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Juan de Escobedo

Biografía

Escobedo, Juan de. El Verdinegro. ¿Colindres? (Cantabria), c. 1530 – Madrid, 31.III.1578. Secretario de Juan de Austria y del Consejo de Hacienda.

Se desconoce el lugar y la fecha exacta de su nacimiento, aunque distintos autores sitúan su origen en la villa cántabra de Colindres, próxima a Laredo, la que fuera capital de hecho del corregimiento de las Cuatro Villas de la costa de la mar. Incluso en Colindres se rinde memoria a este ilustre hidalgo montañés, dando nombre a una de sus calles principales. Sin embargo, no existe prueba documental alguna que acredite su lugar de nacimiento o la fecha exacta en que se produjo.

El apellido y linaje de los Escobedo no aparece en los distintos padrones de Colindres del siglo xvi, ni entre sus vecinos hidalgos, ni entre sus vecinos pecheros. El apellido Escobedo, muy extendido en los siglos modernos por todo el corregimiento o bastón de Laredo, se halla vinculado al lugar de Escobedo del también montañés valle de Camargo, o al lugar de Mompía, en la histórica abadía santanderina, hoy Ayuntamiento de Santa Cruz de Bezana; o, incluso, a la villa pasiega de Selaya, o al valle de Cayón. La circunstancia que Pedro de Hoyo, también secretario de Felipe II hasta su muerte en 1568, fuese oriundo de la villa, donde además poseía una casatorre, y que una hija suya, de nombre Catalina, casase con Pedro de Escobedo, hijo a la sazón de Juan de Escobedo, ha podido inducir a error a aquellos que sitúan su cuna en esta villa de Colindres. Esa casatorre, conocida como La Casona del Valle, siendo ya propiedad de Catalina de Hoyo y de su esposo, Pedro de Escobedo, sirvió de retiro, a partir de 1582, a Bárbara de Blömberg, conocida popularmente como La Madama, la última amante de Carlos V y madre de Jeromín, Juan de Austria, el vencedor de Lepanto, quien a la postre tendrá una decisiva influencia en la biografía de Juan de Escobedo.

Poco se conoce de sus primeros años de vida y de su etapa de formación. Juan de Escobedo pudo vivir los primeros años en la villa de Santander, donde un tal Juan de Escobedo, seguramente su progenitor, de condición letrada, era en 1532 procurador general del regimiento santanderino. De su formación universitaria, poco se sabe. Alguno de sus biógrafos narra que Juan de Escobedo compartió estudios con Antonio Pérez, secretario de Felipe II, probablemente en la Universidad de Salamanca o de Alcalá. Que Escobedo estudiara en cualquiera de esas universidades, o en las dos, está dentro de lo posible, aunque se carece de información documental. Lo que es más que discutible, dada la diferencia de edad entre ambos (Pérez era unos diez años más joven), es que compartieran estudios, simultáneamente, en las mismas universidades. En todo caso, entre ambos existió una relación de amistad, no desprovista de recelos mutuos. Por encima de esa fluctuante relación, ambos compartieron una relación política de mutuo provecho, relación que habría indefectiblemente de marcarle durante toda su vida, hasta incluso el mismo momento de su muerte.

Después de sus estudios universitarios, pasó a la Corte, bajo la protección del príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva, privado del Rey y con algún grado de parentesco con Escobedo, circunstancia que le facilitó el acceso al mundo cortesano. Antes de alcanzar puesto alguno en la Corte, Juan de Escobedo contrajo nupcias con la que sería su primera esposa, María de Alvarado Rada, sin duda de origen también montañés, y madre que fue de Pedro de Escobedo, quien siguió la estela de su padre en distintos destinos de la corte de Felipe II. En segundas nupcias, Juan de Escobedo contrajo matrimonio con Constanza Castañeda, del linaje de los Mendoza, naciendo de ambos Leonor, que heredaría del padre su título más honorífico que real, de alcayde del castillo y de las casas reales de la villa de Santander.

Esta merced le fue otorgada por Felipe II, por medio de real cédula despachada por su Consejo de Guerra en 1569, autorizando a Juan de Escobedo la edificación de una casa-fortaleza para su morada, en el lugar privilegiado que ocupaba el solar del viejo castillo de San Felipe, inmediato a la catedral santanderina, en un punto dominante sobre la bahía, y en cuya fortaleza, a la postre, nunca llegó a vivir a causa de su prematura muerte. La concesión de la merced no satisfizo al regimiento de Santander, por temor a que su presencia en la villa encrespase los ánimos entre facciones enfrentadas. No en vano los regidores tenían memoria de los motines y altercados que sufrió la villa con motivo de la cesión real que de la misma, con su castillo y fortaleza, hizo el rey Enrique IV a favor de Diego Hurtado de Mendoza, el marqués de Santillana, por privilegio de 25 de enero de 1466. Esa merced hubo de ser revocada por el Rey el 8 de mayo de 1467, con el propósito de sofocar los conflictos de orden público que provocó el paso de la villa santanderina del realengo a los dominios señoriales.

