Carlier, René. Umbrille (Francia), s. m. s. XVII – El Escorial (Madrid), 15.VIII.1722. Arquitecto.
La obra artística del arquitecto francés René Carlier, hasta nuestros días por una clara carencia de investigación, parece resistirse a toda tentativa de interpretación histórica rigurosa. Su nombre y su personalidad casi han quedado reducidos al simple recuerdo de las variadas citas publicadas por Bottineau, que le promovieron a través de una serie de cuestionamientos formales en intervenciones más o menos esporádicas al programa artístico cortesano desarrollado por Felipe V.
A tal información se han añadido, por Virgina Tovar, algunos datos documentales muy precisos que han contribuido a iniciar su sendero personal. Por ello, hoy se contempla como artista carente de la información necesaria para determinar con rigor la calificación que merece como arquitecto en el contexto tanto francés como hispánico. Carlier no vive en el mismo plano de igualdad de los grandes intérpretes del arte francés que Felipe V, con amplitud de visión, convierte en los intérpretes de la influencia del arte francés a nivel europeo y de cuyo arte se benefician también las realizaciones artísticas del siglo xviii españolas. Sin embargo, merece ocupar un puesto de relieve en la arquitectura, ya que todos sus conocimientos como arquitecto le vienen de la formación recibida de uno de los arquitectos más brillantes de la Corte de Luis XIV, Robert de Cotte. Ello no significa que se pueda establecer una concordancia profesional entre ambos intérpretes, sino el tener en cuenta lo positivo que pudo resultar en el discípulo el pertenecer al círculo de aprendices de uno de los arquitectos más brillantes del siglo xviii francés, y se ha de dar por cierto que las dotes dibujísticas de Carlier, así como sus conocimientos teóricos y técnicos de la arquitectura, tuvieron una excelente base.
A pesar de tales principios, a René Carlier, tanto por su formación como por su ascenso posterior, se le ha tratado de artista mediocre. No se está de acuerdo con esta descalificación ya que sus intervenciones, en parte hipotéticas, no han tenido todavía la debida revisión científica, quizá porque los escasos documentos dados a conocer no son suficientes para emitir un juicio certero sobre los términos positivos o negativos de su labor. Nunca se debe olvidar, y lo tiene a su favor, que fue un arquitecto que se supo ganar la confianza de Robert de Cotte, ya que fue elegido por éste para establecerse en España y hacerse cargo de la puesta en marcha de los dibujos de De Cotte para la construcción del nuevo Buen Retiro, un programa de gran envergadura.
El testamento de Carlier proporciona algunos conocimientos de su trayectoria personal. Nació en Umbrille, provincia de Picardía y Obispado de Amiens. Era hijo de Sebastian Carlier y de Magdalena Bazin.
De su unión matrimonial con Antonia de Marrissart nacieron seis hijos, Magdalena, Olimpia, Genoveva, María Teresa Luisa, Antonio Francisco y María.
Robert de Cotte se convirtió pronto en su protector, ya que fue éste quien le propone su marcha a Saint Álpin en Chalons para trabajar y también fue allí donde seguramente se experimentó en sus primeros acercamientos teóricos y técnicos a la arquitectura.
Robert de Cotte, entre 1708 y 1710, por encargo de Felipe V, realizó los nuevos proyectos para la total renovación de los palacios y jardines del Buen Retiro. De manera muy puntual, pronto determinó que su discípulo Carlier fuese el encargado de viajar a España para supervisar la puesta en marcha de sus proyectos, lo cual implica, sin duda, un grado de confianza en el discípulo.
