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Pedro de Garibay

Biografía

Garibay, Pedro. Alcalá de Henares (Madrid), 1729 – Ciudad de México (México), 7.VII.1815. Militar, mariscal de campo, virrey de Nueva España (1808- 1809).

Inició su carrera de soldado muy pronto, tomando parte en acciones militares en Portugal, Italia y Marruecos.

En una de las reorganizaciones administrativas de la Monarquía, llegó a Nueva España en noviembre de 1764. Con el paso de los años, cuando se decidió la creación de las milicias de nativos y criollos, se le nombró instructor de tropas provinciales.

Subió lentamente en la escala militar, hasta que en 1783, al iniciarse el virreinato de Matías de Gálvez, se le ascendió a coronel, alcanzando el grado de general en 1789 a las órdenes del virrey II conde de Revillagigedo.

Diez años más tarde, al cumplir los setenta de edad, el virrey Azanza lo promovió al cargo de mariscal de campo, porque viejo y cargado de achaques parecía merecer un honorable retiro. Según los cronistas de la época, “era bajo, decrépito y tímido, carente de prestigio y de nula inteligencia”.

Así transcurrían sus años de “retiro honorable”, cuando un golpe de suerte política le obligó a asumir un papel protagonista. El 15 de septiembre de 1808, en un momento de conmoción política, uno de los miembros más activos de la Audiencia de México, el hacendado y comerciante Gabriel de Yermo, dirigió una revuelta institucional, que implicó la destitución del virrey José de Iturrigaray.

Coincidiendo con la llegada de las primeras noticias sobre los sucesos de España y la invasión napoleónica, se agudizaron las divisiones entre españoles peninsulares y criollos en torno a la política virreinal.

La Aduana, españolista, y el Ayuntamiento, en el que dominaban los criollos, se enfrentaron, planteando respuestas diferentes a la crisis peninsular.

Al sospechar los peninsulares que el virrey intentaba un golpe de autonomismo, con el apoyo de los criollos del Ayuntamiento, decidieron organizar una revuelta popular, apresaron al virrey, ordenaron su destitución y lo reemplazaron mediante el nombramiento de un sucesor, en la persona que ostentaba el cargo más relevante dentro de la escala militar del virreinato: el mariscal Pedro de Garibay, que entonces cumplía setenta y nueve años de edad. La organización del motín insurreccional la asumió Gabriel de Yermo, que contaba con la aquiescencia del enviado de la Junta de Sevilla, el comisionado Jabat, así como del general Félix María Calleja, el más destacado de los jefes militares realistas y posteriormente virrey de Nueva España.

En la Gazeta Extraordinaria de 17 de septiembre se explicaba que “por razones de seguridad y conveniencia general” se había producido la prisión de Iturrigaray, y que el propio mariscal Garibay había conducido el desarrollo de los hechos, asumiendo su nombramiento de acuerdo con la legislación vigente. Según la Proclama a los habitantes de México, de 16 de septiembre, “el pueblo se ha apoderado de la persona del señor virrey, ha cedido imperiosamente su separación por razones de utilidad y conveniencia general, han convocado en la noche precedente a este día al Real Acuerdo, al arzobispo y otras autoridades, se ha cedido a la urgencia y dando por separado del mando a dicho virrey, ha recaído conforme a la Real Orden de 6 de octubre de 1806 en el mariscal de campo D. Pedro Garibay”.

El gobierno del nuevo virrey se inició con una serie de actos de extremado rigor, que tenían como objetivo descabezar a los partidarios de la independencia.

Esa misma noche fueron hechos presos los licenciados José Antonio Cristo, auditor de guerra; el regidor Primo de Verdad, que moriría en los calabozos del Arzobispado; Juan Francisco Azcárate, que permaneció varios meses en prisión, y el fraile mercedario de origen peruano, ideólogo de la independencia, Melchor de Talamantes, que falleció en San Juan de Ulúa, frente al puerto de Veracruz.

Las autoridades y corporaciones del territorio se apresuraron a protestar fidelidad al nuevo virrey y lo mismo hicieron los jefes militares. Por su parte, la gente del pueblo, consciente de la realidad de los hechos, empezó a llamar “parianeros” a los seguidores de Gabriel de Yermo, quien por su parte, al considerar cumplida su misión, se retiró a su hacienda.

Antes de hacerlo, impulsó la creación de un cuerpo de voluntarios, vestidos de un uniforme que consistía en una chaqueta azul y que la población llamó enseguida “los chaquetas”, nombre con el que se nombró a partir de entonces a los partidarios del dominio español.

Sus actividades fueron tan violentas que el propio virrey Garibay se vio obligado a disolver esta formación, alistando a un regimiento de dragones para su escolta personal.

