Fernández, María del Rosario. La Tirana. Sevilla, 1755 – Madrid, 28.XII.1803. Actriz.
María del Rosario Fernández, hija de Juan Fernández Rebolledo y Antonia Ramos debe su sobrenombre a haberse casado con el actor Francisco Castellanos, apodado El Tirano por las numerosas veces que había representado papeles de tal carácter. Los primeros estudios de María del Rosario discurren en el Colegio de Declamación que había fundado y dirigido en Sevilla el intelectual ilustrado Pablo de Olavide, quien deseaba instaurar el nuevo teatro neoclásico, alejado de los excesos barrocos. La buena preparación de la actriz le ayuda a conseguir en 1773 su ingreso en la Compañía de los Reales Teatros de los Sitios de Madrid, aunque a la caída del conde de Aranda fue languideciendo el deseo reformista de los galoclásicos y las representaciones de los Teatros Reales fueron apagándose hasta su supresión por decreto del ministro Floridablanca en 1777. María del Rosario entonces ya casada con El Tirano se ve inmersa en la diáspora del gran contingente de actores del siglo XVIII —María Bermejo, Mariano Querol, Isidoro Maíquez— que trataba de encontrar su camino en un mundo escénico dividido a ojos del público entre los partidarios y los detractores del arte neoclásico. El matrimonio se pondrá al frente de una compañía que sin rango oficial gira cerca de dos años al lejano amparo de Carlos III, visitando diversas ciudades, sobre todo Barcelona. Esa época servirá para que la actriz ensaye todos sus recursos dramatúrgicos, pues combina la representación de los autores grecolatinos y neoclásicos con la de los siempre venerados por el público: Calderón y Rojas Zorrilla.
En junio de 1780 y procedente de Barcelona, La Tirana llega a Madrid contratada por la compañía del autor Juan Ponce. Hace dos meses que la esperan para tomar posesión de su cargo de “sobresaliente de versos” y la Junta de teatros le ha abonado 2.340 reales por gastos de viaje más 330 de dietas, a razón de 30 por jornada, partido diario de una primera dama.
Sin embargo, la actriz, ya fiel a su apodo escénico, exige mejoras económicas y artísticas presentando un Memorial al Monarca cuyas condiciones Juan Ponce no puede cumplir. Liberada así de este compromiso, puede cumplir su gran sueño, que es poder ser contratada en Madrid por la compañía de Manuel Martínez para el teatro de El Príncipe, con partido e intereses de dama y caudal reservado. Será el gran momento artístico de La Tirana. Alabada en versos por Leandro Fernández de Moratín, representa por igual a clásicos como Andrómaca, de Racine o Hipermenestra, de Lemierre, o la tragedia Talestris, reina de Egipto, de Metastasio, como El pintor de su honra y Fuego de Dios en el querer bien, de Calderón de la Barca, o El mejor alcalde el Rey, de Lope de Vega. Poco importa que El Tirano la haya abandonado negándose a enviarle sus joyas y trajes para salir a escena, pues una joven María Teresa Cayetana de Silva, duquesa de Alba, le proporciona fantásticos trajes y aderezos para sus representaciones.
O, cuando en 1794, el propio Francisco de Goya la inmortaliza —poco favorecida, por cierto— caracterizada como la reina Gelmira de la tragedia del autor Belloy, en un magnífico cuadro conservado hoy en el Museo de la Academia de Bellas Artes de Madrid, que antecede al que Goya hará en 1799 de María Luisa de Parma vestida de maja en una actitud muy parecida a la de la cómica, hecho muy criticado en los sectores oficiales del Gobierno. Ajena a estas intrigas, María del Rosario Fernández se siente muy satisfecha, pues ni siquiera su contemporánea, la más joven y bella actriz María Antonia Vallejo, La Caramba, ha conseguido tales honores a pesar de su buen hacer como tonadillera y de su ajetreada vida amorosa.
La Tirana pasará a los anales del teatro como una gran trágica, quien pese a las crónicas que satirizaban su tono “enfático y ampuloso” consiguió algo muy difícil en el complejo gusto teatral del siglo XVIII: combinar la tendencia española gesticulante y gritona con la francesa, solemne y pausada. De ahí surgió su tesitura actoral de “dama de representado” que haría decir a Leandro Fernández de Moratín: “Poseía un estilo fantástico, expresivo, rápido y armonioso, con el cual obligó al auditorio a que muchas veces aplaudiese lo que no era posible entender”. También poseía el don de saber retirarse a tiempo, pues en 1797, aquejada de una enfermedad del pecho, solicitó la jubilación que le fue otorgada, consiguiendo la plaza de cobradora de lunetas en el teatro de El Príncipe. Todo un logro reivindicativo para una época en la que las gentes del teatro dejaban de ser vagabundos cómicos de la legua para entrar en la categoría de actores con toda su legalidad.
Bibl.: E. Cotarelo y Mori, “La Tirana”. Primera dama de los teatros de la Corte, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1879; J. Ezquerra del Bayo y L. Pérez Bueno, Retratos de mujeres españolas del Siglo XIX, Madrid, Junta de Iconografía Nacional-Imprenta de Julio Cosano, 1924; M. Muñoz, Historia del teatro en España. El drama y la comedia, vol. I, Madrid, Tesoro, 1965; R. Andioc, Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII, Valencia, Castalia-Fundación March, 1970; F. Aguilar Piñal, Sevilla y el teatro del siglo XVIII, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1974; J. Álvarez Barrientos, “El actor español en el siglo XVIII: formación, consideración social y profesionalidad”, en Revista de Literatura (Madrid), 100 (1988); págs. 445-466; A. Rodrigo, María Antonia “La Caramba”, Granada, Albaida, 1992; F. Doménech y E. Peral, Historia del teatro español, vol. II, Madrid, Gredos, 2000; M. Águeda Villar, “La Tirana”, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 2001.
María José Conde Guerri