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Enrique Richter

Biografía

Richter, Enrique. Moravia (República Checa), IX.1653 – Huallaga (Perú), 30.IX.1695. Misionero jesuita (SI), amazónico, mártir.

Las noticias de las misiones amazónicas de la Provincia de Quito que llegaban al centro de Europa, despertaron la vocación de misioneros a lo largo de los siglos. Los jesuitas Enrique Richter y Samuel Fritz, naturales de Bohemia, descuellan entre los más célebres misioneros de la Amazonía.

Con el permiso debido pasaron a España y se embarcaron en Cádiz, el 24 de septiembre de 1684, junto con otros dos misioneros, José Cases, español y Juan Gastel, austriaco. Los germanos aprendían con rapidez los idiomas indígenas, y utilizaban mucho la música en la doctrina, muy del gusto de esos pueblos.

Llegaron a Quito el 22 de agosto de 1685. Pronto se dirigen al Marañón, donde los recibe el superior Juan Lucero, que destina a Borja al padre Gastel, mientras el padre Fritz es enviado a los Omaguas en el bajo Amazonas, donde se hará célebre por la defensa de sus indios y del territorio, y por la elaboración de un Mapa científico del “Amazonas, con la Misión de la Compañía de Jesús”.

El padre Richter va al sur del Amazonas, al río Ucayale, de donde un grupo de la tribu de los Cunivos fue a La Laguna, a solicitar misionero. Ese era entonces territorio de la Audiencia de Quito. Con ellos navegó a su destino el padre Enrique, que refirió su viaje al padre Lucero en esta forma: “El viaje fue molestísimo, pasamos los quince primeros días sin ver un alma, luchando con las incomodidades de las lluvias, las avenidas, los mosquitos y otras. Habiendo escapado dos veces del peligro de naufragar, llegamos finalmente el 24 de febrero al primer pueblo de los Cunivos. Nos recibieron de un modo digno de bárbaros, más apto para poner miedo que dar alegría. Estaban horriblemente pintarrajeados, con sus vestidos de salvajes, haciendo un ruido infernal con sus flautas y tambores, y armados todos de lanzas y flechas”.

De allí pasó al propio país de los Cunivos, que lo recibieron con muestras de regocijo. Empezó la catequización sin inconvenientes. Construyó un templo capaz, y quiso dar solemnidad y dramatismo al bautismo de niños: iban en procesión con sus mejores vestidos, y los que no lo tenían que eran los más, pintado todo el cuerpo con colores vivos, con gargantillas y plumas en la cabeza, acompañados de músicos.

Fue logrando con muchos ardides que los mayores asistieran a la doctrina que duraba dos horas. Mas surgieron las contrariedades; la más grave la debida a los hechiceros que eran numerosos, más que en otras partes, los hechiceros advertían que su mayor enemigo era el misionero; para oponérsele propagaron el rumor de que quienes acudieran a la doctrina contraerían una peste. Cuando lo supo, se esforzó en desengañarlos y enseñarles a usar el agua bendita y la señal de la Cruz para defenderse del demonio, y demostró a sus fieles la patraña engañosa. Llevaba una reliquia de San Ignacio de Loyola y obtuvo prodigios del Santo, mediante ella. Otra dificultad y más arraigada era la embriaguez.

Se le ordenó que con cien cunivos concurriera a una expedición contra los Jívaros, al norte del Amazonas, en 1601. Acudió y prestó extraordinarios servicios como misionero. La expedición fracasó, y tornó a su Misión después de muchos meses; y para su dolor, encontró que había venido muy a menos la cultura y vida cristiana de los Cunivos. Los hechiceros tampoco lo perdonaban; siguió misionando allí en la tribu belicosa de los Piros. Sus enemigos habían empezado a tramar su muerte y la de los españoles, como lo refiere el superior padre Franco Viva, en carta al virrey: “Me avisan que los indios Cunivos mataron, con una ingratitud sin igual, a su Misionero el padre Enrique Richter, mientras iba a pacificar y misionar a los indios Piros, nación muy dilatada en las vertientes del Cuzco.

”Y luego dieron muerte a seis españoles que tenía en su compañía, para ayuda en las reducciones; y además a un clérigo limeño, José Vázquez, que hace diez años entró en esta Misión llevado del deseo del martirio.

Ambos sacerdotes alcanzaron lo que siempre con grandes ansias deseaban, y tengo por indudable que los ha coronado el Señor con la aureola de gloriosos mártires, por los casos que sucedieron. Y para decir algo de sus virtudes, puedo asegurar que la mayoría de sus cartas no trataban sino de nuevas conquistas a la Fe y el deseo de morir mártir entre gentiles. Estando falto de todo para sí, pedía cosas solo para sus indios. Viéndose en infinitos ahogos de pestes, alborotos, falta de salud, hacía entradas a tierras de gentiles, por río y por montes, con que cristianizó a varios pueblos. Poco ha me escribía: ‘Padre mío, ya los Piros que están en la cordillera del Cuzco alaban a aquel Dios que en seis mil años no habían conocido; en ochos días iré a doctrinarlos teniendo ya el Catecismo en su lengua’.

”Habiendo venido a verme en La Laguna, andaba casi desnudo, descalzo de pie y con su cruz. Lloré de ternura de ver tanta santidad, tanto celo y tanto padecer de este Padre; tratando de darle sotana, camisa, zapatos y otras cosas, me dijo: ‘Padre, solo quiero fierro y regalos para mis indios’. Contaba que el mayor de sus tormentos había sido pasar meses sin decir Misa por falta de vino”.

Lastimosamente, no pudieron los misioneros encontrar el cuerpo del padre Enrique Richter ni de su compañero el sacerdote Francisco Herrera.

 

Bibl.: P. Maroni, SI, Noticias Auténticas del Famoso Río Marañón y Misión Apostólica de la Compañía de Jesús. Madrid, Est. Tipográfico de Fortanet, 1889.

 

Jorge Villalba Freire