Martí i Alsina, Ramón. Barcelona, 10.VIII.1826 – 22.XII.1894. Pintor.
Nació el futuro paisajista en Barcelona en el seno de una modesta familia de la calle Semoleras, barrio de Santa María del Mar, quedando huérfano de padre a los ocho años. Vivió con su madre, entre grandes penurias, en una exigua rebotica de la estrecha calle de la Paja, apoyándole un pariente suyo, doctor en Medicina, para realizar los primeros estudios. El muchacho, que ya manifestaba una clara inclinación por el dibujo y deseaba ser pintor, compaginó ambas materias asistiendo, desde los catorce años, a las clases nocturnas de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, la Llotja. Allí permaneció hasta 1845, logrando ese mismo año el título de bachiller.
Ya con diecinueve años, se trasladó a Mataró, ciudad natal de su madre, y comenzó su carrera de pintor retratando a parientes y amistades por módicas cantidades. Bien acogidas sus realizaciones en este campo, no tardó en recibir encargos de la burguesía de la localidad, muy vinculada al sector textil. De vuelta en Barcelona, mostró ahora su preferencia por plasmar los lugares típicos de la ciudad a través de títulos como El Bor Vell, El Pla de la Boquería, Els Encants o La Plaça Nova, obras donde evidencia su capacidad de observación y su habilidad para captar con sencillez el ambiente costumbrista de la urbe, resultando, por ello, un inapreciable documento de la época.
Bien dotado, también, para captar la realidad de la naturaleza en sus diferentes formas y estados, saía habitualmente al campo desde muy temprano, siempre acompañado de su cuaderno de notas, para pintar con sorprendente sinceridad, y a diferentes horas del día, vistas de las cercanías de Barcelona o del entorno de Mataró, como el Maresme. Estos primeros paisajes muestran un naturalismo directo, ausente de lecciones académicas previas y de todo artificio de corte romántico.
En 1848 viajó a París y en el Louvre se familiarizó con la pintura de Eugène Delacroix y Horace Vernet, pintando algunas vistas de la ciudad. En 1850 se casó con Carlota Agulló e inició una de las mejores etapas de su carreta. En 1851, por ejemplo, presentó en la Exposición General de Bellas Artes de Barcelona un animado Boulevard de Clichy en día de nevada, realizado en París dos años antes. A continuación obtuvo, en 1852, la plaza de profesor de Dibujo Lineal en la Escuela de La Llotja de Barcelona para, dos años después, lograr la cátedra de Dibujo de Figura, puesto desde el que, superando los antiguos métodos didácticos, exigió la supresión de las estampas con reproducciones de arte antiguo que debían copiar los alumnos, y sostuvo la necesidad de la observación al natural del modelo viviente y la eficacia de la pintura à plein air, lo que le convirtió en todo un precursor del realismo pictórico catalán en su vertiente paisajística. Artistas de la talla de Armet, Galofre, Urgell o Vayreda, todos discípulos suyos, dieron posteriormente fe de la importancia de Alsina como docente.
Nombrado miembro de la Academia de Bellas Artes de San Jorge en 1855, ya en su discurso de entrada mostró su deseo de cambio al clamar contra la frialdad purista de Overbeck y los nazarenos y propugnar un Romanticismo a la francesa, vigoroso y libre, representado, como personal elección, por Vernet. Precisamente, la Exposición Universal de París de ese mismo año incluía una sección de arte retrospectivo francés con piezas del citado maestro, que Alsina, presente en el certamen, debió contemplar con interés, aunque serían las cuarenta y tres obras de Courbet y de la escuela de Barbizón que se exhibían en el Pabellón del Realismo las que, lógicamente, atraerían especialmente su atención. El retrato del inventor Narciso Monturiol realizado a continuación, tan franco en la expresión como despreocupado en la indumentaria, apenas una camisa con el cuello muy abierto, o su posterior desnudo, ahora en el Museo del Prado, donde la modelo, con su blanca anatomía perfectamente delineada, se muestra radiante frente al espectador, no harían sino confirmar el ya fuerte influjo del gran realista francés sobre nuestro pintor.
