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Bernardino de Cárdenas

Biografía

Cárdenas, Bernardino de. La Paz (Bolivia), 19.V.1582 – Arani (Bolivia), 20.X.1668. Orador y apóstol de los indígenas, predicador general de la Orden de San Francisco (OFM) y legado del Santo Concilio Provincial Argentino, obispo y gobernador comunero de Paraguay, obispo de Santa Cruz.

Nació en La Paz, llamado también Chuquiavo, el 19 de mayo de 1582. Era el cuarto hijo de Celestino Félix de Cárdenas y de María Teresa Ponze. Ingresó en el noviciado de la Orden franciscana en el con­vento de Jesús de Lima en 1596 y estudió en el Cole­gio de San Martín de Lima, donde sobresalió por su inteligencia. Contaba con dotes excepcionales para el púlpito y era gran conocedor de los idiomas quechua y aymara. Dadas sus facultades intelectuales, ya en 1613 era nombrado lector de Teología en Cuzco y poco después en Chuquisaca (Sucre). Como fruto de su profesorado, escribió Prelecciones y apartado bíblico o guía para leer con fruto las Sagradas Escrituras y se le atribuyen otros escritos más. En 1614 se le encuen­tra fungiendo de guardián en el convento de Sucre; en años sucesivos recibió destino y nombramientos para Potosí, Oruro, Cochabamba, etc. La oratoria y el púlpito fueron los recursos que más admiradores le atrajeron junto con la fama de que los indios “le ro­deaban dándole más amor y reverencia que a ningún otro”. Se le reconoce ser uno de los religiosos más ilustrados de la época colonial en América junto con Juan de Palafox.

Por la década de 1620 se dedicó, a petición del vi­rrey, a la conversión de los chunchos, dejando hue­llas de verdaderos éxitos y no pocos sufrimientos en la conversión de los indios. En el Capítulo celebrado en Lima en 1621 fue nombrado definidor de la Provincia de los Doce Apóstoles de Lima. Al término de la misión de los Songos y Chalanas, recibe un nuevo traslado para Chuquisaca y de allí para Potosí en 1626.

Al celebrarse el concilio provincial de La Plata en 1629, en el que participaban cuatro obispos de la región, en el mes de mayo fue designado legado pon­tificio “porque en la persona de V. P. concurren las prendas necesarias: celo ardiente, ejemplar vida y predicación en las dos lenguas generales de Indias”, y se le confirió el cargo de predicador general de la Orden de San Francisco y legado del Santo Concilio Provin­cial Argentino. Se conserva casi ignorado su informe: Memorial y relación verdadera para el Rey N. S. y su Real Consejo de las Indias de cosas del Reino del Perú. En 1637, al erigirse de nuevo la provincia de San An­tonio de los Charcas, quedó incorporado a la nueva provincia de Bolivia.

Para entonces había trascendido la fama de Cárde­nas a España y a oídos del rey Felipe IV, quien el 21 de febrero de 1638 le presentó a Su Santidad para que ocupara el episcopado de Asunción, vacante desde 1635. Las bulas se expidieron el 18 de octubre de 1640 y tardaron más de lo deseado en llegar. En­tretanto, el padre de Bernardino había recibido cartas del Rey, así como del cardenal Barberini, en las que se le llamaba “obispo” y se le suponía en posesión de la sede; el Rey, por su parte, le urgía a tomar la silla de Asunción para obviar la prolongada vacante y sus consiguientes consecuencias. Con estos antecedentes, Cárdenas se dirigió a Tucumán con la esperanza de ser consagrado obispo a pesar de la falta de las bu­las, con la presunción de extravío, o de haber sido retenidas, puesto que ya habían transcurrido más de dos años desde su expedición. Pidió parecer y la gra­cia de la consagración al obispo Melchor Maldonado, quien, luego de sopesar los pros y contras y realizar diversas consultas a juristas, sobre las dos dificultades canónicas que presentaba el caso: la ausencia de las bulas y la falta de dos obispos requeridos, no vaciló en proceder a la consagración, que se realizó el 14 de octubre de 1641.

Las expectativas eran grandes en Asunción y mucha la fama que le rodeaba. A su llegada fue muy agasa­jado por los asunceños, haciendo su entrada pública en la capital con aclamación general del clero, pueblo y gobierno, en lo que los jesuitas no quedaron atrás. Las bulas llegaron cinco meses después (1642) y, tra­ducidas, fueron leídas al pueblo con unánime rego­cijo. Ejerció su jurisdicción por varios años a gusto de todos, que le obedecieron sin escrúpulos de su consa­gración, en particular los padres de la Compañía que le asistían y le honraban cual nuevo “Crisóstomo” y le ofrecían otros halagos.

