Ayuda

María de Hungría

Imagen
Biografía

María de Hungría. Bruselas (Bélgica), 20.IX.1505 – Cigales (Valladolid), 21.X.1558. Reina de Bohemia y de Hungría, gobernadora de los Países Bajos.

Infancia y juventud: la quinta hija de Juana la Loca y de Felipe I el Hermoso nació en el palacio de Coudenberg (Bruselas) el 20 de septiembre de 1505, y fue bautizada en la iglesia del Sablón, siendo su padrino Maximiliano I. Desde muy pronto el Emperador pactó su boda con un príncipe de la dinastía Jagellón de Hungría, junto con la de su hermano Fernando.

Pasó su niñez en la Corte de su tía Margarita de Saboya, en la ciudad de Malinas, junto con sus hermanos Leonor, Carlos e Isabel; por lo tanto, en un ambiente cultural francés, cuya lengua vino a ser la suya materna. Su orfandad, por la muerte de su padre cuanto tenía un año, y la ausencia de su madre, Juana, a la que no volvería a ver, se vio mitigada por el afectuoso trato de su tía Margarita, que se entregó al cuidado de sus cuatro sobrinos que habían quedado en los Países Bajos.

A los ocho años dejó aquel ambiente familiar, llamada en 1513 por Maximiliano I, que no olvidaba sus planes de enlazarla con la Familia Real húngara. Escoltada por el conde de Egmont, llegó la princesa a Viena el 17 de junio de 1514; allí se encontró con la otra princesa húngara, Ana Jagellón, la futura esposa de su hermano Fernando. A poco, Maximiliano I ordenó que ambas princesas se educaran en Innsbruck, donde María aprendió el alemán que más tarde tan útil le sería para sus relaciones con los príncipes alemanes, en la época en que fue gobernadora de los Países Bajos.

La muerte del emperador Maximiliano I en 1519 estuvo a punto de truncar el proyectado matrimonio con la casa de Hungría, que, al fin, se realizó por poderes en Innsbruck (1521) con la doble boda de Fernando con Ana, y de María con Luis II de Hungría.

María reina de Hungría: en mayo de 1521 María dejó Innsbruck para afrontar su nuevo destino. Esperaba encontrar a su marido, Luis II, en Presburgo, entonces ciudad húngara situada a la frontera, para consumar su matrimonio. Iba a la busca de un marido que todavía no conocía.

Pero algo estaba ocurriendo en toda Europa, y algo muy grave. Dejando aparte la rebelión comunera, cuyos efectos sólo se notaban en la lejana Castilla, en 1521 tres acontecimientos de la mayor gravedad alteraban la paz europea. En primer lugar estaba la escisión religiosa provocada por Lutero, tras su grito de rebelión contra Roma soltado en la Dieta Imperial de Worms. Añádase el comienzo de las guerras entre Carlos V y Francisco I. Y finalmente, lo que sería más grave para el futuro destino de María de Hungría, la amenaza turca, que en ese año de 1521 había lanzado una ofensiva Danubio arriba, conquistando de un golpe la importante ciudad de Belgrado. Eso era poner a Hungría bajo la amenaza de la próxima ofensiva turca; de ahí que Luis II no hubiera podido ir al encuentro de su esposa, temeroso de que se produjera un fulminante avance turco sobre la capital de su reino, Buda.

Las órdenes eran que María se mantuviese en el lugar más seguro de Presburgo, pero la joven Reina desoyó tal advertencia y ordenó la marcha hacia Buda para encontrarse con el rey Luis II, su marido; así se encontraron finalmente los dos muchachos, que sólo contaban entonces quince y dieciséis años, siendo María la mayor.

Existen testimonios pictóricos que representan a esos dos adolescentes en aquella etapa de su vida. El de Luis II pintado por Bernard Strigel hacia 1515, que posee el Kunsthistorisches Museum de Viena, por lo tanto, cuando tenía unos nueve años; de mayor interés para esta biografía es el delicioso retrato que Hans Krell hizo a María en 1524, cuanto tenía dieciocho años (Pinacoteca de Múnich), en el que se la representa como una deliciosa adolescente, de elegante atuendo de sabor renacentista, pero ya con una personalidad bien definida, como se aprecia en su reflexiva mirada.