Decidido, por otro lado, a participar en las Nacionales de Bellas Artes, acudió a la de 1858 con seis telas, siendo distinguido con una Tercera Medalla por un retrato denominado Estudio del natural. Al tiempo, su Último día de Numancia, abigarrada composición de intenso dramatismo que constituía su primera incursión en el género histórico, fue adquirida por el Gobierno por 3.000 pesetas. En la Nacional de 1860, obtuvo Medalla de 2.ª Clase con un paisaje denominado País, premio que para Pantorba acreditaba que, en el ámbito de Cataluña, Alsina presentaba la misma significación que la de Haes en Castilla, resultando un artista brioso que, sin abandonar la figura, entregaba al paisaje lo más rico y agudo de su sensibilidad.
La obra, dominada por una variada gama de ocres, muestra un gran detallismo al reflejar rocas y vegetación, no faltando la anecdótica presencia humana en los tres muchachos, uno de ellos con barretina, que ascienden entre peñas y arbolado, quizás en busca de nidos de pájaros.
Entre 1861 y 1862 colaboró en la remodelación del teatro del Liceo de Barcelona tras el incendio producido en el local, y trabajó junto a Antonio Caba y Agustín Rigalt, entre otros, en la nueva decoración del techo de la gran sala. El conjunto consistía en una serie de ocho medallones dispuestos en círculo, tres de ellos realizados por nuestro artista, con escenas alusivas a Esquilo, Aristófanes y Shakespeare.
A continuación Alsina se planteó representar diversos aspectos épicos de la Guerra de la Independencia en Cataluña, sucesos emotivos que aún permanecían en el recuerdo de su generación ante las heroicas defensas de poblaciones que le eran cercanas, como Girona o Mataró. Comenzó, pues, Los defensores de Girona o El día de Girona, óleo de enormes proporciones, con casi once metros de ancho por más de cuatro de alto, cuya parte fundamental quedó terminada entre 1863 y 1864. Su idea, en principio, era presentarlo en la Nacional del último año citado, pues ya era conocedor del éxito de este tipo de escenas en dichos certámenes.
Pero ante las dudas de algunos amigos cedió en su empeño y, de hecho, nunca lo terminó. Obra deudora, en cuanto a la composición general y el movimiento y la distribución de personajes, del arte de Vernet, en el El somatén del Bruc, tela de 1866 también de gran tamaño, prima el dinamismo de las figuras, captadas en neto primer plano, y la variedad de sus actitudes, siendo aquí más palpable la huella de Delacroix.
Mientras, durante la década de 1860 reanudó su actividad como retratista, faceta en la partiendo aún de presupuestos románticos, visibles quizás en la efigie de Carlos Aribau, de hacia 1862, muestra su clara apuesta naturalista al plasmar a su hijo, sentado con juvenil desenvoltura en un sillón, o al también pintor Ramón Tusquets con un sugerente aspecto bohemio, sin olvidar la espontaneidad con que él mismo se autorretrató en 1863. En 1867 fue invitado a participar con sus obras en la Exposición Universal de París, donde Courbet y Manet también estarían ampliamente representados. Sin embargo, al indicar la organización la imposibilidad de exponer todas sus obras, Alsina, que no quería que el público sólo viera una parte fragmentada de su producción, las retiró en su totalidad y abandonó el evento.
Hombre cuya estética realista iba unida a una postura radical en lo político, en 1870 abandonó su plaza de profesor de la Llotja al establecerse la Monarquía de Amadeo de Saboya, hecho que consideraba como una traición a los ideales de la Revolución de 1868.
La Primera República encarnará, aunque de forma efímera, sus ideales, volviendo a su cátedra en 1873 con Pí y Margall en el poder. Mientras, durante 1872, murieron su hijo Camilo y su hija Carlota en el breve espacio de veinticinco días, ambos muy queridos por el maestro.
No tardó en volver a su faceta de retratista ante el prestigio que había alcanzado en este campo, reflejando con sus hábiles pinceles a Alfonso XII en 1875, o, en una efigie post mortem, al arquitecto y urbanista Ildefonso Cerdá, óleo de 1878. Ese mismo año mostró, al dibujo, a Antoinette dormida, técnica en la volverá a autorretratarse en una notable efigie donde destaca la intensidad de su mirada. En todo caso, la muerte de Carlota, su esposa, en 1878, volverá a ensombrecer la carrera del maestro mientras realiza uno de sus mejores y más plácidos paisajes: Las albadas.
