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Juan Alonso Enríquez de Cabrera

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Biografía

Enríquez de Cabrera, Juan Alfonso. Duque de Medina de Rioseco (V). Medina de Rioseco (Valladolid), 1594 – Madrid, 7.II.1647. IX almirante de Castilla, capitán general, virrey de Sicilia y Nápoles.

Hijo de Luis Enríquez de Cabrera que falleció joven en Valladolid en 1600, VIII almirante de Castilla, y de Victoria Colonna, fallecida en 1633, hija del gran condestable de Nápoles Marco Antonio Colonna. Nació en Medina de Rioseco en 1594, siendo en 1601 concertado su matrimonio con Luisa de Sandoval Padilla, hija de Cristóbal Gómez de Sandoval, I duque de Uceda, marqués de Cea, y nieta del I duque de Lerma. El enlace se realizó en la Capilla Real en 1612 y fue padrino Felipe III. Tuvo dos hermanas, María Ana (1595-19 de agosto de 1658), que en 1614 fue la tercera esposa de Francisco Fernández de Córdoba, VII duque de Alburquerque; y Felisa, nacida en 1596 y que casó en 1612 con Francisco de Sandoval Manrique de Padilla, II duque de Lerma, de Uceda, Cea, marqués de Denia. Su hijo primogénito fue Juan Gaspar Enríquez de Cabrera y Rojas, conde de Melgar. Sucedió en los títulos familiares como VI duque de Medina de Rioseco, V conde de Cabrera, VIII conde de Melgar.

Era un hombre inquieto, algo violento. Fue nombrado gentilhombre de la Cámara de Felipe IV y en 1646 su mayordomo mayor. Tuvo problemas por su temperamento y por el juego, por lo que fue encarcelado varias veces. Estuvo muy implicado con la política del duque de Lerma, valido de Felipe III, por razones familiares. Pese a que era yerno del conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, hubo entre ellos una gran enemistad. En 1626 comenzó su enfrentamiento con Olivares, por lo que, una vez que renunció a su cargo, fue desterrado de la Corte, si bien en 1629 se le ordenó que regresara.

En 1636 organizó un plan para la invasión de Francia. Gastó en sus proyectos prácticamente toda su fortuna y no obtuvo ningún éxito en su campaña. En julio de 1638 el ejército de Condé cruzó la frontera de Guipúzcoa por Irún y puso sitio, por tierra y por mar, a fortaleza fronteriza española de Fuenterrabía, sorprendiendo al conde-duque de Olivares, el cual organizó medidas urgentes de socorro desde la Corte.

La nobleza fue llamada a tomar las armas. Enríquez de Cabrera ofreció sus servicios y asumió el mando de las tropas como capitán general de Castilla la Vieja, y el 7 se septiembre finalizó el asedio de Fuenterrabía con contundente éxito. Pese a que destacó en Fuenterrabía como buen soldado y tuvo parte importante en la victoria, Olivares se atribuyó el éxito sirviéndose de las obras de Juan de Palafox y Mendoza (Sitio y Socorro de Fuenterrabía, Madrid, 1639) y de Virgilio Malvezzi (La Libra, Pamplona, 1639). Enríquez de Cabrera desplegó un importante aparato propagandístico para recuperar la fama perdida. El cronista José de Pellicer Ossau publicó en Madrid, el 11 de septiembre de 1638, un escrito Consagrado a la fama inmortal del príncipe don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera. Francisco de Vargas publicó al mismo tiempo una Relación de la memorable victoria, que atribuye a Enríquez de Cabrera como general de la provincia de Guipúzcoa. Por su parte, Alonso Díez de Lugones y Venegas escribió grandes elogios de sus hazañas en verso y prosa en dos obras, que publicó en Madrid a finales de 1638, denominándole “invicto Aquiles español [...] por la gran victoria de Fuenterrabía, debida a su acertado gobierno”. Enríquez de Cabrera entró victorioso en Madrid el 26 de noviembre de 1638, provocando entre los cortesanos antiolivaristas mayor unión, y en Olivares una mezcla de temor y de envidia.

Olivares temía que Enríquez de Cabrera presionara al Rey para retirarle el valimiento, así que a finales de 1640 fue nombrado virrey de Sicilia con el fin de alejarlo de la Corte, por lo que el anterior virrey Francisco Melo de Braganza fue enviado a los Países Bajos. Olivares fue premiado por el Rey al considerarlo el único responsable del éxito de Fuenterrabía, obtuvo una copa de oro anual, la alcaldía de Fuenterrabía, el nombramiento como administrador de los Millones, y camarero mayor de la Casa de Borgoña hasta su caída.

En 1640 contrajo primer matrimonio su hijo primogénito Juan Gaspar con Elvira de Toledo Osorio, por cuyo motivo le dedicaron la obra todavía inédita Árbol de la Casa Real de los Enríquez y memoria de los que descienden del señor don Alonso Enríquez, primer almirante de Castilla. El segundo matrimonio fue con Leonor de Rojas Enríquez.

Enríquez de Cabrera fue muy bien recibido en Sicilia, a donde llegó el 14 de junio de 1641. Allí tenía posesiones como conde de Módica. Mientras, la monarquía comenzó a sufrir su desgarro consecuencia de las revueltas de Portugal y Cataluña. Como hacía falta dinero y hombres para defender la monarquía por medio del proyecto de la Unión de Armas, Olivares, aunque le dolía, hubo de reclamar ayuda al virrey de Sicilia. Enríquez de Cabrera ofreció hasta 6.000 hombres pagados, y además, logró en poco tiempo llevar a cabo un fabuloso plan de fortalecimiento militar de Palermo. Envió una carta al Rey ofreciéndole un donativo, lo cual enfureció a Olivares, ya cerca de su desvalimiento. Al caer Olivares en 1643, con él perdieron peso político sus colaboradores, entre los cuales se encontraba el duque de Medina de las Torres, virrey de Nápoles. El nuevo valido, Luis de Haro, temía la popularidad y peso militar y político de Enríquez de Cabrera, así que a finales de 1643 decidió enviarlo como virrey a Nápoles en sustitución del duque de Medina de las Torres. Se trataba de alejarlo y lo mejor que podía hacer era promocionarlo en Nápoles.