El 15 de octubre, en el decreto de disolución se decía: “Habiendo llegado varios cuerpos de tropas a la capital, es justo que descansen los voluntarios de Fernando VII, de las loables y útiles fatigas que han hecho hasta ahora en el servicio de las armas para la quietud pública”. Añadía que podían retirarse “a cuidar de sus intereses personales”. Sin embargo, temeroso de la posible reacción negativa de los voluntarios, Garibay llegó a encerrarse en el palacio el 30 de octubre, fuertemente custodiado por sus servidores.

El nuevo virrey, supeditado a los oidores de la Audiencia, publicó los decretos y manifiestos emanados de la Junta de Sevilla, y cuantas instrucciones y documentos se le presentaban a la firma. Al iniciarse el mes de octubre, dirigió una proclama a los habitantes de Nueva España, pidiendo que se reforzaran las ayudas y aumentaran los socorros a la metrópoli en guerra contra los franceses. Los recursos afluyeron abundantemente, lo que permitió enviar a España los caudales acumulados por la aplicación de la Cédula de Consolidación de vales y los nuevos empréstitos, solicitados desde la Península.

En diciembre de 1808, coincidiendo con la época de celebración de las acostumbradas “posadas”, el virrey Garibay ordenó al alcalde ordinario del Ayuntamiento que publicara un edicto del arzobispo, contrario a esa celebración. Decía el virrey que “el señor arzobispo encarga que se eviten los coloquios y las jornadas o funciones que en estos días se tienen por las noches en casas particulares, con cuyo pretexto hay desórdenes, bailes y otras diversiones incompatibles con la veneración que exigen los santos misterios del presente tiempo”.

En esta época se recibieron pliegos procedentes de Río de Janeiro, firmados por la infanta Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, que esperaba imponer como regente de Nueva España a su hijo el infante Pedro. Las autoridades virreinales, con el apoyo de la opinión general, se opusieron a este proyecto, del que se conocieron distintas versiones. Al mismo tiempo, llegaron noticias de la frontera de Estados Unidos, con el rumor de las andanzas de algunos emisarios franceses, enviados por Napoleón, que trataban de socavar las defensas españolas.

Una de las decisiones más controvertidas de Garibay fue la disolución de las milicias provinciales, en cuya creación inicial había participado muchos años antes, en especial las tropas acantonadas en Perote y Jalapa. Para la disolución del contingente de Jalapa se argumentó “la paz recientemente firmada con Inglaterra”.

Esta disolución fue determinante en la carrera de algunos oficiales criollos, expertos soldados, que pasaron a engrosar las filas de la insurgencia en la región del Bajío.

El 20 de abril de 1809, el virrey publicó una proclama en la que, al dar cuenta de los desastres ocurridos en la Península, tras fracasar los esfuerzos de los patriotas por contener la invasión de las tropas francesas, insistía en la necesidad de recoger y aportar mayores auxilios en defensa de la Monarquía.

Con el paso de los meses se constató que la elección de Garibay en lugar de arreglar las cosas, las había empeorado, crecía la protesta y el enfrentamiento entre peninsulares y criollos, y que los conatos de rebelión se extendían al resto de las provincias. En Texas se apresó a un general francés, Octavio de Alvimar, que venía a México para ponerse a las órdenes del duque de Saint Simón, supuesto virrey de Nueva España, nombrado por Napoleón.

La situación del país se hizo cada vez más conflictiva, y ante el desencanto generalizado y las protestas de los peninsulares, la Audiencia radicalizó su oposición a Garibay. Por su parte, el obispo electo de Michoacán, Abad y Queipo, escribió informes a la Junta Central solicitando que se reforzase la capacidad militar del virreinato y exigiendo un cambio de política.

La Audiencia, convencida de la incapacidad de Garibay para resolver el enfrentamiento entre los dos bandos, solicitó su reemplazo y el envío de un nuevo virrey.

Desde Sevilla, sin embargo, se entendió que, de momento, lo más adecuado sería conferir este cargo al arzobispo de México, Francisco Javier de Lizana. La Orden de sustitución llegó a la Ciudad de México a mediados de julio de 1809.

La cesión del cargo de virrey se efectuó el 19 de julio, por lo que Garibay decidió regresar a España, aunque debido a su situación económica, de enorme precariedad, se viera obligado a aceptar un socorro temporal del que se hizo cargo Gabriel de Yermo, que le asignó una pensión de 500 pesos mensuales. Se le condecoró con la Medalla de Carlos III y se le concedió una pensión vitalicia de 10.000 pesos anuales, así como el grado de teniente general del Ejército español.

Pedro Garibay falleció en la Ciudad de México a los ochenta y seis años de edad.

 

Bibl.: J. Zárate, La Guerra de Independencia, México, Editorial Cumbre, 1953 (México a través de los siglos, t. III); E. de la Torre Villar, La Independencia de México, Madrid, Mapfre, 1992.

 

Manuel Ortuño Martínez

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