe de Cellamare, entre otros.

El interés de Francia en encontrar una salida pactada al conflicto sucesorio conllevó nuevos cambios en las relaciones francoespañolas a partir de 1709. Aunque las conversaciones del gabinete de Versalles con las potencias de la Liga de La Haya terminaron en fracaso, la necesidad de allanar el camino a la negociación de una próxima paz comportó la salida de España de Amelot en septiembre de ese mismo año. Sus sucesores al frente de la embajada francesa en Madrid carecieron de la influencia política de la que este había disfrutado y circunscribieron su papel a la función diplomática. En estas circunstancias, la princesa de los Ursinos fue autorizada por Luis XIV a permanecer en España.

Desde 1709 la camarera mayor se convirtió en la principal intermediaria entre las cortes de Madrid y Versalles. “Il faut que la princesse des Ursins l’aide, s’il veut réussir dans l’exécution des ordres que Sa Majesté lui donnera”, constataban las instrucciones del nuevo embajador francés, el marqués de Bonnac, en 1711. En cualquier caso, pese a la protección que Luis XIV y madame de Maintenon dispensaron a la princesa, el favor y la confianza de María Luisa de Saboya continuaron siendo los principales pilares de la influencia de la dama sobre la esfera político-cortesana: “per questo canale la Principessa va sostenendo il suo crédito”, informó el embajador de Toscana. A lo largo de estos años, Ursinos acompañó a la pareja real cuando hubo de abandonar Madrid tras la ocupación de la capital por las fuerzas aliadas, en 1706 y 1710, asesoró a María Luisa Gabriela de Saboya en los momentos en los que volvió a ejercer la gobernación y continuó desempeñando sus funciones como camarera mayor, a las que se añadieron desde 1707 las derivadas de su puesto de aya del príncipe de Asturias y los infantes.

En relación a este punto, Francisco Andújar ha puesto de relieve los amplios poderes de Ursinos en la gestión de los ingresos destinados a la cámara y bolsillo de la soberana, al igual que su probable participación en la venta de honores y cargos públicos. En 1712 la princesa alentó la reforma de la cámara de la reina quien, a semejanza de las soberanas francesas, sería servida en lo sucesivo por damas casadas de diversa procedencia (Italia, Flandes, Francia, España…). Por las mismas fechas, la camarera mayor supervisó la remodelación de los interiores del Alcázar emprendida por René Carlier y comenzó a disponer, para solaz de los reyes, la puesta en escena de algunas de las piezas teatrales más conocidas del repertorio de Molière, Racine y Corneille, que fueron representadas por algunos de los miembros del entourage francés de la pareja real.

Carente de descendencia directa, desde 1712 la princesa dispuso el establecimiento en la corte española de sus sobrinos, María Ana y Alejandro Lanti de la Rovere y el príncipe de Chalais. La primera casó con el duque de Havré y fue nombrada dama de palacio. En cuanto a Chalais y Alejandro Lanti, pasaron a servir en las guardias flamenca e italiana del rey. Además, en el caso de Lanti, Ursinos organizó su matrimonio con la heredera del conde de Priego.

Las postrimerías del conflicto sucesorio abrieron nuevas perspectivas para la princesa. En el curso de la negociación de las paces de Utrecht-Rastadt-Baden (1713-1714) la camarera mayor aspiró sin éxito a obtener una soberanía en los Países Bajos dotada de 30.000 escudos de renta anual. Las pretensiones de la dama no sólo obstaculizaron la firma de los acuerdos de paz entre España y los aliados sino que contribuyeron a tensar las relaciones de la princesa con la corte de Versalles. El cercano cese de las hostilidades se vio acompañado a su vez del desarrollo de cambios en las instituciones de gobierno. En 1713 la camarera mayor favoreció el regreso a España de Jean Orry, quien había abandonado Madrid en el verano de 1706, e hizo uso de su ascendiente sobre la pareja real para impulsar los nuevos proyectos del financiero. Estos cristalizaron en la reforma de los Consejos de la Monarquía y en la ampliación a cuatro del número de las Secretarías del Despacho (1713-1714). Además, la princesa secundó las propuestas de corte regalista de otro de los colaboradores de Orry, el recién nombrado fiscal general del Consejo de Castilla, Melchor de Macanaz, lo que la indispuso con el inquisidor general, el cardenal del Giudice, que sería alejado de Madrid a instancias de la dama.