La siega del trigo.
Con especial predilección por las campiñas de amplias perspectivas o las llanuras con frondosas arboledas como telón de fondo, durante la década de 1880 incrementó su producción en este sentido y se sucedieron obras donde, con las pautas de Courbet como base, presenta con sobrio realismo la rica variedad del paisaje catalán. De esta forma, junto a la quietud de Nieve en las terrazas, de 1883, o la tranquila luminosidad de El muelle de los pescadores. La Barceloneta, de 1885, aparecen rincones de exuberante vegetación plasmados con fogosa pincelada, tal que Un recodo del rio Besós. No obstante, la serena armonía de sus planicies queda casi olvidada a la hora de definir sus conocidas marinas, obras donde el mar suele mostrarse tumultuoso y amenazador, tal como en algunas realizaciones de Vernet en este campo —no en vano su padre fue un acreditado marinista—, incrementando en ocasiones el patetismo de la escena con bajeles que naufragan o que marchan a la deriva llevados por furiosos vendavales.
Mientras sus enormes marinas decoraban salones y comedores de la burguesía catalana y sus telas alcanzaban notable cotización, Alsina, siempre dispuesto a ampliar su repertorio, se adentró en ocasiones en un vigoroso costumbrismo que tiene en La siesta, de 1884, su más alto exponente. Así, es innegable la habilidad con que, en sutil escorzo, revela a la figura masculina plácidamente dormida en su sillón, plena de esa naturalidad y desenfado tan propia del maestro cuando la ocasión lo requería.
Artista que pudo gozar de una merecida prosperidad, su elevado volumen de gastos dio paso a toda una serie de trastornos donde las deudas y la solicitud de préstamos para cubrirlas se sucedían de forma implacable.
Para hacer frente a tal situación, abrió nada menos que siete talleres donde numerosos ayudantes, discípulos en su mayoría, elaboraban series de cuadros donde el tema y las medidas eran establecidos por el maestro, quien los revisaba posteriormente a fin de dar las últimas pinceladas y, a continuación, firmarlos.
Como es lógico, esta diaria y febril actividad repercutió de forma negativa en una producción que sólo eventualmente mostraba el genio característico del artista y que, junto con las realizaciones de anteriores etapas, casi alcanzó la cifra de cuatro mil cuadros.
En 1889 se casó en segundas nupcias con Francisca Chillida, y en 1891 presentó, en la exposición de Bellas Artes de Barcelona, La compañía de Santa Bárbara, otra excelente y amplia composición sobre la Guerra de la Independencia realizada en la década de 1860 y que, al parecer, seguía en su poder. Dos años antes de fallecer sufrió una grave enfermedad y, acosado por sus acreedores, tuvo que refugiarse en la localidad de Vilamajor. Terminada la convalecencia, acudió a la playa de Barcelona en un día desapacible para, ajeno a todo, trabajar con ahínco. Volvió con intensa fiebre a su domicilio, situado en la parte alta del paseo de Gracia, y allí falleció el 22 de diciembre de 1894.
Obras de ~: Born Vell, c. 1845; Boulevard de Clichy en día de Nevada, 1849; Último día de Numancia, 1858; Paisaje, 1860; Ruinas de la iglesia del Santo Sepulcro, 1862; Autorretrato, 1863; Los defensores de Girona, 1864; Retrato de Ramón Tusquets, 1865; El somatén del Bruc, 1866; El hijo del pintor, 1868; La compañía de Santa Bárbara, década de 1860; Camino de Granollers, c. 1870; Retrato de Alfonso XII, 1875; Retrato de Ildefonso Cerdá, 1878; Las albadas. La siega del trigo, 1878; Nieve en las terrazas, 1883; La siesta, 1884; Muelle de pescadores. La Barcelonesa, 1885; Vista de Barcelona desde la azotea de la Riera de San Juan, 1889.
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Ángel Castro Martín