Gutiérrez Soto, Luis. Madrid, 6.VI.1900 – 4.II.1977. Arquitecto.
Titulado en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1923, ha sido el arquitecto que, probablemente, ha dejado en su ciudad una huella más amplia y generalizada.
Aunque la mayoría de sus proyectos, seiscientos sesenta y siete catalogados, se construyeron en Madrid, también realizó en el resto de España una importante cantidad de obras que difundieron su influencia por toda la geografía nacional, dando, en especial durante el período 1940-1960, una imagen arquitectónica, dominante y precisa, al tiempo histórico correspondiente.
Su capacidad para la adaptación de las modas le permitió sobresalir en muy distintos registros tanto simultánea como consecutivamente. Aunque a lo largo de su dilatada vida profesional, sólo parcialmente interrumpida por la Guerra Civil (1936-1939), puede seguirse con puntualidad la evolución y los cambios que afectaron a la historia de la arquitectura española, nunca dejó que la alternativa dominante en cada momento ahogase posibilidades formales latentes, recuperables en etapas posteriores.
En su trabajo profesional pueden distinguirse varias etapas: una primera, bastante convencional, que abarca desde la terminación de sus estudios, en 1923, hasta la realización del cine Europa, en 1928; una segunda, en la que se consolida profesionalmente, entre esa fecha y 1939, y desarrolla un lenguaje personal de corte racionalista; otra, que coincide prácticamente con el período de la autarquía, en el que realiza alguna de sus obras más significativas; una cuarta, entre 1948 y 1969, que corresponde con su madurez, en la que consigue una arquitectura de extraordinaria eficacia formal y constructiva que se desarrolla en variadas propuestas, sin perder coherencia a pesar de las diferencias formales aparentes, consecuencia de las distintas condiciones de lugar en que operó y los requerimientos programáticos que tuvo que resolver; finalmente, entre 1969 y su fallecimiento, en 1977, desarrolla, con gran libertad y autonomía, algunas de sus propuestas anteriores.
Gutiérrez Soto supo distinguir, como ningún otro profesional de su generación, entre la estructura organizativa de su arquitectura, que fue evolucionando sin prisa pero sin pausa a lo largo de su vida, de la apariencia formal con que se revestía, y que por sus cambios, a veces muy fuertes, han hecho pensar en una actitud indiferente a los principios, exclusivamente atenta a lo más superficial.
En cualquier caso, su extensa producción está dominada por un pragmatismo seguro capaz de adaptar eficazmente su pensamiento ecléctico, a las corrientes históricamente dominantes en la sociedad a la que ayudó a fijar su propia identidad.
Antes de terminar sus estudios había trabajado con éxito como decorador de algunos espacios que aún se conservan (la Unión Musical en la carrera de San Jerónimo, 1920) y otros desaparecidos (Teatro Beatriz, 1922). Aunque, al obtener su título de arquitecto, colaboró con López Otero, muy pronto se independizó iniciando una carrera profesional impresionante.
En la primera etapa mencionada, entre 1923 y 1928, proyectó, a la moda convencional, el cine Callao, en la plaza del mismo nombre de Madrid (1926), y distintos edificios de viviendas entre los que cabe destacar el de la calle del General Martínez Campos, n.º 35, de Madrid (1927), al tiempo que desarrolló una intensa actividad como proyectista de viviendas unifamiliares en los alrededores de Madrid, en Fuenterrabía y en San Sebastián, donde proyectó el Club de Tenis en 1928. También construyó su primer edificio de oficinas, ganado en concurso, para la Compañía Arrendataria de Tabacos, en la calle Sevilla, de Madrid (1926). El desaparecido cine La Flor, en Alberto Aguilera, n.º 4 (1927), marcó el despegue hacia la influencia del dèco internacional, con cuya aproximación se inicia la del Racionalismo, por esos años aparecido en España.
En la etapa siguiente, 1928-1939, la arquitectura de Gutiérrez Soto mantuvo un equilibrio entre las convenciones procedentes de sus estudios escolares y las novedades que fue incorporando, tendentes a consolidar una opción racionalista, aceptable por la sociedad aristocrática y burguesa para la que trabajó su generación de forma dominante. Gutiérrez Soto contribuyó a consolidar un cierto “racionalismo real” entre una vanguardia dogmática, muy valiosa pero de escasa producción, y una arquitectura de consumo estrictamente convencional, que se difundió en España entre 1926 y 1936.
Su temprana aportación a la corriente racionalista, encontró en la construcción de cines un campo perfectamente adecuado a sus condiciones expresivas. En este terreno su contribución a la imagen del Madrid de los años treinta fue absolutamente decisiva.
