García Serrano, Miguel. Chinchón (Madrid), 1569 – Manila (Filipinas), 14.VI.1629. Agustino (OSA), arzobispo de Manila.
Era hijo legítimo de Miguel García y Magdalena Hernández. Profesó en el convento de San Agustín de Ágreda de manos del prior fray Juan García el 28 de enero de 1592.
La misión de la que formó parte obtuvo licencia por Cédula dada en San Lorenzo de El Escorial el 13 de febrero de 1596. El padre Miguel García Serrano salió desde el convento de Toledo hacia Sanlúcar de Barrameda, desde donde zarpó el 23 de julio de 1597.
Ya en Filipinas, la primera vez que su nombre se menciona es en el Acta de un definitorio privado (Manila, 5 de octubre de 1598) al admitirle al examen de confesor y predicador, pero “advirtiéndose no tener edad competente, se suspende de nuevo el recibirlo hasta su tiempo”, que fue en otro definitorio (Manila, 27 de julio de 1600). El primer destino como ministro de un pueblo lo recibió en la Congregación Intermedia (Manila, 31 de octubre de 1600) al ser nombrado prior de Apalit. En el Capítulo Provincial inmediato (Manila, 27 de abril de 1602) fue elegido secretario provincial. No duró mucho en este oficio, pues un definitorio particular (Manila, 2 de diciembre de 1602) le “envía por Prior de Zubú”. Tampoco fue larga la estancia al frente de aquel priorato, porque en el Capítulo Intermedio (Manila, 31 de octubre de 1603) pasó a Bacolor (Pampanga) con el oficio de prior, siendo reelegido en 1605 y conjugándolo con el cargo de segundo visitador provincial. En su condición de visitador asistió al Capítulo Provincial (Manila, 26 de abril de 1608) y en el mismo fue elegido prior de San Agustín de Manila. El padre Juan de Medina elogió en pocas líneas la labor realizada por el padre García Serrano al frente del convento manileño escribiendo que a él se debe el embellecimiento del coro con una hermosa sillería de embutido y madera, y de la portería, la mejor estancia que había en el convento.
Al salir el provincial fray Pedro Solier para España en 1610 dejó como vicario a Miguel García Serrano, cargo que desempeñó hasta el Capítulo inmediato (Guadalupe, 23 de abril de 1611), en el cual salió elegido provincial nemine discrepante. Lo que refleja el acta fue un “final pacífico” después de haber aguantado el presidente los vaivenes, debido a que hubo bastante disparidad de pareceres a la hora de votar, pues buena parte presionaron para pensar en otras personas con tal de que no fuera el padre Miguel García Serrano. La razón aducida no era otra, al parecer, que éste había ya gobernado casi un año y lo consideraban suficiente. Pero lo que en realidad latía en este grupo del electorado era que lo consideraban un superior rígido, como lo había demostrado en su cargo de vicario. Estas pláticas y movimientos llegaron a buen puerto, pero no tuvieron efecto, porque el otro candidato no presentaba mejor cartel en asunto de observancia y disciplina. El interesado presidente capitular fray Diego de Guevara dispensó al padre García Serrano del tiempo que le faltaba por alcanzar aún la edad que disponían los sagrados cánones para desempeñar el provincialato. La Audiencia de Manila informó al Rey (Manila, 21 de julio de 1611; Rodríguez y Álvarez, 1992, II: 282) un poco exageradamente de tal elección: “Por el mes de abril de este año hizieron su Capítulo y eligieron por su Provinzial al Padre Fray Miguel García, que había sido Prior del conbento que tienen en esta çiudad, un religioso de gran virtud y vida exemplar, electo por todo el Capítulo in voce y con general aplauso y gusto de los vezinos destas yslas; á proçedido y procede con gran enteresa”.
Apenas elegido provincial, salió a visitar las provincias visayas, en las que se entretuvo cuatro meses, siendo una de sus decisiones aumentar los censos y limosnas a favor del convento del Santo Niño de Cebú. Durante su provincialato (1611-1614) se aceptó el ministerio de Labra de Vigan (5 de abril de 1612) que, andando el tiempo, hubo que cederlo al clero secular; se conmutó con los clérigos el convento de Ibahay (Panay) por el de Tigbawan (16 de noviembre de 1612); se trocó con los dominicos Silac de los Reyes (Lingayen) por Santa María de Narvacan (Ilocos), cediéndoseles también la Punta de Baybay (Tondo), donde años atrás habían tenido los agustinos el ministerio de los chinos, con la condición de celebrar ambas congregaciones la fiesta del Corpus Christi en la Domínica infraoctava, norma que se practicó hasta terminada la Segunda Guerra Mundial.