La decisión se lleva a cabo ya que Carlier llega a Madrid en el año 1612 cuando los proyectos de De Cotte estaban ya aprobados por el rey Felipe V. Seguro de su misión, Carlier comenzó de inmediato a supervisar los terrenos donde había de asentarse el nuevo complejo edificatorio y a raíz de esta labor comenzó a emitir sus informes. Éstos no debieron ser favorables, ya que Carlier insiste en los inconvenientes que presenta un terreno costanero que tomaba su ascenso desde el propio Prado de San Jerónimo. Las observaciones de Carlier eran lógicas en cuanto a que las nuevas edificaciones y jardines carecían de un horizonte despejado, por lo que se tendría que prescindir de unos palacios dotados de buenas perspectivas. De Cotte debió de tener muy en cuenta las consideraciones de Carlier, ya que el arquitecto de Luis XIV cambió la orientación de las nuevas edificaciones, dándoles entrada por la puerta de Alcalá y término en los terrenos del Santuario de la Virgen de Atocha, donde encontró terreno más llano y despejado. René Carlier informó a De Cotte de todos los inconvenientes de la obra hasta que el magno proyecto fue interrumpido por decisión real, lo cual se hacía efectivo en 1715.
Con el cese de su labor en los proyectos del nuevo Buen Retiro, René Carlier no se debió plantear su vuelta a Francia. Debió de sentirse bien en la capital y también debió de conformarse con la protección que Felipe V debió de dedicarle, ya que gozó en adelante y hasta su muerte, en 1722, de una posición segura.
Pronto consiguió el nombramiento de Arquitecto Principal del Buen Retiro, lo cual indica que era apreciado en el estricto círculo artístico francés del rey Felipe V.
Durante su estancia en España, sin embargo, se quebrantó su salud. Antes de 1720 había padecido una grave enfermedad que debió debilitarle intensamente, pues en esta misma fecha pedía su regreso a Francia para poder tomar aguas medicinales en París. A su vuelta no se sintió del todo recuperado, ya que el 6 de agosto de 1722 el marqués de Villena transmitía la decisión de Felipe V de alojar a R. Carlier en El Escorial para ver si allí pudiera mejorar su salud. A pesar de los cuidados que se le prestaron, el 15 de agosto del mismo año 1722 Carlier murió en El Escorial. Recibió sepultura en la iglesia parroquial de San Bernabé de El Escorial de Abajo.
Durante los diez años de permanencia en Madrid tuvo su domicilio en la calle del Tesoro, no se sabe si estuvo alojado en alguna de las dependencias de la Casa del Tesoro, habitualmente reservada para artistas y servidores del Monarca. Perteneció, por la cercanía, a la iglesia de San Juan.
Se sabe que Carlier se mantuvo bien relacionado durante su estancia en España. Una de sus hijas casó con el artista francés Louis Bouquet y otra contrajo matrimonio con el célebre pintor Miguel Ángel Houasse. El único hijo varón, François Antoine Carlier siguió la profesión de su padre y tal vez por méritos propios se ganó la confianza del propio Felipe V, pues fue el Rey quien ordenó su regreso a Francia costeando su formación en la Academia de París. Este hecho tuvo lugar después de morir René Carlier, pero a su vuelta de París, François Antoine Carlier era nombrado arquitecto principal del Buen Retiro, siendo artista muy considerado.
El rey Fernando VI decidió que fuese él quien en 1750 realizara los proyectos de la compleja edificación de las Salesas Reales, compuesta por templo, monasterio y palacio. También el joven arquitecto dio muestras de su sólida formación en el Real Sitio de El Pardo, donde trazó la Capilla Real, hizo el diseño de los chapiteles nuevos de las cuatro torres y realizó también el diseño de las cuatro galerías que cierran los ángulos de los dos patios. También contribuyó dando algunos diseños para la arquitectura rústica del territorio de El Pardo.
Su arte representa una clara vía de la influencia del arte barroco francés y del arte rococó en España.
René Carlier a lo largo de no más de diez años, superando su quebrantada salud, participó en varios de los proyectos reales más significativos. Su presencia ya se advierte en la renovación de las Salas del Alcázar. En carta del marqués de Villena al marqués de Grimaldi se transmite la orden de proporcionar al arquitecto René Carlier una sala en el Alcázar para que pueda cerrarse con llave a fin de que quedase asegurada la guarda de las alhajas que se le iban entregando para adornar la Sala de las Furias.