El primer cine racionalista-expresionista madrileño fue el Europa (1928), hoy destruido en su imponente espacio interior original, proyectado con una seguridad sorprendente en quien, hasta ese momento podría considerarse un fiel seguidor de las modas más convencionales. Con el emblemático cine Barceló (1930), en la plaza de su nombre, de Madrid, se inició plenamente su etapa “racionalista” que terminó prácticamente con la Guerra Civil. Estos dos edificios pueden considerarse, junto con el Capitol, de Feduchi y Eced, de 1930, las piezas clave del racionalismo madrileño. Les siguieron numerosos cines tanto en Madrid como en otros lugares: en 1930, Góngora, en Córdoba, y La Rábida, en Huelva; en 1931, Capitolio, en Segovia; en 1935, Ronda, en la calle de Francisco Silvela, en Madrid; en 1936, Albia en Bilbao; en 1939, Río Tinto, en Huelva.
Otras tipologías ligadas al ocio, le permitieron proyectar otras piezas características de los años treinta.
Bares como Chicote (1931), Aquarium (1932) y María Cristina (1933); salas de baile, como Casablanca (1933); restaurantes, como Molinero (1933); piscinas, como La Isla en el río Manzanares (1931), todos en Madrid, o Las Arenas en Valencia (1934), compusieron una producción racionalista de elementos ligados a la vida moderna de forma inequívoca, tanto como la estación de autobuses de Pamplona (1930), los edificios del aeropuerto de Barajas (ganados en concurso, 1930), la Casa-Cuna Nuestra Señora de las Mercedes en Madrid (1934) y numerosos edificios de viviendas (en la calle Espronceda (1930), en la de Fernández de los Ríos (1930), en Ferraz (1932), en Almagro-Zurbarán (1935), en Bravo Murillo (1935), no construido, el bloque de la calle Miguel Ángel en Madrid (1935) o el edificio Fábregas en la plaza Urquinaona en Barcelona (1933), terminados los dos últimos tras la Guerra Civil. Presentó también excelentes propuestas a los concursos para el cine Capitol (1930) y para el Hipódromo (1934), los dos en Madrid, en los que no venció, aunque sí lo hizo en algunos para estaciones de ferrocarril: Soria (1927), Zaragoza (1932), Caminrreal (Zaragoza, 1932), Sigüenza (Guadalajara, 1932), y, después de la Guerra Civil, Santander (1940).
Después de la Guerra Civil, se produjo un giro espectacular en su obra que, aunque duró sólo una década (1939-1948), sirvió para marcar, gracias al Ministerio del Aire en la plaza de la Moncloa de Madrid (1940), un paisaje cultural: el de la autarquía. Bajo su ropaje retórico, se ocultaba el clasicismo de su estructura formal y la racionalidad de su construcción, consecuencia de un oficio proyectual y constructivo excelentes, que le permitieron superar una aventura de alto coste historiográfico. El ministerio construido sirvió para fijar las imprecisas aspiraciones figurativas del régimen franquista más allá de su capacidad ideológica.
A partir de él, se abrió un cauce para la mitificación de unos ideales fuera de tiempo y de lugar que pronto manifestaron su agotamiento. Convertidos el magnífico edificio (sus chapiteles) y su autor, a su pesar, en referencia de todo un período histórico, sufrieron la incomprensión interesada o superficial de varias generaciones de arquitectos e ideólogos. Sin embargo, en el conjunto de la obra de Gutiérrez Soto, esta etapa y su edificio paradigmático aparecen como un paréntesis.
En su inicio, encontramos excelentes obras de carácter público e industrial, como el mercado de abastos de Salamanca (1939), el de mayoristas en Málaga (1939), los aeropuertos de Jerez de la Frontera (Cádiz, 1939), de Málaga (1940), de Getafe (Madrid, 1941) o de Valencia (1946), o el cine Fraga, en Vigo (Pontevedra, 1942). En ese mismo período hay que incluir varias obras características, casi todas en Madrid, en las que, aun a pesar de su lenguaje nostálgico, se adivina una búsqueda por articular de otra forma las antiguas necesidades domésticas: el edificio de viviendas y cine Carlos III en la calle Goya (1936-1946), el palacio March en Palma de Mallorca (1939), el edificio de viviendas en la plaza del doctor Marañón (1940), el hotel de viajeros y cine Rex (1943), las viviendas de la calle Serrano en la plaza de la República Argentina (1944), el edificio de la calle Padilla (1945) y el conjunto de viviendas y cine Amaya en Martínez Campos (1946).