El crédito del que disfrutaba en la corte convirtió a la camarera mayor en una figura notablemente impopular entre el pueblo y la alta nobleza. En un clásico estudio, Teófanes Egido mencionó en su día los frecuentes ataques de los que la princesa fue objeto por parte de la sátira política. La reputación de la dama entre la Grandeza española tampoco era buena. Si bien la camarera mayor contaba con ciertos parciales en el seno de la alta aristocracia, como los duques de Veraguas y Osuna por ejemplo, su defensa del destierro y encarcelamiento del marqués de Leganés (1705) y el duque de Medinaceli (1710), añadida a la protección que dispensó a Amelot y Orry, le granjearon la hostilidad de los sectores de la corte contrarios al reformismo borbónico. Una fuente de 1709 se hacía eco de algunas de las críticas de los Grandes hacia la camarera mayor, a la que acusaban: d’avoir fait faire au Roy et à la Reine beaucoup de choses qui rebutoient leur nation, comme d’avoir ôté les dames du Palais, et de faire croire […] que la pluspart des Espagnols étoient traitres et par là éloignoit le Roy d'eux […].

El fallecimiento de María Luisa Gabriela de Saboya el 14 de febrero de 1714 privó a la princesa de los Ursinos de la que hasta la fecha había sido su principal valedora ante las cortes de Madrid y Versalles. Tras la muerte de la soberana, la dama dispuso el retiro de Felipe V a las Casas del duque de Medinaceli. El aislamiento del monarca y el ascendiente que la antigua camarera mayor ejercía sobre él dieron lugar a la circulación de distintos rumores, carentes de todo fundamento, relacionados con el interés de la princesa en contraer matrimonio con el rey. No obstante, en esos momentos Ursinos estaba barajando las segundas nupcias de Felipe V. A instancias del abate Alberoni, enviado de Parma en la corte española, la princesa eligió como esposa del monarca a Isabel de Farnesio, a quien Alberoni describió como una mujer insignificante que toleraría su influencia sobre la corte española. Nada más lejos de la realidad. Si bien no se conoce con precisión cuanto aconteció en realmente, lo cierto es que Isabel de Farnesio dispuso el destierro de la princesa en el curso de su primer encuentro con la dama en Jadraque, el 23 de diciembre de 1714. Sin tiempo para recoger sus pertenencias y efectos personales, Ursinos se vio obligada a viajar en plena noche en dirección a la frontera francesa. Aunque Felipe V no cuestionó en ningún momento las órdenes de su nueva esposa, otorgó a la princesa 120.000 reales para cubrir los gastos del viaje.

Tras su segunda y definitiva caída en desgracia, la princesa fue recibida por Luis XIV en marzo de 1715. En agradecimiento a sus servicios, el monarca francés le concedió una pensión de 40.000 libras anuales. Sin embargo, no le fue permitido establecerse en Francia, donde la dama se había granjeado la hostilidad del duque de Orleáns, futuro regente durante la minoría de edad de Luis XV, desde que en 1709 desvelara las supuestas intrigas del duque contra Felipe V.

Instalada en Génova en abril de 1716, en la primavera de 1719 la princesa fue autorizada a trasladarse a Roma, donde disfrutó del favor del pretendiente católico a la corona británica, Jacobo Eduardo Estuardo, y de su esposa María Clementina Sobieska. La princesa falleció en la capital pontificia el 5 de diciembre de 1722 tras una breve enfermedad. En su testamento, otorgado en Génova el 18 de octubre de 1718, designó su hermano el duque de Noirmoutiers como principal heredero de sus bienes. Los restos de la dama reposan en la Iglesia de San Juan de Letrán de Roma.

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José Antonio López Anguita

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