Durante su estancia en el Alcázar estuvo al frente de seis oficiales llamados Juan de Ribera, Jerónimo Álvarez, Joseph González, Manuel López y Diego y Juan de Murcia. Sin embargo, también en el Alcázar se cuestiona su intervención a juzgar por la declaración del maestro mayor Teodoro Ardemans, quien afirmó “que Carlier no sabía dirigir a los obreros”.
En esta intervención en el Alcázar realizó los dibujos de las chimeneas con destino al Gabinete de las Furias, la pieza de Himeneo y la Cámara de la Reina. Se entiende que su labor principal en el Alcázar se centra en su aportación como dibujante y como asesor de la decoración. El propio Rey recomendó a Carlier “en el uso de los biombos de la China y las alhajas procedentes de la sucesión del difunto Señor Delfin”.
Por esta gestión Carlier recibió doscientos doblones de plata, y esta cifra, en nueva entrega, se repite muy poco después. En la Sala de las Furias, las pinturas monocromas que se ejecutaron estuvieron bajo el asesoramiento del arquitecto francés Borel, tapicero de Isabel de Farnesio, quien rogó a Carlier que hiciera también el plano que determinara las dimensiones de la Cámara Real, en cuyas paredes se colgaron tapices sobre un zócalo de azulejos. En términos generales, se cree que en el Alcázar se aprovecharon las cualidades de Carlier como gran dibujante.
Tampoco se conoce con la debida precisión la intervención de Carlier en La Granja de San Ildefonso. Se considera que su participación más efectiva se verifica en una labor compartida con la del ingeniero francés Esteban Marchand, autor, al parecer, del proyecto composicional de aquel regio conjunto. Al fracaso del proyecto del nuevo Buen Retiro, sucede la puesta en marcha de La Granja de San Ildefonso.
Posiblemente, el propio Monarca vio con buenos ojos la incorporación de Carlier a esta nueva tarea en la que el Rey puso tanto empeño. Los escultores Tierry y Fremin declararon que a su llegada encontraron ya en el Real Sitio a Carlier, prueba de que formaba parte de las labores proyectivas previas. Esto podría suceder entre 1720 y 1721.
También pudo ser aprovechada la gestión de Carlier en los diseños de las numerosas estatuas, ya que las inscripciones de los pedestales le atribuyen los dibujos de muchas de las esculturas. Sin embargo, quizá el mérito que podría atribuírsele a Carlier puede ser que estuviera en su labor composicional junto a Marchand, en la que desarrollaría sus buenas dotes de dibujante y jardinero. Y esta vinculación nos parece incluso más certera en términos del trazado de la jardinería, pues una obra posterior acredita a Carlier como gran intérprete de aquellos niveles de jardinería desarrollados en Francia por el gran maestro Le Notre.
Alcázar, Buen Retiro y La Granja ocuparon el tiempo del que pudo disponer el arquitecto para optar por su permanencia en España. Fueron labores compartidas, pero ello implica que su arte fue una contribución al desarrollo del arte francés en la Corte española.
Se considera que luchando contra todo tipo de problemas, Carlier se sintió bien en el programa artístico de Felipe V, pero su personalidad parece definirse aún mejor con una singular obra que le proporcionó estabilidad, fama y reconocimientos.
Tras la investigación realizada por Carmen Añon sobre la Quinta del duque de Arcos, queda por enunciar una posible participación de Carlier en una obra singular, especialmente después de una puntual intervención tras ser posesión cedida al Rey generosamente por la duquesa de Arcos. La Quinta desvela abiertamente su pertenencia al más puro diseño francés. Es obra que, aunque transmitida la propiedad hacia 1718, se cree que la participación en ella de Carlier podría centrarse entre 1720 y 1722. Es obra, por lo tanto, anterior a La Granja de San Ildefonso y este hecho parece significativo, ya que la Quinta podría entenderse como una obra de influencia francesa más temprana que aquélla.