Aunque puede señalarse el año 1948 como el de la crisis de la variante nostálgica de Gutiérrez Soto, con su asistencia al Congreso Iberoamericano de Arquitectura, y con ella su búsqueda de una solución de compromiso entre tradición y modernidad, lo cierto es que, durante esa etapa no abandonó sus principios eclécticos y el buen sentido que caracterizó a su mejor arquitectura. Así, proyectó en esos años una serie de edificios de viviendas en los que apuntaba el cambio posterior: en la calle Juan Bravo, n.º 30 (1940), en Serrano, n.º 65 (1944), en Juan Bravo, n.º 16 (1946), en Bretón de los Herreros (1949), todos ellos en Madrid.
El edificio para el Alto Estado Mayor en el paseo de la Castellana (1949) y la Torre del Retiro (1969), ambos en Madrid, limitan la tercera etapa señalada, en la que se consolidó la producción de arquitectura doméstica con la que Gutiérrez Soto fijó los elementos básicos de una estructura espacial que venía gestándose desde sus inicios.
En la década de 1950, al tiempo que una nueva generación de arquitectos (Coderch, Fisac, Cabrero, Sota, Sostres...), titulados en la inmediata posguerra, iniciaba un camino sin retorno hacia la modernidad, Gutiérrez Soto protagonizó una etapa de madurez equilibrada entre la experiencia acumulada y la apertura social, con un giro aparentemente radical, en realidad resultado de una larga evolución como se ha señalado, y definido claramente en un modo Gutiérrez Soto representado por una enorme cantidad de proyectos de viviendas de calidad en los que fijó definitivamente un tipo arquitectónico ligado indisolublemente a un modo de vida coincidente con el despegue económico de una nueva clase social, emergente tras la guerra, acompañada por “la de siempre” y su nueva liquidez.
Junto a la imagen externa caracterizada por el uso masivo y magistral del ladrillo visto, actualizando la tradición constructiva local, sustituyendo el orden cerrado y vertical por uno nuevo horizontal y abierto, en el que las terrazas, las jardineras, los toldos y los grandes ventanales aligeraban, dinamizaban y prometían un mundo doméstico de bienestar, la estructura espacial interna de sus viviendas contribuyó decisivamente a cambiar la forma de habitar de varias generaciones.
La consagración en el imaginario colectivo de la terraza, de los portales-recibo, de la separación en zonas de las piezas de la vivienda (señores y servicio, público y privado) y la organización secuencial de los elementos representativos (despacho-sala de estar, salón de visitas-comedor), convirtió sus viviendas en un ideal canónico que se prolongó eficazmente hasta bien entrada la década de 1970.
En esta fructífera etapa proyectó una enorme cantidad de edificios de viviendas colectivas que consolidaron una imagen urbana de gran calidad formal y constructiva.
Entre los ejemplos más representativos deben destacarse, en Madrid, los siguientes: el edificio de viviendas en Juan Bravo, n.os 7-9 (1951), Castellana-María de Molina (1953), el conjunto Vallehermoso (1954), Castellana-Bretón de los Herreros (1954), el bloque de Eduardo Dato-Zurbano (1956), Núñez de Balboa-Ayala, para Assicurazioni Generali (1956), el conjunto de doctor Fleming (1957), el bloque de viviendas de la plaza del doctor Marañón esquina con María de Molina (1957), Velázquez-López de Hoyos (1957), en Velázquez-Padilla (1958), los bloques de la parcela G del Gran San Blas (1958), del parque de Aluche (1962), Velázquez-Ortega y Gasset (1962), paseo del Rey-Irún (1963), Castellana-Carbonero y Sol (1964), Claudio Coello-General Oráa (1968), en San Francisco de Sales-Julián Romea (1969).
Construyó, además, en este tiempo varios hoteles de viajeros, donde exploró algunas de las posibilidades espaciales derivadas del racionalismo, en el Commodore (1946), en los dúplex del Richmond (1953), o los retranqueos de fachada por razones de soleamiento en el Fénix de Palma de Mallorca (1957) y su iglesia más importante, casi única, para los padres carmelitas en la calle de Ayala de Madrid (1970).
Mientras, en el resto de España se fue extendiendo de tal modo su influencia, que podría afirmarse que Gutiérrez Soto dictó el modo de hacer arquitectura con la misma o mayor eficacia que la Academia en siglos anteriores. Cabe señalar como ejemplos de la difusión de su trabajo en este campo, el conjunto de viviendas de la plaza de Cuba en Sevilla, n.os 4-8 (1947), la Torre de Valencia (1955), las viviendas Elcano en Valencia (1957) o las Torres de Marbella en Málaga (1969).
