Ibero, Ignacio Fermín de. Pamplona (Navarra). c. 1550 – Fitero (Navarra), 1.X.1612. Monje cisterciense (OCist.), teólogo, filósofo, historiador, vicario general y abad perpetuo de Fitero.
Como dice Ezequiel Martín en su conocida obra Los Bernardos Españoles, “entre los grandes teólogos de la Congregación (Cisterciense de Castilla) podemos enumerar a los teólogos Fr. Bernardo Cartes, Fr. Dionisio Cucho, Fr. Ángel Manrique, Fr. Esteban de Peralta, Fr. Antonio de San Pedro, Fr. Lorenzo de Zamora, Ignacio Fermín de Ibero y Fr. Pedro de Lorca. A éstos podríamos afianzar una larga lista de nombres más modestos, que omitimos en gracia de la brevedad”.
Ignacio Fermín de Ibero tomó el hábito cisterciense en el monasterio leonés de Nogales el 1 de febrero de 1570 de manos de fray Atanasio Morante; éste le impuso el nombre de Ignacio, en memoria de celebrarse entonces la fiesta de san Ignacio mártir de Antioquía. Pertenecía a una familia distinguida, que procuró darle una formación adecuada, completada luego en los colegios de la Orden. Se graduó de maestro y doctor en la Universidad de Alcalá. Ganó, por oposición la cátedra de Durando en 1590, y fue el primero de los cistercienses que regentó cátedra después de Cipriano, y le tenían por otro segundo fénix. Fue el primer rector del colegio de San Bernardo de Alcalá de Henares, consultor del Santo Oficio, calificador de la Suprema Inquisición y vicario general del abad del Císter en los reinos de Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca. En opinión de Carlos de Visch, “fue un varón grande bajo todos conceptos, en doctrina, en prudencia, en el arte de gobernar, de ánimo esforzado y dotado de toda virtud. Jamás se le vio ocioso, sino entregado asiduamente a las divinas alabanzas, a los estudios y a otros ejercicios que le confió la obediencia”. Era de esperar que se iniciara pronto una escalada de honores, que se irían sucediendo ininterrumpidamente.
Es, pues, uno de los grandes representantes de los muchos e ilustres varones que el monasterio de Nogales y la Congregación Cisterciense de Castilla ofrecieron a la Iglesia en la segunda mitad del siglo xvi.
Entre sus ilustres monjes contemporáneos figura toda una pléyade de intelectuales, maestros y hombres de gran virtud: Miguel de Sevilla (c. 1480- 1541), maestro y protector de Cipriano de la Huerga; Marcos del Barrio (1495-1580), Jerónimo Hurtado (muerto en 1558), Marcos de Villalba (fallecido en 1591), Bernardo Gutiérrez (que murió en 1603), Luis Bernaldo de Quirós (1549-1629), Luis de Estrada (1518-1581), Alonso Ruiz (muerto en 1579), Cipriano Gutiérrez (muerto en 1572), Atanasio Morante (1526-1596), Miguel Pérez de Heredia, Juan de Bujedo, Malaquías de Aso (1542-1606), Atanasio Lobera (fallecido en 1605), Andrés de Córdoba (1556-1637), Valeriano de Espinosa (1563-1634), Vicente Encalada Ramírez y Calvicie, Lorenzo de Zamora (falleció en 1614), Basilio Becerra (muerto en 1577), Francisco Suárez (fallecido en 1596), Ambrosio López (fallecido en 1600), Atanasio Corriero, Bernardo Cardillo Villalpando (1570-1634), secretario de Ibero y comisionado por éste para muchos menesteres intelectuales y bibliográficos; Andrés de Acitores (muerto hacia 1599), Bernabé de Benavides (fallecido en 1606) y fray Jerónimo Llamas. Con todos ellos tuvo relación y en varios dejó su influjo como maestro.
En un documento del Archivo de Simancas constan las letras apostólicas del nombramiento de abad perpetuo de Fitero —que era de patronato real— expedidas en Roma en favor de fray Fermín de Ibero el 24 de octubre de 1592. Tomó posesión del cargo y gobernaría la abadía con notable acierto por espacio de veinte años, marcando en ella honda huella. Por lo que respecta a la parte material de su monasterio, en su tiempo se construyó el sobreclaustro, el refectorio nuevo, la muralla de la clausura y dio fin al retablo de la iglesia que su antecesor, fray Marcos de Villalba, había contratado con el pintor Rolán Moys, e intervino en todos los incidentes que se ocasionaron, a causa de morir el pintor, sin haber terminado su obra. De 1603 es un documento en el cual consta la paga de 200 ducados a la viuda del pintor Rolán Moys por pinturas hechas para el monasterio de Fitero.