La extraordinaria piedad de Cárdenas, su vida pe­nitente, sus sermones en las dos misas que celebraba diariamente, le dieron aureola de obispo santo. En medio de otras cosas ordenó a más de ochenta sa­cerdotes nativos con la convicción de que el conoci­miento del pueblo a servir y el poseer el idioma valían tanto o más que la mucha teología; era en referencia a los de la Compañía, extranjeros en su mayoría.

Las cosas marcharon amistosamente, las relaciones con los jesuitas eran cordiales, hasta que Cárdenas, movido por el celo del deber de la visita pastoral por la diócesis, alentado por los cabildantes, se dispuso a girarla incluyendo las reducciones jesuitas de Paraná y Uruguay (1643). A partir de esta decisión cambia­ron las tornas, comenzaron los graves problemas entre obispo y jesuitas, que además de ocupar una etapa de grandes escándalos y sufrimientos para ambos lados, han dado origen a muchos escritos difamatorios, de­fensivos y contradictorios y una decisión canónica fi­nal de Roma a favor de Cárdenas (del 1 de septiembre de 1657). En esa ocasión le fue reconocida legítima la toma de posesión (1660). La sagrada congregación de cardenales reconoció la validez de su consagración episcopal.

La visita pastoral, inicio del conflicto, comenzó por la reducción de San Ignacio, donde fue bien recibido. Pero entre tanto, en Asunción, el gobernador Gre­gorio Inestrosa, violando la inmunidad conventual apresó en pleno convento de San Francisco a fray Pedro de Cárdenas, sobrino del obispo, y lo desterró a Santafé. En cuanto le llegó la noticia al obispo, aban­donó la visita y regresó a Asunción; allí excomulgó al gobernador y a los involucrados en el atropello. De aquí en más se suscitó una enconada confrontación en la que tomaron partido el gobernador, jesuitas y adherentes, por una parte, y los adeptos al obispo, por otra. El gobernador Inestrosa, con la complicidad de la Compañía y ochocientos indios de sus reducciones, desterró al obispo a Corrientes y declaró sede vacante, cuestionando incluso la consagración episcopal, acu­sándolo de intruso, dando por nulas sus actuaciones, excomuniones, las ordenaciones realizadas. Inestrosa, apoyado por el seudo-provisor Cristóbal Sánchez a instancias de los jesuitas, lo embarcó fuera del Para­guay y se instaló en el convento de Corrientes (di­ciembre de 1644), lo que llevó a Cárdenas a un jus­tificado enojo y una ardorosa defensa de su derechos episcopales.

Los tribunales del Virreinato condenaron la actitud del gobernador y ordenaron el regreso del obispo. En lugar de Inestrosa fue nombrado gobernador Diego de Escobar y Osorio. Con eso Cárdenas volvió a Asunción, después de dos años enteros, pero ya las posturas estaban tan radicalizadas que hacían difí­cil la convivencia, sino imposible: el Colegio jesuita se constituyó en baluarte y “catedral” paralela, reci­biendo en su interior a los prebendados en rebeldía. El problema era llevado en pro y en contra, sin darse tregua, a instancias reales y a Roma. Cárdenas desoyó las varias citaciones de Charcas por cuanto presumía se le quería alejar de la sede, pero él no aceptó aban­donar la grey en manos de “cismáticos”. El Rey, tomó intervención en el asunto y, queriendo arreglarlo, le propuso en 1647 la sede de Popayán, que Cárdenas rechazó.

