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Francisco Javier Lizana y Beaumont

Biografía

Lizana y Beaumont, Francisco José. Arnedo (La Rioja), 12.VII.1749 – México, 6.V.1811. Virrey de México.

Este arzobispo llegó a México en el año de 1803, junto con el virrey Iturrigaray. Recibió su cargo eclesiástico e inmediatamente se puso a trabajar en favor de la feligresía con diligencia, honradez y celo. Tuvo mucho que ver en los sucesos de mediados del mes de septiembre de 1808 que derrocaron al virrey Iturrigaray.

Fue también de los que propusieron a Pedro Garibay para que se hiciese cargo interinamente del virreinato; pero como la Junta de Aranjuez estuvo informada de que Garibay estaba ya anciano y enfermo, así como que sólo era un instrumento de los comerciantes ricos y de la Real Audiencia de México, dispuso que fuera sustituido interinamente por el arzobispo de México Francisco Javier Lizana y Beaumont en febrero de 1809. Éste tuvo que luchar contra muchos inconvenientes, aunque su gobierno transcurrió por entre la dedicación a las obras sociales y piadosas, y su necesidad de hacer frente a irresolubles problemas de orden financiero y militar.

Los sucesos comenzados en España en 1808 afectaron notablemente a sus relaciones con la metrópoli, y en especial con la Nueva España, desde donde partía buena parte del tesoro que sostenía la metrópoli. Una vez conocida la noticia del posible desembarco de Carlos IV, según instrucciones del propio Napoléon, la rebelión estalló en toda España, y especialmente en Zaragoza, donde los defensores hicieron acopio de honor frente a la agresión francesa. Conocidos españoles nobles y con autoridad política en América, como el marqués de Branciforte y el duque de Terranova, sufrieron el embargo de todos sus bienes en el virreinato, por haberse declarado partidarios del rey José I. Se pudo obtener sobre ellos un empréstito de 3.000.000 de pesos en oro y con esa confiscación y préstamos, colaboraciones y adelantos de contribuciones, Lizana pudo remitir a España 9.000.000 de pesos. Ese envío era sustancialmente importante para un país en abierta guerra contra el francés, y donde las comunicaciones con América se encontraban casi cortadas.

El virrey, que era poco dado a los negocios y a los tratos económicos, y cuyo cargo en el virreinato no se ajustaba perfectamente a sus características personales, tuvo que hacer frente a un gran esfuerzo para poder reunir el dinero para España al mismo tiempo que seguía remitiendo, a duras penas, pequeñas cantidades hacia las guarniciones de Barlovento, en especial a Cuba, La Florida, Puerto Rico y Santo Domingo. Lizana era hombre bondadoso, aunque carente de energía.

Dejó por completo el manejo de los asuntos eclesiásticos en manos del inquisidor Juan Alfaro, para él dedicarse al gobierno virreinal, dejando hacer y deshacer a muchos americanos, causando el disgusto de los españoles más conservadores.

Entre tanto, toda la Nueva España estaba alterada por las noticias y por el desarrollo de los acontecimientos, circulaban hojas anónimas, pasquines clandestinos y volantes y se llevaban a cabo juntas políticas, para buscar la forma de obtener la independencia.

La situación del virrey era, por tanto, muy débil, pues mientras tenía que hacer frente a posibles revueltas independentistas en su territorio, debía, por otro lado, continuar con los envíos de dinero a España y sostener con sus propios recursos la defensa del virreinato.

El virrey mismo fue acusado por los sectores realistas de estar, de manera indirecta, apoyando los movimientos criollos pro-independencia, ya que no hacía, según ellos, todos los movimientos pertinentes en la Audiencia de México para sofocar la creciente presión de los criollos.

Fue entonces cuando se descubrió una conspiración independentista en Valladolid, de la Intendencia de Michoacán, encabezada por el teniente José Mariano Michelena y el padre fray Vicente de Santa María.

Lizana, una vez que tuvo noticia y tras ordenar su arresto, los hizo conducir a los recién aprehendidos a México, para tener una entrevista con ellos. El propósito de los conjurados, aseguró Michelena, era formar una Junta que gobernase en nombre de Fernando VII y que tomara todas las providencias para conservar el reino a tan augusto Soberano. Lizana no encontró delito alguno que perseguir y puso en libertad a los conjurados, con gran disgusto de los miembros del partido español.

La reacción de los realistas españoles no se hizo esperar.

La Junta de Aranjuez informada, argumentó la avanzada edad del arzobispo-virrey y que eran muchas las exigencias del gobierno de la Nueva España y dispuso que éste entregara el gobierno a la Audiencia.

Dicha entrega ocurrió el 8 de mayo de 1809. Lizana volvió al Arzobispado, recibió la Cruz de Carlos III como recompensa a sus servicios y el 6 de mayo de 1811 murió en la Ciudad de México.

El gobierno de Lizana, aunque breve, fue el presagio de lo que sobrevendría sobre el virreinato. En este sentido, no pudo compaginar su amor y devoción por España con sus deberes para con la Iglesia local y la sociedad criolla, quien demandaba, aprovechando la desconexión con la metrópoli, un paso más hacia la independencia.

 

Bibl.: F. Tena Ramírez, Leyes fundamentales de México, 1808-1979, México, Porrúa, 1981 (10.ª ed.); M. García Puron, México y sus gobernantes, vol. I, México, Joaquín Porrúa, 1984; F. Orozco Linares, Gobernantes de México, México, Panorama Editorial, 1985; S. Floris Margadant, Introducción a la historia del derecho mexicano, México, Esfinge, 1986 (7.ª ed.); “Lizana y Beaumont, Francisco Javier”, en Enciclopedia de México, vol. VIII, México, 1987.

 

José Manuel Serrano Álvarez

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