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Serafín María Sotto Ab-Ach

Biografía

Sotto Ab-Ach, Serafín María de. Conde de Clonard (III). Barcelona, 12.X.1793 – Madrid, 23.II.1862. Militar e historiador.

Único hijo varón del gaditano Raimundo de Sotto Langton, conde de Clonard, y de la tortosina Ramona Ab-Ach Casaviella, marquesa de Granada, destinado desde la niñez a la carrera militar. Así, contando con una dispensa real cuando tenía diez años ingresó en el tercer batallón de las reales guardias españolas de la guarnición de Barcelona, incorporándose de forma efectiva en octubre de 1805. Igual de prematuro fue el ejercicio de esta profesión, al que le obligó de manera drástica la Guerra de la Independencia. Más aún teniendo presente que la ciudad condal, en la que se encontraba, fue muy pronto ocupada por las tropas francesas.

Con su fuga de esta localidad en noviembre de 1808 y su presentación para ofrecer sus servicios ante el mando del ejército de Cataluña, se inició la participación del joven Serafín Sotto en el conflicto bélico.

Le siguió, ya en 1809, su incorporación, primero, en Cuenca al ejército del Centro, pasando después como alférez y ayudante de campo del segundo general de la tercera división de la fuerza que operaba en Mancha.

Ascendido en julio a teniente, participó en agosto en la batalla de Almonacid, donde fue herido, y luego en noviembre en la de Ocaña. En 1810 estuvo con la expedición del general Luis Lacy en junio en la acción de Benadalid; marchando después a Cádiz, participó en la defensa de las líneas atrincheradas de la isla de León y en marzo del siguiente año en la acción de Sancti-Petri y en la batalla de Chiclana. Durante 1812 estuvo destinado al 4.º ejército al mando del general Francisco Ballesteros, concurriendo en abril a las acciones de Arola y Campillo. Ascendido en junio a primer teniente de cazadores, contribuyó de nuevo a la defensa de la isla e intervino en septiembre en acciones de Padul y Alendín en la provincia de Granada. Incorporado al ejército de reserva de Andalucía, en 1813 colaboró en julio en la toma de Pancorbo, en el bloqueo de Pamplona y en la batalla de Soraurren, y, por último, en agosto en la de San Marcial, en la que resultó herido.

Terminada la guerra formó parte de las columnas del ejército de Andalucía que dieron cobertura en mayo de 1814 a la entrada en Madrid de Fernando VII como monarca absoluto, dejando sin efecto la obra de las Cortes de Cádiz. Esta colaboración allanó el terreno para que en los dos siguientes años se le reconociera su actuación en el conflicto bélico mediante distintas condecoraciones por las campañas y acciones en las que participó, el abono de algo de más de seis años en su hoja de servicios y la concesión en mayo de 1815 del grado de coronel de infantería, si bien hasta 1821 no ascendería a capitán de la Guardia Real. Pues bien, con un batallón de este cuerpo estuvo prestando sus servicios en Toledo durante gran parte del sexenio de signo absolutista.

Estaba ya en Madrid, custodiando el Palacio Real, cuando en marzo de 1820 se inauguró el trienio constitucional con el restablecimiento del código político de 1812. Fue un tiempo de grandes cambios en la vida de Serafín Sotto. Primero, a nivel personal, ya que en noviembre de 1820 contrajo matrimonio con María Joaquina Campuzano González, hija de Antonio Campuzano, consejero honorario de guerra y oficial mayor del Ministerio de Marina. Segundo, a nivel profesional, al ser ascendido en abril de 1821 a capitán de la cuarta compañía del tercer batallón de fusileros de la guardia real. Tercero, a nivel político, al verse afectado por las consecuencias derivadas de la fallida rebelión absolutista de la guardia real de Madrid durante la primera semana de julio de 1822.

Así, aunque todo lo indica Serafín Sotto suscribiera el fin del alzamiento, no participó en el mismo, ya que entonces se encontraba disfrutando de un permiso en la costa vasca. Sin embargo, su calidad de oficial de la guardia real no le libró, a su regreso a Madrid, del arresto en Tolosa y Burgos hasta tanto demostró su procedencia, ni tampoco que con la disolución de ese cuerpo militar fuera exonerado del cargo de capitán.