También se intentó que la celebración de los Capítulos fuese cuatrienal, pero no cuajó. Mayores disgustos produjeron la nueva distribución de prioratos con derecho a voto y las colectas del diez por ciento con que cada convento debería contribuir para ayudar a los gastos que la provincia tenía cada año, de modo especial para las misiones de Japón y los viajes de los procuradores a España.
En las naos que llegaron de Acapulco el año 1612 le llegó el título de comisario del Santo Oficio de la Inquisición para la diócesis de Nueva Segovia, que probablemente nunca ejerció por su obligada residencia en Manila como provincial y por ser esa diócesis campo de acción de la Orden seráfica. Fueron, sin embargo, muy tempranas y calurosas las relaciones con los jesuitas. Siendo provincial tuvieron lugar en Manila las fiestas de la beatificación de Ignacio de Loyola.
Interrumpió su visita a los pueblos con el deseo de hallarse presente, mandó aderezar las calles desde el convento de San Agustín hasta la iglesia de los jesuitas y mandó celebrar una misa en la que se mostró “quán de corazón amaba a Nuestro Santo Padre y a su Compañía, dejándola muy obligada”, según el jesuita Francisco Colín en su Labor evangélica.
Terminó el padre García Serrano su mandato de provincial el 17 de mayo de 1614 y unos días después el Consejo provincial (Guadalupe, 21 de mayo de 1614) acordaba que, por la necesidad que había de misioneros y de negociar otros asuntos en Madrid y Roma, se le enviara por su procurador. En julio puso proa hacia Acapulco, teniendo feliz travesía, no así de México a España por haberse visto la flota en gran aprieto de temporales que les arrastraron hasta Lisboa.
Una vez en España, puso manos a la obra y recolectó una misión de treinta agustinos dispuestos a trabajar en las Indias.
Todavía en la Península y por muerte de fray Diego de Soria, obispo de Nueva Segovia, fue presentado en primer lugar al Rey para ocupar dicha sede por la Cámara de Indias (Madrid, 22 de marzo de 1616) con esta nota, un tanto hinchada: “El Maestro fray Miguel Garçía, de la Orden de San Agustín, tiene 44 años de edad, de ávito los 27 y los 20 de Predicador, y á que passó 19 a las islas Philipinas, donde aprendió la lengua de los indios y en ella les administró los sacramentos, predicando y confesándoles todo este tiempo. Leyó en su Orden Artes y Theología.
Fue Comissario del Santo Oficio en el obispado de Camarines y aora es Calificador de la Inquisición de México. Fue Prior de muchos conventos en aquellas Islas y del de Manila tres años, y después visitó aquella Provincia, siendo Provincial della, con mucha virtud, prudencia y entereça, y en la Visita que se le tomó no se le hizo cargo ni puso culpa alguna. Tiénese de su persona general aprovaçión, estimada de todos los Estados de aquellas Islas y particularmente de los naturales por haver husado de mucha caridad y religión. Á bautiçado gran número de gentiles y á acudido siempre a las cossas que allí se offreçen del serviçio de V. M. con particular afecto como lo testifican las cartas que en su aprovaçión an escrito en diferentes años el Audiencia Real de Manila, el Governador, el Arçovispo y las Religiones y el Cabildo Secular. Y haviendo venido a esta Corte por Definidor y Procurador General de aquella Provincia a pedir religiosos para las missiones de ella, se le han concedido 30, y buelve con ellos” (Rodríguez, 1993, XVII: 296-297). El 3 de agosto de 1616 Pablo V lo preconizaba obispo de Nueva Segovia y el 15 de octubre se le despachaban desde Madrid las Ejecutoriales.