Entre tanto, falleció Diego de Escobar Osorio el 27 de febrero de 1649. El pueblo y el Cabildo, ha­ciendo uso del privilegio concedido por Carlos V a Paraguay el año 1537 para, en caso de muerte, po­der sustituirlo por otro gobernador hasta que la au­diencia de la Plata lo nombrase, eligieron gobernador a monseñor Cárdenas en asamblea legítima el 4 de marzo de 1649, y éste, a pesar de resistirse, lo aceptó al cabo. El gobernador y obispo Bernardino de Cár­denas, queriendo conseguir la paz, estimando ser los jesuitas los causantes y principales incentivadores de la discordia, decretó la expulsión de los mismos (6 de marzo de 1749), y ordenó la toma del colegio y de al­gunas de sus haciendas para obras pías. Los jesuitas no descansaron hasta lograr revocar esta designación de la Audiencia Real de Charcas y que fuera nombrado gobernador un partidario suyo, que sería el capitán general del Paraguay, Sebastián de León Zárate. En el ingreso del nuevo gobernador a la cabeza de cua­tro mil indios Tuvo lugar una confrontación —lla­mémosla guerra civil— con armas, en la que hubo varias muertes en ambos bandos. Cárdenas fue apre­sado y sometido a un severo juicio de parte del juez conservador fray Pedro Nolasco en el que aceptó la responsabilidad de los actos, tras lo cual hubo reivin­dicaciones y cárceles y maltratos para los perdedores y el juez dispuso graves castigos y privó de su iglesia al obispo. Al cabo, puesto en una “balsa maltratada” se le desterró nuevamente al obispo rumbo a Santafé. Nunca más volvió Cárdenas al Paraguay (1649).

De Santafé, viajó hasta Charcas, luego pasó a Po­tosí, siempre acosado por los jesuitas y sus influencias mientras buscaba sosiego y paz en algún convento franciscano. Aunque Roma nunca se pronunció y Cárdenas retenía el título de obispo del Paraguay, es­taba resuelto a no volver jamás. A pesar de sus setenta años no desistió en el servicio a la Iglesia, entregán­dose de lleno a los ministerios de la palabra y la re­conciliación en una vida errante de ocho años. Por fin fue recibido en La Paz con una gran manifestación de devoción y afecto.

Mientras tanto, fray Juan de San Diego, a quien Cárdenas nombró su gestor ante la Sagrada Congre­gación y la Real Audiencia de Roma, dándole los po­deres necesarios y argumentos para que gestionara su defensa y presentara su renuncia, obtuvo tanto en Roma como en Madrid (1660) un veredicto favorable por el que quedaba reivindicada la fama, el oficio y la dignidad episcopal de Cárdenas, así como la vali­dez de sus actos. Al final su tesón en resguardo de sus derechos frente a lo jesuitas y su dignidad episcopal dieron su merecido fruto.

Roma, ya en la vejez, le concedió el obispado de Santa Cruz, pero al poco falleció en Arani, a los ochenta y seis años, el 20 de octubre de 1668. Sus restos, que estuvieron depositados en Arani, fueron trasladados y se conservan desde 1915 en el templo franciscano de Cochabamba.

 

Obras de ~: Manual de Relaciones de las cosas del Perú, s. l., s. f.; Historia Indiorum et Indigenarum, s. l., s. f.; Memorial y Relación verdadera para el Rey y su real Consejo, s. l., s. f.; Prelec­ciones y apostolado bíblico o guía para leer con fruto las Sagradas Escrituras, s. l., s. f.

 

Bibl.: R. E. Velázquez, “Elección de Fray Bernardino de Cárdenas en 1649”, en Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia, separata, s. f.; W. Priewasser (OFM), El Ilmo. don fray Bernardino de Cárdenas, s. l., s. f.; P. Gual (OFM), Cuestión Canónica entre el Ilmo. Sr. Obispo del Paraguay y los RR. PP. Jesuitas; Colección General de documentos [...] tocante al Ilmo. D. Fr. Bernardino de Cárdenas desde 1644-1660, s. l., 2 ts.; J. de San Diego y Villalón (OFM), Discurso de la vida, méritos y trabajos del Ilmo. Sr. obispo del Paraguay. Y verdades desnudas [...] Al Rey [...], s. l., 1658; F. J. Charlevoix (SI), Historie du Paraguay [Paris, 1766], 3 ts.; P. Lozano, Historia de la Conquista del Paraguay [Buenos Aires, Imprenta Popular, 1873-1875], págs. 523-530; P. Hernández (SI), Organiza­ción social de las doctrinas Guaraníes de la Compañía de Jesús, Barcelona, Gustavo Gili, 1913; A. Guzmán, El kolla mitrado. Biografía de un obispo colonial, fray Bernardino de Cárdenas, La Paz, Librería Editorial Juventud, 1954; A. Viola, Real Patronato y Obispos del Paraguay Colonial, Asunción, Centro Interdisciplinario de Derecho Social y Economía Política de la Universidad Católica, 2002, ms. 118-151.

 

JoLuis Salas­

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