Quedando adscrito a una simple agregación de plaza y destinado desde abril de 1823 a Sevilla, en junio fue autorizado para separarse del servicio y obtuvo licencia para Sanlúcar de Barrameda.

Una decisión que no pudo ser más desacertada porque, unida ahora a su ausencia del levantamiento de julio del año anterior, con la implacable represión que acompañó al inmediato retorno al absolutismo se convirtió en un demérito. De nuevo en su camino de vuelta a Madrid fue apresado en Toledo, pero esta vez, aunque se le permitió retirarse a su domicilio, se le recogió el despacho de capitán de la antigua guardia real hasta la resolución de proceso de purificación que entonces se le abrió. Tuvo que esperar hasta abril de 1826, cuando la junta de generales de la comisión militar correspondiente expidió el certificado, eso sí favorable.

A partir de entonces las cosas le fueron bastante mejor. Así, tras reincorporarse seguidamente al regimiento de la reorganizada guardia real del ejército de Cataluña, en marzo de 1827 fue nombrado caballero de la real y distinguida Orden de San Hermenegildo y en septiembre fue ascendido a primer comandante. En calidad de tal, en el otoño participó, bajo las órdenes superiores del conde de España e inmediatas del brigadier José Manso, en la represión de la sublevación ultrarrealista de los “malcontens”. Esta actuación y su opción por el realismo moderado facilitaron su progreso inmediato en la carrera militar: trasladado después de esa campaña a Barcelona como comandante efectivo del tercer regimiento de la guardia real, en octubre de 1829 fue ascendido a teniente coronel del segundo regimiento de granaderos del mismo cuerpo y en enero de 1833 a coronel-brigadier de infantería; paralelamente en 1831 fue vocal de las restablecida comisión militar del principado de Cataluña y en 1833 fue comandante de armas de la villa de Reus. A lo que se sumó, tras la muerte de su progenitor, la sucesión en marzo del último año en el título de conde de Clonard, otorgado a su abuelo paterno en 1771.

Si tras los sucesos de La Granja ya apoyaba la causa de Isabel, con la muerte en septiembre de Fernando VII no hizo más que afirmar su posición combatiendo al reaccionarismo carlista. Lo hizo, primero, en Cataluña haciendo frente a las distintas partidas que pululaban por el territorio y, después, en Navarra desde noviembre de 1835 al mando de la brigada de reserva del ejército de Norte. Con ella participó en la batalla de Arlabán de enero de 1836 y en otras acciones que cuando menos sirvieron para mantener las posiciones del ejército liberal y neutralizar al carlista. Una actuación lo suficientemente decorosa como para que en julio fuera ascendido a mariscal de campo y en agosto se le confiriera el mando del ejército de operaciones de la derecha o de Navarra.

Superada la etapa del Estatuto Real y abierto un nuevo proceso constituyente tras el restablecimiento del Código político gaditano en agosto de 1836, el carlismo, dejando el confinamiento vasco-navarro, inició una serie de expediciones para intentar ampliar las adhesiones. Pues bien, para evitar que se volviera a reproducir la acción protagonizada por el general carlista Miguel Gómez para sublevar el sur, se pensó en el conde de Clonard, asignándole interinamente en marzo de 1837 la Capitanía General de Andalucía.

Duró seis meses en el cargo debido, por un lado, a la utilización de los mismos métodos castrenses empleados contra los carlistas para hacer frente a las movilizaciones liberales y, por otro lado, porque el gobierno, una vez fracasada la expedición real, rechazó su plan para impedir las incursiones carlistas en Andalucía.