Esa juvenil pareja tuvo un feliz reinado, pero muy breve: aquellos cinco años que les dio de respiro el turco Solimán, hasta su ofensiva sobre Hungría.

Conscientes de lo que se les venía encima, Luis II y María trataron de enardecer a la nobleza húngara y pidieron el apoyo de la Cristiandad, en particular de Carlos V y de su hermano Fernando, en la primavera y en el verano de 1526; pero, pese a todos sus esfuerzos, no lograron formar el ejército adecuado para rechazar al Turco. Y de ese modo, cuando Solimán invadió Hungría en aquel verano, se libró una tremenda batalla en Mohacs, en la que pereció Luis II y cayó Buda; de ese modo, de un golpe, María de Hungría perdió marido y reino, cuando contaba veintiún años.

El lustro aflictivo: resignada a su suerte, María se dedicó a la vida piadosa y, fiel a su educación humanista, a los estudios; su única distracción sería la caza. Una vida ejemplar que llamó la atención de los contemporáneos, hasta el punto de que el máximo pensador de la Europa cristiana, Erasmo, le dedicó un tratado como homenaje: De vidua christiana. En todo caso, se esforzó también, cuando la ocasión lo pedía, en ejercer un papel político a favor de su hermano Fernando, negociando hábilmente con la nobleza húngara, para que le reconocieran como Rey, dado que Luis II había muerto sin hijos.

En 1530 María sería apoyada por Carlos V, quien al final de su triunfal paso por Italia, después de ser coronado Emperador por el papa Clemente VII, se reunió con sus dos hermanos Fernando y María y decidió tomarla bajo su protección, para darle un puesto de la máxima responsabilidad dentro de sus dominios.

Gobernadora de los Países Bajos: pronto tuvo el Emperador ocasión de cumplir lo prometido, dado que por entonces la muerte de su tía Margarita de Saboya dejaba vacante el importantísimo cargo de gobernadora de los Países Bajos. El 9 de enero de 1531 Carlos V le ofreció ese puesto a María de Hungría, con la única condición de que prescindiera de algunos servidores de los que era fama que simpatizaban con la Reforma Luterana; había un motivo, puesto que en 1526 Lutero había dedicado a María su Comentario a cuatro Salmos.

De ese modo, María de Hungría entró en Bruselas para ocupar su nuevo puesto, que ejercería durante un cuarto de siglo con tal eficacia que se convertiría en el más eficiente auxiliar de Carlos V; es cierto que, bien asesorada por personajes de la categoría de Erard de La Marck, cardenal y obispo de Lieja; de Carondelet, arzobispo de Palermo; de los nobles marqués de Areschot y conde de Liedercke, ayudados por el secretario Jean Marnix.

Fue un gobierno no exento de dificultades. En 1532 gravísimas inundaciones asolaron todo el país; en 1536, la nueva guerra con Francia obligaría a la gobernadora a incrementar los impuestos para ayudar al Emperador, su hermano, lo que provocaría no pocas protestas y lo más grave: la rebelión de la ciudad de Gante, la cuna de Carlos V. Tampoco faltaron alteraciones religiosas, en particular por las predicaciones de los anabaptistas; y no se olvide el apoyo militar y económico a Carlos V cuando se libró la lucha contra la poderosa liga protestante alemana de Esmalkalda.

Eso tuvo su precio. Hubo un momento en el que María de Hungría se encontró desbordada por tantos problemas, lo que le llevó a una profunda depresión con signos muy alarmantes (dejar de comer, abandono de su persona y otros indicios de profunda tristeza).

Informado el Emperador del grave estado de su hermana que tanto hacía recordar la estampa de la madre, la reina Juana, al punto mandó emisario y cartas tan afectuosas a María de Hungría que consiguió su objetivo: ella no estaba sola; era querida y respetada y todo podía solucionarse, de hecho María de Hungría volvió a la vida normal, recuperó su personalidad, y volvió a convertirse en la pieza insustituible no sólo para el gobierno de los Países Bajos sino también para asistir a Carlos V como la mejor consejera en los asuntos del Imperio.

María de Hungría y la cuestión sucesoria del Imperio: después del impresionante triunfo de Carlos V en Mühlberg, parecía que iba a culminar el poderío del Emperador en toda Europa. Sin embargo, fue a consecuencia de ello mismo cuando surgió uno de los problemas más graves de su reinado: la crisis sucesoria al Imperio de 1548; y fue precisamente entonces cuando María realizó una de las tareas más notables, demostrando la importancia que tenía y cuánto la respetaban sus dos hermanos, tanto Carlos V, como Fernando.