Aunque pueden considerarse aparte, hay que señalar, a este respecto, la capacidad, especialmente desarrollada por Gutiérrez Soto a lo largo de su carrera, para proyectar importantes residencias particulares en registros formales distintos, con frecuencia de forma simultánea: para Urquijo en Madrid, en clave regionalista (1928) o racionalista en San Sebastián (1929), viviendas racionalistas en Madrid entre 1928 y 1936, cortijos en Badajoz (La Orden, 1939), viviendas regionales en Alicante (Gómez Torres, 1951), en Santander (Gandarias, 1945), en Sevilla (Campollano, 1948), en Madrid (Oriol, 1947; Beamonte, 1949); en los últimos años logró sintetizar distintas influencias tradicionales en edificios convencionales modernos de gran eficacia y comodidad, funcionales según su ideario. Cabría agrupar junto a sus residencias, los edificios sociales de los clubs de tenis en San Sebastián (1928), de la Real Sociedad de Tiro de Pichón en Madrid (1934), de Puerta de Hierro en Madrid (1942), del Club de Campo en Madrid (1930 y 1955), del Real Club de Golf y Parador en Málaga (1942), Real Sociedad Hípica en Valladolid (1943), el Club de Golf de Torremolinos (Málaga, 1948), Club de Golf Sotogrande (Cádiz, 1962), del Club de Golf en Andalucía la Nueva en Marbella (Málaga, 1965, ampliación de hotel en 1972), o el más tardío chalet de Guadalmina Alta (Málaga, 1971), así como desarrollos urbanísticos ligados a nuevos campos de golf en Guadalmina (Málaga, 1958), La Moraleja (Madrid, 1959), urbanización de Guadalmina (Málaga, 1975).
No se debe olvidar las importantes aportaciones de Gutiérrez Soto a la arquitectura administrativa y comercial, desarrollada a lo largo de su carrera al hilo del desarrollo de la economía nacional.
Destacan los edificios de oficinas para el Banco de Santander en Bilbao (1953), en Palencia (1957), en San Sebastián (1958), para la Organización Nacional de Ciegos Españoles ONCE en la calle Prim de Madrid (1961), para la Caja de Ahorros y Monte de Piedad en Salamanca (1963), para la Unión y el Fénix en la Castellana de Madrid (1965), así como los edificios comerciales para Galerías Preciados en Madrid (sucesivas ampliaciones a partir de 1940), El Corte Inglés (1943), Viveros Castilla (1959), y de oficinas en Velázquez-Padilla (1968). Construyó una gran cantidad de cines, especialmente en Madrid, adaptándose a una situación en la que el asombro por lo excepcional dejaba paso a una comodidad más cotidiana, al uso de una clase media en expansión.
La nueva situación social surgida en los años sesenta y setenta, con la consolidación de una importante clase media con capacidad económica suficiente para adquirir en propiedad su vivienda, disfrutar del ocio como algo cotidiano y no excepcional, y las consiguientes modificaciones en la estructura familiar, se reflejó en la arquitectura de Gutiérrez Soto con la eficacia y prontitud de siempre. Puede considerarse su magnífico proyecto para el Gran San Blas (1958), junto con la posible influencia de sus jóvenes y ocasionales colaboradores Julio Cano Lasso, Ramón Vázquez Molezún y, sobre todo, su sobrino José Antonio Corrales, como el punto de inflexión que llevó su arquitectura hacia una búsqueda de la eficacia antes que de la representación, sin perder la capacidad para la combinatoria espacial y volumétrica, para la búsqueda de nuevas tipologías y los espacios comprensivos antes que exclusivos.
Aunque algunas de sus obras domésticas alcanzaron un nivel excelente en la etapa final, no lograron superar su propuesta genérica de los numerosos edificios del eje de la Castellana y sus aledaños que constituyen, en su conjunto y como imagen global, uno de los paisajes urbanos más atractivos, por calidad, texturas, volumen, escala, etc. de nuestra geografía. Los últimos años de su vida le permitieron, sin embargo, ajustar el tipo de sus viviendas colectivas a la nueva estructura familiar dominante, explorando soluciones de interés indudable en los apartamentos de la década de 1970. Son destacables en este apartado, los conjuntos de Claudio Coello-Padilla (1973), Núñez de Balboa, n.º 54 (1973), Gaztambide-Donoso Cortés (1973), o el de las calles Potosí, Bolivia, Carlos Andrés Belaúnde y Cochabamba (1974). El Madrid de Gutiérrez Soto, tan difuso, es, quizás, el mejor Madrid del siglo XX, junto con alguna otra operación puntual dispersa (El Viso, Ciudad Universitaria). En este sentido, sus edificios de la costa del Sol, en especial en Guadalmina (Málaga), pueden considerarse en el máximo nivel de su producción, como un canto del cisne verdaderamente sorprendente.