También se distinguió por su destacada personalidad en el campo político: “Fray Don Ignacio de Ibero, Abad que fue del Monasterio Real de Fitero, sirbió en las Cortes Generales que en este Reyno se ofrecieron y fue Diputado en el por el Brazo eclesiástico muchas veces, y se le encargaron los negocios de más importancia, y por mandato del Rey, mi padre y Señor que haya gloria, asistió en las Cortes más de quatro años, ocupado en la expurgación general de todos los libros [...]”.
Expurgó la obra Enarratio in Evangelium secundum Lucam, de fray Diego de Estella. El arzobispo de Toledo, Bernardo de Rojas y Sandoval, inquisidor general, le ordenó que hiciera el índice de libros prohibidos, cosa que comenzó a realizar con gran entusiasmo, pero no pudo terminarlo, continuándolo —después de su muerte— el jesuita Juan de Pineda.
En medio de tan múltiples trabajos, todavía halló tiempo suficiente para dedicarse con gran afán a la investigación de la historia del Císter, tanto personalmente como por medio de una muy bien organizada compañía de colaboradores. Este interés por la historia explica el hecho de haber llevado consigo a Navarra en 1592 una abundante selección de obras “en siete arcas de pino y en cuatro serones”, de la que hizo un detallado y minucioso inventario el notario de Nogales Lucas Melchor de Montoya. Dicha biblioteca se la cedió Nogales en calidad de préstamo, durante su vida, mas una vez ocurrida su muerte, la biblioteca debía volver de nuevo a su lugar de origen.
Al fallecer el padre Ibero, se encaminó a Fitero un monje de Nogales —enero de 1613— con ánimo de recuperar los libros “con todo lo demás que hubiese dejado”. Por desgracia, al hacer el recuento de los libros, se halló que faltaba gran cantidad de ellos, que no se sabe si se pudieron recuperar. En esta ocasión se extraviaron, tal vez de manera definitiva, una serie de manuscritos que de Nogales llevó a Fitero, debidos a la pluma de fray Cipriano de la Huerga, exegeta de los más notables que pasaron por la Universidad de Alcalá, pérdida incalificable para la cultura, en razón de la gran calidad del autor.
Con todo, fue ingente la tarea que sobre sí tomó el abad de Fitero para dar a conocer la obra de Cipriano, convencido de que hacía un gran favor a las ciencias bíblicas, y prueba de ello son sus testimonios sobre el mismo Cipriano (Dedicatoria de Fermín Ibero a Fray Marcos de Villalba, Reformador General de la Observancia en España de la Orden Cisterciense; Carta Prohemial de Fr. Ignacio Fermín de Ibero, Monje cisterciense al Lector, que pueden leerse en el tomo I de las Obras Completas de Cipriano de la Huerga, León, Universidad, 1990). Ibero despliega un caudal enorme, no sólo de alabanzas a Cipriano, sino de erudición y conocimientos de Escritura y Teología. Muy probablemente, la pérdida de algunos libros y manuscritos, sobre todo de Cipriano, se debió más al celo prudente del abad, frente a las conocidas amenazas de la Inquisición, que a descuido o desidia. Los libros quedarían ocultos y bien se escondieron tras su muerte.
Organizó viajes a expensas suyas por diversas provincias de Europa. Se sabe que el padre Bernardo Cardillo Villalpando visitó en su nombre multitud de archivos nacionales y extranjeros, recogiendo en todas partes preciosos materiales. Consta que en 1599 se hallaba en el Císter en el mes de julio, donde el general, fray Edmundo de la Cruz, le mostró las obras que él estaba componiendo, le transmitió un mensaje de ánimo para el padre Ibero, con la promesa de facilitarle datos de las propias obras, en el momento que fuera al Capítulo General.
Este dinamismo incansable desplegado por el monje navarro logró reunir una ingente cantidad de materiales con vistas a publicar una gran historia de la Orden, obra que no vería realizada; pero, sin embargo, serviría de base para otros historiadores que vendrían después de él. Con todo, la referencia de mayor relieve es el contrato firmado en 26 de junio de 1606 con el licenciado Juan de Altaraque, vecino de Zaragoza, para la adquisición de tipos y útiles de imprenta. No figura en el convenio la prensa de imprimir, hay que suponer que la tenía comprada el monasterio; a raíz de este pacto y antes de finalizar el año, salió a luz la obra Exordia sacri ordinis cisterciensis, única de sus obras que logró ver la luz pública.
