Lacy Gautier, Luis. Duque de Ultonia (I). San Roque (Cádiz), 11.I.1772 – Palma de Mallorca (Islas Baleares), 4.VII.1817. General.
General destacado por su actuación en Cataluña, a lo largo de la Guerra de la Independencia, demostrando en todo momento la profundidad de su concepción liberal.
De familia distinguida, fue hijo del sargento mayor del Regimiento de Ultonia Patricio de Lacy y Gould; en cuanto a su madre, María Gautier Espín, era de nacionalidad francesa. Luis entró muy joven en la profesión militar, sentando plaza de cadete en el Regimiento de Bruselas el 4 de noviembre de 1785, ascendiendo a subteniente de Infantería el 29 de octubre de 1786. Por entonces tomó parte en una expedición a Puerto Rico, y estuvo a punto de partir hacia las Molucas a bordo de un barco holandés, cuando uno de sus tíos lo detuvo y, en 1794-1795 sirvió como capitán en Guipúzcoa y Navarra en la guerra contra la República Francesa.
En diciembre de 1798 pasó destinado a Canarias y, cuando era ayudante del Regimiento de Ultonia, tuvo una contienda con el gobernador de Canarias, de manera que en 1802, aludiendo a una posible cuestión amorosa, se le formó proceso, y el 1 de julio de 1802 se le dio el retiro, al tiempo que se le condenaba a un año en un castillo; la sentencia especificaba que si, transcurrido este año, daba muestras de estar curado de la demencia que le aquejaba, podría volver al Ejército.
Pero en septiembre de 1803 pasó, como capitán, al servicio de Francia. Se casó en 1806 con Emilia Dugueurmeur, de nacionalidad francesa.
Se hallaba en Madrid de comandante de una legión irlandesa del ejército invasor cuando ocurrió el alzamiento del 2 de mayo de 1808. Su negativa a pelear contra su patria le condujo a volver a España nuevamente al Ejército español. La Junta de Sevilla le admitió como capitán, y le ascendió el 24 de septiembre de 1808, a teniente coronel, al mando del Batallón Ligero de Ledesma, distinguiéndose en varios hechos de armas. Coronel, el 24 de enero de 1809, destacó en la batalla de Ocaña; su auxilio a la Caballería del general Freire que salía de Tembleque, permitió expulsar de Ocaña a los franceses, que se replegaron hacia Aranjuez. El día 19 de noviembre fue el héroe de la jornada; ascendió, a consecuencia de ella, a brigadier el 3 de julio de 1809 y a mariscal de campo el 16 de marzo de 1810.
En este mismo año de 1810 comenzaron en Cádiz las sesiones para la elaboración de una constitución, símbolo de arranque del liberalismo español. Las primeras decisiones de las Cortes modificaron sustancialmente la constitución política de la Monarquía, decretando la soberanía nacional y la división de poderes.
Ambos principios recogidos en la Constitución de 1812, en la que influyeron las Constituciones francesa y la de Bayona.
En 1811 Lacy fue nombrado capitán general de Cataluña; después de romper el frente enemigo en Lérida, penetró durante mes y medio en la Cerdaña francesa, por el valle de Querol, incendiando varios pueblos en represalia por la actuación francesa en Cataluña, llegando hasta Ax. El 5 de octubre del mismo año acometió a los franceses en Igualda, causándoles doscientas bajas. Posteriormente, estuvo a punto de tener un duelo con el general Thomas Graham, inglés al servicio de España, que pudo ser evitado.
General en jefe del ejército de Cataluña, en junio de 1811, contribuyó como el que más a la liberación de esta región. Su carta al general Macdonald, fechada en Berga a 12 de octubre de 1811, sobre la regularización de la guerra, se publicó en el Diario Mercantil de Cádiz, de los días 15 y 16 de diciembre de 1811.
Un parte suyo, en el que comunicaba a la Junta Superior de Cataluña la derrota del enemigo en Reus, fechado en Collblanch a 19 de enero de 1812, se publicó como suplemento al Redactor General, de Cádiz, del 20 de febrero de 1812. Su integridad como liberal convencido estaba perfectamente marcada en su concepción política. Fue autor de la proclama Franceses, reimpresa en Cádiz en 1812, en la que les invitaba a alzarse contra el tirano. Llegó a ser simultáneamente subinspector de Infantería, jefe del Estado Mayor y comandante general de la Isla de León, y general en jefe del ejército de Cataluña desde junio de 1811.