Otras obras de interés en esta época son los multicines Lauria (1974) en Valencia, los bloques Cuzco en la plaza de su nombre en Madrid (desde 1974) o la Facultad de Medicina en Málaga (1974).
La influencia de su arquitectura se prolongó por todo el territorio nacional tanto por su propia mano como por la de sus muchos seguidores, que vieron en él un modelo profesional insuperable. De hecho, y aunque su vocación no fuese en ese sentido, alcanzó a ser decano del Colegio de Arquitectos de Madrid (1957) y presidente del Consejo Superior de Colegios de España (1959), además de académico de Bellas Artes (1957). Sin embargo, rehuyó la docencia directa en la Escuela de Madrid, en la que se fraguó la generación de arquitectos que, a favor y en contra de su figura, finalmente vino a sustituir su protagonismo indiscutido durante prácticamente cuatro décadas de arquitectura madrileña.
Obras de ~: Cine Callao, Plaza del Callao, Madrid, 1926; Ed. Viviendas, calle General Martínez Campos, 35, Madrid, 1927; Cine Europa, calle Bravo Murillo, Madrid, 1928; Cine Barceló, Plaza Barceló, Madrid, 1930; Piscina La Isla, Río Manzanares, Madrid, 1931 (desaparecido); Ed. Viviendas Fábregas, Plaza Urquinaona, Barcelona, 1933; Casa Cuna Nuestra Señora de las Mercedes, Madrid, 1934; Ed. Viviendas, calle Almagro-Zurbarán, Madrid, 1935; Ed. Viviendas, calle Miguel Ángel, Madrid, 1935; Ed. Viviendas y cine Carlos III, calle Goya, Madrid, 1936; Mercado de Mayoristas, Málaga, 1939; Palacio March, Palma de Mallorca, 1939; Ministerio del Aire, Plaza de la Moncloa, Madrid, 1940; Ed. Viviendas. Plaza Dr. Marañón, Madrid, 1940; Cine Fraga, Vigo (Pontevedra), 1942; Ed. Viviendas, calle Juan Bravo, 16, Madrid, 1946; Conjunto Commodore, calle Serrano, Madrid, 1946; Ed. Alto Estado Mayor, Paseo de la Castellana, Madrid, 1949; Ed. Viviendas, calle Juan Bravo, 7-9, Madrid, 1951; Hotel Richmond, Plaza República Argentina, Madrid, 1953; Conjunto Vallehermoso, Madrid, 1954; Ed. Viviendas, c/ María de Molina-Plaza Dr. Marañón, Madrid, 1957; Ed. Viviendas, Parcela G, Gran San Blas, Madrid, 1958; Ed. Viviendas, calle Velázquez-Ortega y Gasset, 1962: Ed La Unión y El Fénix, Paseo de la Castellana, Madrid, 1965; Torre del Retiro, Madrid, 1969; Ed. Viviendas, calle San Francisco de Sales, Madrid, 1969; Iglesia, Ed. Viviendas, calle Ayala, Madrid, 1970; Ed. Oficinas y Viviendas Cuzco, Plaza de Cuzco, Madrid, 1974; Ed. Viviendas, calle Potosí, Madrid, 1975; Ed. Viviendas, Guadalmina, Málaga, 1975.
Bibl.: M. Á. Baldellou, “La obra de Luis Gutiérrez Soto”, en Hogar y Arquitectura (Madrid), 92 (1971); Luis Gutiérrez Soto, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1973; VV. AA., La obra de Luis Gutiérrez Soto, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, Comisión de Cultura, 1978; Á. Urrutia, Arquitectura doméstica moderna en Madrid, Madrid, Universidad Autónoma, 1988; A. Monaco, Gutiérrez Soto a Madrid, Milán, Domus, 1994; M. Á. Baldellou y A. Capitel, Arquitectura española del siglo XX, en J. Pijoán (dir.), Summa artis: historia general del Arte, t. XL, Madrid, Espasa Calpe, 1995; Á. Urrutia, Arquitectura española del siglo XX, Madrid, Cátedra, 1997; M. Á. Baldellou, Gutiérrez Soto, Madrid, Sociedad Editorial Electa España, 1997.
Miguel Ángel Baldellou