En la Quinta aparecen nuevos signos de jardinería opuestos a la tradición española y, sin duda, tanto la ordenación territorial como la distribución son signo transparente del arte francés. La Quinta fue, además, una organización que tuvo como director de la misma, años después, a François Antoine Carlier, el cual retoma la obra sobre las mismas coordenadas iniciadas por su padre, como se demuestra en un hermoso dibujo autógrafo de hacia 1745 que conserva el Patrimonio Nacional.
Considerada la Quinta del duque de Arcos en su integridad estructural, en su composición se aprovecha la situación en pendiente del terreno demarcándose así sus diferentes perspectivas y la inclusión de fuentes, gruta, estanques nichos y estatuas.
La propia cascada en el eje de la composición está inspirada en Saint-Cloud, reflejando directamente su inspiración en el desarrollo de la jardinería de Francia.
El jardín se dispuso en cuatro planos. El primero toma la forma de semicírculo, con doce nichos y una fuente central ante una gruta. El segundo, a nivel inferior, se divide en cuatro compartimentos plantados de coníferas en torno a una fuente central. En el tercero toma protagonismo una hermosa cascada, y el cuarto se orienta la vista hacia el fondo donde destaca la presencia de un cenador.
La disposición escalonada, el cruce de perspectivas y el simbolismo clásico escultural son, en su conjunto, un claro reflejo de las ordenaciones puestas en vigor por el maestro Le Notre en la Francia de Luis XIV. La Quinta del duque de Arcos refleja parte de su magia. La Quinta pudo ser la más personal y concluyente realización de René Carlier en el programa español del primer tercio del siglo xviii. Fue un directo contacto con el arte que Le Notre había puesto de moda en la Europa barroca.
Ganó el arquitecto una merecida reputación y fue, sin duda, un precedente digno de tener en cuenta ante el posterior despliegue de la jardinería de La Granja de San Ildefonso.
Durante no más de diez años, René Carlier demostró ser un arquitecto meticuloso en su trabajo, suministrando dibujos y asesoramientos para una serie de construcciones reales en las que dio prueba de su talento e imponiendo reglas de representación muy diferentes a las que regían nuestras tradiciones. Sus espacios abiertos están dotados de economía y de control. Sus líneas de composición óptica en la jardinería proporcionan una visión sin obstáculos.
La personalidad de Carlier fue posiblemente la fuerza mayor que influyó en su hijo François Antoine Carlier, cuyo arte también le convirtió en un arquitecto influyente de la arquitectura francesa en la Corte española.
Obras de ~: con R. de Cotte, palacios y jardines del Buen Retiro, Madrid, 1712; Jardín de la Quinta del Duque de Arcos, El Pardo (Madrid), 1720 y 1722.
Bibl.: L. Calandre, El palacio de El Pardo (Enrique III-Carlos III), Madrid, Aldus imprenta, 1953; F. Chueca Goitía, Madrid y Sitios Reales, Barcelona, Seix Barral, 1958; A. Oliveras Guart, “Totalmente restaurado el Palacete de la Quinta del Pardo”, en Reales Sitios, n.º 59, año XV (1974), pág. 17; V. Tovar Martín, “La Capilla del Placio Real de El Pardo”, en Reales Sitios, n.º 59, año XV (1979), pág. 30; Y. Bottineau, El arte cortesano en la España de Felipe V (1700-1746), Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986; C. Añón Feliú, “El Jardín de la Quinta del Duque de Arcos”, en VV. AA., Actas del Congreso El Arte en Las Cortes Europeas del siglo xviii, Madrid, Universidad Complutense, 1987, pág. 62; J. Hansmann, Los jardines del Renacimiento y del Barroco, Madrid, Nerea, 1989; C. Añón Feliú (ed.), Parques y Jardines de Madrid, Editorial El Avapiés, Fundación Caja de Madrid, 1994; V. Tovar Martín, El Real Sitio de El Pardo, Madrid, Patrimonio Nacional, 1995.
Virginia Tovar Martín