Mientras, y a partir de 1812, los ejércitos españoles e ingleses, al mando de Wellington, habían ido sumando victorias contra los franceses; en octubre de 1813 el ejército aliado entró en Francia, y a finales de año se firmó el Tratado de Valençay, por el que Fernando VII recobró su libertad. En septiembre de 1813 comenzaron las sesiones de las Cortes Ordinarias de Cádiz, sucediendo a las Extraordinarias que elaboraron la Constitución.
Siendo Luis Lacy capitán general de Galicia, reorganizó en esta región un ejército de cincuenta mil hombres, que tenían que operar a las órdenes directas de lord Wellington, dejando mientras tanto el mando a Eroles, que lo desempeñó accidentalmente hasta la llegada de Copons. La Regencia ordenó el 23 de septiembre de 1812 que se investigara su conducta en relación con la decadencia del espíritu público en Cataluña, y también en relación con la voladura del castillo de Lérida. El n.º 1 del Censor de 1812 hizo su apología. El 30 de noviembre de 1812 el jefe del ejército español en Cataluña, general Luis Lacy, constituyó en Vic el primer consistorio de la Diputación de Barcelona, pero cuya gestión quedaría cancelada cuando en 1814 Fernando VII instauró el régimen absolutista.
Al regresar Fernando VII, Lacy se encontraba en Santiago, y lo separó inmediatamente por sus conocidas ideas liberales. Recibió la Gran Cruz de San Fernando en 1813. El 7 de abril de 1814, como general en jefe de La Coruña y del ejército de reserva, pronunció ante la tropa la proclama: “Soldados: ...Que viva, y que viva Fernando VII”. EI 13 de abril fechó en La Coruña su respuesta a los ciudadanos, que le manifestaron que, frente a las acechanzas anticonstitucionales, confiaban en su general Lacy.
En marzo de 1814 Fernando VII regresó a España y se encontró con dos tendencias: la representada por el cardenal de Borbón, emisario de las Cortes, que exigía que jurara la Constitución de Cádiz de 1812 como requisito previo a gobernar, y la de los diputados realistas.
La adhesión del Ejército y la actitud del pueblo, así como el contenido del llamado Manifiesto de los Persas (abril de 1814), donde un grupo de diputados denunciaba las irregularidades hechas por las leyes políticas durante la cautividad de Fernando VII, al amparo de las circunstancias, determinó que el Rey se inclinara hacia el segundo grupo. Así, al regresar a España, una de las primeras medidas del Rey fue el Real Decreto del 4 de mayo de 1814 que anulaba la Constitución de Cádiz y prometía gobernar con Cortes, libertades personales y cierta libertad de prensa. Pero la política de esos años tendió a incidir en las heridas abiertas y ninguna medida liberal del citado Real Decreto se llevó a cabo.
Luis Lacy pasó de cuartel a Valencia; estableció su domicilio en Vinaroz, en donde se dice que vivía sobresaltado.
Después del proceso que tuvo lugar como consecuencia de la prisión de los diputados doceañistas que más se distinguieron en desposeer al Rey de su soberanía, y que concluyó a finales de 1815, no hay más síntomas de persecución a los liberales que las sentencias pronunciadas contra quienes se sublevaron contra el Gobierno, no estando claro en todas ellas que el móvil fuera únicamente implantar una constitución.
Estas sublevaciones fueron: la de Espoz y Mina en 1814, que dirigió su división contra Pamplona; la de Porlier en La Coruña, en 1815; la llamada conspiración del Triángulo en Madrid, en 1816, cuyo objetivo era conspirar contra la vida del Rey; la de Lacy y Milans del Bosch en Cataluña, en 1817, y, por último, la conspiración de Vidal y Beltrán de Lis, en Valencia, en 1819, en la que se pretendía, al parecer, sustituir a Fernando VII por su padre Carlos IV.
En agosto de 1816 Lacy fue trasladado a Andalucía y en noviembre del mismo año a Cataluña. Ya en Madrid, en 1816, se le puso en relación con los enemigos del régimen absoluto, que continuó en Barcelona, ciudad en la que, de acuerdo con Francisco Milans del Bosch, preparó una conspiración para restablecer la libertad, que tuvo realización en la noche del 5 al 6 de abril de 1817. Pero fue un fracaso. No acudieron los demás cuerpos del Ejército, simplemente algunos oficiales de manera aislada; la proclama “Concordia y valor restauraba la Constitución” contenía lo esencial de un programa económico —abolición de impuestos, entre ellos el de puertas—, prometía la paz con las Américas, que se reunían en España en virtud precisamente de la Constitución, y establecía ascensos y gratificaciones para los militares. Todas estas sublevaciones o pronunciamientos tenían como caracteres comunes estar dirigidas por militares de alta graduación, nacían en las ciudades y carecían de un importante apoyo popular.