Fue Fernando el primero que planteó la cuestión al pedirle al Emperador que apoyara a su hijo Maximiliano para que le sucediera en el Imperio. Cuestión de tanta trascendencia que obligó a Carlos V a consultarlo con su hijo Felipe. De ahí arrancó el primer viaje de Felipe II por Europa, que partió de Valladolid en 1548 y no regresó a España hasta 1551; ausencia que hubo que cubrir nombrando como regentes de los reinos españoles a María, la hija mayor de Carlos V y a su esposo, precisamente aquel Maximiliano al que quería amparar Fernando. La noticia alarmó a Felipe: ¿acaso no era él, como primogénito del Emperador, el que más derechos tenía a esa sucesión? De ese modo se iniciaron las conversaciones familiares de Augsburgo en el que al principio se suscitaron los mayores recelos entre las dos ramas de la casa de Austria, la de España protagonizada por Felipe y la de Viena donde a Fernando se sumaba la figura de su hijo Maximiliano. Tan fuertes fueron las discrepancias que Maximiliano llegó a creer que había sido mandado a la regencia de España para conseguir un resultado a sus espaldas y en su perjuicio. Cuando la situación parecía más difícil, ambas partes creyeron adecuado acudir a María de Hungría. Fernando llegó a pensar que el Emperador intentaba incluso apartarle de la línea sucesoria; de ahí que escribiera alarmado a María de Hungría el 29 de marzo de 1549, siendo tranquilizado por su hermana: mientras viviese Carlos V, nada se innovaría. A fines de agosto de 1550, sin embargo, la crisis seguía abierta. Los colaboradores más allegados al Emperador le aconsejaron entonces que llamase a Augsburgo a María de Hungría. El 10 de septiembre María entraba en la vieja ciudad imperial para tratar de conciliar a los dos partidos; pero Fernando se aferró a su postura, nada trataría en ausencia de su hijo Maximiliano. De ese modo, Carlos V tuvo que acceder, llamando a su sobrino, que el 1 de noviembre dejaba España camino del Imperio.

Las razones que esgrimía la casa de Viena eran poderosas: Maximiliano había nacido en tierras del Imperio y toda Alemania vería en él con gusto al nuevo Emperador que sucediese a Fernando, al contrario, sería muy difícil que ocurriera lo mismo con Felipe. El príncipe de las Españas sería mirado con gran recelo y su candidatura toda una provocación. Otra vez las dos partes volvieron a solicitar la mediación de María.

Al fin se llegó al acuerdo familiar del 9 de marzo de 1551, firmado en Augsburgo por el cual Fernando se comprometía, cuando fuera Emperador, a promover la elección de su sobrino Felipe como sucesor al Imperio; y Felipe, a su vez, la de su primo Maximiliano cuando él ocupara el sillón imperial.

Parecía la solución a tan espinoso conflicto: la sucesión alternada de las dos ramas de la casa de Austria, la de Viena y la de España.

Ahora bien, tanto Fernando como Maximiliano la suscribieron muy disconformes, como pronto se echaría de ver cuando los príncipes alemanes se volvieran a levantar contra Carlos V.

La reina María y la crisis de 1552: en efecto, el príncipe Mauricio de Sajonia se alzó contra Carlos V, contando con la ayuda de Francia y estuvo a punto de apresarle en su refugio de Innsbruck. Carlos V logró salvarse escapando a duras penas por los Alpes nevados.

Se encontraba prácticamente solo, sin soldados y sin dinero, frente a la más formidable rebelión del mismo ejército imperial. Pero también en este caso Carlos V pudo contar con la ayuda de su hermana, aparte de la que recibiría de la propia España. Ahora bien, María de Hungría sería sincera con su hermano: no creía posible que Felipe llegase a conseguir la Corona imperial.

Aunque Carlos V recuperaría en buena medida su dominio sobre el Imperio, ya no le fue posible montar una contraofensiva sobre Francia que se había aprovechado de aquella crisis para apoderarse de tres ciudades imperiales: Metz, Toul y Verdún.

