Villarroel Pélaez, Antonio de. Barcelona, 1656 – La Coruña, 22.II. 1726. Militar, general.
Hijo de militar gallego y de madre asturiana. Cursó estudios de Infantería. En junio de 1695 fue destinado a Ceuta al frente de una compañía con la graduación de capitán. En julio de 1697 su compañía fue reclamada en Barcelona para luchar contra los franceses.
Poco después ascendió a maestre de campo por méritos de guerra y se estableció en Barcelona. Al iniciarse la guerra de Sucesión en España permaneció en las filas de los ejércitos de Felipe V, a las órdenes del duque de Orleans y contribuyó a la toma de Almansa, de Requena y de diversas localidades aragonesas y leridanas como Balaguer y Lleida, en 1707, y al año siguiente de Tortosa. Pero a partir de 1709 el duque de Orleans perdió la confianza de Felipe V y de la princesa de Orsini —le acusaron de conspirar para desplazar a Felipe V del trono de España— y fue llamado a París por Luis XIV. Villarroel, después de entrevistarse con la princesa de Orsini en Madrid, se refugió en Galicia y en el año 1710 pasó al bando austracista donde Carlos III el archiduque le nombró teniente mariscal. Luchó en la batalla de Villaviciosa (1710) y en Aragón, donde estuvo preso durante un año hasta que fue liberado mediante canje (1711). El general imperial Guido von Starhemberg alabó sus méritos. El 16 de marzo de 1713 fue nombrado inspector general de la Infantería bajo las órdenes del virrey Starhemberg.
Una vez proclamada la resistencia por la Junta de Brazos (12 de julio de 1713) a pesar del abandono de los aliados en virtud de los tratados de Utrecht, el entonces teniente de mariscal general recibió el encargo de la Junta de guerra de asumir el mando de las tropas que debían luchar por el emperador Carlos VI y por las libertades catalanas. El secretario de Despacho Universal, el marqués de Rialp, ratificó el nombramiento. Se trataba de una misión harto difícil tanto por el curso de la guerra ya claramente favorable a los ejércitos borbónicos, como por la falta de medios en la Barcelona resistente y, además, por la creciente radicalización y división interna. Así, como máxima autoridad militar, Villarroel se vio obligado a aceptar el intrusismo de la influyente Coronela —la milicia urbana formada por los gremios— en la toma de decisiones, ya que el 26 de febrero de 1714 la Generalitat, sin controlar el territorio y falta de recursos, cedió su poder al Consell de Cent.
De lo que no cabe duda es que durante los catorce meses que duró el sitio, Villarroel organizó con pericia y valor la defensa de la plaza. Aún más: en octubre de 1713 intentó romper las líneas enemigas en una operación combinada con el diputado militar Antoni Berenguer y con el general Rafael Nebot, desde la Marina, y en agosto de 1714 organizó junto al general Josep Bellver una salida de castigo para rechazar a los atacantes. El 3 de septiembre el duque de Berwick pidió reunirse con representantes de la ciudad, petición que fue desestimada por las instituciones catalanas. Villarroel, en desacuerdo con ellas, y atendiendo al alcance de las brechas en la muralla barcelonesa y al estado precario de la defensa y de los escasos medios para llevarla a cabo, propuso la conveniencia de capitular y de aceptar la proposición del duque de Berwick. Rafael Casanova y los consellers se opusieron a la propuesta y Villarroel presentó la dimisión el día 6. Pero al producirse el asalto definitivo del 11 de septiembre tomó de nuevo el mando militar de la ciudad y luchó hasta que cayó herido. A pesar de ello, siguió ejerciendo las funciones de comandante militar desde su casa. Cuando el conseller en cap Rafael Casanova también resultó herido, Villarroel se mostró partidario de capitular para evitar que las tropas felipistas saquearan la ciudad.
Contrariamente a las garantías dadas por el duque de Berwick en la capitulación de la ciudad, los veinticinco jefes militares de Barcelona fueron detenidos y encarcelados. Villarroel pasó un tiempo en el castillo de Alicante para ser trasladado en enero de 1715 al de La Coruña, del que intentó escapar en 1717, viviendo siempre en condiciones extremadamente duras. Desde La Coruña, el 25 de marzo de 1715, describía su precaria situación al jesuita Álvaro de Cienfuegos, en Viena, para que el emperador intercediera a favor de su libertad: “reduzido estoy a un calabozo, ausente mi familia (dolor imponderable) sin medios, sin comunicación y mendigando el alimento diario”. Añadía que junto a él se hallaban otros cinco oficiales presos, viviendo todos de limosna “en jaulas tan iguales, que ninguna excede de 8 passos en quadro. Assí están los locos y el no serlo nosotros es por falta de juicio”. En 1725, en virtud de la paz de Viena fue puesto en libertad, pero su crítico estado de salud no le permitió moverse de La Coruña, donde murió al cabo de pocos meses.
Bibl.: S. Albertí, L’Onze de Setembre, Barcelona, Albertí, Editor, 1964; J. R. Carreras Bulbena, Villarroel, Casanova, Dalmau. Defensors heroics de Barcelona en el setge de 1713- 1714, Barcelona, Barcelonesa d’edicions, Generalitat de Catalunya, 1995; A. Muñoz González, J. Catà Tur, Repressió borbònica i resistència catalana (1714-1736), Barcelona, Muñoz Catà editors, 2005.
Joaquim Albareda i Salvadó