Los meses de septiembre a noviembre, en los que el conde de Clonard estuvo de cuartel en Sevilla, fueron de cambios políticos, ya que celebradas entonces las primeras elecciones legislativas bajo la nueva Constitución de 1837, supusieron la sustitución en el poder de los progresistas por los moderados. Éstos, que valoraban positivamente la forma rigurosa que tenía el conde de mantener el orden, le encargaron en noviembre el gobierno militar y político de la provincia de Cádiz, con el objeto de recuperar la tranquilidad alterada con esos comicios. No les defraudó; inmediatamente lo logró, mediante la declaración del estado de sitio, el desarme y depuración de la milicia nacional y el arresto de los principales responsables, y, por ello, en enero de 1838 se le concedió la Gran Cruz de la Orden Americana de Isabel la Católica y se le asignó en comisión la Capitanía general de Andalucía.

Desde aquí el conde de Clonard, en estrecha colaboración con los generales Alejandro González Villalobos y Juan Palarea, al mando respectivo de Cádiz y Granada, simplemente procedió hacer extensivo a la región el mismo modelo de orden draconiano ya ensayado: declaración de la ley marcial y sometimiento de la prensa, de la milicia nacional y de las corporaciones locales. Sobre este escenario se planteó el proyecto moderado de establecimiento de un ejército de reserva que, bajo la dirección del mariscal de campo Ramón María Narváez, neutralizara la autoridad adquirida por el comandante en jefe del Ejército, Baldomero Espartero.

El contraataque de éste, logrando imponer en octubre a un afín, Isidro Alaix, al frente del Ministerio de la Guerra, y las disensiones entre los generales vinculados al conservadurismo lo hicieron fracasar.

Dentro de éstas se enmarca el oscuro levantamiento en noviembre de Sevilla, en el que, involucrados los militares moderados Luis Fernández de Córdoba y Ramón María Narváez, se vieron obligados a huir a Portugal ante la cruenta represión desencadenada por el conde de Clonard. Aunque el gobierno de Evaristo Pérez de Castro aprobara su conducta, todo indica que el ministro de la Guerra no compartía sus métodos. De ahí que, tras sofocar en febrero de 1839 una conspiración en Ceuta, al mes siguiente fuera apartado de la Capitanía y destinado de cuartel a Sanlúcar de Barrameda.

Esto no obstó para que también entonces se le concediera la Gran Cruz de San Hermenegildo.

Así se mantuvo hasta la salida del ejecutivo a finales de año de Isidro Alaix. A partir de entonces la carrera del conde de Clonard recibió un impulso significativo.

Primero, en enero de 1840 fue el encargo de la organización del ejército de reserva, que no aceptó porque las circunstancias de efervescencia política que en esos momentos se vivían no le parecían las idóneas para ello. Después, en marzo fue el nombramiento de capitán general de Granada, con idéntico cometido que en ocasiones precedentes: sofocar las movilizaciones populares de Málaga y Almería. Conseguido esto con la firmeza que le caracterizaba, finalmente, el 14 de abril, reemplazando al subsecretario habilitado Fernando Norzagaray, fue nombrado ministro de la Guerra del gobierno presidido por Evaristo Pérez de Castro, remodelado entonces para hacer frente al incremento de la oposición progresista generado por el restrictivo proyecto de ley municipal moderado.

Poco es lo que pudo hacer el conde de Clonard en este gabinete, teniendo presente que, por un lado, por enfermedad desde el 24 de abril, dos días después de haber tomado posesión, hasta el 25 de mayo fue sustituido por Fernando Norzagaray, y, por otro lado, que, junto al presidente y el ministro de Marina, a mediados de junio, acompañó a la reina gobernadora en su viaje a Barcelona. Es sabido que ésta apoyaba el partido y la política de los moderados, y en razón a ello, el 14 de julio sancionó la controvertida normativa local, y también lo es que éste fue el primer acto del pulso entonces mantenido entre María Cristina y el general Baldomero Espartero, autoridad que venía a defender los postulados del partido progresista. El siguiente acto, ante los disturbios que la promulgación de esa ley provocó en la Ciudad Condal, fue la aceptación de la regente de la exigencia de remoción del gobierno moderado planteada por ese general. De acuerdo con ello, el 18 de julio el ejecutivo de Evaristo Pérez de Castro presentó la dimisión, que en el caso del conde de Clonard significó la cesión de su responsabilidad ministerial a Manuel Varela Limia. Seguidamente, contando con una licencia con sueldo para el restablecimiento de su salud, se trasladó a Bayona, donde se mantuvo tanto durante el proceso revolucionario de verano, que puso fin a la Regencia de María Cristina, como durante los tres años siguientes de dominio progresista bajo los auspicios de Baldomero Espartero.