Con estos antecedentes, en 1570 el regimiento de Santander interpuso el correspondiente recurso ante el Consejo de Guerra contra la merced despachada a favor de Juan de Escobedo, alegando sus regidores, entre otras razones, que “esta tierra es tierra de bandos y parcialidades y el agraciado pertenece a uno de ellos y so este color podría alborotar la comarca”, al ser “natural y vecino de la Tierra del Duque del Infantado”, referencia esta última, en cuanto a la procedencia de Juan de Escobedo, que desencadena las dudas acerca del lugar de su nacimiento. Pese a la impugnación del concejo santanderino, la merced no fue revocada por el Consejo, siendo disfrutada honoríficamente en vida por su titular y a su muerte, por su hija Leonor de Escobedo y Castañeda, habida de su segundo matrimonio. En la corte de Felipe II, Juan de Escobedo inició su andadura al servicio del Rey desempeñando los cargos de contador del sueldo y contador de relaciones, una especie de oficios menores de la Hacienda, dependientes en el organigrama del ramo de la hacienda pública de los Contadores Mayores. Eran de la competencia de esos oficiales los asuntos relacionados con el gasto público —sueldo, mercedes, quitaciones...— y con los ingresos —rentas, relaciones y extraordinario—. Posteriormente, Escobedo continuó su cursus honorum en la Administración, ascendiendo al cargo de secretario del Consejo de Hacienda en sustitución de Francisco Eraso, también del partido ebolista. Nombrado para dicho destino por Felipe II el 8 de mayo de 1566, cesó en el cargo en el mes de octubre de 1576, desempeñando una labor que, aunque eminentemente burocrática, no le impidió mantener frecuentes relaciones con el mismo Rey y con otros altos personajes de la Corte, logrando así una notable influencia en los ambientes sociales y políticos.

En 1576 marchó a Flandes como secretario personal de Juan de Austria, cuando éste, hermanastro de Felipe II, fue designado gobernador de los Países Bajos, tras la muerte de Luis de Requesens, y ante la dificultad que entonces ofrecían los asuntos de Flandes para la corte del Rey. Los motivos de la marcha de Escobedo a Flandes son bien conocidos. Juan de Austria, envalentonado después de su éxito en la campaña de Lepanto contra los turcos, considerados hasta entonces invencibles (1571), y en la campaña de Túnez (1573), se convirtió, según afirma Escudero (2002: 272), en un personaje “rutilante y de difícil encaje político”, que ambicionaba empresas políticas más elevadas, como el trono de Inglaterra. Para conseguir sus aspiraciones, diseñó una ingeniosa trama que incluía su matrimonio con la heredera al trono inglés, María Estuardo. Habilidoso como diplomático, entabló para ello negociaciones al más alto nivel con la Santa Sede, deseosa de extender el catolicismo por aquel reino; con la Corte de Francia, e incluso con los católicos de Inglaterra, para así conseguir los necesarios apoyos ante una empresa que se antojaba difícil.

Esas ambiciones desmedidas de Juan de Austria no encajaban en las previsiones de su hermanastro el rey Felipe II, en tanto que podían trastocar sus planes de política internacional y sus aspiraciones al trono de Portugal. Por ello, Juan de Escobedo, a instancias de su amigo y correligionario Antonio Pérez, fue designado por el Rey para acompañar a Juan de Austria en su destino flamenco, con la finalidad de seguir sus pasos e informar puntualmente al Rey de sus movimientos.

Pero todo parece indicar que Juan de Escobedo se convirtió en el principal confidente y valedor de los planes políticos de Juan de Austria, burlando así las expectativas que sobre él habían puesto quienes tomaron la decisión de su nombramiento.

Cuando los asuntos de Flandes estaban en vías de pacífica solución, dadas las cualidades mediadoras de Juan de Austria, y cuando su presencia en los Países Bajos como gobernador general no fue cuestionada por las partes en conflicto, Juan de Escobedo, en la primavera de 1577, se trasladó a Madrid por orden de Juan de Austria. El motivo de su viaje, además de informar al Rey del estado de las negociaciones pacificadoras, fue el de persuadir a Felipe II de la conveniencia de afrontar el proyecto de la conquista de Inglaterra y a la vez, gestionar ante la Corte la financiación de una empresa en sumo costosa. Seguramente también, como sugiere Parker, Juan de Escobedo aprovechó la ocasión para solicitar del Rey alguna encomienda o recompensa que colmase sus propias ambiciones personales, por los años de servicio a la Corona.