Habiendo fracasado Lacy y Milans del Bosch, por denuncia del coronel Juan María Muñoz, Milans consiguió ganar la frontera, pero Lacy no. Fue hecho prisionero por el coronel Lasala, jefe del Regimiento de Tarragona, cuyas tropas iban en su persecución, siendo arrestado cuando se hallaba en una granja inmediata a la frontera, delatado por el dueño de la misma. Conducido a Barcelona, fue condenado a muerte por un Consejo de Guerra, en el que Juan Prats actuó de fiscal y el marqués de Casa-Cagigal de defensor, los mariscales de campo Pedro Sarsfield, marqués de Zambrano y Cayetano Marimón, y los tenientes generales José María Santocildes, Francisco Cabrero, Felipe de Paz, Andrés Pérez Herrasti, conde de Santa Clara, y el capitán general Francisco Javier Castaños, que presidía, le condenaron a ser pasado por las armas. Solamente Pérez Herrasti introdujo la disyuntiva de pasarlo por las armas o el garrote. Sin embargo, temiéndose una sublevación, no se ejecutó allí la sentencia, sino que se le trasladó al castillo de Bellver en Mallorca, donde, tras vendarle los ojos el coronel Joaquín Arconada, recibió la muerte el 4 de julio de 1817. En la información judicial hecha en Palma de Mallorca en 1820 “acerca de los sentimientos de piedad y de religión en las últimas horas de su vida”, consta que, una vez recibidos los santos sacramentos, perdonó a sus enemigos y a los miembros del Consejo de Guerra que le sentenciaron, encomendándose a un crucifico hasta los últimos instantes de su vida. Los liberales jamás perdonaron a Castaños.
Independientemente del carácter precipitado o no de esta conspiración, está claro que se trató de algo más que de una mera sedición militar, pues la amplia participación civil en la misma está más que demostrada. Había razones para ello, y Lacy fue su intérprete.
A título póstumo, por Real Orden del 25 marzo 1820 se le devolvieron todos sus honores, y el 6 de junio se celebraron en Barcelona grandes exequias en su memoria. Una carta de Lacy a su hermana Carmen rebate los ataques a su labor liberal. El general se hallaba en posesión de dos Cruces de distinción por operaciones de campaña, y de la citada Gran Cruz de la Real Orden Militar Nacional de San Fernando por las acciones de Igualada y sus inmediaciones de 1811, siendo general en jefe del 1.er Ejército.
Las Cortes hicieron grandes honores a su memoria, mandaron inscribir su nombre en el salón de sesiones del Congreso y le declararon Benemérito de la Patria en grado heroico. Así, para perpetuar su memoria, el Ayuntamiento de Madrid le puso el nombre a una de sus calles.
Un acto posterior que simboliza el sentimiento de la España liberal de la etapa isabelina es la entrega del sable que ciñó el general Lacy, que, quedando en poder de su viuda, dispuso en su testamento se entregase “al guerrero virtuoso y decidido por los derechos de la Reyna Doña Isabel II y por causa de la libertad”.
El heredero fidecomisario, Tomás Bruguera, puso el arma a disposición del Ministerio de la Guerra. Por Real Orden de 28 de febrero de 1836 se dispuso que el sable quedara depositado en el Colegio General Militar, domiciliado entonces en el Alcázar de Segovia.
Obras de ~: Contestaciones a las razones que da el General Graham [...] para sincerarse de los cargos que cree que resultan por el Manifiesto o representación hecha a las Cortes del General Lapeña, Cádiz, 1811; Diario Mercantil de Cádiz, 15 y 16 de diciembre de 1811, 68 y 69, 7 y 8 de septiembre de 1812; Redactor, 20 de febrero de 1812, 403, 21 de julio, y 490, 16 de octubre de 1812.
Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Secc. 1.ª, leg. 59 L.
A. Carrasco y Sayz, Icono-biografía del generalato español, Madrid, 1901; F. Moya y Jiménez y C. Rey Joly, El Ejército y la Marina en las Cortes de Cádiz, Cádiz, Tipografía Comercial, 1913; A. Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano, Barcelona, Librería Palau, 1948-1977 (2.ª ed.); C. Riaño, El Teniente General Don Antonio Nariño, Bogotá, Imprenta y Litografía de las Fuerzas Militares, 1973; A. Gil Novales, Las Sociedades patrióticas, Madrid, Tecnos, 1975; A. Monente Zabalza, “La conspiración de Lacy”, en Hispania, 137 (septiembre-diciembre de 1977), págs. 601-623.
Javier Ramiro de la Mata