Retornó en agosto de 1843 con el triunfo de la coalición moderado-progresista establecida frente al autoritarismo de ese general y logró que le fuera conferido cuartel en Madrid. Abierta ya la década de monopolio del poder por los moderados, en enero de 1844 fue nombrado general director de Colegio General Militar.

A lo largo de su gestión, tras recibir la felicitación de Isabel II durante la visita al centro, en octubre de 1846 con ocasión del enlace regio fue ascendido al empleo de teniente general. Además, dos meses después, fue elevado a la dignidad de senador vitalicio, prestando juramento en febrero de 1847.

Situado en la tendencia conservadora autoritaria del partido moderado, el conde de Clonard el 19 de octubre de 1849 sustituyó a Ramón María Narváez en la presidencia del Consejo de Ministros, asumió a la par la cartera de la Guerra e, interinamente, la de Marina.

Se puso al frente de un ejecutivo que, formado básicamente por tres personajes de su órbita ideológica y personal (su cuñado Vicente Armesto Hernández, como ministro de Hacienda; el reaccionario compañero de armas, el mariscal de campo Trinidad Balboa Álvarez, como ministro de la Gobernación e interino de Instrucción, Comercio y Obras Públicas, y el abogado José Manresa Sánchez, como ministro de Gracia y Justicia e interino de Estado), fue el resultado de una intriga palaciega contra el duque de Valencia, en la que contradictoriamente se vieron involucrados el marqués Bedmar y el rey consorte, Francisco de Asís, y en la que al parecer estuvo detrás la influencia ultramontana de los oscuros religiosos fray Fulgencio y sor Patrocinio.

Pues bien, duró el tiempo que llevó imprimir los nombramientos en la Gaceta, porque fue tal reacción de la opinión pública, que a Isabel II no le quedó más remedio que, el 20 de octubre, dar marcha atrás en su decisión y, tras exonerar al conde de Clonard, otorgar de nuevo la confianza a Ramón María Narváez.

Fue un gobierno puramente anecdótico, pero al conde de Clonard le significó la pérdida de la dirección del Colegio general militar y ser declarado en situación de cuartel en Madrid. Así, y como senador, se mantuvo hasta el dominio de los ideológicamente afines, en los últimos balbuceos de la década moderada, que en abril de 1853 le elevaron a la vicepresidencia de la Sección de Guerra y Marina del Consejo Real. Estuvo poco tiempo, ya que suprimida esta institución en agosto de 1854 con el ascenso al poder de los progresistas tuvo que abandonarla. De esta manera, exclusivamente de cuartel en la capital, permaneció hasta la reasunción de las riendas del Estado por los moderados, con los que en octubre de 1856 recuperó la dignidad senatorial también abolida durante ese tiempo.

A ella sumó en marzo de 1858 la presidencia de la Sección de Guerra y Marina del Consejo de Estado y en julio una vocalía en la Junta Consultiva de Guerra, entonces establecida. Ocupando estas posiciones terminó sus días en Madrid el 23 de febrero de 1862.

Pero la vida del conde Clonard no se redujo a una carrera militar y política, también contó con una importante faceta de historiador del Ejército. Tuvo una gran preocupación por el conocimiento del pasado de la institución a la que pertenecía, cuya dedicación en horas de investigación y estudio le fue reconocida muy pronto. Así, ya en enero de 1834 era miembro supernumerario de la Real Academia de la Historia, a la que en noviembre presentó una Memoria sobre el traje y armas que usaron los godos durante la dominación en España y de la que desde enero de 1846 era académico de número. Además, una vez publicada al año siguiente la meritoria Memoria histórica de las Academias y Escuelas Militares de España, contó con la protección real y la financiación pública la que sería su obra magna, Historia orgánica de las armas de Infantería y Caballería desde la creación del ejército permanente hasta el día.