Para entonces, Juan de Escobedo, apodado como El Verdinegro en los papeles confidenciales cruzados entre el Rey y su secretario Antonio Pérez, era ya un hombre temido en algunos sectores de la Corte, pues no en vano había acumulado una amplia documentación sobre los negocios ilícitos de Pérez y la princesa de Éboli, su amante, con los banqueros de Génova a cambio de secretos de estado, y sobre el apoyo que el secretario del Rey prestaba a los rebeldes flamencos. Toda esta comprometida información habría de inquietar sobremanera al todopoderoso Antonio Pérez, quien con argucias e intrigas de cortesano habilidoso convenció al Rey de la inoportunidad política de los planes de Juan de Austria sobre Inglaterra y de la conveniencia de silenciar la voz de Escobedo, su gran valedor ante la Corte. Sólo la muerte de Juan de Escobedo dejaría a Antonio Pérez a cubierto ante el Monarca de su doble juego político.

Víctima sin duda de todo ello, en un mundo de intrigas y asechanzas palaciegas y tras distintos intentos de envenenamiento nunca esclarecidos, Juan de Escobedo murió asesinado en Madrid, en la misma callejuela del Camarín de Nuestra Señora de la Almudena, cerca del alcázar, al atardecer del día 31 de marzo de 1578, a manos de unos sicarios que recibieron la orden de ejecución del propio Antonio Pérez.

En torno a su muerte se han vertido un sinfín de opiniones, basadas en hechos ciertos y probados, y también no pocas conjeturas. A la vista de los trabajos más recientes y rigurosos, especialmente los de Parker y Escudero, puede concluirse sin género de dudas que fue el propio secretario del Rey quien tramó, ordenó y pagó a los autores del alevoso crimen. También tiene visos de ser cierta la complicidad —“manifiesta”, según Escudero— del propio monarca Felipe II, aunque de su participación por una supuesta “razón de estado”, no quede rastro documental alguno, al no lograr Antonio Pérez arrancar del Rey una orden escrita de la ejecución. La responsabilidad del Rey en los hechos por mera tolerancia o consentimiento en la ejecución, le es atribuible tanto por su estrecha relación con su secretario, quien a no dudar informó al Monarca de la conveniencia del asesinato, como de la inactividad o desidia de los alcaldes de la Casa y Corte que debían dar persecución a los autores del crimen, o de la permisividad que tuvo con ellos, una vez presos, consintiendo, cuando no facilitando, su huida.

La muerte de Juan de Escobedo, cuya responsabilidad nunca fue plenamente esclarecida, afectó profundamente a Juan de Austria, quien al mando de unas tropas desmoralizadas y maltrechas, y sin recursos económicos ni modo de conseguirlos, vio cómo sus planes se desmoronaban poco antes de su muerte, acaecida el 1 de octubre de 1578, a causa del tifus. Provocó una profunda convulsión en la vida cortesana, en tanto que Juan de Escobedo, como secretario del Rey y de Juan de Austria, era considerado como un personaje importante e influyente en la Corte. Su muerte acabó salpicando al propio Monarca, quien se vio obligado a variar el rumbo político de su gobierno. Para ello llamó al anciano cardenal Granvela, que vivía retirado en Roma, tras ordenar la salida de la Corte de su secretario; y acto seguido instó la persecución de Pérez, pero no como inductor del asesinato cometido, sino como implicado en un caso de corrupción descubierto en una visita realizada en las dependencias de su Secretaría. Huyendo de la orden de detención, Antonio Pérez hubo de refugiarse en, un primer momento, en Aragón al amparo de sus fueros, en su calidad de hijo de aragonés, provocando su intento de encarcelación en la cárcel inquisitorial, graves alteraciones populares en el reino (1591), circunstancia que aprovechó el secretario para huir a Francia, y después a Inglaterra, países en los que reveló secretos de estado, a cambió de protección.

Además de detonante de los cambios políticos introducidos en la Corte, la muerte de Escobedo fue sentida también popularmente, y evocada en coplas y romances. Una muerte tan atroz que encontró inspiración en el poeta cordobés Ángel de Saavedra, el Duque de Rivas, en su romance histórico Una noche de Madrid en 1578: “A la mañana siguiente / cuando fue devoto pueblo / a oír la misa del alba / de Santa María al templo, / en aquella corta calle, / más bien callejón estrecho, / que por detrás de la Iglesia / sale frente a los Consejos, / se halló tendido un cadáver, / de un lago de sangre en medio, / con dos heridas de daga / en el costado y en el pecho. / Pronto fue reconocido / por el de Juan de Escobedo, del insigne don Juan de Austria, secretario y camarero. / Y como aún rico, ostentaba / la cadena de oro al cuello, / y magníficos diamantes / en los puños y en los dedos, / que obra no fue de ladrones / se aseguró, desde luego / el horrible asesinato, / que a Madrid cubrió de duelo [...]”.

A la muerte de Juan de Escobedo le sucede en la Secretaría su hijo Pedro de Escobedo, quien ya había ocupado interinamente el cargo en 1576, con motivo de la marcha de su padre a Flandes. Esta decisión del Rey de mantener a Pedro de Escobedo en el destino de su padre no acalló las súplicas de justicia de la familia del asesinado. La actitud confusa y vacilante del Rey en la persecución del asesinato desvela su complicidad en un crimen que alimentó la leyenda negra de su reinado.

 

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Juan Baró Pazos