La situación en el reino de Nápoles en el año 1644 no podía ser más desastrosa y caótica, según los informes que le entregaron. A la crisis económica general que asoló la Europa del siglo XVII y a la falta de recursos de la Corona española, empeñada siempre en empresas bélicas de dudosa justificación y de fin incierto, venían a sumarse el corto entendimiento y el mal gobierno de los representantes de la Monarquía en aquel virreinato. La población malvivía bajo el peso de innumerables tasas, variados impuestos, incontables arbitrios y desproporcionadas gabelas. Enríquez de Cabrera solicitó a Haro la rebaja de los impuestos debido a la absoluta falta de recursos. Ante la respuesta negativa, presentó la renuncia de su cargo. El 11 de febrero de 1646, tomó posesión del cargo el nuevo virrey Rodrigo Ponce de León, duque de Arcos. Entre ambos hubo tensiones por la forma de entender cómo se debía gobernar Nápoles.

A finales de 1645 fue a Roma para presentar la obediencia de la Corona al nuevo papa Inocencio X y solicitar la declaración del Misterio de la Inmaculada Concepción. Hizo una entrada solemne en la Ciudad Eterna como embajador extraordinario. Se entrevistó con el Pontífice y vio en él a un hombre tímido. Tuvo asimismo una serie de debates con el cardenal de Este, cuyo hermano, el duque de Módena, era partidario de los franceses. No consiguió su objetivo, pero al menos alcanzó un breve pontificio por el que se declaraba la fiesta de la Inmaculada día de precepto en la Monarquía hispánica. Tras su misión en Roma, Enríquez de Cabrera se trasladó a Madrid, en donde murió el 7 de febrero de 1647, en vísperas de que se le enviara a Alemania.

Luis Vélez de Guevara (1579-1644) habla de él en El Diablo Cojuelo, III: “este es el almirante de Castilla don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, duque de Medina de Rioseco y conde de Módica, terror de Francia en Fuenterrabía”.

 

Fuentes y bibl.: Biblioteca Nacional de España (BNE), R/12212 (9), Cuarta relación de una carta que escribió el Almirante de Castilla al rey [...], dándole cuenta de lo que había sucedido desde los principios de la guerra de Fuenterrabía hasta el fin de ella y retiro de los franceses, Barcelona, 1638; Ms. 11083, 18-30, Advertencias y avisos que se dieron al Sr. Almirante de Castilla en el gobierno de Nápoles, s. f.; Ms. 11083, Relación de lo que pasó al Almirante de Castilla, habiendo ido a dar la obediencia a Inocencio X, con el cardenal de Este. Árbol de la Casa Real de los Enríquez y memoria de los que descienden del señor don Alonso Enríquez, primer almirante de Castilla.

A. Díez de Lugones y Venegas, Consagra (a su excelencia del invicto Achiles español, Don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, Colona, y Vrsino...) Voluntad rendida, sin lisonja, afecto desatado en un Romance, Décimas, Octava, y dos Sonetos, por la gran Vitoria de Fuenterrabia, debida a su acertado gobierno, Madrid, 1638 [Biblioteca Nacional de España, VE/171-37(1)]; Rinde a la décima musa, y cuarta gracia de la Ilustrísima Señora doña Francisca Luisa Fernández Portocarrero [...] afecto consagrado a su grandeza en humilde Panegírico a la victoria insigne de Fuenterrabia, conseguida por [...] don Juan Alonso Enríquez de Cabrera [...], Madrid, 1638 [BNE, V.E./171-37(2)]; J. de Pellicer Ossau, Consagrado a la fama inmortal del príncipe don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, Madrid, 11 septiembre 1638 [Real Academia de la Historia (RAH), 9/3658(40)]; F. de Vargas, Relación de la memorable victoria que las armas del rey D. Phelipe el grande nuestro Señor, han alcanzado de los Franceses, siendo General de Castilla la Vieja, y de la Provincia de Guipúzcoa, don Juan Alonso Enríquez de Cabrera, gran Almirante de Castilla..., Madrid, 1638 [RAH, 9/1017, fols. 140-145; BNE, Ms. 10539]; “Carta [de J. A. Enríquez de Cabrera] ofreciendo 25.000 ducados de donativo, lo cual fue de gran sentimiento al condeduque”, en A. Valladares, Semanario Erudito, t. III, Madrid, 1787; Vida de don Luis Enríquez de Cabrera, XIV almirante de Castilla, en Colección de documentos inéditos para la Historia de España, t. 69, Madrid, 1890; C. Fernández Duro, El último almirante de Castilla, don Juan Tomás Enríquez de Cabrera”, en Memorial de la Real Academia de la Historia, XII (1910), págs. 201-418; L. Frías, “La Fiesta de la Inmaculada suprimida y reestablecida en España en 1644”, en Razón y fe, 34 (1911), pág. 423; L. Frías, “Devoción de los reyes de España a la Inmaculada”, en Razón y fe, 53 (1919); D. L. Shaw, “Olivares y el Almirante de Castilla”, en Hispania, 27 (1967), págs. 342-353; J. H. Elliott, El conde-duque de Olivares, Barcelona, Crítica, 1990.

 

Enrique García Hernán