Por otro lado, el conde de Clonard fue también consiliario de la junta directiva de la Sociedad Económica Matritense, socio correspondiente de la de Buenas Letras de Barcelona y honorario de Sociedad Económica de Amigos del País de Sevilla; individuo de mérito de la Sociedad Arqueológica Española, y de honor de la Sociedad Arqueológica Tarraconense; miembro del Colegio Minerva, del Conservatorio Universal de Ciencias y Artes, y vicepresidente del Instituto de África.

Básicamente, la obra histórica, junto al título de conde de Clonard, fue la herencia que dejó Serafín Sotto Ab-Ach a los cinco hijos que procreó con su mujer, María Joaquina Campuzano González.

 

Obras de ~: Memoria para la historia de la Casa Real de España subdividida en seis épocas, escrita por un Oficial de la antigua Guardia Real, Madrid, Imprenta Real, 1828; “Discurso inaugural pronunciado por el Sr. Conde de Clonard en la instalación de la Comisión Central de monumentos históricos y artísticos” en Gaceta de Madrid de 5 de junio de 1844; Memoria histórica de las Academias y Escuelas Militares de España, con la creación y estado presente del colegio general establecido en Toledo, Madrid, Imp. de D. José Gómez de Colón y Compañía, 1847; Historia orgánica de las armas de Infantería y Caballería desde la creación del ejército permanente hasta el día, Madrid, Imp. de D. B. González, 1851-1862, 16 vols.; Álbum de la Infantería Española desde sus primitivos tiempos hasta el día, publicado por la Dirección general del Arma, siendo su Director el E. S. Tte. General de los Ejércitos Marqués de Guad-el-Jelú, Madrid, Imp. y Lit. Militar del Atlas, 1861; Álbum de la Caballería Española desde sus primitivos tiempos hasta el día, publicado por la Dirección General del Arma, siendo su Director el E. S. Tte. General de los Ejércitos D. José Marchesi, Madrid, Imp. y Lit. Militar del Atlas, 1861; Discurso histórico sobre el traje de los españoles, desde los tiempos más remotos hasta el reinado de los Reyes Católicos, Madrid, s. e., 1879 (reed. Madrid, Real Academia de la Historia, 1928).

Bibl.: Extracto de la causa seguida a Sor Patrocinio por el Juzgado del Barquillo, precedida de todo lo acaecido en la subida al poder y caída del Ministerio Clonard-Manresa-Balboa, Madrid, Imp. de D. B. González, 1849; M. Ovilo y Otero, (dir.), Historia de las Cortes de España y biografías de todos los Diputados y Senadores más notables contemporáneos, t. II, Madrid, Imp. D. B. González, 1847, págs. 268-286; P. Chamorro y Baquerizo, (dir), Estado mayor general del Ejército Español. Historia individual de su cuadro en los años de 1851 a 1856, vol. II, Madrid, Imp. Fortanet, 1851-1854, págs. 357-358; M. Ovilo y Otero, Manual de biografía y bibliografía de escritores españoles del siglo xix, vol. I, París, Librería de Rosa y Bouret Besanzon, 1859, págs. 174-178; Los Ministros en España desde 1800 a 1869. Historia contemporánea por Uno que siendo español no cobra del presupuesto, vol. III; Madrid, J. Castro y Compañía, 1869-1870, págs. 595-600; F. Barado, Literatura Militar Española en el siglo xix, Madrid, Tip. de C. Cano, 1889, págs. 50- 60; A. Elias de Molins, Diccionario biográfico y bibliográfico de escritores y artistas catalanes del siglo xix, vol. II, Barcelona, Fidel Giró, 1889-1895, págs. 640-641; J. L. Comellas, Los moderados en el poder, 1844-1854, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1970; E. Christiansen, Los orígenes de poder militar en España, 1800-1854, Madrid, Aguilar, 1974; I. Llorca, Isabel II y su tiempo, Madrid, Ediciones ISTMO, 1984 (3.ª ed.).

 

Javier Pérez Núñez

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