Los últimos años: María de Hungría asistió emocionada a la solemne jornada de abdicación de Carlos V, que tuvo lugar en Bruselas el 25 de octubre de 1555.

Y ganada por el mismo espíritu carolino de abandono del poder, se aprestó a seguir los pasos de su hermano y volver con él a España, dejando los Países Bajos.

Su gesto era tanto más impresionante, cuanto que ella había nacido en Bruselas y nunca había estado en España. Es más, su sobrino Felipe II, como nuevo señor de los Países Bajos, le instó a que siguiera en su cargo de gobernadora, que había ejercido con tanto acierto durante aquellos últimos veinticinco años. Pero María de Hungría se negó. ¿Acaso porque no eran muy cordiales las relaciones entre ella y su sobrino? Desde luego esa tirantez se había producido, aunque había que recordar que todavía a fines de 1553 y principios de 1554, cuando Carlos V estaba negociando a toda furia la boda de su hijo Felipe con la nueva reina de Inglaterra María Tudor, María de Hungría intervendría de forma eficaz en su correspondencia con la reina inglesa; no en vano existía aquel estrecho parentesco (eran primas carnales) y además ambas fervientes católicas, en una Europa tan combatida por la Reforma. Es más, fue María de Hungría la que mandó a Londres aquel cuadro de Felipe II pintado por Tiziano que hoy se puede admirar en el Museo del Prado, realizado precisamente en aquella estancia de Felipe II en Augsburgo en 1551.

Y no cabe duda de que la visión de aquel retrato del apuesto príncipe español inclinó muy favorablemente a María Tudor a decidirse a su boda con Felipe II.

Pero María de Hungría estaba decidida a seguir los pasos de su hermano, yéndose a morir a España. En otoño de 1556 ya estaba la reina viuda de Hungría en tierras hispanas.

Y surgió un conflicto: ¿dónde vivirían ella y su hermana Leonor, que también se había unido a la comitiva imperial? Se sabe, por las propias gestiones de Carlos V, que hubo un primer intento de que fueran alojadas en el palacio del duque del Infantado en Guadalajara; no hay que decir que con notorio disgusto del duque. Pero al fin, María de Hungría buscó su retiro en Cigales, poco después de la muerte de su hermana Leonor en enero de 1558.

En su retiro de Cigales todavía María de Hungría sería solicitada por Felipe II para que cambiara su decisión y regresara a los Países Bajos a su antiguo cargo de gobernadora. El propio Carlos V la presionó fuertemente.

Pero la muerte del Emperador el 21 de septiembre de aquel año acabó con tal idea.

María de Hungría se vio tan afectada por la muerte de su hermano que al mes ella misma moriría. Tal ocurriría, en efecto, en Cigales, el 21 de octubre de 1558.

 

Fuentes y bibl.: Biblioteca Nacional de España, Servicio y gastos de la casa de la Reina Dña. María de Hungría, hermana de Carlos I, MSS/12179 (H.86r.-88v.).

T. Juste, Les pays-bas sous Charles-Quint: vie de Marie de Hongrie, tirée des papiers d’état, Bruxelles, Librairie de Decq, 1855; G. de Boom, Marie de Hongrie, Bruxelles, La Renaissance du Livre, 1956; M. Fernández Álvarez, María de Hungría y los planes dinásticos del Emperador, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1961; “María de Hungría consejera imperial”, en Economía, Sociedad y Corona. Ensayos históricos sobre el siglo XVI, Madrid, Instituto Cultura Hispánica, 1963, págs. 117-170; B. Van der Boogert, Maria van Hongarije. Koningin tussen keizers en kunstenaars, 1505-1558, catálogo de exposición, Zwolle, Waanders, 1993; Ú. Tamussino, María von Ungarn. Ein Leben im Dienst der Casa de Austria, Wien, Verl. Styria, 1998; Corpus documental de Carlos V, Madrid, Espasa Calpe, 2003; M. Fernández Álvarez, Carlos V. El césar y el hombre, Madrid, Espasa Forum, 2004; Budapesti Történeti Múzeum, Mary of Hungary. The Queen and Her Court, 1521-1531, catálogo de exposición, Budapest, Budapest History Museum, 2005; M. Fernández Álvarez, Juana la Loca, Madrid, Espasa Forum, 2005.

 

Manuel Fernández Álvarez