Todo preparado y en regla, zarpó con la misión de treinta agustinos del puerto de Sanlúcar de Barrameda en la segunda mitad del mes de octubre de 1616. En la ciudad de México recibió la consagración episcopal, sin que se puedan precisar las fechas, y el 26 de junio de 1617 llegó a Cavite (Filipinas). Tomó posesión el 17 de julio inmediato y gobernó aquella diócesis hasta el 23 de julio de 1620, fecha en que tomó posesión del arzobispado de Manila; le impuso el palio el obispo agustino de Cebú, fray Pedro de Arce, a la sazón gobernador eclesiástico de la archidiócesis, y le asignaron un sueldo de 3.000 ducados. Tras la toma de posesión, visitó en Manila el Cabildo catedralicio, clero, hospitales y cofradías, confirmando al mismo tiempo y acudiendo a otras muchas obligaciones de su oficio. El 20 de abril de 1621 salió a visitar la provincia de la Pampanga, donde se entretuvo poco más de dos meses. Regresó a Manila con motivo de la Semana Santa y le fue imposible continuar nuevamente la visita por haber entrado nueve naos holandesas en la bahía de Manila. El Cabildo secular escribía al Rey (Manila, 24 de agosto de 1624) sobre el celo y diligencia del padre García Serrano en el gobierno de la archidiócesis, que era este prelado ejemplar en virtud, prudencia y gobierno y que procedía en el gobierno de la Silla con general aceptación de todos, tanto eclesiásticos como seculares, así como que con gran amor acudía a las necesidades generales y de los particulares, y concluía que “mereze ocupar Silla donde el fructo que hace sea más copioso en el servicio de Dios y de Vuestra Magestad”.
Fue grande sin duda su celo en el cumplimiento de sus deberes de prelado, a los que acompañaron sufrimientos y peripecias variadas. Así, en carta al Rey (Manila, 25 de julio de 1626) le notificaba que el año anterior no habían hecho acto de presencia los holandeses, aunque esta ausencia había sido colmada por los enemigos internos, pues una noche sintió perder la vida al verse cercado por treinta y cuatro caracoas de los mahometanos, borneos y joloes, camucones y mindanaos, a un centenar de kilómetros de Manila, cuando visitaba el pueblo de Cabotagan. Al darle el albazo a las cinco de la mañana, cuando dormía, sólo les dio tiempo para tirarse de la cama y huir al monte, quedando así en la mayor miseria hasta que el gobernador, Fernando de Silva, les mandó ropa y los bastimentos necesarios. Exageró algo, sin embargo, en sus intereses por lo que él creía derechos de su cargo.
Dentro del ambiente agitado de luchas entre el poder diocesano y la resistencia de los frailes, sus pretensiones pasaron los límites de la prudencia, siendo frenado principalmente por los franciscanos del convento de Dilao.
Acercándose la celebración del Capítulo Provincial de los agustinos (Manila, 5 de mayo de 1629), por evitar cuestiones e ingerencias, huyó de la metrópoli y se fue a visitar y confirmar a pueblos de su jurisdicción.
Mas tuvieron que llamarle los capitulares a causa de la cuestión que entonces se planteó sobre la “Alternativa” en los cargos entre criollos y peninsulares.
Una vez finalizado el mismo, volvió a su visita pastoral con el deseo de concluirla y estar de regreso para la fiesta del Corpus Christi. Llegó a Manila, pero falleció inmediatamente, el 14 de junio de 1629, para unos por causa de la gran pena que le originó el robo del Santísimo Sacramento, del que era muy devoto, para otros “murió de un tabardillo, no entendido de los que le curaron y ocasionado de unos soles que le dieron yendo visitando su arzobispado”.
Cabe destacar como mérito el interés que siempre demostró en la promoción, educación y cuidado de los clérigos seculares de su arzobispado. Es sumamente interesante su testimonio en carta al Rey (Manila, 31 de julio de 1623) diciéndole que el número de clérigos crecía a pasos agigantados gracias a la apertura de los colegios de Santo Tomás y de la Compañía de Jesús, “de los quales muchos se han ordenado y los demás se ordenaran si tubieran título a que poderlo hazer, que por faltar esto padecen los pobres notable nesseçidad”. Para no detener este deseable incremento de vocaciones y disponer con qué remediar sus necesidades materiales, sugería y hasta pedía el arzobispo que a estos clérigos se les diesen algunos pueblos o curatos administrados por las órdenes religiosas. También fue celoso prelado en la preparación de un clero nativo japonés, formado en Manila en seminario propio.