Muñiz sólo habla de la edición de 1621, pero en realidad hubo una anterior en 1610. Escribió otras obras que quedaron sin imprimir, pero la labor más valiosa es, sin duda, la cantidad de libros que dejó en Fitero al fallecer allí el 1 de octubre de 1612: “Dejó un rico fichero que fue utilizado por Manrique en sus Anales Cistercienses”. Es indudable que fray Ignacio F. de Ibero, con su esfuerzo y con los materiales recogidos, dio un notable impulso a los estudios cistercienses, contribuyendo como el que más al esclarecimiento del pasado de la Orden. Gobernó la abadía de Fitero con gran acierto hasta el fin de sus días, por espacio de veinte años, dejando tras de sí una huella de espléndidas realizaciones, al par que fama de santidad.
El Tumbo del colegio de Alcalá le tributa un cálido elogio: “Fue doctísimo en todas buenas letras así humanas como sagradas. El ingenio de tan superior agudeza, que no sólo alcanzó lo más encumbrado y sutil de casi todas las ciencias, sino que supo con grande perfección aun las artes mecánicas; de tal capacidad, que no le embarazó esta ocupación para ser tenido por uno de los mayores maestros de la universidad de Alcalá en teología escolástica. Tuvo la cátedra de santo Tomás y tuviera la de prima, sino que su Majestad el rey Felipe II le presentó por abad perpetuo del monasterio de Fitero”.
Obras de ~: Exordia Sacri Ordinis Cisterciensis [...] [Fitero], ex Typographio eiusdem Regii Fiteriensis Coenobii, 1606; Exordium minus (ita vocant) Ordinis Cisterciensis auctum et notis illustratum, 1610; Relación histórica de la fundación y antigüedad de este Real Monasterio, 1610 (ms. en el Archivo Histórico Nacional de Madrid); Exordia sacri ordinis cisterciensis [...], Pamplonae, ex officina Nicolai De Assiayn typographi regni Navarrae, 1621; Grandeza del Císter, ms. que se conservaba en la B. de Fitero, s. l., s. f.; Supra Praedicabilia Porphyrii, s. l., s. f.; Perihemenias et super lib. Physicorum et de Anima, s. l., s. f.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Clero, ms. 5.564, fol. 246.
B. de Montalvo, Primera parte de la Coronica del Orden de Cister e Instituto de San Bernardo [...], Madrid, por Luis Sánchez, 1602, págs. 304-306; A. de Y epes, Coronica General de la Orden de san Benito, t. VII, Valladolid, Francisco Fernández de Córdova, 1617, pág. 313; C. Henriquez, Phenix reviviscens, Bruxellae, 1626, págs. 383-387; C. de Visch, Bibliotheca scriptorum Sacri Ordinis Cisterciensis, Coloniae, Joannem Busuaeum Bibliopolam, 1656, págs. 167-168; A. Manrique, Anales Cistercienses (Cisterciensium seu verius ecclesiasticorum Annalium a condito Cistercio, 4 vols., Lugduni, 1642, 1642, 1449 y 1659), t. IV, Lugduni, Iacobi Cardon, 1659, apéndice, passim; N. Antonio, Bibliotheca Hispana Nova [...], t. II, Romae, ex officina Nicolai Angeli Tinassii, 1672, pág. 623; B. Mendoza, Synopsis monasteriorum Congregationis Castellae, 1753, págs. 117-118 (ms. de la Biblioteca de San Isidro de Dueñas); R. Muñiz, Biblioteca cisterciense española, Burgos, 1793, págs. 178-180; F. Fuentes, “Fray Ignacio de Ibero, abad de Fitero”, en Príncipe de Viana, 5 (1945), págs. 283-291; A. Pérez Goyena, Ensayo de Bibliografía Navarra, Pamplona, 1947; D. Yáñez Neira, “Tumbo del Colegio de San Bernardo de Alcalá”, en Cistercium, III (1951), pág. 71; E. Martín, Los Bernardos Españoles, Palencia, Gráficas Aguado, 1953, págs. 52, 54 y 57-58; J. Goñi Gaztambide, Historia del Monasterio de Fitero, Pamplona, 1965, págs. 24-26; D. Yáñez Neira, “Monjes Leoneses ilustres”, en Archivos Leoneses, 69 (1971), págs. 110-112 y 78 (1985), págs. 325-327; P. Guerin, “Ibero, Ignacio Fermín de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 1114; E. Manning, Dictionnaire des auteurs cisterciens, Tilburg (Holanda), 1975, pág. 380; F. Martínez García, Historia de la literatura Leonesa, León, Editorial Everest, 1982, págs. 160-161; J. Goñi Gaztambide, Historia de los Obispos de Pamplona, t. IV, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1985, págs. 519 y ss.
Francisco Rafael de Pascual, OCist.