En la “Copia de una carta escrita por la Christiandad del Reino del Japón desde la ciudad de Nangasaqui para el Señor Arzobispo de Philipinas D. fray Miguel García Serrano, en lengua, letra y carácter japonés y traducida en Manila por un religioso de San Agustín” (Manila, 5 de agosto de 1624), los cristianos de Nagasaki le pedían fundase en Manila un colegio para japoneses con miras al sacerdocio. El arzobispo endosó la petición al gobernador Alonso Fajardo de Tenza, quien generosamente la aceptó, asignando el consiguiente terreno donde edificar colegio. También en epístola al Monarca le sugería que ninguna obra sería más acepta a Dios ni de mayor gloria para la Corona que en el colegio jesuita de San José se hiciese un cuarto, aparte de las habitaciones del resto de los demás colegiales, donde pudiesen estudiar algunos japoneses, dándoles para su sustento y estudios la renta de una de las encomiendas que vacaren, y “assí arraigados en la virtud, letras y exemplo de esta Religión, aviéndose ordenado de sacerdotes, puedan administrar los santos sacramentos y predicar los misterios de nuestra santa fee cathólica en su tierra hasta que el Señor se sirva de abrir la puerta, que tan çerrada está de presente a los ministros de Europa” (Rodríguez, 1993, XVII: 319). Pero, muerto el arzobispo, la Audiencia de Manila se apresuró a cancelar tales provisiones e iniciativas.
En el haber del arzobispo agustino figuran también otros muchos hechos, tales como el favorable recibimiento de las religiosas clarisas, la confección del proceso del martirio de los padres Alonso de Navarrete (dominico) y Hernando de San José (agustino) en Japón, las relaciones cordiales que, en general, mantuvo con todos y el manifestado deseo de celebrar un sínodo en Manila, que luego no prosperó.
El gobernador Juan Niño de Tavora escribió al Rey, acerca del arzobispo fray Miguel García Serrano (Manila, 29 de julio de 1629; cfr. Rodríguez y Álvarez, 1992, II: 298), que fue buen prelado “porque las cosas del culto divino se preziaba de tenerlas en su punto, y tenía mucha entereza en la defensa de la juridiçión eclesiástica”, si bien, por otra parte, dejó excesiva mano libre a algunos de sus colaboradores, como el caso del vicario general Pedro Monroy, fuente de conflictos y disgustos con la autoridad civil.
Hay noticia de unos setenta y ocho escritos (cartas, memoriales, informes, decretos, etc.) salidos de su pluma.
Bibl.: T. de Herrera, Alphabetum Augustinianum, vol. II, Madrid, Gregorio Rodríguez, 1644, pág. 86; G. de San Agustín, Conquistas de las Islas Philipinas, vols. I y II, Madrid, Manuel Ruiz de Murga, 1698, págs. 471, 516 y 531 y págs. 60-61, respect.; J. de la Concepción, Historia general de Filipinas, vols. IV y V, Madrid, 1788, págs. 468-470 y págs. 139-145 y 191-192, respect.; F. Colín, Labor evangélica, ministerios apostólicos de los obreros de la Compañía de Jesús, fundación, y progresos de su provincia en las Islas Filipinas, Barcelona, Imprenta de Henrich y Compañía, 1900-1902; E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, 1901, págs. 47-48; B. Martínez Noval, Apuntes históricos de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas: Filipinas, Madrid, Hijos de Gómez Fuentenebro, 1909, págs. 80-82; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. III, Madrid, Imprenta Asilo de Huérfanos, 1917, págs. 90-92; A. M.ª de Castro, Misioneros agustinos del Extremo Oriente, 1565-1780. (Osario Venerable), ed. de M. Merino, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1954, págs. 223-229; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, pág. 261; J. Pirotte, “García Serrano”, en R. Aubert (dir.), Dictionnaire d’Histoire et de Géographie Ecclesiastiques, vol. XIX, Paris, Letouzey et Ané, 1981, cols. 1209-1210; M. L. Díaz Trechuelo, “Episcopologio agustiniano en Filipinas”, en I. Rodríguez (ed.), Agustinos en América y Filipinas. Actas del Congreso Internacional. Valladolid, 16-21 de abril 1900, vol. II, Valladolid-Madrid, Monte Casino, 1990, págs. 785-792; I. Rodríguez y J. Álvarez, Diccionario biográfico agustiniano. Provincia de Filipinas (1565-1588), vol. II, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1992, págs. 278-318; I. Rodríguez, Historia de la provincia agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, vol. XVII, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1993; I. Rodríguez y J. Álvarez, Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1996, págs. 261- 262.
Isacio Rodríguez Rodríguez, OSA